SESENTA Y SEIS
H
unter condujo despacio, sin prestar atención a los insultos que el resto de conductores le gritaban por la ventana cuando le iban adelantando.
Estacionó delante del edificio de su apartamento y apoyó la cabeza en el volante durante un momento. El dolor de cabeza había empeorado y sabía que las pastillas no le harían ningún efecto. Antes de salir del coche, miró el móvil por si tenía alguna llamada perdida o algún mensaje. Un ejercicio inútil, ya que estaba seguro de que no tenía ninguno. Había dado instrucciones a todos los del hospital de que le informaran al segundo si García recobraba la conciencia, pero algo le decía que no ocurriría esa noche.
Entró en su apartamento vacío y cerró la puerta, apoyando su dolorido cuerpo en ella. La soledad devastadora del salón lo entristeció aún más.
Con el cerebro medio entumecido, fue hasta la cocina, abrió el frigorífico y se quedó mirándolo con los ojos en blanco durante unos segundos. El cuerpo debería pedirle a gritos comida, ya que no se había llevado nada a la boca en todo el día, pero no tenía nada de hambre. En realidad, se moría por una ducha. Lo ayudaría a relajar la tensión de los músculos, pero tendría que esperar. Lo primero era un escocés doble.
Intentó tomar una decisión mientras miraba las botellas del minibar durante varios segundos; Aberlour, treinta años. Llenó la mitad del vaso y optó por no ponerle hielo esta vez. Cuanto más fuerte, mejor, se dijo para sí mismo, hundiéndose en el maltrecho sofá. El efecto del fuerte licor al tocar sus labios resultaba estimulante. Los pequeños cortes que tenía en la boca le ardían, pero recibió la sensación con gusto; un dolor agradable.
Apoyó la cabeza en el respaldo, pero se obligó a no cerrar los ojos. Tenía miedo de las imágenes que se ocultaban tras los párpados. Pasó un par de minutos mirando al techo, dejando que el sabor fuerte de la malta le entumeciera la lengua y boca. No tardó en saber que le entumecería el cuerpo entero.
Se levantó y fue a la ventana. Fuera, la calle estaba en silencio. Giró y miró el salón de nuevo. Poco a poco el cuerpo se iba relajando. Le dio otro trago al whisky y miró el móvil una vez más pulsando algunos botones para asegurarse de que funcionaba bien.
En la cocina, dejó el vaso encima de la mesa y se sentó. Se reclinó en la incómoda silla de madera y se pasó las manos por la cara con fuerza. Al hacerlo, oyó un débil crujido que provenía del pasillo que daba al dormitorio. Un escalofrío de miedo le atravesó el cuerpo a una velocidad extraordinaria. Había alguien allí.
Hunter se levantó y de inmediato sintió cómo la cocina le daba vueltas. Las piernas le flojeaban y se apoyó en la encimera para no caerse. Cuando la confusión se afianzaba, fijó la mirada en el vaso vacío de la mesa. Drogado.
Antes de derrumbarse en el suelo de la cocina, sus ojos se centraron en una figura oscura que se movía hacia él.