papeleos, cuños y firmas, y caminatas hasta el rastro por un saco de cemento. El baño se terminó al cabo de dos años y medio.
Algo que padre recibió antes de ser sancionado, fue un radio Siboney. Recuerdo un día -ya el radio estaba cachoncho- (a mis diecinueve años, cuando cursaba mi carrera de jurisprudencia), y yo intentaba sintonizar una emisora que parecía extranjera. Quizás era Radio Martí. La idea me tentaba tanto que colocaba el radio en distintas posiciones. La señal se iba y regresaba con rumores y acentos incomprensibles. Rebeca entró corriendo. «Oye, acabo de saber que han subido el sueldo a los operarios. Ahora sí que vamos a estar bien.» Se puso a escribir. Papá no estaba, andaba por uno de sus ingresos improvisados; pero madre sabía su número de carné de identidad y todo lo necesario para falsificar letra y firma. A mí me mandó para la Unidad Municipal de Higiene y Epidemiología con el papel donde constaba el deseo de mi padre de que pudiera cobrar en su lugar. Cuando llegué me puse tras unos treinta operarios. Iban con sus uniformes grises como ratón y esperaban a la mujer de contabilidad que estaba en el comedor porque el almuerzo había llegado tarde. Con el apuro con el que madre me sacó de casa yo había olvidado orinar. El baño de la U.M.H.E estaba cerrado por tupición. Pedí ayuda en una casa vecina. La mujer me miró con desconfianza, pero me dejó pasar. Desde el interior del baño yo escuchaba que me decía-: Ay, hija, en cualquier momento tendremos que orinar de pie. Ni te imaginas la rata que salió ayer por ahí. –Se me encogió el fondillo y di un salto. Terminé de orinar exactamente como pedía la sugerencia: De pie.
Me tocó mi turno para el cobro. La mujer de contabilidad me miró con cara de perro inseguro. Era una blanca horrible, con cara larga y bigotes. Tenía una mueca en sus labios finos embarrados de creyón rojo y de pan con aceite. Con la boca llena, dijo: «Yo no puedo darte el dinero. ¿Por qué no viene tu padre?» «No puede. Está hospitalizado» La fea tragó el bocado y agarró un vaso con la mitad de un líquido que parecía refresco. Una cucarachita agitaba sus patas en el interior del vaso buscando la posibilidad de salir. La fea introdujo un dedo en el vaso, sacó la cucaracha, bebió el líquido y dijo: «Entonces que venga tu madre» «No puede. Está cocinando»
«Entonces que deje de cocinar. Yo no te doy el dinero. ¡El próximo!»
Regresé a casa sin dinero. Rebeca se puso furiosa y salió disparada para la Unidad de Higiene llevándome por una mano. «Mírela bien. ¿No se parece a su padre? ¿No ve que es lo mismo? ¿Entonces qué hay? Acabe de darme ese dinero, por favor.» Yo sé que madre quería decir también: “¿No ve que es tan comemierda como él?”
Esa fue la tarde en que supe que yo no servía para nada. Era una nulidad. Rebeca salió de la Unidad Municipal de Higiene y Epidemiología dejándome atrás y