parecía que se avergonzaban de mí, como si fueran ellos los repitentes. Pasaban los días y yo comiéndome los libros para escapar del ojo vigilante de Rebeca. Tenía que sacar buenas notas a cualquier precio. Pero la verdad es que me aburría y sin pensar en la lógica ni los conceptos aprendía todo de memoria. Sola, me sentía excluida de todo y de todos. Y sucedió que una tarde, al salir de la escuela se me acercó Regla.
Regla estaba en el mismo curso que yo, pero en otra aula. Era una blanquita sucia postiza que tenía fama de pandillera y guaricandilla. Me dijo que necesitaba un favor. ¿Qué favor? Ponme la piedra con tu amigo. ¿Qué amigo? ¿Serás tonta? Luisito, chica. Me quedé de una pieza. ¿Regla la guaricandilla me pedía que la ayudara? No podía creerlo. Al mismo tiempo no sabía si podía ayudar. Luisito y yo no nos hablábamos. Regla decía-: Ya no sé qué cosa hacer para que me mire. Con lo bueno que está, sufro cada vez que lo veo. Se me hace la boca agua. ¡Ay, mi santísima Oshún, cómo se parece a mi Yury! (El Yury había sido su primer amor, pero sus relaciones se interrumpieron por algún motivo.) –Tanto era el degrado de Regla que me dijo que haría cualquier cosa por tal de estar con Luisito.
Llegué a casa, me planté en el balcón de mi cuarto y no lo abandoné hasta que apareció Luisito. Me quedé boquiabierta. No me había dado cuenta de lo mucho que había cambiado en esos meses, más alto, más corpulento, más hombre. Iba despacio, con la bolsa de deporte tras la espalda, una gorra en la cabeza y vestía con pullover, jeans y tenis. Estuve pensando si llamarlo o no. Ya casi debajo de mi balcón levanté la mano. No me vio, por supuesto. Susurré su nombre. Tampoco me oyó. Chiflé y levantó la cabeza. Hice señas con la mano y bajé la escalera anhelante y desesperada. Tal vez se fue, me decía cuando asomé la cabeza en el umbral. Pero no, no se había ido. Estaba allí, más alto que yo. Tragué en seco al comprobar todo lo maravilloso que se había convertido. Después expliqué lo de Regla, cuidándome de mencionar que iríamos al Coppelia en caso de que él correspondiera.
-Y fíjate, yo no quiero seguir siendo mensajera.
Me miró curioso, con aquella mirada especial. Asomó una pequeña sonrisa y preguntó:
-¿Tú que piensas?
-¿Qué pienso de qué?
-De... de todo esto.
-Bah. No pienso nada.
-Pero, ¿quisieras...?
-¿Qué?
-¿Te molestaría que le dijera que sí?
-Para mí es una loca.