SESENTA Y CUATRO

R

ey-T recogió la escopeta y se acercó a la puerta junto a Jerome. Se quedó rígido. Sus ojos examinaron la nueva habitación cuidadosamente.

—¿Qué carajo…? —susurró—. Hunter, ven a echar un vistazo a esto.

Lentamente se unió a ellos.

La nueva habitación estaba en mejores condiciones que la habitación donde se encontraban ellos. El techo estaba pintando de azul y decorado de forma similar a un millón de estrellas fluorescentes. Las paredes eran aún más coloridas y mostraban una tremenda variedad de dibujos; dragones, magos, caballos, duendes… En la pared del fondo una serie de estantes de madera ofrecían una impresionante colección de juguetes; muñecas, coches, guerreros, y había muchos más juguetes esparcidos por el suelo. A la izquierda de la puerta había un caballito de balancín. En la pared oeste había una videocámara montada en un trípode.

Hunter sintió que el corazón le apretaba el pecho. Sus ojos abandonaron la habitación y cayeron sobre la cara de perplejidad de Rey-T.

—Niños —susurró Hunter. La rabia en su voz era tan nítida como un grito.

Los ojos de Rey-T parecían pegados a la decoración de la habitación. Necesitó al menos treinta segundos para poder mirar a Hunter.

—¿Niños? —Su voz se apagó—. ¿Niños? —vociferó, regresando a la primera habitación. La tristeza de su interior se transformó en pura rabia.

—Esto es una putada, hombre —dijo Jerome negando con la cabeza.

—¿Le hacen esto a niños? ¿Qué clase de cabrones enfermizos son? —les preguntó a los tres hombres atados. Su baladronada encontró silencio, sus ojos no encontraron los de nadie.

La mirada de Hunter cayó sobre los tres hombres desnudos. Simplemente, ya no le importaba.

—Déjame que te diga algo, detective Hunter. —La voz de Rey-T temblaba de la rabia—. Me he criado en las calles. Toda mi vida he tratado con cabrones. Si hay algo que he aprendido es que aquí tenemos nuestra manera de hacer las cosas. A la gran mayoría de hijos de puta no les importa que los apresen. La cárcel es un campamento de vacaciones. Es como su hogar lejos del hogar. Dentro tienen sus bandas, sus drogas y sus putas. No se diferencia mucho de lo que tienen fuera. Pero se cagarían por la pata abajo si supieran que la ley de la calle llama a sus puertas. Aquí fuera, nosotros somos juez, jurado y verdugo. Esto no te concierne ni a ti ni a tus leyes. Pagarán por lo que le hicieron a Jenny, y tú no te vas a interponer entre nosotros.

Había algo más en su voz que rabia. Hunter sabía que tenía razón. Para Rey-T, Jenny era algo más que una de sus chicas.

Hunter se giró y miró a los tres hombres atados a las sillas de metal. Ellos lo miraron con sonrisas insolentes, como sabiendo que tenía que arrestarlos, era el protocolo, era lo que la poli tenían que hacer.

Hunter se sentía cansado. Ya había tenido bastante. Ni siquiera tendría que estar allí. Aquello no tenía nada que ver con el Asesino del Crucifijo. Aquello era problema de Rey-T.

—Qué le den por el culo al protocolo —susurró Hunter—. Yo nunca he estado aquí.

Rey-T asintió hacia Hunter y lo observó enfundar el arma y dirigirse en silencio hacia la puerta.

—¡Espere! —le gritó el tipo del tatuaje—. No puede irse. Es un poli, maldición. ¿Qué pasa con los derechos humanos?

Hunter no se detuvo. Ni siquiera volvió la vista atrás cuando cerró la puerta.

—¿Derechos? —le preguntó Rey-T con una sonrisa animada—. Nosotros te vamos a dar tus derechos… la extremaunción.

—¿Qué hacemos con el lugar… y con ellos? —indicó Jerome con un movimiento de cabeza hacia los hombres.

—Quémalo, pero ellos vienen con nosotros. Tenemos que sacarles el nombre del cabecilla.

—¿Hablarán?

—Vaya que si hablarán, te lo prometo. Si lo que les va es el dolor sodomita, es lo que le daremos… durante un periodo de diez días. —La sonrisa diabólica en los labios de Rey-T incluso estremeció a Jerome.

* * *

De nuevo en el coche, Hunter permaneció con la mirada fija en sus manos temblorosas, resistiendo una sensación de agonía e intranquilidad. Era detective. Se suponía que tenía que defender las leyes y acababa de saltárselas. El corazón le decía que había hecho lo correcto, pero su conciencia no pensaba lo mismo. Las palabras de Rey-T aún resonaban en sus oídos. Aquí fuera, nosotros somos juez, jurado y verdugo. De repente, Hunter dejó de respirar.

—Claro —dijo con voz trémula—. De eso lo conozco.