SETENTA
CUATRO DIAS DESPUES.
M
uy lentamente, Hunter abrió la puerta de la habitación de García y echó un vistazo al interior.
—¿Está despierto? —susurró.
—Sí, lo estoy —contestó García con voz frágil y girando la cabeza hacia la puerta.
Hunter le sonrió y entró en la habitación con una caja de bombones bajo el brazo derecho.
—¿Me has traído un regalo? —le preguntó García con una mirada de preocupación.
—¡Cielos, no… son para Anna! —contestó dándole la caja de bombones.
—¡Oh! Muchas gracias —dijo ella aceptando el regalo y dándole un beso en la mejilla a Hunter.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó García—. Bombones… besos… ¿Qué va a ser lo próximo, venir a casa a cenar?
—Vendrá —le confirmó Anna—. Ya lo he invitado. En cuanto vuelvas a casa. —Le ofreció una dulce sonrisa que pareció iluminar la habitación.
—¿Cómo te sientes, compañero? —le preguntó Hunter.
García se miró las manos vendadas.
—Bueno, aparte de los indeseados agujeros en las palmas de las manos, las heridas profundas en la cabeza y que parece que me hubiera caído del Golden Gate, me siento genial, ¿cómo estás tú?
—Seguramente, mejor que tú —contestó no con mucha convicción.
García miró a Anna, que entendió la señal.
—Los dejaré a solas un rato. De todas formas, quería bajar a la cafetería —dijo agachándose y dándole a García un dulce beso en la mejilla—. Tengo bombones a los que atender —dijo bromeando.
—Guárdame algunos —dijo García guiñándole un ojo.
En cuanto se fue, García fue el primero en hablar.
—He oído que la apresaste.
—Yo he oído que no te acuerdas de mucho —le contestó Hunter.
García negó con un lento movimiento de cabeza.
—No recuerdo nada en concreto. Pequeños flashes, pero no podría identificar al asesino si tuviera que hacerlo.
Hunter asintió y García vio un atisbo de tristeza en sus ojos.
—Me lo imaginaba, pero yo no la atrapé —dijo acercándose a la cama.
—¿Cómo lo hiciste?
—Joe Bowman…
García frunció el ceño intentando acordarse del nombre.
—¿El jefe del gimnasio? ¿El hombre esteroides?
Hunter asintió.
—Sabía que lo había visto antes, pero me metió la idea de que había sido en alguna revista de culturismo. No caí hasta que Rey-T mencionó algo acerca de ser jurado, juez y verdugo.
—¿Rey-T? —dijo García sorprendido—. ¿El traficante?
—Es una larga historia, te la contaré más tarde, pero hizo que recordara lo del caso de John Spencer. Joe fue uno de los miembros del jurado. Entonces era muy diferente. Sin esteroides y más pequeño, pero sabía que era él.
La expresión facial de García apremiaba a Hunter para que continuara.
—Por lo que averigüé de las víctimas, todas estaban relacionadas con el jurado, algunas eran familiares, otras amantes o aventuras amorosas, como la de Victoria Baker. Recuerda que era la amante de Joe Bowman; él está casado.
García asintió en silencio.
—¿Y George Slater?
—Tenía un amante homosexual. Rafael, uno de los miembros del jurado. Hablamos con él ayer.
—¿Su mujer lo sabe?
—No lo creo. No creo que necesite saberlo. Solo la entristecería aún más.
—Estoy de acuerdo. Y estábamos en lo cierto respecto a lo de tener un amante.
Hunter asintió.
—El problema era averiguar quién era el asesino. Era obvio que todo era por lo del caso de John Spencer, una venganza, pero ¿quién?
—Un familiar —dijo García.
—No hay amor más fuerte que el de la familia —dijo Hunter—. Pero una comprobación en profundidad reveló que el único miembro de la familia que le quedaba era una hermana… su hermana adoptada.
—¿Adoptada?
Otro asentimiento con la cabeza.
—Adoptaron a Brenda cuando tenía nueve años. No porque fuera huérfana, sino porque el Departamento de Salud y Servicios Humanos se la quitó a su familia biológica por abusos. La familia de John la acogió y le dio el amor que necesitaba. Se sentía protegida, se sentía segura con ellos. Se convirtieron en la familia que necesitaba. Su muerte desencadenó algo en su subconsciente. Quizá miedo al sentir que volvía a no tener familia. Quizá los recuerdos de los abusos que sufrió cuando era una niña. Quizá miedo a que la volvieran a llevar con su familia biológica.
García parecía confuso.
—En situaciones traumáticas como por las que ella pasó… —le explicó Hunter—, perder a su familia entera en una sucesión tan rápida… no resulta nada insólito que el cerebro no distinga la edad. Simplemente, recupera recuerdos del subconsciente. Todo el miedo y la rabia que sintió cuando era una niña vuelven con la misma intensidad, o incluso más, haciendo que se sienta de nuevo como una niña pequeña y sola. Eso pudo despertar algún tipo de rabia, algo diabólico que había oculto en ella. Culpó de haberle arrebatado a su familia a todos los involucrados en el caso de su hermano. En especial al jurado, a Scott y a mí. No podía permitir que salieran impunes.
—¿Cuándo supiste que fue Isabella?
—Cuando averigüé lo de John Spencer. Siendo su hermana su única familia con vida, lo único que me quedaba por hacer era averiguar quién era. Una búsqueda nueva reveló que, poco después de la muerte de su padre, fue detenida.
—¿Detenida?
—En San Francisco, donde vivía. Cuando su padre murió, la rabia se apoderó de ella y al parecer perdió la cabeza… se volvió loca, destrozó su apartamento y casi mata a su novio. Vivían juntos entonces.
—Así que la arrestaron. —Más que una pregunta era una afirmación.
—Al principio sí, luego la llevaron al Hospital Psiquiátrico de Langley Porter, donde estuvo un par de años. Llamé al Departamento de Policía de San Francisco y me enviaron un fax con el informe del arresto. En la fotografía estaba muy distinta. Su color de pelo, su peinado, de hecho, parecía más vieja, como si todo por lo que había pasado le hubiera arrebatado la vida. Pero no había duda. Sabía quién era.
Hunter fue hasta la ventana y miró al exterior. El día parecía perfecto, sin una nube en el cielo.
—Y luego me acordé de su colección de CD y las pocas dudas que me quedaban desaparecieron.
—¿Colección de CD?
—La primera noche que cené en el apartamento de Isabella, por algún motivo le eché un vistazo a su colección.
En silencio, García puso cara de «¿Cómo te ayudó eso?».
—La colección de CDs era de Jazz, a excepción de un puñado de álbumes de rock, todos autografiados, no por ella, ni por los músicos, sino por el productor: John Spencer. Lo que yo no sabía entonces era que John nunca firmaba con el nombre de John Spencer, no es así como se lo conocía en la industria de la música. Firmaba los autógrafos como Specter J. Su pseudónimo de roquero o algo por el estilo, lo averigüé en Internet. Por eso, cuando esa noche leí la dedicatoria de los autógrafos no caí en la cuenta. La dedicatoria decía algo así como «De tu H M con gran amor». Di por hecho que era uno de esos nombres raros que los artistas se ponen hoy en día, ya sabes, como Puffy, o LL Cool J… Specter J y H M no me decían nada.
—¿Hermano Mayor? —dijo García medio preguntando, medio afirmándolo.
Hunter asintió.
—John Spencer era un año mayor que Brenda.
—Así que en cuidados psiquiátricos tuvo todo el tiempo del mundo para tramar su plan.
—Un par de años —confirmó Hunter.
—Y eso explica la diferencia de tiempo entre el caso de John Spencer y el primer asesinato del Crucifijo.
Hunter volvió a asentir.
—Y ayer descubrí lo del pasado militar.
—¿Militar?
—Bueno, algo así. Isabella era cirujana, con mucho talento, por lo que he averiguado. Al principio de su carrera pasó dos años en Bosnia Herzegovina con el ejército de los Estados Unidos ayudando al equipo médico que se ocupaba de las víctimas de minas.
—¿Estás bromeando? —García levantó las cejas ante la sorpresa; luego comprendió algo más—. ¿Los explosivos?
—Allí fue donde adquirió conocimientos en explosivos. Es parte del entrenamiento, entender el funcionamiento de minas, explosivos, mecanismos detonadores, velocidad y poder de explosión… cosas así. Tendría a su disposición todos los manuales.
—Así que solo era cuestión de saber dónde mirar y con quién hablar para conseguir fácilmente todos los materiales que necesitaba.
Un breve periodo de silencio prosiguió.
—¿El bosquejo que nos proporcionó? —preguntó García, ya sabiendo la respuesta.
—Para despistarnos. Aquella noche, sin darme cuenta, hice un garabato del crucifijo doble. Un reflejo inconsciente, ya que estaba totalmente absorto en el caso. Isabe… —Hunter hizo una pausa y pensó mejor lo que decía—. Brenda —corrigió— era una mujer muy inteligente y con gran agudeza vio la oportunidad perfecta para enviarnos a una búsqueda en vano, así que se inventó la historia de que había conocido a alguien en un bar. Alguien con el crucifijo doble tatuado en las muñecas. Únicamente necesitaba darnos una falsa descripción y la investigación daría un giro erróneo.
—Perdimos un par de semanas persiguiendo una descripción falsa.
—Y habríamos perdido más tiempo —dijo Hunter estando de acuerdo—. No teníamos motivos para desconfiar de ella. Dimos por hecho que íbamos por el buen camino.
—¿Cómo sabías que iría por ti esa noche?
—Tres cosas. Primero, ya no le quedaban miembros del jurado de los que vengarse.
—Pero solo mató a nueve; en total hay doce jurados.
—Los otros tres ya habían muerto por causas naturales. Ya no podía hacerles daño. Scott, mi compañero, el otro detective en el caso, también estaba muerto. —Hunter se detuvo al recordar lo que Brenda le había contado cuatro días atrás. Tras respirar hondo, continuó—: Yo era el único que faltaba.
—No es la mejor situación en la que encontrarse —bromeó García.
Hunter asintió.
—Segundo, era el cumpleaños de John. Para ella, el día para la última venganza. El último regalo para su hermano y para su familia.
Una gran pausa siguió.
—¿Y tercero? Dijiste que había tres motivos —le preguntó García.
—Hacerme llevar la cruz.
—¿Eh? No te sigo —dijo García cambiando de postura en la cama, intentado ponerse más cómodo.
—La mayor analogía del último día de alguien en la tierra.
García pensó en ello durante unos segundos.
—Llevar una cruz a la espalda. Supe que vendría por mí.
Hunter se volvió y miró de nuevo, distante, por la ventana. Con cuidado, se tocó la herida en la nuca que aún no había cicatrizado del todo.
—No tenía pruebas, solo sospechas. Solo una alocada teoría de venganza. Como sabes, no teníamos nada del asesino, ni ADN, ni huellas, nada que pudiera relacionarla con ninguna de las víctimas o con la escena de los crímenes. Si la hubiéramos arrestado, habría salido libre y estoy seguro de que la habríamos perdido para siempre. Mi única esperanza era dejar que viniera por mí.
—Y le tendiste una trampa. Una trampa peligrosa.
Otro asentimiento con un movimiento de cabeza.
—No se me ocurrió nada más, me quedaba sin tiempo.
—Nunca lo sabremos con seguridad, pero cuando se quedaba a solas con alguna de sus víctimas, se convertía en una persona diferente. La rabia y la maldad ardían en ella. Era capaz de todo. Lo sabía. Lo vi en sus ojos. Pude sentir, literalmente, la rabia que la rodeaba.
García se quedó observando a su compañero en silencio durante unos segundos.
—¿Estás bien? —le preguntó.
—Estoy bien —contestó Hunter con seguridad—. Me alegro de que se haya acabado.
—Ni que lo digas —dijo García, levantando las dos manos vendadas.
Ambos rieron.
—Mientras el capitán no me asigne algún trabajo de papeleo…
—Ni pensarlo —le confirmó Hunter—. Eres mi compañero. Si yo tengo que perseguir a los malos, tú vienes conmigo.
García sonrió.
—Gracias, Robert —dijo con tono de voz más serio.
—No pasa nada. No voy a dejar que el capitán te dé un trabajo de oficina.
—No es por eso… por arriesgar tu vida… por salvar la mía.
Hunter puso con delicadeza la mano en el hombro de su compañero. No dijo nada. No hacía falta decir nada.
* * *
El doctor Winston abrió la puerta de la sala de autopsias del sótano del Departamento Forense e hizo pasar al capitán Bolter.
—¿Qué tenemos aquí entonces? —dijo el capitán sin perder tiempo. Como a casi todo el mundo, la sala de autopsias le daba escalofríos, así que cuanto antes saliera de allí, mejor.
—La causa de la muerte fueron varias laceraciones en el estómago, aneurisma intestinal y aórtica junto con una gran hemorragia. Cuando se clavó el cuchillo se las apañó para empujarlo de izquierda a derecha. Parecido a un ritual japonés —dijo el doctor dirigiendo al capitán hacia el cuerpo que yacía en la mesa de acero.
—¿Destripamiento?
—No exactamente, pero el mismo efecto final. Sabía que moriría en un minuto. No había oportunidad de sobrevivir.
Ambos se quedaron mirando en silencio el cuerpo durante un momento.
—Bueno —dijo el capitán—. Tengo que admitir que estoy feliz de que haya terminado.
—Yo también —dijo el doctor Winston con una sonrisa—. ¿Cómo está Carlos? —preguntó cambiando de tema.
—Mejora. Dale tiempo y se recuperará.
—¿Y Robert?
—Aún está un poco conmocionado. Se culpa de no haberlo imaginado antes.
—Es comprensible. El asesino era cercano a él, demasiado cercano, de hecho. Emocional y físicamente. Pero no conozco a ningún otro detective que hubiera salido de ésta con vida.
—Yo tampoco. —La mirada del capitán Bolter fue al cuerpo—. Bueno, está muerta. La semana que viene, Hunter lo habrá superado y ya estará en otro caso.
—Estoy seguro de que lo hará, pero, de cualquier modo, no le dicho que venga por eso.
Él frunció el ceño con interés, aguardando a que el doctor Winston continuara.
—Robert querrá ver el informe de la autopsia.
—¿Y?
—Creo que debería modificarlo.
El capitán Bolter le lanzó una mirada de preocupación.
—¿Por qué querría hacer eso?
El doctor Winston tomó un informe del despacho y se lo dio al capitán Bolter, que lo leyó con atención. Sus ojos dejaron de moverse a mitad de la página y abrió los ojos con sorpresa.
—¿Está seguro de esto, doctor?
—Totalmente.
—¿De cuánto?
—A juzgar por el tamaño del embrión, no más de cuatro o cinco semanas.
El capitán Bolter se pasó la mano por el pelo antes de seguir leyendo el informe de la autopsia.
—¿Fue más o menos cuando se conocieron, no?
—Eso fue lo que pensé —respondió el doctor.
—¿Está seguro que es de él?
—No… no sin una prueba de ADN, pero tenía un plan en mente. No creo que fuera del tipo de mujer que se acuesta con cualquiera, no cuando puso todos sus esfuerzos en vengarse de la muerte de su familia y acercarse a Robert.
El capitán Bolter dejó el informe encima de la mesa. Pasó un minuto en silencio antes de que volviera a hablar.
—A Robert no le haría ningún bien si lo averiguara.
—Estoy de acuerdo. Es lo último que necesitamos.
—¿Quién más lo sabe?
—Usted y yo, nadie más.
—Qué siga así entonces. Modifique el informe —dijo el capitán Bolter con firmeza.
* * *
—He oído que el Jefe de Policía y el Alcalde mismo te van a dar una distinción —dijo García mientras Hunter se servía un vaso de agua de la jarra que había junto a la cama.
—Y a ti también.
García arqueó las cejas.
—Somos compañeros, ¿lo recuerdas? No está mal para tu primer caso como detective del Departamento de Robos y Homicidios —bromeó Hunter.
—Sí, no está mal para alguien que ahora tiene silbatos en vez de manos. —García levantó las manos y las movió de atrás hacia delante de la boca fingiendo soplar y produciendo un rápido silbido.
Ambos se pusieron a reír.
Un delicado golpe en la puerta llamó su atención.
—Los oía reír desde el pasillo —dijo Anna al entrar en la habitación—. Es genial verlos reír.
—Sí que lo es —dijo Hunter, apoyando la cabeza en el brazo de García—. Sí que lo es.
Fin