CINCUENTA Y SEIS

H

unter se despertó a las cinco en punto tras otra noche problemática. Consiguió quedarse dormido en intervalos desiguales y nunca durante más de veinte minutos seguidos. El Escocés doble le sirvió de ayuda pero no lo bastante. Se sentó en la cocina para curarse el mañanero dolor de cabeza con un vaso de zumo de naranja y un par de analgésicos fuertes.

Esperaba empezar temprano, pero no a la 5 A.M. Quería conseguir al menos una lista más de pacientes antes de reunirse con Carlos en el Departamento de Robos y Homicidios. La búsqueda y constatación de fotografías de la noche anterior no dio ningún resultado, pero aún quedaban varios hospitales y clínicas de fisioterapia a las que ir, y Hunter quería ser positivo.

Supuso que tendría que caminar bastante, y eso le ofrecía la oportunidad perfecta para ponerse sus zapatos nuevos. Se dio cuenta de que le apretaban un poco por los lados mientras caminaba dándole vueltas al salón, pero sabía que uno o dos días caminando por Los Ángeles sería la solución.

La visita al siguiente hospital de la lista fue tan lenta como las del día anterior. Otra habitación pequeña y limitada, otro sistema de clasificación para cuya comprensión parecía ser necesario un criptógrafo. ¿Por qué hay ordenadores en los hospitales si nadie sabe utilizarlos?, maldijo en voz baja tras conseguir por fin la lista de pacientes que necesitaba justo a tiempo para volver al Departamento de Robos y Homicidios.

Hunter no prestó atención al hecho de que Carlos no estaba en su despacho cuando llegó a las diez y cuarto. Supuso que su compañero estaría en la planta de abajo revisando el informe diario con el capitán Bolter.

Dejó el sobre con la nueva lista de pacientes en la mesa y miró durante un minuto el tablero de corcho lleno de fotografías. Lo que necesitaba era una taza de café brasileño antes de bajar. Se fijó en que Carlos aún no lo había preparado. ¡Qué extraño!, pensó, pues era lo primero que su compañero hacía en cuanto entraba por la puerta.

Hunter preparó el café.

—¿Son zapatos nuevos? —dijo el detective Lucas en cuanto Hunter apareció en la planta de los detectives.

Hunter no le hizo caso al sarcasmo de Lucas.

La mayoría de los otros detectives levantaron los ojos de la pantalla de sus ordenadores para mirar.

—Son nuevos, ¿verdad, derrochador? —insistió Lucas.

—¿Me compro un par de zapatos cada diez años y me calientas la oreja? —le respondió Hunter con desdén.

Antes de que Lucas pudiera responder, el teléfono de Hunter sonó.

—Sí, detective Hunter al teléfono.

—Hola Robert, tengo una sorpresa para ti. ¿Has sabido algo de tu compañero últimamente?