CUARENTA Y CUATRO

W

ashington Square se encuentra al final de la playa en el Boulevard Washington, justo frente a la carretera de Venice Beach. Es sede de varios bares y restaurantes conocidos, incluyendo The Venice Whaler. Los lunes por la noche no son los días más concurridos, pero el lugar estaba lleno de actividad, rodeado por una colorida multitud de jóvenes en pantalón corto y camisetas playeras. La atmósfera era tan relajante como agradable. Era fácil ver por qué a Isabella le gustaba tomarse una o dos copas en aquel bar.

Hunter y García llegaron al bar a las cinco y media. A las seis y media habían hablado con casi todos los miembros del personal, incluyendo los dos chefs y el friegaplatos, pero • con cuanta más gente hablaban, la frustración era mayor. Con pelo largo o corto, con barba o sin barba, daba igual. Nadie parecía haber visto a alguien que se pareciera a ninguno de los retratos robots.

Tras hablar con el personal al completo, Hunter y García decidieron preguntar a algunos clientes, pero su suerte no cambió y a Hunter no le sorprendió. El asesino era demasiado cuidadoso, estaba demasiado preparado, no se arriesgaba, y Hunter tenía la sospecha de que elegir víctimas potenciales fuera de bares populares y muy concurridos no era su estilo; era demasiado peligroso, se tendría que exponer demasiado, había muchos factores que no podía controlar.

Le dejaron una copia del retrato al manager y fueron al siguiente bar de la lista; Big Dean’s Café. El resultado fue un calco de lo que había sucedido en el Venice Whaler. Nadie recordaba haber visto a alguien que se pareciera a ninguna de las imágenes.

—Esto se va a convertir en una búsqueda inútil —comentó García, visiblemente molesto.

—Bienvenido al mundo de la persecución de psicópatas —dijo Hunter con una sonrisa—. Esto es lo que hay. La frustración en una parte importante del juego. Vas a tener que aprender a tratar con ella.

Eran las ocho en punto cuando llegaron al tercer y último bar de la lista por aquel día: el Rusty’s Surf Ranch, un bar en el que el tema principal era la madera de haya. Tras la pequeña barra, un único camarero servía alegremente a la ruidosa multitud de clientes.

Hunter y García se acercaron a la barra, atrayendo la atención del camarero. Media hora más tarde, le habían preguntado las mismas preguntas y enseñado las mismas fotografías a todo el personal. García no podía ocultar su decepción.

—Tenía la esperanza de que esta noche tuviéramos suerte… —Pensó mejor lo que había dicho—. Bueno, puede que no suerte, pero algún tipo de avance —dijo, frotándose los cansados ojos.

Examinó el restaurante en busca de un lugar en el que sentarse. Afortunadamente, un grupo de cuatro personas estaba a punto de marcharse y dejar una mesa libre.

—¿Tienes hambre? Yo podría comer algo, vamos a pillar un sitio. —Señaló la mesa vacía y ambos se dirigieron hacia ella.

Echaron un vistazo al menú en silencio y a Hunter le costó trabajo decidirse.

—La verdad es que me muero de hambre. Podría comerme la mitad del menú.

—Apuesto a que podrías. Yo no tengo tanta hambre, solo tomaré una ensalada César —dijo García indiferente.

—¡Ensalada! —La voz de Hunter mostraba sorpresa—. Eres como una niña grande. —Pide comida de verdad, ¿no? —le exigió con firmeza.

A regañadientes, García volvió a abrir el menú.

—Está bien, pediré ensalada César con pollo. ¿Mejor así, mamá?

—Y algunas costillas a la barbacoa para acompañarla.

—¿Estás intentando que aumente kilos? Es demasiada comida.

—¿Intentando que aumentes kilos? Eres una niña grande —dijo Hunter riendo.

La camarera se acercó para apuntar el pedido. Aparte de la ensalada César y las costillas, Hunter también pidió una hamburguesa californiana y calamares fritos para él y dos cervezas. Se quedaron sentados sin decir una palabra, el ojo atento de Hunter iba de mesa en mesa, fijándose en cada uno de sus ocupantes durante unos segundos. García miró a su compañero durante un minuto y puso los dos codos en la mesa echando el cuerpo hacia adelante, le habló en voz baja, como si le estuviera susurrando un secreto.

—¿Pasa algo?

Hunter desvió la mirada hacia García.

—No, todo va bien —dijo con voz tranquila.

—Estás mirando a todas partes como si hubieras visto algo o a alguien.

—Ah, eso. Lo hago cuando estoy en un lugar público, es como un ejercicio que hago desde mis días en psicología criminalista.

—¿En serio… como qué?

—Solíamos hacer juegos, íbamos a restaurantes, bares, clubs, lugares así, y por turnos, elegíamos un sujeto entre la multitud, lo observábamos a él o a ella durante unos minutos e intentábamos sacar su perfil lo mejor que podíamos.

—¿Solo observándolos durante un minuto o así?

—Sí, eso.

—Demuéstramelo.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Solo quiero ver cómo funciona.

Hunter dudó un instante.

—Está bien, elige a alguien.

García miró alrededor del ajetreado bar, pero sus ojos se dirigieron a la barra. Dos atractivas mujeres, una rubia y otra morena, tomaban un trago juntas. La rubia era de lejos la más habladora de las dos. García eligió.

—Justo allí, en la barra. ¿Ves a las dos chicas que están solas? La rubia.

La mirada de Hunter cayó sobre su nuevo sujeto. Observó sus movimientos corporales y oculares, sus manías, su forma de hablar, su forma de reír. Tardó solo unos minutos en dar comienzo a su evaluación.

—Está bien, sabe que es atractiva. Está muy segura de sí misma y le gusta atraer la atención, se esfuerza en ello.

García levantó la mano derecha.

—Espera, ¿cómo lo sabes?

—Lleva ropa muy reveladora en comparación con la de su amiga. Hasta ahora, se ha pasado la mano por el pelo cuatro veces, el gesto «fíjate en mí» más común, y de vez en cuando se mira en el espejo que hay detrás del estante de las botellas de la barra.

García observó a la chica rubia un rato.

—Tienes razón. Acaba de mirarse en el espejo otra vez.

Hunter sonrió antes de continuar.

—Sus padres son ricos y está orgullosa de ello. No hace ningún esfuerzo por ocultarlo y sabe en qué gastarse el dinero.

—¿Por qué dices eso?

—Bebe champagne en un bar en el que el noventa por ciento de los clientes piden cerveza.

—A lo mejor está celebrando algo.

—No —dijo Hunter seguro de sí mismo.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque está bebiendo champagne y su amiga está bebiendo cerveza. Si estuviera celebrando algo, su amiga también estaría bebiendo champagne. Y no han brindado. Siempre se brinda cuando celebras algo.

García sonrió. Hunter prosiguió.

—Su ropa y su bolso son de diseño. No ha guardado las llaves del coche en el bolso, ha preferido dejarlas en la barra a plena vista, y la razón para ello es probablemente, porque el llavero es el emblema de alguna marca de coches prestigiosa, como BMW o algo por el estilo. No lleva anillo de casada y, aun así, es demasiado joven para estarlo o para tener un trabajo bien pagado, así que el dinero tiene que venir de alguien más.

—Por favor, continúa. —García empezaba a disfrutar del ejercicio.

—Tiene un diamante incrustado con forma de W en el collar. Diría que se llama Wendy o Whitney, dos de los nombres favoritos que empiezan con W para padres ricos en Los Ángeles. Le encanta flirtear, estimula su ego aún más, pero prefiere hombres maduros.

—Ok, ya te has pasado.

—No, solo le sigue el contacto visual a hombres maduros, ignorando el flirteo de chicos más jóvenes.

—Eso no es verdad. No para de mirar al chico que hay de pie a su lado, y a mí me parece bastante joven.

—No lo mira a él. Mira el paquete de tabaco que lleva en el bolsillo de la camisa. Probablemente, no hace mucho que ha dejado de fumar.

García tenía una extraña sonrisa en la boca cuando se levantó.

—¿Adónde vas?

—A comprobar lo bueno que eres realmente. —Hunter vio que García se dirigía a la barra.

—Disculpe, ¿no tendrá un cigarrillo por casualidad, verdad? —dijo, acercándose a las dos mujeres pero dirigiendo su pregunta a la rubia.

La chica le ofreció una encantadora y agradable sonrisa.

—Lo siento, pero dejé de fumar hace dos meses.

—¿En serio? Yo también lo estoy intentando. No es fácil —dijo García devolviéndole la sonrisa. Llevó la mirada a las llaves que había en la barra—. ¿Conduces un Mercedes?

—Sí, lo tengo solo hace un par de semanas. —Su emoción era casi contagiosa.

—Son muy bonitos, ¿es un Clase-C?

—Un SLK descapotable —contestó orgullosa.

—Gran elección.

—Lo sé. Me encanta el coche.

—Por cierto, me llamo Carlos —dijo, extendiendo la mano.

—Yo me llamo Wendy y mi amiga Bárbara. —Señaló a su amiga morena.

—Ha sido un placer conocerlas. Disfruten de la noche —dijo con una sonrisa antes de volver a la mesa con Hunter.

—Ahora estoy más impresionado que antes —le comentó mientras se sentaba—. Una cosa tengo clara, nunca jugaré al póquer contigo —dijo riendo.

Mientras García había estado probando las habilidades descriptivas de Hunter, la camarera volvió con la cena.

—¡Guau!, tenía más hambre de lo que pensaba —dijo García tras terminar las costillas a la barbacoa y la ensalada César. Hunter seguía con la hamburguesa. García esperó a que terminara—. ¿Cómo es que te hiciste policía? Me refiero a que podrías haber sido psicólogo criminal, ya sabes… haber trabajado para el FBI o algo por el estilo.

Hunter dio otro trago a la cerveza y se limpió la boca con una servilleta.

—¿Crees que trabajar en el FBI es mejor que trabajar como detective de Homicidios?

—No estoy diciendo eso —aseveró García—. Lo que quiero decir es que pudiste elegir y te decidiste por ser detective de Homicidios. Conozco a muchos polis que matarían por tener una oportunidad para trabajar con los federales.

—¿Tú lo preferirías?

Los ojos de García no huyeron de la mirada de Hunter.

—Yo no, no me preocupan demasiado los federales.

—¿Y por qué?

—Para mí son solo un puñado de polis pretenciosos que se creen mejores que nadie simplemente porque llevan trajes negros baratos, gafas de sol y auriculares.

—El día que te conocí pensé que querías ser agente del FBI. Llevabas un traje barato. —En la expresión de Hunter había una sonrisa desdeñosa.

—¡Ey!, el traje no era nada barato. Me gusta ese traje, es el único que tengo.

—Sí, lo podría haber imaginado. —La sonrisa desdeñosa se convirtió en sarcástica—. Al principio creí que terminaría siendo psicólogo criminalista. Ése habría sido el movimiento lógico tras mi tesis.

—Sí. Había oído que eras una especie de niño prodigio, un genio en lo que hacías.

—Termine la escuela antes de lo normal —dijo Hunter, restándole importancia.

—¿Y es verdad que escribiste un libro que el FBI utiliza como guía de estudio?

—No era un libro. Era mi tesis. Pero sí, la convirtieron en un libro, y lo último que he oído es que el FBI lo utiliza.

—Eso es impresionante —dijo García poniendo el plato a un lado—. ¿Y qué te hizo no convertirte en analista criminalista del FBI?

—Me pasé toda la infancia inmerso en los libros. Era todo lo que hacía cuando era joven: leer. Supongo que empecé a aburrirme de la vida académica. Necesitaba algo un poco más emocionante —dijo Hunter, revelando solo la mitad de la verdad.

—¿Y el FBI no era lo bastante emocionante? —le preguntó García con sonrisa burlona.

—Los analistas criminalistas del FBI no son agentes de campo. Trabajan detrás de una mesa metidos en una oficina. No es el tipo de emoción que buscaba. Además, no estaba preparado para perder la poca cordura que me quedaba.

—¿Qué quieres decir?

—No creo que el cerebro humano sea lo suficientemente fuerte para realizar el viaje de convertirse en psicólogo criminalista en la sociedad de hoy en día y salir ileso. Todo el que decide someterse a ese tipo de presión tiene que pagar inevitablemente el precio, y el precio es muy alto.

García parecía un poco confuso.

—Mira, básicamente hay dos escuelas, dos teorías principales en lo que respecta a la psicología criminal. Algunos analistas creen que la maldad es algo inherente a ciertos individuos, creen que hay gente que nace con ella, como una disfunción cerebral que los lleva a cometer actos de crueldad obscenos.

—¿Te refieres a que creen que es como un trastorno, una enfermedad?

—Correcto. —Hunter continuó—. Otros creen que lo que provoca que una persona pase de ser un individuo civilizado a convertirse en un sociópata son una serie de acontecimientos y circunstancias que afectan a la vida de la persona. En otras palabras, si durante tu juventud has estado rodeado de violencia, si de niño abusaron de ti o te maltrataron, lo más probable es que se refleje en tu vida adulta convirtiéndote en una persona violenta. ¿Me sigues hasta ahora?

García asintió, apoyándose en la silla.

—Está bien, así que hablando mal y rápido, el trabajo de un analista criminalista es el de procurar entender por qué un criminal actúa como tal, cómo funciona, cuáles son sus impulsos. Los psicólogos criminalistas intentan actuar como lo haría el delincuente.

—Bueno, me imagino que es demasiado.

—Bien. Por lo tanto, si el analista puede conseguir pensar como un criminal, entonces, puede que tenga la oportunidad de predecir el próximo paso del criminal, pero el único modo en el que puede hacerlo es sumergiéndose profundamente en cómo cree que es la vida del criminal. —Hizo una pausa para darle un buen trago a la cerveza—. Descartemos la primera teoría porque, si ser violento es una enfermedad, no hay nada que podamos hacer. No hay modo alguno de volver en el tiempo y reproducir la agresividad de un delincuente o los abusos sufridos durante su infancia, así que lo único que le queda es el presente del delincuente, y aquí viene el primer paso de un analista. Intentar adivinar cómo pudo haber sido su vida. Dónde vivió, los lugares a los que iba, las cosas que hacía.

—¿Adivinar?

—Así es la psicología criminalista, únicamente adivinar basándose en los hechos y pruebas encontrados en la escena del crimen. El problema es que cuando seguimos los pasos de criminales trastornados durante mucho tiempo, actuando como ellos, pensando como ellos, sumergiéndonos tan profundamente en el interior de sus oscuras mentes, eso inevitablemente deja cicatrices… cicatrices mentales. De tal modo que, en ocasiones, el analista criminal pierde el hilo del control.

—¿Qué control?

—El control que evita que se conviertan en personas como ellos. —Hunter apartó la mirada por un momento. Cuando volvió a hablar su voz era de tristeza—. Ha habido casos… psicólogos criminalistas que han trabajado en casos de agresores sexuales sádicos que han acabado obsesionados con el sexo sádico, o al contrario, han acabado siendo sexualmente deficientes, el simple hecho de pensar en el sexo era suficiente para ponerlos enfermos. Otros que han trabajado en casos de asesinatos brutales se han vuelto violentos y abusivos. Algunos han llegado más lejos, llegando a cometer asesinatos brutales. El cerebro humano sigue siendo todo un misterio, y si abusamos de él durante mucho tiempo… —No hizo falta que Hunter terminara la frase—. Así que elegí abusar de mi cerebro de un modo diferente, haciéndome detective de Homicidios. —Sonrió y terminó el resto de la cerveza.

—Sí, y eso es un abuso. —Ambos rieron.

* * *

A un kilómetro y medio del Rusty’s Surf Ranch, un hombre bien vestido contemplaba su reflejo en el espejo de cuerpo entero que había en la entrada del vestíbulo del restaurante El Belvedere. Llevaba un traje italiano hecho a medida, zapatos recién cepillados y una peluca rubia que le iba a la perfección. Las lentillas otorgaban a sus ojos una sombra de color verde inusual.

Desde su posición podía verla sentada en la barra del bar con una copa de vino tinto en la mano. Estaba muy atractiva con aquel vestido negro.

¿Estaba nerviosa o ilusionada? No podía saberlo.

Todo aquel tiempo en el supermercado, todos aquellos meses trabajándosela, llenándola de mentiras, haciendo que confiara en él. Esa misma noche, las mentiras darían su fruto. Siempre lo hacían.

—Hola, señor, ¿ha quedado con alguien o cenará solo esta noche?

En silencio miró fijamente al metre durante unos segundos.

—¿Señor?

Volvió a mirarla una vez más. Sabía que sería perfecta.

—¿Señor?

—Sí, he quedado con una amiga. Aquella señorita de la barra —contestó finalmente con una agradable sonrisa.

—Muy bien, señor, sígame, por favor.