TREINTA Y UNO
-¿Q
ué te ha dicho ese idiota de Culhane por teléfono? —preguntó Rey-T volviendo su atención hacia Jerome en cuanto los dos detectives estuvieron fuera del alcance de su vista.
—Me ha dicho que ha comprobado el depósito, los hospitales y la base de datos de personas desaparecidas y que no ha encontrado nada.
—¡Vaya, un pedazo de inútil de mierda! ¿Y para eso le pagamos?
Jerome mostró su conformidad asintiendo con la cabeza.
—Dile a las chicas que enseguida nos vamos, pero antes de eso tráeme a ese camarero, con el que Jenny solía hablar de vez en cuando, el de pelo largo.
—Claro. —Jerome observó cómo Rey-T terminaba con la media botella de champagne de un solo trago—. ¿Estás bien, jefe?
Lanzó la botella contra la mesa tirando varios vasos y atrayendo atención no deseada.
—¿Qué cojones están mirando? —dijo gritando a la mesa que estaba más cerca. Sus cuatro ocupantes se dieron la vuelta para ocuparse de sus propios asuntos—. No, no lo estoy —dijo Rey-T, mirando a Jerome—. De hecho, estoy muy lejos de estar bien, Jerome. Alguien me ha robado una de mis chicas delante de mis narices. Si lo que los detectives han dicho es cierto, la torturaron y la asesinaron. —Su expresión era de profundo disgusto—. Despellejada viva, Jerome. Ahora dime, ¿qué clase de hijo de puta estúpido estaría tan loco como para hacerle eso a una de mis chicas?
En lugar de una respuesta, Jerome no pudo más que encogerse de hombros.
—Te diré quién… un hijo de puta muerto. Quiero a ese tipo, ¿me entiendes? Lo quiero vivo para poder enseñarle lo que es la tortura. —Rodeó a Jerome del cuello y puso su cara a un centímetro de la suya—. Cueste lo que cueste, negro, ¿me has entendido? Cueste lo que cueste, mierda.