VEINTIUNO

-T

ienen el expediente de Rey-T y dicen que lo compartirán con nosotros gustosamente con una condición —dijo García conforme Hunter entraba en la oficina.

—¿Y cuál es la condición?

—Que nosotros hagamos lo mismo. Que les digamos cualquier cosa que averigüemos sobre él.

—Bueno, parece fácil.

—Eso es lo que pensé, así que les dije que teníamos un trato y que esta tarde nos pasaríamos para recoger el expediente.

—Bien.

Hunter sintió de nuevo vibrar el móvil seguido de una melodía.

—Sí, detective Hunter al teléfono.

—Hola Robert. —A Hunter se le hizo un nudo en la garganta e inmediatamente chasqueó los dedos dos veces hacia su compañero para atraer su atención.

—Hoy te voy a dar una oportunidad para que marques la diferencia.

—Te escucho.

—Estoy seguro de que lo haces. ¿Te gusta jugar, Robert?

—No si puedo evitarlo. —Hunter parecía calmado.

—Bueno, estoy seguro de que encontrarás a alguien que te ayude. Puede que tu nuevo compañero.

Hunter arrugó la cara.

—¿Cómo sabes que tengo…?

La voz metálica interrumpió a Hunter.

—En unos cuatro minutos empieza una carrera de galgos en el Canódromo del Condado de Jefferson. Quiero que elijas al ganador.

—¿Carrera de galgos?

—Exacto, Robert. Estoy poniendo la vida de alguien en tus manos. Elige al perro equivocado y muere.

Hunter y García se intercambiaron una mirada confusa y de tensión.

—Volveré a llamarte veinte segundos antes de que empiece la carrera para que hagas tu elección… estate preparado.

—¡Espera! —Pero la línea ya se había cortado.

—¿Qué te ha dicho? —le exigió García con ansiedad antes de que Hunter tuviera oportunidad de colgar el teléfono.

—¿Entiendes algo de carreras de galgos? —En el tono de Hunter había algo de desesperación.

—¿Qué?

—Carreras de perros… ¿sabes algo del tema? —le gritó con nerviosismo.

—No, jamás.

—¡Mierda! —Hunter se rascó la frente, pensativo, durante un momento—. Bajemos. —Hunter corrió hacia la puerta, no había ni un segundo que perder. García lo seguía. Bajaron los seis tramos de escaleras que había hasta la planta principal de detectives en un tiempo récord. La planta estaba casi vacía, solo el detective Lucas y el detective Maurice estaban en sus despachos.

—¿Saben algo de carreras de galgos, chicos? —gritó Hunter en cuanto cruzó la puerta. La mirada de confusión en el rostro de los detectives era uniforme.

—No hubo respuesta.

—¿Carreras de perros, alguno de ustedes apuestan en ellas? —La desesperación en el tono de Hunter era alarmante.

—Las carreras de perros son ilegales en California —dijo el detective Lucas con calma.

—Me importa un pimiento, solo quiero saber si alguno de ustedes dos sabe algo. ¿Alguno de ustedes apuesta?

—¿Qué diablos está pasando, Hunter? —El capitán Bolter había salido de su oficina para ver qué eran todos esos gritos.

—No hay tiempo para explicaciones ahora, capitán. Necesito saber si alguien de aquí apuesta en las carreras de galgos. —Hunter atisbo cierta intranquilidad en el detective Lucas—. Lucas, venga, habla —lo presionó Hunter.

—Apuesto muy de vez en cuando —dijo Lucas con timidez.

Ahora todas las miradas estaban puestas en él. Hunter se miró el reloj.

—Dentro de dos minutos y medio empieza una carrera en el Canódromo del Condado de Jefferson. Necesito acertar el ganador.

La mirada de confusión que adornaba el rostro de los detectives se convirtió en risa.

—Bueno, si fuera tan fácil, ahora no estaría trabajando, ¿no? —replicó Lucas.

—Más vale que lo hagas lo mejor que puedas o alguien morirá. —El apremio de Hunter hizo que la habitación entera se estremeciera.

De inmediato, el capitán Bolter se dio cuenta de dónde venía la impaciencia de Hunter.

—¿Cómo consigues el programa de las carreras? —le lanzó la pregunta a Lucas.

—Por Internet.

—Hazlo ahora —le ordenó el capitán, acercándose al despacho del detective.

Lucas encendió el ordenador y abrió el explorador. Le gustaba jugar, sobre todo a las carreras de caballos y perros, y tenía varios enlaces guardados en sus favoritos. Hunter, García y el capitán Bolter ya estaban al lado de Lucas. El detective Maurice fue el último en unírseles.

—Veamos, has dicho el Canódromo del Condado de Jefferson, ¿verdad?

—Sí.

—Eso está en Florida.

—¿Tengo pinta de que me importe una mierda dónde esté? Limítate a conseguir el programa, ¿ok? —El capitán Bolter explotaba de la irritación.

—De acuerdo, ahí vamos. —Con unos cuantos clics de ratón más tuvo la programación delante de él.

—¿Qué significa todo eso?

—Bueno, éstos son los números de los cajones, estos de aquí son los nombres de los perros y éstas son las probabilidades de ganar —respondió Lucas señalando en la pantalla con el dedo las diferentes secciones del programa.

—¿Y qué son todos estos números? —preguntó Hunter esta vez.

—Facciones y número de victorias, pero es muy complicado para explicarlo ahora.

—Bueno, por lo general, ¿cómo haces la selección?

—Analizo la lista, pero en este caso no tengo tiempo.

—¿Cuál es la segunda opción, entonces?

—No sé, seguir el mercado.

—¿Y eso qué quiere decir? —preguntó el capitán Bolter enfadado.

—Haciendo un resumen, esperar a que las apuestas se muevan y apostar al favorito. Por lo general, el mercado es un muy buen indicador de los resultados probables de la carrera.

—No puede ser tan fácil —dijo Hunter, conocedor de que el asesino nunca lo encauzaría en una tarea tan sencilla.

—Ése es el tema, no es nada sencillo, fíjate en las probabilidades. —Lucas señaló hacia la pantalla del ordenador—. Hay favoritos en los cajones 1,2 y 5 con exactamente la mismas probabilidades, tres a uno, y los demás perros no van muy por detrás. Ésta es una carrera muy difícil de predecir. Si pudiera elegir, nunca apostaría en una carrera como ésta.

—No puedes elegir —dijo García.

—Entonces las predicciones que tú puedas hacer son tan buenas como los mías.

—Se supone que tú eres el jugador aquí. —La conversación empezaba a salirse de tono. A esas alturas, todos se habían dado cuenta de la gravedad de la situación y los nervios empezaban a sacar lo peor de cada uno.

—Está bien, cálmense todos, hostias —ordenó Hunter—. Lucas, haz la apuesta.

Volvió a prestar atención a la pantalla del ordenador.

—A primera vista, las facciones del perro del cajón cinco parecen mejores, pero eso no significa que sea una predicción segura.

—Me gusta como se llama el perro del cajón siete —sugirió el detective Maurice.

La mirada del capitán Bolter fue suficiente para que cerrara la boca.

—¿Qué hacemos? —preguntó García con nerviosismo.

—Quizá deberíamos apostar al perro número cinco entonces —dijo Hunter, analizando rápidamente los números del programa.

—Las facciones del perro del cajón dos también son muy buenas.

—No entiendo de qué están hablando… ¿facciones? Elige un puto perro —le exigió el capitán Bolter.

—Capitán, son apuestas, si fuera tan sencillo, todos nos ganaríamos la vida con ellas.

—Nos quedamos sin tiempo —dijo Hunter con voz severa.

—Solo elige el perro que crees que tiene más posibilidades de ganar —dijo García.

El teléfono de Hunter sonó, haciendo que todos los que estaban en la habitación dieran un salto. Miró la pantalla del teléfono. Número oculto.

—Es él.

—¿Él, quién? —preguntó Lucas con curiosidad.

García se llevó el dedo índice a la boca diciéndole que mantuviera silencio.

—Detective Hunter al teléfono.

—¿Cuál es tu elección?

Hunter miró a Lucas a los ojos, levantando las cejas como preguntando: «¿Qué perro?».

Lucas lo pensó durante una milésima de segundo y levantó la mano derecha, con los cinco dedos extendidos. Hunter no veía convicción en sus ojos.

—Tres segundos, Robert.

—Cinco, el perro del cajón cinco. —La línea se cortó.

El silencio se apoderó de la habitación. Hunter no sabía nada acerca de carreras de galgos y tenía claro que el asesino era consciente de ello.

—El resultado, ¿cómo sabemos quién ha ganado? ¿Podemos ver las carreras? —La voz de García rompió el silencio.

—Depende de si la pista tiene su propia página web y de si hacen retransmisiones en directo.

—¿Podemos averiguarlo?

Lucas giró hacia el ordenador para buscar la página web del Canódromo del Condado del Jefferson Club. La encontró al momento y tan solo un segundo más tarde la tenía en la pantalla. Comprobó los enlaces de la página de presentación e hizo clic en el de «programas y resultados».

—Mierda.

—¿Qué? —preguntó el capitán Bolter.

—No podemos verla. No hacen retransmisiones en directo. Pero muestran los resultados un minuto después de que termine la carrera.

—¿Cuánto dura la carrera?

—Solo treinta o cuarenta segundos.

—¿Eso es todo? ¿Nos quedamos aquí esperando como idiotas?

—No hay nada más que podamos hacer —dijo Hunter, respirando hondo.