TREINTA Y CUATRO

H

unter se sirvió otro vaso de café de la máquina de la oficina. García había llevado una marca especial de café brasileño importado directamente del estado de Minas Gerais. El café molido era más fino que el de la mayoría de marcas más conocidas y estaba tostado a una temperatura inicial más baja para evitar que se quemara y para darle un sabor más fuerte pero también más suave. Hunter se pasó a ese café de inmediato.

Le dio un trago al líquido oscuro y se unió a García, que estaba mirando el tablón cubierto por las fotografías. La de George Slater era la última.

—¿Qué escondía? —preguntó García con los dedos pulgar e índice en el labio inferior.

—Una cosa está clara, los martes por la noche no había partida de póquer —comentó Hunter.

—¡Ajá! ¿Pero qué hacía? Mi principal corazonada era que engañaba a su mujer, pero…

—Pero dado que mencionó lo de la carrera de galgos…

—Exacto, y no fue coincidencia. El asesino lo sabía.

—Lo sé. Entonces, ¿había empezado a jugar otra vez o el asesino conocía su pasado?

—No lo sé, pero tenemos que averiguarlo.

—Como dijo Lucas, las carreras de perros son ilegales en California, ¿no? —preguntó Hunter.

—Sí, ¿por qué?

—¿Podemos averiguar cuál es el estado más cercano donde son legales?

—Sí, es fácil, dame un minuto. —García volvió a su mesa y se sentó delante del ordenador. Tras unos cuantos clics gritó el resultado—. Arizona.

Hunter se mordió el labio pensativo.

—Está muy lejos. Si George iba al canódromo, tenía que ser un lugar donde pudiera ir en coche o donde pudiera ir y volver en la misma noche. Arizona queda descartada.

—Así que si había empezado a jugar otra vez, lo hacía por Internet o por teléfono.

—Lo que significa que el asesino no lo escogió en un canódromo.

—Tenemos que averiguar dónde estaba la noche que lo secuestraron. Sabemos que Jenny estaba en el night-club —dijo García, levantándose de nuevo.

—Tenemos que volver a interrogar al tipo alto, delgado y con entradas con el que hablamos en Tale & Josh, ¿cómo se llamaba?

—Peterson, Peterson no sé qué. ¿Por qué él?

—Porque sabe más de lo que nos ha contado.

—¿Cómo lo sabes?

Hunter sonrió a García, confiado.

—Mostró todos los síntomas de alguien nervioso. Evitaba el contacto visual, le sudaban las palmas de las manos, lo inquietaban todas las respuestas y no dejaba de morderse el labio cada vez que lo presionábamos con una pregunta directa. Confía en mí, sabe más de lo que nos dijo.

—¿Una visita sorpresa a su casa, entonces?

Hunter asintió con una sonrisa retorcida.

—Hagámoslo mañana domingo. A la gente siempre se la pesca con la guardia baja los domingos.

García tenía los ojos puestos en las fotografías de nuevo. Había algo más que lo consumía.

—¿Crees que se conocían?

La pregunta llegó sin esperar y Hunter se tomó un momento para pensarla.

—Quizá. Era una prostituta de alto standing. Si engañaba a su mujer, y eso sigue siendo una gran posibilidad, está claro que tenía dinero para permitírsela.

—Eso es exactamente lo que yo estaba pensando.

—Así que será mejor que lo averigüemos también, y sé a quién preguntárselo.

—¿A quién? Rey-T no nos va a dar la lista de clientes de Jenny y estoy seguro de que no estás pensando en la montaña de músculos de su guardaespaldas.

—No, se lo preguntaremos a una de las chicas de Rey-T.

García no había pensado en ello.

—De todas formas, ¿qué tenemos de nuestra primera víctima hasta ahora? ¿Hemos podido conseguir su expediente? —preguntó Hunter.

—No exactamente. —García volvió a su mesa. Hunter nunca había visto un despacho mejor organizado. Tres montones de papeles se apilaban colocados ordenadamente a la izquierda del monitor del ordenador. Tenía todos los bolígrafos y lápices en botes codificados por colores. El teléfono estaba perfectamente alienado con el fax y no había ni una mota de polvo. Nada parecía fuera de lugar. Todo acerca del compañero de Hunter sugería organización y eficiencia.

—Farnborough no es un nombre muy común, pero lo bastante para dificultar las cosas —siguió García—. Rey-T no supo decirnos a ciencia cierta de dónde era. Mencionó Idaho y Utah, así que lo utilice como punto de partida. La búsqueda inicial mostró treinta y seis Farnboroughs en los dos estados. Me he puesto en contacto con los sheriffs de todas las ciudades en las que he encontrado a una Farnborough, pero hasta ahora no ha habido suerte.

—¿Y si Rey-T estaba equivocado con lo de Utah e Idaho? —preguntó Hunter.

—Bueno, entonces nos espera una búsqueda muy larga. Probablemente huyó de dondequiera que fuera buscando convertirse en una nueva estrella de Hollywood.

—¿No lo hacen todas? —dijo Hunter.

—Lamentablemente no le funcionó, así que termino siendo prostituta, trabajando para el cabronazo de Rey-T.

—Bienvenido al sueño de Hollywood.

García asintió.

—¿Entonces, no la podemos identificar vía ADN?

—No hasta que localicemos a la familia.

—Y obviamente, no hubo éxito con el archivo dental.

—No después del trabajo que le hizo el asesino.

Pasaron un minuto en silencio, con la mirada puesta en las fotografías. Hunter terminó el café antes de mirar el reloj: 5:15. Cogió la chaqueta del respaldo de la silla y comprobó los bolsillos como siempre.

—¿Te vas? —preguntó García medio sorprendido.

—Llego tarde a una cena, y de todas formas, creo que necesitamos desconectarnos del caso aunque sea unas horas. Deberías irte a casa con tu mujer, cenar, sacarla un rato, echar un polvo… pobre mujer.

García rió.

—Lo haré, solo quiero ver unas cosas más antes de irme. ¿Una cena, eh? ¿Es guapa?

—Es preciosa. Muy sensual —dijo Hunter encogiéndose de hombros.

—Bueno, pásalo bien. Te veo mañana. —García empezó a revisar algunos archivos. Hunter se detuvo junto a la puerta, se dio la vuelta y se quedó observando a su compañero. Hunter ya había visto esa escena antes. Era como mirar atrás en el tiempo, la única diferencia era que él estaría sentado en la silla de García y Scott sería quien estaba junto a la puerta. Sintió en García la misma pasión por el éxito, la misma hambre de verdad que ardía en su interior, el mismo deseo que casi lo llevó a la locura, pero a diferencia de García, él aprendió a controlarla.

—Vete a casa, novato, no merece la pena, seguiremos mañana.

—Diez minutos, eso es todo. —García le guiñó un ojo a Hunter antes de volver a poner su atención en el ordenador.