CINCUENTA Y DOS

A

las ocho de la tarde en punto, el doctor Winston se preparaba para acabar su jornada y volver a casa cuando recibió la llamada de Hunter. El bote de desodorante en spray y el cepillo tenían que ser analizados para buscar huellas y ADN.

Hunter sabía que los resultados de las pruebas tardarían cinco días, puede que tres si las acompañaba con una etiqueta de muy urgente, pero el análisis dactilar podría estar esa misma noche. El doctor Winston le dijo que los esperaría.

Hunter se alegraba de no tener que estar en la sala del sótano donde se guardaban los dos cuerpos de las víctimas. El edificio del forense lo hacía sentirse incómodo, pero la sala del sótano le daba escalofríos. El laboratorio forense estaba localizado en la primera planta y el doctor Winston le había pedido a Ricardo Pinheiro, uno de los analistas forenses, que se quedara para ayudarlo con el análisis dactilar. Hunter le dio a Ricardo el desodorante y observó cómo le aplicaba el polvo dactilar de dióxido de titanio. El alto índice de reflexión del polvo contra la suave superficie del metal del desodorante hizo reacción casi de inmediato, revelando varias huellas dactilares ocultas.

Ricardo quitó el polvo sobrante del desodorante y procedió a transferir las huellas en varios portaobjetos de celofán.

—A simple vista, yo diría que probablemente tenemos tres juegos de huellas. —Ricardo raramente se equivocaba. Puso los portaobjetos de celofán en el microscopio más cercano y continuó con el análisis.

—Sí, tres juegos diferentes, pero hay uno que predomina —dijo tras un minuto en el microscopio.

—Examinemos primero el juego de huellas predominante —dijo el doctor Winston—. ¿Puedes transferirlas al ordenador?

—Claro —dijo Ricardo, cogiendo los portaobjetos y llevándolos a uno de los vídeo-microscopios. Sacó una foto de cada una de las huellas y el programa informático de fotoanálisis mostró una fotografía aumentada de las huellas en la pantalla del ordenador.

—¿Quieres que compruebe las huellas con la base de datos de criminalística? —preguntó Ricardo.

—No, compruébala con ésta. —El doctor Winston le dio un pendrive con la imagen digital de la huella de la primera víctima.

Ricardo cargó la imagen en el disco duro del ordenador y con unos clics de ratón tuvo las dos imágenes, una al lado de la otra, en el programa informático. Hizo clic en el botón «comparar».

En las fotografías de las huellas aparecieron varios puntos rojos. En menos de cinco segundos, el programa mostró las palabras «Coincidencias Positivas» en la parte inferior de la pantalla.

—Sí, son de la misma persona —confirmó Ricardo.

—Es oficial, por fin tenemos una coincidencia con nuestra víctima —dijo el doctor Winston—. A todo esto, ¿quién era?

—Se llama Victoria Baker. Canadiense… llevaba cuatro años viviendo en Los Ángeles —contestó García.

Hunter tenía la mirada fija en las imágenes de las huellas del ordenador.

—Compararemos las otras dos huellas con la base de datos de la policía por si las moscas —dijo finalmente, obviamente molesto por algo. Hasta que regresaron al coche de García no volvió a hablar.

—Hemos vuelto al punto de partida en lo que respecta a la conexión entre víctimas. Esto jode nuestra teoría de «fiesta de sexo». Lo más probable es que George Slater jamás oyera hablar de Vicki Baker.

García se pasó las dos manos por la cara y se frotó los ojos.

—Lo sé.

—Tenemos que averiguar dónde la secuestraron. El lugar puede darnos alguna pista, pero no conseguiremos una orden hasta mañana.

García estaba de acuerdo.

—También tenemos que ponernos en contacto con su familia en Canadá y decírselo.

Hunter asintió lentamente. Era la única tarea de la que podían prescindir.

—Lo haré esta noche —dijo Hunter.

Conforme García estacionaba el coche junto al edificio del Departamento de Robos y Homicidios, Hunter se preguntó si parecería tan cansado y derrotado como su compañero.

—Hablaré con el capitán Bolter de la orden. Con suerte la tendremos a primera hora de la mañana —dijo Hunter—. Te veré aquí sobre las diez y media, primero tengo que intentar conseguir otra lista de pacientes de un hospital más.

García apoyó la cabeza en el reposacabezas y respiró hondo.

—Vete a casa, novato —dijo Hunter echando un vistazo al reloj—. Aún no son ni las nueve. Pasa la noche con tu mujer. Lo necesitas y lo sabes. Esta noche no tenemos nada más que hacer.

Siempre había algo que hacer en la oficina, pero Hunter tenía razón. No había nada más que esa noche pudieran conseguir. García pensó en lo que había pasado la noche anterior con Anna y no le vendría mal llegar a casa antes de que se acostara al menos una vez por semana. Llevaban semanas trabajando con un horario de casino, sin saber nunca qué hora era. Un pequeño descanso sería bienvenido.

—Sí, Anna me agradecerá que esta noche esté en casa.

—Eso es verdad —dijo Hunter mostrando su conformidad—. Compra flores de camino a casa. No un ramo barato, uno bonito. Recuerda, comprarle un regalo a alguien es indicador de tus conocimientos sobre la personalidad de alguien, así que cómprale algo que sepas que le gusta —dijo con una sonrisa tranquilizadora.