CUARENTA Y SEIS

S

ubió los escalones de la sala VIP preguntándose por qué le había tocado hacer de cartero. La zona era un enjambre de celebridades de segunda categoría. Pietro llegó hasta la última mesa de la derecha, la de Rey-T, sorteando la ruidosa multitud. Jerome, que estaba de pie a unos centímetros de su jefe, ya se había fijado en el camarero de pelo largo.

—¿Hay algún problema?

—Alguien ha dejado esto en la barra —dijo Pietro, dándole el paquete al exboxeador, que lo miró con mirada interrogante.

—Espera aquí.

Pietro vio cómo el saco de músculos se dirigía a la mesa que tenía a sus espaldas, se inclinaba y le susurraba algo a su jefe mientras le daba el paquete. Unos segundos más tarde le hicieron una señal para que se acercara. Sabía que no tenía motivos para estar nervioso, pero podía sentir cómo el corazón se le cerraba en un puño.

—¿De dónde lo has sacado? —le preguntó Rey-T sin levantarse.

—En la barra. Alguien lo dejó allí.

—En algún momento, ¿alguien lo dejó en la barra y se marchó o te lo entregó a ti?

—Ninguna de las dos cosas. Alguien lo dejó dentro de la barra, en el suelo. Todd, el otro camarero, lo encontró.

—¿Y no ha visto quién lo dejó?

—Me ha dicho que no.

—¿Cuándo ha sido eso? ¿Cuándo lo encontró?

—Hace unos cinco minutos. Me lo dio y lo he traído directamente, pero podría llevar allí más tiempo. Teníamos mucho lío y Todd me ha dicho que lo vio porque lo pisó.

Rey-T estudió al hombre que tenía delante de él unos segundos.

—Está bien —dijo, despidiendo al camarero con un gesto de mano.

—¿Puedo abrirlo, cariño? Me encanta abrir regalos —le preguntó una de las chicas sentadas en la mesa.

—Claro, toma.

Lo abrió, arrancándole el papel rápidamente, pero su sonrisa de emoción pronto se desvaneció al descubrir el contenido.

—Es un disco —dijo poco impresionada.

—¿Qué carajo…? —Rey-T le quitó la funda de las manos, lo hojeó y lo analizó unos segundos más—. Es un DVD —dijo desinteresado.

—¡Qué lástima! Esperaba que fueran diamantes —comentó otra de las chicas.

—Hay algo dentro —dijo Jerome, fijándose en una nota pequeña de color blanco pegada al envoltorio. Rey-T la cogió y la leyó en silencio: «Lo siento».

—¿Qué dice, cariño?

—¿Por qué no se van las tres a bailar? —les ordenó Rey-T—. Vuelvan en veinte minutos o así.

Sabían que no era una petición. En silencio, las tres despampanantes chicas salieron de la sala VIP y desaparecieron rápidamente entre la marchosa multitud.

—Tenemos un reproductor de DVD en la limo, ¿no? —preguntó Rey-T, esta vez con un tono de voz más curioso.

—¡Ajá! —asintió Jerome.

—Vamos a echarle un vistazo ahora.

—Claro, jefe. —De inmediato, Jerome sacó su teléfono móvil del traje oscuro de Tallia—. Warren, trae el coche… No, aún no nos vamos, solo queremos comprobar una cosa.

A Rey-T le gustaban los coches, no era ningún secreto. Su extensa colección privada incluía modelos como el Ford GT, un Ferrari 430 spider, un Aston Martín Vanquish’S y su nueva adquisición, una limusina Hummer con capacidad para doce personas.

A los cinco minutos se encontraron con Warren en la parte trasera del Vanguard Club.

—¿Algún problema, jefe? —preguntó Warren, de pie junto a la puerta trasera del vehículo de once metros y medio.

—No, todo va bien. Tenemos que echarle un vistazo a algo. —Rey-T y Jerome se metieron en la limo y esperaron a que Warren cerrara la puerta una vez dentro.

Junto al asiento principal, un pequeño panel presentaba un surtido de botones y atenuadores que daban a su ocupante el control total de todo: ajustes y colores de luces diferentes, configuración del sistema de sonido y altavoces, y acceso a un sistema de DVD de alta definición de vanguardia y a un compartimento secreto que contenía un pequeño arsenal.

Rey-T se puso cómodo en el asiento principal y se apresuró a pulsar un botón. A su derecha, la parte delantera de un compartimento de madera se deslizó mostrando la bandeja de un reproductor de DVD. Sin dudarlo, puso el disco. El panel frontal que dividía la cabina del conductor del resto del coche se cerró deslizándose y una pantalla colosal se extendió desde el techo por todo el ancho del vehículo. La operación entera tardó menos de diez segundos.

Imágenes de baja calidad completaban la pantalla. Durante un minuto, Jerome hizo un esfuerzo por entender lo que estaba pasando.

En una habitación cuadrada, sucia, abandonada y en ruinas, una joven mujer amordazada y con los ojos vendados, aparecía atada a una silla de metal. La piel se le descubría a través de la ropa desgarrada.

—¿Qué puta mierda es esto? —preguntó Jerome, aún confuso.

—Aguanta, negro —contestó Rey-T mientras pulsaba el botón de avance rápido del DVD. Las imágenes danzaron con frenesí en la pantalla durante algunos segundos antes de que soltase el botón y se reanudase la reproducción. Ambos observaron en silencio bastante tiempo mientras abusaban de la joven chica sexual, verbal y físicamente.

—Esto es enfermizo, jefe. Alguien le está gastando una broma —dijo Jerome, apartando la vista de la pantalla y preparándose para salir del lujoso vehículo.

—Espera un segundo. —Rey-T detuvo a su guardaespaldas antes de que tuviera oportunidad de abrir la puerta. Algo no iba bien. Rey-T podía sentirlo. Volvió a pulsar el botón de avance rápido y pasó varios minutos del DVD. Cuando volvió a pulsar el botón de reproducción, la película siguió mostrando más violencia y abusos.

—Ah, mierda. Apáguelo, jefe, me está poniendo enfermo —le suplicó Jerome.

Rey-T levantó la mano, haciéndole una señal a Jerome para que se callara un segundo. Avanzó la película una vez más y la detuvo cerca de la última escena.

Conforme los dos misteriosos personajes que aparecían se preparaban para el clímax de la película, Rey-T se dio cuenta de lo que iba a pasar. Jerome seguía sin tener ni idea de lo que realmente ocurría, pero seguía con su atención puesta en la pantalla. Ambos vieron cómo le quitaban la venda de los ojos.

—¡Me cago en…! —gritó Jerome, echándose hacia atrás. La cámara se centró en el rostro de la mujer—. ¡Es Jenny! —dijo medio afirmando lo obvio, medio preguntándolo.

Rey-T se había dado cuenta de quién era la chica un minuto antes que Jerome. La rabia le rezumaba por cada poro de su cuerpo. Observaron con mórbido silencio cómo el cuchillo le rajaba el cuello como una espada Bushido cortando papel. La cámara hizo zoom en sus ojos desvalidos y moribundos; a continuación, la sangre chorreó de la herida mortal del cuello.

—¿Qué carajo está pasando, jefe? —La voz de Jerome fue un grito de excitación.

Rey-T se quedó en silencio hasta que el DVD terminó. Cuando habló, su voz era fría como el hielo.

—¿Qué crees que está pasando, Jerome? Acabamos de ver cómo torturaron y asesinaron a Jenny.

—¡Pero no puede ser! Los detectives dijeron que no tenía heridas de bala o de cuchillo, que le habían arrancado la piel de la cara a tiras. Estaban equivocados.

Jerome se llevó las manos a la cabeza.

—Es una putada, jefe.

—Escúchame. —Rey-T chasqueó los dedos dos veces para volver a atraer la atención de Jerome—. Se va a armar la de Dios. Quiero a los dos del vídeo. —Lo dijo con tanta rabia que Jerome se puso a temblar—. Quiero al hijo de puta de detrás de la cámara, quiero a quienquiera que sea el dueño de ese agujero de mierda y quiero al responsable de toda la puta operación, ¿me has oído?

—Lo he oído jefe —dijo Jerome, recobrando la compostura.

—No digas nada por la calle. No quiero ahuyentar a esos cabrones. Me da igual cuánto tengas que pagar. Me da igual cómo lo hagas.

—¿Qué pasa con los polis? —preguntó Jerome—. Creo que deberíamos decirles que la chica de la fotografía no es Jenny.

Rey-T sopesó la idea durante un instante.

—Tienes razón, pero primero quiero pillar a esos tipos. Después, me pondré en contacto con ellos.