NUEVE

C

arlos García era un joven detective que había ascendido en la policía casi con la misma rapidez que Hunter. Hijo de un agente federal brasileño y de una profesora de historia americana. Su madre y él se mudaron a Los Ángeles cuando su matrimonio se vino abajo y García contaba con solo diez años de edad. A pesar de haber vivido casi toda su vida en América, García podía hablar portugués como un nativo. Su padre, de cabello moreno, ojos marrones y piel color oliva, era un hombre muy atractivo. Su madre tenía el cabello de color rubio, ojos azul claro y piel de tonalidad europea. García había heredado de su padre el tono oliva de la piel y el cabello moreno, que se había dejado crecer un poco más de lo que a su madre le hubiese gustado. No tenía los ojos tan claros como su madre, pero sin lugar a dudas los había sacado de la familia de ella. A pesar de tener treinta y un años, García seguía teniendo un aspecto juvenil. De complexión delgada gracias a años de atletismo, su constitución era engañosa, puesto que era más fuerte de lo que nadie podría pensar.

Jennet Liams, la madre de García, hizo todo lo que estuvo en sus manos para intentar persuadirlo de que no ejerciera una carrera como agente de policía. Estar casada con un agente federal le había enseñado demasiado. Es una vida peligrosa. Pocos seres humanos pueden soportar la presión mental que la acompaña. Su familia y su matrimonio sufrieron debido a la profesión de su marido. No quería que ni su hijo ni su futura familia sufrieran el mismo destino. Pero a los diez años, García ya tenía las cosas claras. Quería ser como su héroe: su padre.

Había salido con la misma chica desde el instituto y se casaron casi inmediatamente después de licenciarse. Anna era una chica muy dulce. Un año más joven que García, con unos maravillosos ojos oscuros de color avellana y el cabello corto moreno. Su belleza era poco convencional pero, no obstante, hipnotizadora. No tenían hijos, una decisión que habían tomado juntos, al menos hasta el momento.

García trabajó dos años como detective en el Departamento de Policía de Los Ángeles, en la zona norte de la ciudad, antes de tener que tomar una decisión: un puesto en el Departamento de Narcóticos o uno en la División de Homicidios. Decidió aceptar el puesto en Homicidios.

La mañana de su primer día en el Departamento de Robos y Homicidios, García se despertó un poco antes de lo normal. Intentó hacer el mínimo de ruido posible, pero no pudo evitar despertar a Anna. Tenía que presentarse en la oficina del capitán Bolter a las ocho treinta, pero a las seis treinta ya estaba vestido con su mejor traje y matando el tiempo en su pequeño apartamento al norte de Los Ángeles.

—¿Qué tal estoy? —le preguntó después de beberse su segunda taza de café—. Es la tercera vez que me haces la misma pregunta. —Anna rió—. Estás muy bien, cariño. Tienen suerte. Se han hecho con el mejor detective de Los Ángeles —dijo, dándole un tierno beso en los labios—. ¿Estás nervioso?

García asintió y se mordió el labio inferior.

—Un poquito.

—No hay motivo. Lo harás genial.

Anna era optimista; veía el lado positivo de todo. Se alegraba por García; por fin iba a conseguir lo que quería, pero en el fondo estaba asustada. En el pasado, García había experimentado situaciones cercanas a la muerte. Se pasó cuatro semanas en el hospital cuando una bala calibre .44 le hizo añicos la clavícula. Anna se pasó una semana llorando. Conocía los peligros del trabajo y sabía que a él no le asustaba el peligro. Eso la aterrorizaba.

A las ocho y media exactas, García estaba delante de la oficina del capitán Bolter en el edificio del Departamento de Robos y Homicidios. Encontró divertido que el nombre que aparecía en la puerta fuera «KONG». Llamó tres veces.

—Adelante.

García abrió la puerta y entró.

El capitán William Bolter estaba cerca de los sesenta, pero aparentaba ser al menos diez años más joven. Era alto, fuerte como un roble y lucía una cabeza repleta de cabello plateado y un gran bigote. Ese hombre era un personaje amenazador. Si lo que decían era cierto, a lo largo de su vida había recibido doce balas. Y aún seguía en pie.

—¿Quién diablos eres tú? ¿De Asuntos Internos? —Su voz era firme pero no agresiva.

—No señor… —García se acercó y le dio su expediente—. Carlos García, señor, soy su nuevo detective.

El capitán Bolter estaba sentado en una silla de respaldo alto detrás de su mesa de madera de palo de rosa. Hojeó las hojas y puso varias veces cara de estar impresionado antes de dejarlas sobre la mesa. No necesitaba que ningún papel le dijera que García era un buen detective. No asignaban a nadie al Departamento de Robos y Homicidios si no había demostrado un alto nivel de solvencia y pericia, y por su historial, García tenía bastante.

—Impresionante… y eres puntual. ¡Buen comienzo! —dijo el capitán tras consultar rápidamente su reloj.

—Gracias, señor.

El capitán se acercó a la máquina de café que había en el rincón más alejado de la oficina y se sirvió una taza, no le ofreció a García.

—Bueno, primero lo más importante. Tienes que deshacerte de ese traje barato. Es la División de Homicidios, no un desfile de policías. Los tipos que hay ahí fuera te van a crucificar. —Señaló hacia la sala de los detectives.

García se miró el traje. Le gustaba ese traje; era su mejor traje. Su único traje.

—¿Cuántos años lleva como detective?

—Dos años, señor.

—Bueno, es extraordinario. Por lo general, un detective necesita estar al menos de cinco a seis años en el cuerpo antes de que, siquiera, se lo tenga en cuenta para el Departamento de Robos y Homicidios. O has besado muchos culos o eres la hostia. —Sin una respuesta por parte de García, el capitán prosiguió—. Bien, puede que hayas sido un buen detective en el Departamento de Policía de Los Ángeles, pero esto es Homicidios. —Bebió un sorbo de café y volvió a su mesa—. El campamento de verano se ha acabado, hijito. Esto es más duro y, sin lugar a dudas, más peligroso que cualquier cosa que hayas hecho antes.

—Entendido, capitán.

—¿Lo has entendido? —dejó clavado a García con su intensa mirada. Su voz adquirió un tono más siniestro—. Este trabajo te va a desquiciar, chico. En Homicidios vas a hacer más enemigos que amigos. Es probable que tus viejos amigos del Departamento de Policía te odien ahora. ¿Estás seguro de que esto es lo que quieres? ¿Estás seguro de ser lo bastante fuerte? Y no es a fuerza física a lo que me refiero, hijito. ¿Estás seguro de que estás preparado?

García se esperaba el discurso de «trabajo peligroso»; todos los capitanes lo hacían. Sin darle la espalda a la mirada del capitán, le respondió con voz firme y sin vacilar:

—Estoy preparado, señor.

El capitán miró a García, buscando un atisbo de miedo, falta de confianza, quizá, pero los años de experiencia juzgando el carácter de las personas le decían que el chico no estaba asustado, al menos no por el momento.

—Está bien, entonces. Ya hemos terminado con esto. Déjame que te presente a tu nuevo compañero —le dijo abriendo la puerta de la oficina—. Hunter… ven aquí. —El fuerte sonido de su voz resonó en el ajetreo de la planta.

Hunter acababa de llegar. Estaba sentado en la mesa de su despacho dándole vueltas a una taza de café solo. El dolor de cabeza por no haber dormido hizo que la voz del capitán sonara como un grupo de heavy metal. Dio con calma un trago al líquido amargo y sintió cómo le ardía en los labios y en la lengua. En los últimos meses, el insomnio de Hunter había ido a peor, avivado por pesadillas constantes. Con suerte, dormía un par de horas por noche. La rutina diaria se había vuelto apática; fuertes dolores de cabeza, café fuerte hirviendo, boca quemada y una pila de casos de segunda categoría encima de la mesa.

Hunter no llamó a la puerta, simplemente abrió la puerta y entró. García estaba de pie junto a la mesa de madera de palo de rosa.

—¡Ey! Capitán se ha equivocado de hombre, yo no tengo problemas con Asuntos Internos —dijo Hunter mordiéndose la piel de su labio superior quemado.

García volvió a mirarse el traje.

—Siéntate, Hunter, no es de Asuntos Internos. —El capitán hizo una pausa, manteniendo el suspenso unos segundos—. Te presento a tu nuevo compañero.

Al principio, los oídos de Hunter no parecieron detectar las palabras. García dio dos pasos en dirección a Hunter y le tendió la mano.

—Carlos García, es un placer conocerlo, detective Hunter.

Hunter dejó a García con la mano en el aire; de hecho, no hizo ningún movimiento a excepción de sus ojos. García podía sentir cómo Hunter lo analizaba, intentando evaluarlo.

Hunter necesitó veinte segundos para hacerse con una idea de su compañero.

—No gracias, capitán, me va bastante bien por mi cuenta.

—¡Ni hablar, Hunter! —dijo el capitán con voz serena—. ¿Qué has estado haciendo desde la muerte de Wilson?, ¿papeleo y ayudar a los del Departamento de Policía con hurtos y casos de robos insignificantes? Dame un puto respiro. De todas formas, sabías que pasaría. ¿Quién te creías que eras, Harry el Sucio? Mira, Hunter, no te voy a ir con el rollo de lo buen detective que eres y de cómo malgastas tu talento. Eres el mejor detective que he tenido bajo mis órdenes. Ves cosas que otros no ven. Un sexto sentido, intuición de detective, llámalo como quieras; nadie más lo tiene como tú. Te necesito de vuelta en Homicidios y necesito que estés despierto. Sabes que no puedo tener en la calle a un detective de Homicidios por su cuenta, va contra las reglas. En tu estado no me eres de ninguna utilidad.

—¿Y cuál es mi estado, capitán? —respondió Hunter en tono medio ofendido.

—Mírate en el espejo y lo averiguarás.

—Entonces, ¿me va a poner a un novato de compañero? —Se volvió para mirar a García—. Sin ánimo de ofender.

—No faltaba más.

—Todos hemos sido novatos alguna vez, Hunter —dijo el capitán pasándose los dedos por su bigote a lo Santa Claus—. Hablas igual que Scott cuando le dije que le iba a asignar un nuevo compañero. Al principio, odiaba tu intuición, ¿lo recuerdas? Eras joven y sin experiencia… y fíjate ahora en lo que te has convertido.

García se mordía el labio intentando no reír.

Hunter lo miró una vez más.

—Ah, ¿te parece divertido?

García ladeó la cabeza en un movimiento que decía «puede ser».

—Dime, ¿qué experiencia tienes? —le preguntó Hunter.

—He sido detective del Departamento de Policía de Los Ángeles durante dos años —respondió García con descaro.

—Ah, un chico de la ciudad.

García asintió.

—¿Por qué estás tan nervioso?

—¿Quién dice que estoy nervioso? —dijo García con voz desafiante.

Hunter sonrió al capitán Bolter con confianza.

—Llevas el nudo de la corbata demasiado apretado, pero en vez de aflojarlo, sigues dándole ligeras vueltas al cuello con la esperanza de que nadie se dé cuenta. Cuando antes quisiste estrecharme la mano, me fijé en lo sudadas que tenías las palmas. No hace demasiado calor en esta habitación, así que supongo que transpiras por los nervios. Y desde que entré en la habitación no has dejado de cambiar el peso de una pierna a otra. O tienes problemas de espalda o te sientes un poco incómodo. Y dado que no serías detective si tuvieras un problema de espalda…

García frunció el ceño y desvió la mirada hacia el capitán Bolter, quien le sonrió de forma estrafalaria.

—Una advertencia —prosiguió Hunter—. Si estás nervioso, es mejor estar sentado que quedarse de pie. Es una posición más cómoda y es más fácil esconder los tics.

—Es bueno, ¿no? —le preguntó el capitán Bolter con una sonrisita—. Aun así, Hunter, sabes que no tienes ni voz ni voto, sigo siendo el rey de esta jungla y en mi jungla o aceptas un compañero o te largas.

García entendió finalmente el nombre de la placa que había en la puerta. Esperó unos segundos antes de volver a tenderle la mano de nuevo.

—Como he dicho, Carlos García, es un placer.

—El placer es de tus nervios, chico —le respondió Hunter, dejando a García con la mano en el aire por segunda vez—. Tienes que deshacerte de ese traje barato, ¿qué te crees que es esto, un desfile de policías?