SESENTA Y DOS

H

unter se dirigió hacia la parte trasera de la vieja fábrica por el camino de tierra hasta llegar a una puerta de hierro que ocultaban unas hierbas altas. Tras la puerta encontró unos escalones de piedra que llevaban a una zona subterránea. Esperó unos segundos por si oía algún sonido.

Silencio.

Con precaución, empezó a bajar por un oscuro túnel.

El olor a humedad y moho le produjo arcadas. Esperaba que nadie lo hubiese oído toser.

—¿Qué demonios, Robert? —susurró—. Otro edificio viejo, otro sótano oscuro…

El túnel que había al final de los escalones era estrecho, estaba cubierto de cemento y lleno de escombros. Conforme se fue adentrando, las voces empezaron a materializarse; varias voces, voces furiosas. El hedor fétido se mezclaba ahora con algún tipo de aguas residuales. Las ratas deambulaban por todas partes.

—Odio a las putas ratas —murmuró Hunter apretando los dientes.

Llegó a una gran zona circular, con cuidado de no pisar ninguno de los ladrillos sueltos que se esparcían por todo el suelo del sótano. Se dirigió a la izquierda de una estructura cuadrada y se colocó detrás de unos sacos viejos de cemento, a unos centímetros de la pared. Hunter se agachó intentando situarse a la altura de uno de los agujeros de la pared. Podía ver movimientos en el interior, pero el ángulo lo privaba de poder tener una imagen clara.

Las voces se hacían más fuertes. Pudo reconocer claramente la voz de Rey-T.

—No vamos a hacerte daño. Hemos venido para liberarte de estos hijos de puta. Eres libre, todo se ha acabado. Voy a quitarte la venda y la mordaza, ¿vale? No tengas miedo. No voy a hacerte daño.

¿Qué carajo está pasando?, pensó Hunter. Tenía que acercarse más. Se acercó unos centímetros a la pared y en seguida encontró una posición mejor nivelando los ojos a la altura de uno de los agujeros. Tres hombres estaban de pie de cara a la pared de enfrente con las manos en la cabeza. Uno de ellos estaba totalmente desnudo; un tatuaje de Jesús en la cruz cubría toda su espalda. Rey-T estaba de rodillas delante de una chica morena de mirada petrificada y no más de treinta años. Tenía los ojos vendados, estaba amordazada y atada a una silla de metal. Lo que quedaba de su vestido negro estaba sucio y rasgado. Le habían arrancado el sujetador. Tenía quemaduras de cigarrillo recién hechas alrededor de los pezones y empezaban a formársele ampollas. Tenía las piernas abiertas y atadas a las patas de la silla. Tenía el vestido levantado dejando al descubierto su vagina, con más quemaduras alrededor. Tenía parte del cabello pegado con lo que parecía sangre seca. El labio superior estaba hinchado y con cortes.

Hunter observó cómo Rey-T le quitaba a la chica los dos nudos que tenía detrás de la cabeza. Cuando la venda cayó al suelo, parpadeó varias veces de forma rápida. Una fuerte luz ardía en sus ojos. Le habían atado la mordaza con tanta fuerza que tuvo que cortarla por la comisura de los labios. Tosió violentamente en cuanto tuvo la boca liberada. Rey-T sacó un pañuelo de papel del bolsillo y le limpió las manchas de sangre y de maquillaje de la cara. Uno de los hombres de Rey-T ya le había soltado las manos y las piernas. Ella se puso a llorar de nuevo. Con cada sollozo, el cuerpo entero le temblaba, pero en esta ocasión, las lágrimas eran una combinación de miedo y alivio.

—¿Cómo te llamas? —Hunter oyó que le preguntaba Rey-T.

—Becky —respondió entre sollozos.

—Te pondrás bien, Becky. Te vamos a sacar de aquí —dijo Rey-T, ayudándola a levantarse, pero las rodillas le flojeaban. Sin perder tiempo, la tomó de la cintura antes de que se derrumbara en la silla.

—Con calma… aún tienes las piernas débiles. Tenemos que hacerlo despacio. —Volvió la atención hacia uno de sus hombres—. Busca algo para taparla.

Los ojos del hombre registraron la habitación en busca de algo de ropa o algo que sirviera, pero no encontró nada.

—Tome esto. —Hunter reconoció a Jerome. Se quitó la camisa y se la dio a Rey-T. La gigantesca camisa sobre el pequeño cuerpo de la mujer casi parecía un vestido.

—No te pasará nada, Becky. Todo ha terminado ya.

La voz de Rey-T adquirió un tono diferente.

—Llévala arriba, métela en el coche y no la dejes sola —gritó Rey-T a alguien.

Hunter se escondió a toda prisa detrás de los sacos de cemento haciendo el mínimo ruido posible, las sombras lo ayudaban a ocultarse. A través de una apertura entre los sacos, Hunter vio a un hombre enorme salir de la habitación. Del brazo iba Becky con la mirada petrificada.

—Conmigo estarás a salvo, Becky —la tranquilizó con voz delicada.

Hunter esperó a que hubieran desaparecido en el pasillo y se acercó un poco más.

—¿Así que crees en Jesús, no? —preguntó Rey-T con voz furiosa conforme se acercaba al hombre desnudo con el tatuaje.

No hubo respuesta.

Hunter vio a Rey-T darle un golpe en la espalda con la culata de madera de su escopeta de doble cañón. El hombre cayó al suelo. De manera instintiva, el más bajo de los tres hombres secuestrados se volvió en un acto de reacción, pero antes de que pudiera hacer ningún movimiento, Jerome lo golpeó en la cara con una metralleta Uzi automática. La sangre salpicó la pared. Dos dientes rebotaron en el suelo.

—¿Quién mierda te ha dicho que te muevas? —La voz de Jerome fue un grito de rabia.

¡Maldición! Steven no bromeaba cuando me dijo que tenían un pequeño arsenal, pensó Hunter.

—¿Cuántos años tenía esa chica, veintiocho, veintinueve? —Rey-T volvió a golpear al hombre que había en el suelo, esta vez con una fuerte patada en el estómago—. Levántate y date la vuelta, saco de mierda. —Rey-T se paseó de un lado a otro enfrente del asustado hombre.

—¿Sabéis quién soy? —La pregunta pendió en el aire antes de que el más bajo de los tres asintiera.

Rey-T lo miró con asombro. Con voz sosegada continuó.

—¿Sabes quién soy y aun así te llevas a una de mis chicas, la violas, la torturas y la matas?

No hubo respuesta.

—Chico, acabas de elevar el término estúpido a la máxima potencia. Ustedes dos… desnúdense —ordenó a los dos hombres que aún estaban vestidos.

Volvieron la mirada atrás con expresión confusa.

—¿Están sordos, carajo? Ha dicho que se desnuden —les ordenó Jerome, dándole un puñetazo en el estómago al que llevaba gafas de sol.

—¡Vaya! Ella habría necesitado una lupa, chicos —dijo Rey-T mirando sus cuerpos desnudos—. No me extraña que tengan problemas para conseguir una mujer. Átalos a las sillas, como hacen ellos con sus víctimas.

Clic. Hunter oyó el sonido inconfundible del percutor de una semiautomática detrás de él. Una milésima de segundo más tarde, sintió el frío cañón presionándole la nuca.

—Ni se te ocurra moverte —le ordenó la voz.