SESENTA
H
unter salió del taxi y se quedó mirando el edificio del Departamento de Robos y Homicidios. Le dolía todo el cuerpo. Necesitaba un descanso, pero sabía que de ninguna de las maneras hubiese pasado la noche en el hospital.
Un sentimiento de culpabilidad empezaba a atormentarlo. Debería haberse quedado con García, debería haberse quedado con su compañero, ¿pero de qué habría servido? Su esposa estaba con él; estaba en buenas manos. Lo primero que haría por la mañana sería volver al hospital.
Los mareos se habían atenuado pero aún no lo suficiente para conducir hasta casa. Puede que lo que necesitara fuera una taza de café fuerte.
Cerró la puerta lentamente y se quedó mirando la habitación vacía. Su mirada recayó en el tablero lleno de fotografías. Nueve víctimas lo miraban. Nueve víctimas a las que no pudo ayudar y a las que había estado a un botón de sumar dos más.
Los recuerdos del viejo sótano volvieron y, de pronto, sintió que la habitación estaba helada. Darse cuenta de lo cerca que García y él habían estado de la muerte le dio escalofríos. Se le hizo un nudo en la garganta.
Preparó lentamente una cafetera como García le había enseñado, desencadenando un aluvión de recuerdos.
¿Por qué Carlos? ¿Por qué ir por un policía? ¿Por qué ir por su compañero y no por él? Y sin la marca del crucifijo doble en la nuca. ¿Por qué? Puede que García no tuviera que morir o puede que no hiciera falta marcar a la víctima si la explosión iba a desintegrar la habitación de todas formas. Hunter estaba seguro de que el asesino tenía una agenda preparada desde el principio y puede que el capitán tuviera razón: el asesino había conseguido lo que fuera que se hubiese propuesto hacer y Hunter era la última pieza del puzzle.
Se sirvió un café largo y se sentó en la mesa del despacho por última vez. La última lista de pacientes que había adquirido en el hospital aquella mañana aún estaba encima de la mesa. Cualquier otro día habría encendido el ordenador y hubiese empezado a buscar coincidencias en la base de datos de la policía, pero ése no era un día cualquiera, lo habían derrotado. El asesino había ganado. Ya daba igual lo que pasara, aunque los dos nuevos detectives consiguieran atrapar al asesino, Robert Hunter había perdido. El asesino había sido demasiado bueno para él.
Se tocó el labio inferior y sintió cómo le palpitaba en la punta de los dedos. Se reclinó y apoyó la cabeza en el respaldo de la silla con los ojos cerrados. Necesitaba descansar pero no estaba seguro de poder dormir. A lo mejor ésta es la noche para ponerse como una cuba, pensó. Sin lugar a dudas, eso le ayudaría.
Se masajeó las sienes preguntándose qué sería lo próximo. Necesitaba aire fresco, necesitaba salir de la oficina. Tal vez volver al Departamento de Robos y Homicidios no había sido tan buena idea después de todo; no aquella noche.
La melodía del móvil interrumpió sus pensamientos.
—Detective Hunter al habla —dijo con poco entusiasmo.
—Hunter, soy Steven.
Hunter se había olvidado del policía que seguía a Rey-T. Steven era uno de los tres hombres del equipo que tenía a Rey-T bajo vigilancia las veinticuatro horas.
—¡Oh, Dios, Steven! —dijo Hunter cerrando los ojos—. He olvidado llamar para suspender el equipo. Puedes dejar la vigilancia. Era una pista falsa.
—Gracias por decírmelo ahora —contestó Steven un poco irritado.
—Lo siento, hombre, pero ha sido un día ajetreado, no he tenido tiempo para hacer mucho.
—¿Entonces, no quieres oír lo que ha pasado esta noche?
—¿Qué ha pasado esta noche? —preguntó Hunter con interés renovado.
—No estoy seguro, pero lo que quiera que sea, es algo gordo.