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Todos juntos y al mismo tiempo solos
Cinco de la madrugada. Recordar esos pasajes me han mantenido despierta. Pronto tendré que incorporarme a mi rutina, al ajetreo de esta ciudad incierta y desordenada que ahora parece sin vida. Casi diría que da lástima ver la calle. Hasta el policía de la esquina se recogió y en las puertas del hotel una tenue luz amarilla ilumina los helechos. ¡Qué silencio!
De pronto aparece una sombra en la calle. Lleva un vestido. Se detiene y observa hacia el hotel. Ahora da media vuelta y se va meneando el culo con paso sospechoso. Repaso su silueta, su forma de caminar y saco conclusiones. Nadie es como Roberta.
Cuando Roberta regresó de Italia la primera vez, me entró una curiosidad terrible por saber si también se había operado alguna otra parte del cuerpo. Luego me arrepentía de tener esos pensamientos raros. Su vida en aquel país lejano no era fácil. A los cuatro meses tuvo que dejar al italiano, la obsesión de aquel mamón era que Roberta follara con varios tipos y mujeres a la vez. Y él miraba. Ah, le encantaba mucho, mirar, quiero decir; se había vuelto un puerco asqueroso. Roberta fue a parar a la calle, pero en Milano hay muchos solares con tanta peste y mugre como en La Habana, sólo que llenos de emigrantes, clandestinos y putas. A uno de esos fue a parar Roberta, pagando un alquiler altísimo por un cuartucho de diez metros sin cocina ni baño. Para colmos de males por la noche tenía que salir porque regresaba el pakistaní, el otro alquilado y ocupaba la cama. Una de esas noches, se guarecía de la nieve bajo el portal de un supermercado «Ah, no te imaginas cuánto grandes son los supermercados», y conoció a un transvertido brasileño. Dicen que ese tipo de gente es muy rara y mala, pero no es verdad. Gracias al transvertido Roberta se mudó para una vivienda mejor y conoció a la dueña de una tienda que lo invitó a trabajar con ella. “Tuve suerte -dice Roberta-, pero el correo se me llena de publicidad y me estrangulan los impuestos. Por eso a veces no uso la calefacción. Pocas semanas al año veo las delgadas piernas de las mujeres y el físico estatuario de los hombres. Estoy al borde del stress”. Sin embargo Roberta resiste. Acostumbró su cuello a las bufandas y el cuerpo a los sobretodos. Resiste, aferrándose a la palabra resistir, porque Roberta se fue para decidir sin necesidad de mentir a sí mismo, para librarse de tener que inventarse y de obligarse a vivir una vida que no le pertenece, viviendo en otro cuerpo y con un nombre de hombre sólo para satisfacer a otros.