CINCUENTA Y CUATRO
A
Jerome le quedaba una parada más, una persona más a la que ver antes de volver a casa y afrontar otra noche de pesadilla. Rey-T le había encomendado un trabajo y solo uno: encontrar a quienes se habían llevado a Jenny.
Había visto morir a gente de diferentes maneras, muchos de ellos bajo sus propias manos, y nunca le había preocupado. Sus rostros moribundos nunca se consumieron en sus recuerdos, pero las escenas del DVD que había visto en la limusina de Rey-T jamás lo abandonaron. Le costaba trabajo conciliar el sueño, comer. La echaba de menos. Jenny era su chica favorita. Siempre estaba sonriendo, siempre era muy positiva. Daba igual lo complicada que la situación pudiera ser, siempre veía el lado positivo, lo divertido.
Jerome llevaba en ello casi cuatro semanas. Llamó pidiendo favores a todos los despreciables contactos clandestinos que tenía en las calles. Toda información lo llevaba a otro saco de mierda. El más reciente de su lista era un yonqui de los bajos fondos llamado Daryl.
La red de inmundicias que rodeaba la industria de las películas snuff estaba muy bien tejida. Nadie parecía saber nada, o si alguien lo sabía, no hablaba. La información que le habían dado a Jerome era que Daryl no estaba involucrado en películas snuff, pero que podría haberse encontrado con algo que pudiera darle alguna pista. Daryl vivía en las calles y dormía en cualquier agujero que le ofreciera un refugio donde pasar la noche. Esa noche compartía las lujosas ruinas de un edificio medio derruido al sur de Los Ángeles con otros cuantos yonquis sin hogar. Todo lo que Jerome tenía que hacer era encontrarlo.
Esperó pacientemente, observando el edificio desde una distancia segura. Le habían dado una buena descripción de Daryl, pero parecía que todos los que había por allí se parecían bastante. La ventaja que tenía Jerome era que Daryl medía un metro noventa y cinco y eso lo hacía un objetivo fácil de divisar.
No fue hasta la una de la madrugada que Jerome vio una extraña y alta figura cruzar la calle y moverse entre el edificio en ruinas. Rápidamente, Jerome aumentó el ritmo para alcanzarlo.
—¡Daryl!
El hombre se detuvo y giró para mirar a Jerome. Tenía la ropa sucia y rota, y la cabeza rapada llena de cicatrices y costras. Era obvio que no se había afeitado ni duchado en varios días. Parecía asustado.
—¿Quién quiere saberlo?
—Un amigo.
El hombre miró a Jerome de pies a cabeza. Jerome iba vestido de forma informal; había cambiado su habitual traje de mil dólares por una camiseta y unos vaqueros azules, pero aún seguía yendo bien vestido para esa zona de la ciudad.
—¿Qué clase de amigo? —preguntó el tipo alto, retrocediendo un paso.
—Uno que puede ayudarte —dijo Jerome, sacándose del bolsillo una bolsa de celofán con algún tipo de polvo marrón en el interior. La observó con los ojos encendidos por la emoción.
—¿Qué quieres tío? —le preguntó, aún escéptico.
—Quiero saber si eres Daryl o no.
—Y si lo soy, ¿me darás esa bolsa?
—Depende de si me cuentas lo que necesito saber.
El tipo alto se acercó y Jerome vio lo débil que parecía. Resultaba obvio que Jerome podría sacarle la información a golpes en cualquier momento.
—¿Eres poli, tío?
—¿Te parezco un poli? —Jerome siempre se había preguntado por qué la gente le hacía esa pregunta; como si un «secreta» fuera a decir: «Sí, me has pillado, soy poli».
—Hoy en día, cualquiera puede ser un poli.
—Bueno, yo no lo soy. ¿Eres Daryl o no?
El tipo alto dudó unos segundos; seguía con los ojos clavados en la bolsa con el polvo marrón.
—Sí, lo soy.
¡Vaya! El poder del soborno, pensó Jerome.
—Bien, entonces podemos hablar —dijo volviendo a guardar la bolsa de celofán en el bolsillo.
La mirada de Daryl se entristeció como la de un niño que ha perdido un caramelo.
—¿De qué quieres hablar?
—De algo que sabes.
Daryl volvió a mostrar una mirada dubitativa.
—¿Y qué es lo que se supone que sé?
Jerome sintió un atisbo de hostilidad en la voz de Daryl. Hacía falta un poco más de soborno.
—¿Tienes hambre? A mí me vendría bien algo de comida y una taza de café. Hay un café veinticuatro horas justo al doblar la esquina. ¿Qué te parece si hablamos allí? Yo invito.
Daryl dudó un segundo antes de asentir.
—Ok, café y comida estaría bien.
Caminaron en silencio, Daryl siempre dos pasos por delante de Jerome. Llegaron al vacío café y se sentaron en una mesa al fondo. Jerome pidió café y tortitas y Daryl una hamburguesa doble con queso y patatas fritas. Jerome comió con tranquilidad, pero Daryl la devoró.
—¿Quieres otra? —le preguntó Jerome en cuanto Daryl hubo terminado. Daryl se bebió la última cerveza de raíz y eructó con fuerza.
—No gracias. Estoy lleno. ¿Qué es lo que querías saber?
Jerome se reclinó sobre la silla con apariencia relajada.
—Necesito información de algunas personas.
—¿Gente? ¿Qué tipo de gente?
—No muy agradable.
Daryl se rascó su densa barba y a continuación su curvada nariz.
—Todos los que conozco encajan en esa categoría —dijo con media sonrisa.
—Por lo que he oído, no conoces a esta gente, solo sabes dónde puedo encontrarlos.
Daryl levantó las cejas.
—Tienes que decirme algo más, tío.
Jerome se echó hacia adelante y puso las dos manos en la pequeña mesa. Esperó a que Daryl hiciera lo mismo.
—¿Sabes lo que es una película snuff? —le susurró.
Daryl se sobresaltó y estuvo a punto de tirarle el café a Jerome.
—Que te folien, hombre. Sabía que esto era una mierda. No sé nada de eso.
—Yo no he oído lo mismo.
—Bueno, pues has oído mal. ¿Quién carajo te lo ha dicho?
—Eso no importa. Lo que importa es que necesito saber lo que sabes.
—Yo no sé nada, tío —dijo, gesticulando con fuerza y evitando la mirada de Jerome.
—Mira, hay dos modos de hacer esto. —Jerome hizo una pausa y sacó la bolsa de celofán que le había enseñado antes a Daryl—. Puedes decirme lo que sabes y te daré diez como de éstas.
Daryl cambió de posición.
—¿Diez?
—Correcto.
Eso era más heroína de la que jamás había tenido. Incluso podría vender un poco y sacarse algo. Se pasó la lengua por los labios cortados.
—No estoy metido en eso, hombre.
—No he dicho que lo estuvieras. Solo necesito saber lo que sabes.
Daryl empezó a sudar. Necesitaba un chute.
—Los tipos que tratan con esa mierda… son hijos de puta muy malos, hombre. Si descubren que he dicho algo, soy hombre muerto.
—Si yo doy primero con ellos, no tendrás que volver a preocuparte por ellos.
Daryl se pasó las manos por la boca con tensión, como si se estuviera secando algo.
—Supongo que la otra manera de hacerlo es dolorosa, ¿verdad?
—Para ti… sí.
Daryl respiró hondo y exhaló el aire lentamente.
—Está bien, no sé ni nombres ni nada.
—No necesito nombres.
—Sabes, hace tiempo que la suerte no me ha acompañado. —Daryl hablaba con voz baja y triste—. No todos los días como algo que no sean las sobras de otros. Si pudiera darme una ducha todos los días, lo haría, pero no es tan fácil cuando estás acabado. La mayoría de veces tengo que dormir a la intemperie, así que cualquier lugar me sirve, pero si puedo encontrar un sitio cubierto, mucho mejor.
Jerome escuchaba.
—Hace unos meses, iba colocado y borracho, y terminé en una vieja fábrica abandonada o algo por el estilo en Gardena.
—¿Gardena? Eso está a las afueras de la ciudad —lo interrumpió Jerome.
—Bueno, me muevo mucho, una de las ventajas de no tener hogar. —Daryl forzó una alegre sonrisa—. Al fondo del edificio principal aún se puede encontrar parte de una sala techada, así que esa noche me tiré allí. El sonido de un coche que se acercaba me despertó. No tengo ni idea de qué hora era, tarde supongo, aún estaba oscuro. En cualquier caso, debido a la curiosidad, miré por un agujero de la pared para ver lo que pasaba.
—¿Qué viste?
—A cuatro tipos sacando de una furgoneta a una mujer maniatada.
—¿Dónde la llevaron?
—A la parte de atrás, por un pequeño y sucio camino. Tenía curiosidad, así que los seguí. No sabía que en aquel edificio había una zona subterránea, pero la hay. Hay una enorme puerta de hierro oculta detrás de unas matas altas al final del camino. Esperé cinco minutos antes de seguirlos.
—¿Y?
—El sitio era asqueroso, lleno de ratas y cagadas, y olía a alcantarilla.
Viniendo de Daryl, Jerome pensó que aquello no tenía precio.
—Lo tenían todo preparado, tío. Luces, cámaras y cosas así. La habitación estaba hecha una mierda, las paredes estaban llenas de agujeros, así que era fácil verlo todo sin ser visto.
—¿Qué hacían?
—Bueno, creía que grababan una peli porno, tío. Ataron a la chica a una silla. Pataleaba y gritaba, resistiéndose que daba gusto, pero le dieron de golpes. Dos de los tipos estaban con la cámara y los otros dos con la chica. Pero no era una peli porno, tío. —La voz de Daryl se atenuó—. Cuando terminaron de golpearla y putearla, se pusieron a rajarla. La trincharon como a una calabaza para Halloween, y no eran efectos especiales. —Tenía la mirada perdida, como si aún pudiera ver las imágenes de aquella noche—. Se pusieron a reír, hombre, como si acabaran de jugar un partido de baloncesto. Era enfermizo.
—¿Qué hiciste?
—Me entró el pánico, pero sabía que si hacía algún ruido, yo sería el próximo. Así que mientras limpiaban todo aquel lío, regresé sigilosamente y me escondí en la vieja fábrica hasta que amaneció. Jamás volví allí, hombre.
—¿Pero te acuerdas de dónde está?
—Claro que si me acuerdo —dijo asintiendo lentamente.
—Venga, vamos. —Jerome sacó de la cartera un billete de veinte y lo dejó en la mesa.
—¿Vamos dónde?
—A Gardena. A la vieja fábrica.
—¡Guau!, hombre, no dijiste nada de volver allí.
—Lo digo ahora.
—No sé, hombre. Te he dicho lo que sabía, ése era el trato. ¿Me he ganado las bolsas, no?
—Si las quieres, tienes que llevarme allí.
—No es justo, hombre, ése no era el trato.
—El trato ha cambiado —dijo Jerome con seriedad.
Daryl sabía que no tenía elección. Necesitaba un chute; y mucho.
—Está bien, tío, pero si esos hijos de puta están allí, por mis muertos que me quedo en el coche.
—Solo quiero ver dónde está.