OCHO

A

Rey-T no le hacía mucha gracia que alguna de sus chicas desapareciera. Hacía tres días que Jenny había salido del Vanguard Club y desde entonces no había sabido nada de ella. T-Rey no era violento con sus chicas y eso lo diferenciaba del resto de proxenetas de Los Ángeles. Si alguna de ellas decidía que ya había tenido suficiente y quería dejarlo, a él no le importaba, siempre y cuando no se fueran a trabajar con otro proxeneta o se escaparan con su dinero.

Encontrar chicas nuevas era el aspecto más sencillo de su trabajo. Todos los días llegaban a Los Ángeles cientos de chicas hermosas en busca del sueño Hollywoodense. Todos los días, cientos de sueños se hacían añicos al estamparse con la dura realidad de la ciudad de Los Ángeles. Era solo cuestión de saber a qué chica acercarse. Las desesperadas y fracasadas; las que necesitaban un chute. Las que ansiaban el estilo de vida que Rey-T les ofrecía. Si alguna de sus chicas quería dejarlo, todo lo que tenía que hacer era decirlo y su recambio estaría justo a la vuelta de la esquina.

Rey-T envió a su propio guardaespaldas, Jerome, a que averiguara qué le había ocurrido a Jenny. ¿Por qué no había llamado? Lo peor de todo: ¿por qué no había acudido a su cita con un cliente aquella noche? Rey-T no toleraba que dejaran colgado a un cliente. No le daba buena imagen al negocio, e incluso los negocios sucios dependen de la formalidad. Rey-T tenía la sospecha de que algo no iba bien. Jenny era su chica más formal y estaba seguro de que lo habría llamado si se hubiera metido en algún problema.

La verdad era que sentía debilidad por Jenny. Era una chica muy dulce, siempre con una sonrisa en la cara y un sentido del humor fantástico, cualidades que la habían hecho llegar muy lejos en su especialidad. Cuando Jenny empezó a trabajar con Rey-T le dijo que solo haría el trabajo hasta que consiguiera dinero suficiente para poder valerse por sí misma. Respetaba su determinación, pero ahora era una de sus chicas más rentables, una elección muy popular entre los ricos y asquerosos cabronazos que formaban su lista de clientes.

Cuando Jerome regresó, Rey-T estaba haciendo sus ejercicios matinales, veinticinco largos en una piscina del tamaño de la mitad de una olímpica.

—Jefe, me temo que tengo malas noticias. —Jerome tenía pinta de estar asustado. Era un afroamericano con el pelo a lo afro y una nariz torcida que le habían roto tantas veces que Jerome había perdido la cuenta. Medía un metro noventa y dos y pesaba ciento cincuenta kilos. Tenía la mandíbula cuadrada y dientes blancos como el algodón. Jerome tenía condiciones para haberse convertido en el campeón mundial de los pesos pesados, pero un accidente de coche casi lo deja paralizado de cintura para abajo. Tardó casi un año en poder andar bien de nuevo. En aquel momento, sus posibilidades para el título desaparecieron. Terminó trabajando de guardia de seguridad especial en un club nocturno de Hollywood. Rey-T le ofreció un trabajo y un sustancial aumento de sueldo cuando lo vio encargarse con una sola mano de un grupo de siete jugadores de fútbol americano que una noche andaban en busca de camorra.

Rey-T salió de la piscina, cogió un albornoz limpio con la palabra «Rey» en letras grandes y doradas en la espalda y se sentó en una mesa junto a la piscina, donde el desayuno lo aguardaba.

—No es eso lo que quiero oír, Jerome. No quiero empezar el día con malas noticias. —Se sirvió un vaso de zumo de naranja—. Sigue, negro, suéltalo. —Su voz sonaba tan calmada como siempre. Rey-T no era el tipo de persona que pierde los nervios fácilmente.

—Bueno, me dijiste que fuera a ver la casa de Jenny, que investigara por qué había desaparecido unos cuantos días.

—¿Y?

—Bien, parece que no solo ha desaparecido del club, jefe, simplemente ha desaparecido.

—¿Qué cojones se supone que significa eso?

—Parece que tampoco ha estado en su casa en los últimos días. El conserje del edificio tampoco la ha visto.

Rey-T dejó el vaso de naranja y examinó a su guardaespaldas durante unos segundos.

—¿Qué hay de sus cosas? ¿Seguían en el piso?

—Todo, vestidos, zapatos, bolsos, incluso el maquillaje. También tenía las maletas apiladas en el armario. Si se marchó, fue a toda hostia, jefe.

—No tenía nada de lo que huir —dijo Rey-T mientras se servía un vaso de café.

—¿Tiene novio?

—¿Si tiene qué? —le preguntó poniendo cara de «no me lo puedo creer»—. Puedes hacerlo mejor, negro. Ninguna de mis chicas mantiene relaciones, no es bueno para el negocio.

—A lo mejor conoció a alguien en el Vanguard esa noche.

—¿Y qué?

—No sé. A lo mejor fue a su casa.

—Ni de coña. Jenny no hace regalitos de promoción.

—Puede que el tipo le gustara.

—Es una puta, Jerome. Acababa de terminar una semana de cinco noches de trabajo. Lo último que querría sería irse a la cama con alguien.

—¿Clientes privados?

—¿Qué has dicho? Todas mis chicas saben lo que les pasaría si me enterara de que intentan montar un negocio paralelo. Jenny no es de ese tipo, no es tan estúpida.

—A lo mejor está con una amiga. —Jerome le ofreció más opciones.

—Te lo vuelvo a decir, no es su estilo. Es una de mis chicas desde hace ¿cuánto?, ¿tres años casi? Jamás me ha dado problemas. Siempre llega a tiempo a sus citas. No, Jerome, esto es más complicado, algo no va bien.

—¿Cree que pueda estar en problemas?, financieros, quiero decir. Con el juego o algo por el estilo.

—Si lo está, no me lo diría, eso lo sé. Pero no se largaría así.

—¿Qué quiere que haga, jefe?

Rey-T le dio un trago al café pensando en las opciones.

—Primero, comprueba los hospitales —dijo finalmente. Tenemos que averiguar si le ha pasado algo.

—¿Cree que alguien pueda haberle hecho daño?

—Si alguien se lo ha hecho… el hijo de puta está muerto.

Jerome se preguntaba quién sería tan estúpido como para hacerle daño a una de las chicas de Rey-T.

—Si en los hospitales no hay nada, tendremos que verificarlo con la policía.

—¿Llamo a Culhane?

El detective Mark Culhane trabajaba para la División de Narcóticos del Departamento de Policía de Los Ángeles. Además, estaba en la nómina de Rey-T.

—No es que sea una lumbrera, pero supongo que tendremos que hacerlo. Adviértele de que no se ponga a merodear como si fuera un perro. Por el momento, quiero mantenerlo «en secreto».

—Entendido, jefe.

—Primero los hospitales, si no sacas nada, llámalo.

Jerome asintió y dejó que su jefe terminara el desayuno.

Rey-T dio un bocado a la tortilla, pero se le había quitado el apetito. Después de diez años como traficante, había desarrollado olfato para los problemas y algo no le olía bien. No solo lo conocían bien en Los Ángeles, sino que también le temían. Una vez, alguien cometió el error de dar una bofetada en la cara a una de sus chicas. A ese alguien lo encontraron tres días después en una maleta; le habían separado el cuerpo en seis partes, cabeza, torso, brazos y piernas.