VEINTICINCO
H
unter llegó a Weyburn Avenue a la una en punto. La calle era un hervidero de estudiantes universitarios en su pausa del mediodía buscando el menú más barato que pudieran encontrar. Hamburgueserías y pizzerías parecían ser la elección preferida. No le llevó demasiado tiempo encontrar el restaurante Pancett. Estaba escondido entre un Pizza Hut Express y una librería.
La entrada del restaurante estaba gratamente decorada con flores y plantas vistosas, todas con tonos rojos, verdes y blancos. El lugar era pequeño y parecía el típico restaurante italiano. Un olor fuerte, pero agradable, a queso provolone mezclado con braseola y salami, recibía a los clientes.
Hunter esperó un momento en la entrada, observando a los camareros moverse entre las mesas. Curioseó la sala entera con la mirada. Isabella aún no había llegado. El metre le mostró una mesa en un rincón junto a una ventana. Según iba caminando, dos mujeres, no mayores de veinticinco años, lo siguieron con la mirada. Hunter no pudo evitar darse cuenta y les devolvió el cumplido con una sonrisa seguro de sí mismo que, a su vez, se encontró con la tímida risita y el sensual parpadeo de una chica de cabello oscuro.
Puso la chaqueta en el respaldo de la silla y se sentó mirando hacia la entrada. Como de costumbre, miró el teléfono móvil por si tenía alguna llamada perdida o algún mensaje; no había nada. Pidió una Coca-cola Light y echó un vistazo rápido al menú. Se preguntaba si reconocería a Isabella. Lo que recordaba del fin de semana era bastante confuso.
Los acontecimientos del día anterior aún resonaban en su cabeza. ¿Por qué una carrera de galgos? ¿Si el asesino quería jugar, por qué no una carrera de caballos o la ruleta o algo más común? ¿Había algún significado escondido detrás de todo? Y, como el capitán había dicho, ¿por qué había empezado el asesino a jugar ahora? ¿Culpabilidad? ¿Arrepentimiento? Hunter no se lo tragaba. La camarera, que acababa de servirle la bebida en un vaso con hielo, interrumpió sus pensamientos. Conforme daba el primer trago, puso su atención en la puerta del restaurante.
Con una vestimenta informal, blusa blanca de algodón por dentro de unos vaqueros de color azul desgastados y ajustados, botas altas negras y un cinturón a juego, Isabella iba más guapa de lo que recordaba. El cabello largo y oscuro le caía por los hombros y sus ojos color verde oliva tenían una chispa intrigante.
Hunter levantó la mano para atraer su atención, pero Isabella ya lo había visto sentado junto a la ventana. Con una sonrisa agradable fue hasta la mesa. Hunter se levantó y, cuando estaba a punto ofrecerle la mano para un saludo convencional, Isabella se inclinó y le dio dos besos, uno en cada mejilla. Llevaba un delicado perfume con aroma a cítrico. Esperó a que se sentara antes de regresar a su silla.
—¿Lo has encontrado fácilmente? —le preguntó con voz alegre.
—Sí, ningún problema. Parece un buen restaurante —dijo mirando a todas partes.
—Oh, lo es, confía en mí. —Volvió a sonreír—. La comida de aquí es muy… sabrosa.
Touché, pensó.
—Lo siento. La frase no quedó muy bien ayer. A veces, mi cerebro va más rápido que mis labios y no me salen las palabras que me gustarían.
—Está bien. Me hizo gracia.
—Entonces, ¿trabajas en la universidad? —Hunter cambió de tema.
—Sí.
—¿Departamento de Medicina o de Biología?
Por un instante, Isabella se quedó desconcertada.
—De hecho, investigación Biomédica. Espera, ¿cómo lo has sabido? ¡Oh, Dios! Dime que no huelo a formaldehído. —Sutilmente, se llevó la muñeca derecha a la nariz.
Hunter rió.
—No. Para ser honesto, hueles genial.
—Gracias, eso es muy bonito. Pero dime, ¿cómo lo has sabido?
—En realidad, por observación —dijo, quitándole importancia.
—¿Observación? Cuéntame más, por favor.
—Simplemente, me fijo en cosas en las que la mayoría de la gente no se fija.
—¿Cómo qué?
—Justo encima de la muñeca derecha tienes una leve marca —dijo moviendo la cabeza hacia sus manos—. Como si hubieras llevado una goma ajustada en las dos muñecas. El residuo de polvo blanco alrededor de las cutículas es similar a la harina de maíz, que, como sabes, se utiliza en los guantes quirúrgicos. Supongo que has llevado guantes todo el día.
—¡Guau! Muy impresionante. —Se miró las manos durante un par de segundos—. Pero el polvo de los dedos podría ser tiza. Lo que significa que podría ser profesora en la Universidad. Y podría enseñar cualquier asignatura, no solo biomedicina —dijo retando a Hunter.
—Es un tipo de polvo diferente —contestó rápidamente con convicción—. La harina de maíz es mucho más fina y más difícil de quitar con agua, por eso la llevas en las cutículas y no en los dedos. Además, la tienes en las dos manos. Así que, a no ser que seas profesora ambidiestra, me quedo con la teoría de los guantes quirúrgicos.
Isabella lo miró en silencio. Una sonrisa nerviosa se le dibujó en los labios.
—El otro signo revelador es que la Facultad de Medicina de la UCLA está justo al doblar la esquina —dijo con un nuevo movimiento de cabeza.
Isabella dudó por un instante.
—¡Vaya! Eres bueno. He llevado guantes toda la mañana.
—Como he dicho, es solo observación. —Hunter sonrió, feliz, en secreto, de haberla impresionado.
—¿Has dicho que enseñas? No parece que seas profesora.
—He dicho que podría ser profesora, pero ahora me ha entrado la curiosidad, ¿cómo debería ser alguien que es profesor? —preguntó con una risita.
—Bueno, ya sabes… más viejo, calvo, gafas gruesas…
Isabella rió y se pasó la mano por el cabello, haciéndoselo a un lado pero dejando que el flequillo le cayera parcialmente sobre el ojo izquierdo.
—En la UCLA incluso puedes encontrar el tipo de profesor que hace surf. Pelo largo, tatuajes, piercings. Algunos incluso vienen a clase con chanclas y pantalones cortos.
Hunter rió.
El camarero volvió para tomar nota de lo que querían.
—Signorina Isabella, ¿come sta?
—Va bene, grazie, Luigi.
—¿En qué puedo servirles? —preguntó con un fuerte acento italiano.
Isabella no necesitaba mirar la carta para decidirse, sabía exactamente lo que quería.
—¿Qué me recomiendas? —preguntó Hunter, haciendo un esfuerzo por ser él quien eligiera.
—¿Te gustan las olivas, el pepperoni y los piñones?
—Sí, bastante.
—Está bien, entonces trae penne Pazze, es magnífico —dijo, señalando hacia el menú.
Hunter aceptó la sugerencia y la complementó con una ensalada pequeña de rúcula y parmesano. Pensó en pedir pan de ajo, pero lo desestimó; no es el mejor plan cuando tienes una cita. Los dos optaron por no tomar vino, ya que tenían que volver a trabajar.
—¿Qué me dices de ti? ¿Qué tal va el trabajo? —le preguntó.
—Como siempre, solo un día más —dijo jugando con el cuchillo para el pan.
—Apuesto que no es fácil ser detective en Los Ángeles.
Hunter levantó la mirada y miró fijamente a Isabella.
—¿Cómo sabes que soy detective?
Ahora le tocaba a Isabella clavarle la mirada.
—¿Eh? —Hizo una pausa y se pasó los dedos por el flequillo—. ¿Estás bromeando?
La expresión de Hunter le hizo saber que no lo estaba.
—¿El fin de semana pasado? ¿En mi apartamento?
No obtuvo ninguna reacción por su parte.
—¿Recuerdas algo de aquella noche? Del bar fuimos a mi casa, te quitaste la chaqueta y lo primero que vi fue el arma. Me quedé alucinada y me enseñaste la placa diciendo que todo iba bien, que eras detective de la ciudad de Los Ángeles.
Hunter bajó la mirada avergonzado.
—Lo siento… lo cierto es que no recuerdo mucho de aquella noche… pequeños flashes, pero eso es todo. ¿Cuánto bebí?
—Bastante —dijo riendo para sí.
—¿Iba de whisky?
—Sí —asintió—. ¿Entonces, no recuerdas mucho de aquella noche?
—Muy poco.
—¿Recuerdas haberte acostado conmigo?
La vergüenza era ahora total. Una leve negación con la cabeza fue todo lo que pudo hacer.
—¡Oh, Dios! ¿Entonces, no fue memorable?
—Oh, no, no es eso. Estoy seguro de que eres increíble en la cama… —Hunter se dio cuenta de que lo había dicho más fuerte de lo que tenía intención. De repente, su conversación atrajo la atención de las mesas cercanas—. ¡Guau! No tenía que haberlo dicho.
Isabella sonrió.
—Tu cerebro va más rápido que tus labios —dijo con burla.
Luigi regresó con una botella de agua mineral y la sirvió en la copa de vino que había enfrente de Isabella. Hunter declinó el ofrecimiento indicando con la mano que estaba bien con la Coca-cola Light.
—Grazie, Luigi —dijo suavemente.
—Sifiguri, signorina —respondió con una sonrisa jovial.
Isabella esperó hasta que Luigi se hubo marchado.
—Tengo que admitir que tu llamada telefónica de ayer me sorprendió.
—Sorprender a la gente es una de las mejores cosas que hago —contestó Hunter, apoyándose en la silla.
—No estaba segura de qué hacer. No sabía si realmente querías verme o tan solo meterte en mis pantalones otra vez.
Hunter sonrió. Admiraba su atrevimiento.
—Y por eso optaste por una cita rápida para comer. Es más fácil llegar a algo más en una cita para cenar.
—Quedar para comer es más seguro —confirmó Isabella.
—Además, querías evaluarme.
—¿A qué te refieres? —Se hizo la tonta.
—Ambos bebimos más de lo que teníamos intención la noche que nos conocimos. Probablemente, nuestra percepción se distorsionó en cierto sentido. Seguramente, no estabas segura de cómo era y si valía la pena una segunda cita. Una cita rápida para comer lo arreglaría todo.
Isabella se mordió el labio.
Hunter sabía que estaba en lo cierto.
—Estoy segura de que recordaba más que tú —dijo, jugando con el cabello de nuevo.
—Cierto —admitió Hunter—. Pero aquella noche fue atípica. Por lo general, no bebo hasta el punto de desmayarme y no recordar lo que ha pasado. —Le dio un trago a su Coca Light—. Entonces, ¿he pasado el test de la comida?
Isabella asintió.
—Totalmente airoso, ¿y yo?
Hunter frunció el ceño.
—Venga. Tú me estás evaluando tanto como yo. Tú mismo lo has dicho. No recordabas mucho.
Hunter disfrutaba de su compañía. Sin duda, era diferente a la mayoría de mujeres que había conocido. Le gustaba su sentido del humor, sus respuestas ácidas y su irreverencia. Ambos se miraron el uno al otro durante un instante. Hunter se sentía con ella igual de cómodo en silencio que hablando.
Luigi llegó con la pasta y Hunter observó cómo Isabella se colocaba la servilleta alrededor del cuello de su blusa como una auténtica italiana. Él hizo lo mismo.
—¡Guau!, esto está absolutamente delicioso —dijo tras el primer bocado.
—Te lo dije, es auténtica comida italiana, por eso siempre está lleno.
—Apuesto a que siempre comes aquí. Yo lo haría.
—No tanto como me gustaría. Tengo que vigilar la figura, ya sabes. —Se miró la cintura.
—Bueno, lo que sea que estés haciendo, funciona —dijo con una sonrisa.
Antes de que Isabella tuviera tiempo de darle las gracias por el cumplido, el teléfono de Hunter sonó. Sabía que era de mala educación dejar el teléfono encendido en el restaurante, pero no tenía otra opción.
—Perdona —dijo medio avergonzado mientras se llevaba el teléfono al oído. A Isabella no parecía importarle.
—Detective Hunter al teléfono. —Oyó un débil clic.
—Ve a Camp Road en Griffith Park. Antes de llegar al final verás una curva cerrada a la derecha, no sigas recto, coge la pequeña carretera hacia el sur hasta llegar a unos árboles grandes. Allí encontrarás un Mercedes Bend Clase-M. He dejado el resultado del juego de ayer en el interior.
Antes de que Hunter tuviera oportunidad de decir algo, la voz robótica colgó. Hunter levantó los ojos hacia Isabella. No tenía que ser adivina para saber que algo no iba bien.
—¿Algo va mal? —le preguntó preocupada.
Hunter respiró hondo antes de responder.
—Tengo que irme… lo siento.
Isabella vio levantarse a Hunter y coger la chaqueta de la silla.
—Siento de verdad tener que salir corriendo otra vez.
—Está bien, confía en mí, lo entiendo. —Isabella se levantó, dio un paso y lo besó en las mejillas.
Hunter sacó dos billetes de veinte dólares de la cartera y los dejó en la mesa.
—¿Te parece bien si te llamo algún día?
—Por supuesto. —Con una sonrisa de inseguridad, Isabella lo vio salir a toda prisa del restaurante.