dicen que son de piña y vienen en sobrecito. Las instrucciones dicen que es para un litro, pero aquí a todo se le agrega el doble de agua. En fin, que me tomé su refresco sin sabor a piña, pero se lo agradecí con el alma porque insistió y yo traía una sed endemoniada. Entonces me contó que no le gustaba ser zapatero. Lo hace por su pobre viejo que ya murió. Fue él quien le enseñó el oficio por allá por los años cincuenta, antes de que llegara la Revolución y le confiscara las máquinas porque todo iba a ser de todos y mejor. «No éramos ricos. Lo que se ganaba apenas alcanzaba para comer, pero el viejo enfermó por la tristeza. Dios sabe cuánto le había costado reunir el dinerito para comprar esas máquinas. Recuerdos tristes –me dijo-. Y afila el oído porque será la última vez que te lo mencione.»

¡Pobre Chino! A pesar de todo no soporta que hablen mal de esto. “La culpa es de los americanos y a uno no le queda más remedio que tirar como se pueda”, dice siempre. Mulato, cincuenta y cinco años casi, vive en ese pasillo estrechísimo donde la gente cuelga la ropa en tuberías de gas instaladas a dos metros del suelo cubierto de agua podrida. Dentro de poco llegaré al hueco que es la entrada, sin puerta y paredes llenas de escritos: “Te amo, Lucy”, “Perico es maricón”, y cosas así. Hoy parece que todo está tranquilo. Es un alivio, porque aquí siempre hay bronca y se escapa el muerto. Ayer dos negros se cayeron a machetazo. Los policías llegaron media hora después, cuando ya uno de los dos estaba en el depósito de cadáveres del Emergencia y el otro quién sabe dónde. Ver tanta sangre y policías que pedían documentos fue algo impresionante y disgustoso. Y yo que tenía que ir a dejar otros encargos tuve que quedarme en casa del Chino hasta que encontré el chance y me escabullí de tanta preguntadera, gritería y averiguaciones.

Ya estoy dentro del solar. Como ya es natural paso por encima de la gente que coge fresco afuera porque en sus casas sin ventanas el calor es agobiante. Y entrar en la casa del Chino es como entrar en la cueva del dragón, tanto es el aire insano. Pero a todo nos acostumbramos por aquí, cuando no puedes comprarte una casa por mucho dinero que ganes. Porque aquí no se puede comprar casa. Es ilegal. Así que allá tú si quieres vivir con el terror de que ya instalado, llegue vivienda con un talonario de multas y un comunicado de cinco páginas, donde se te explica que debes abandonar de inmediato el inmueble. Entonces perderás casa y dinero (en dólares) porque nadie te vende nada bueno si no tienes dólares, y para tener dólares hay que sudarla gorda. Ay, ay; ya me duele la cabeza de sólo pensar en todo eso y que no tengo tiempo para explicarlo todo porque se cogería la novela completa.

El Chino cuenta las suelas y plantillas que le traje. Miro sus manos arrugadas y llenas de cola. Él se da cuenta, pero no hace nada para esconderlas. ¿Por qué debería y por quién? Las mías están llenas de tinta negra por las pieles a las  que

El pintor: Siempre te amaré
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