CATORCE

L

a oficina que el capitán Bolter les había proporcionado a Hunter y a García estaba situada en la planta más alta del edificio del Departamento de Robos y Homicidios. Era de tamaño mediano, diez metros y medio de ancho por siete metros y medio de largo, con dos mesas de despacho colocadas una enfrente de la otra en el centro de la habitación. En cada mesa había un ordenador, un teléfono y un fax. La habitación estaba bien iluminada, cortesía de las dos ventanas en la pared este y de varias bombillas dicroicas halógenas de cincuenta vatios en el techo de la oficina. Los sorprendió ver que los archivos originales del caso del Asesino del Crucifijo ya habían sido recopilados y colocados encima de sus mesas formando dos montones enormes. En la pared sur habían colgado un tablero de corcho. En él estaban clavadas las fotografías de las siete víctimas del auténtico Asesino del Crucifijo, junto con la de la nueva víctima sin rostro.

—¿No hay aire acondicionado, capitán?

El capitán Bolter se percató del sarcasmo de Hunter.

—¿Te han puesto ya al tanto de la situación? —La pregunta iba dirigida a García.

—Sí, capitán.

—Entonces, ¿eres consciente de con qué puede que estemos tratando?

—Sí —respondió García con un atisbo de inquietud en su voz.

—Está bien, encima de vuestros escritorios encontrarán todo lo que teníamos del caso antiguo —prosiguió el capitán—. Hunter, esto debe resultarte familiar. Los ordenadores tienen una conexión a Internet TI y los dos tienen una línea de teléfono y fax separada. —Se acercó a las fotografías que había en el tablero—. El caso no se discutirá con nadie de dentro o fuera del departamento. Hemos de intentar mantenerlo lo más discretamente que podamos el máximo de tiempo posible. —Hizo una pausa y miró a los dos detectives con ojos de halcón—. Cuando el caso se haga público, no quiero que nadie sepa que puede tratarse del mismo psicópata que hizo esto —dijo, señalando las fotografías de las víctimas—. Así que no quiero que nadie se refiera al caso como el del Asesino del Crucifijo. —A todos los efectos, el Asesino del Crucifijo está muerto, ejecutado hace un año. Éste es un caso nuevo, ¿queda claro?

Los dos detectives parecían niños en el colegio recibiendo una reprimenda del director. Ambos asintieron y se quedaron mirando al suelo.

—Chicos, están en esto exclusivamente, nadie más. Más vale que vivan, respiren y caguen el caso. Hasta que cojamos al asesino, y empezando desde mañana, quiero un informe con los acontecimientos del día anterior encima de mi despacho todos los días a las 10:00 a.m. —dijo el capitán Bolter mientras se dirigía hacia la puerta—. Quiero saber todo lo que sucede en el caso, bueno o malo. Y háganme un favor: tened la puta puerta cerrada, no quiero que se filtre ninguna información. —Cerró la puerta de un portazo al salir. El golpe resonó en toda la habitación.

García se acercó a las fotografías y se quedó mirándolas en un silencio macabro. Era la primera vez que se encontraba frente a las pruebas de la policía del Asesino del Crucifijo. Era la primera vez que veía la maldad del asesino. Las estudió sintiéndose ligeramente mal. Sus ojos lo asimilaban todo, su mente lo rechazaba. ¿Cómo podía alguien ser capaz de algo así?

Una de las víctimas, varón, veinticinco años de edad, tenía los ojos comprimidos en el cráneo hasta que le explotaron por la presión. Le había aplastado las dos manos hasta pulverizarle los huesos. A otra víctima, mujer, cuarenta años de edad, le había abierto el abdomen y sacado las tripas. Una tercera víctima, otro varón, afro americano, cincuenta y cinco años de edad, tenía una laceración en todo el cuello; le había clavado las manos en posición de oración. Las demás fotografías eran incluso más grotescas. Todo ese dolor les había sido infringido a las víctimas mientras aún seguían con vida.

García se acordó de la primera vez que oyó hablar de los asesinatos del Crucifijo. Fue tres años atrás, cuando aún no era detective. Algunos estudios han demostrado que hay alrededor de quinientos asesinos en serie en activo en los Estados Unidos que se cobran la vida de alrededor de cincuenta mil personas cada año. Tan solo un pequeño número obtiene el reconocimiento de los medios de comunicación, y el Asesino del Crucifijo había conseguido más del que se merecía. En aquel momento, García se preguntó cómo sería ser detective en una investigación tan importante. Seguir las pruebas, analizar las pistas, interrogar a los sospechosos, y luego, unirlo todo para resolver el caso. ¡Si fuera así de simple!

García se hizo detective poco después de que encontraran a la primera víctima y siguió el caso tan de cerca como pudo. Cuando arrestaron a Mike Farloe y lo presentaron a la prensa como el Asesino del Crucifijo, García se preguntó cómo podía ser posible que alguien que no parecía muy inteligente se las hubiera arreglado para eludir la ley durante tanto tiempo. Recordó haber pensado que los detectives que habían asignado al caso no podían ser muy buenos.

Mirando las fotografías del tablero, lo que García sentía era una mezcla de excitación y miedo. Ahora, no solo era uno de los detectives principales en la investigación de un asesino en serie, era uno de los principales detectives en el caso del Asesino del Crucifijo. Irónico, pensó.

Hunter encendió el ordenador y observó cómo la pantalla cobraba vida.

—¿Podrás con todo esto, novato? —le preguntó, sintiendo la inquietud que García sentía al mirar las fotografías.

—¿Qué? Sí, podré —García se volvió y miró a Hunter—. Es un tipo de crueldad distinta.

—Sí, supongo que tienes razón.

—¿Qué puede llevar a una persona a cometer crímenes como éstos?

—Bueno, si te guías por la definición del manual según el cual cualquiera puede cometer un asesinato, entonces encontramos: celos, venganza, beneficio propio, odio, miedo, compasión, desesperación, para ocultar otro crimen, para evitar deshonra y vergüenza o para conseguir poder… —Hunter hizo una pausa—. Las causas principales de los crímenes en serie son la manipulación, la dominación, el control, la satisfacción sexual, o la pura y simple manía homicida.

—Este asesino parece disfrutar.

—Yo diría que a él le gusta ver sufrir a la gente. Estoy de acuerdo. Satisfacción, pero no del tipo sexual.

—¿A él? —preguntó García—. A juzgar por la naturaleza de los crímenes, la conclusión lógica es que el asesino es un hombre.

—¿Por qué?

—Para empezar, la inmensa mayoría de asesinos en serie son hombres —le explicó Hunter—. Las asesinas en serie tienden a matar por beneficio económico. Y, aunque también puede ocurrir en los hombres, es bastante menos probable. Los motivos sexuales encabezan la lista de los asesinos en serie varones. Algunos estudios también han demostrado que las asesinas en serie, por lo general, asesinan a personas cercanas a ellas, maridos, familiares o personas que dependen de ellas. Los hombres asesinan a extraños más a menudo. Las asesinas en serie también tienden a asesinar de forma más discreta, con veneno u otros métodos menos violentos, como la asfixia. Los asesinos en serie, por otra parte, muestran una mayor tendencia a incluir tortura o mutilación como parte del proceso asesino. Cuando las mujeres se implican en homicidios sádicos, por lo general actúan en compañía de un hombre.

—Nuestro asesino trabaja solo —concluyó García.

—Nada indica lo contrario.

Los dos detectives se quedaron en silencio durante un rato. García se volvió y miró las fotografías una vez más.

—Entonces, ¿qué hay de las anteriores víctimas? ¿Qué tipo de conexión? —preguntó ansioso por empezar.

—Ninguna que hayamos encontrado.

—¿Qué? No puedo creerlo —dijo García, negando con la cabeza—. ¿Me estás diciendo que tus chicos se tiraron dos años investigando el caso y no has conseguido ninguna conexión entre las víctimas?

—Pues créetelo. —Hunter se levantó y se unió a García frente al tablero—. Míralas y dime, ¿cuál crees que era la franja etaria de las víctimas?

García recorrió con la mirada fotografía a fotografía, deteniéndose en cada una durante un par de segundos.

—No estoy seguro, supongo que entre los veinte y pocos y los sesenta y tantos.

—Bastante amplio, ¿no crees?

—Quizá.

—¿Y cuál dirías que es el tipo principal de víctima, viejos, jóvenes, mujeres, negros, blancos, rubias, morenas?

Los ojos de García seguían estudiando las fotografías.

—A juzgar por las fotos, todos.

—De nuevo, bastante amplio, ¿no?

García se encogió de hombros.

—Bien, hay algo más que no se aprecia en las fotografías, y es la clase social. Esta gente viene de todas las profesiones y condiciones sociales: pobres, ricos, clase media, religiosos, ateos, con empleo, desempleados…

—Sí, ¿tú qué crees?

—Yo creo que el asesino no va por un tipo específico de víctima. Con cada nueva víctima nos pasamos días, semanas e incluso meses intentando establecer algún tipo de nexo de unión entre ellas. Lugar de trabajo, clubs sociales, clubs nocturnos, bares, universidades, escuela primaria y secundaria, lugar de nacimiento, conocidos, aficiones, árbol familiar… lo hemos intentado todo y no hemos conseguido nada de nada. Encontramos algo que podía relacionar a dos de las víctimas, pero no al resto, nada los unía. Si conseguíamos empezar una cadena con dos víctimas, el eslabón se rompía con la tercera y la cuarta haciendo que volviéramos donde habíamos empezado. Por lo que sabemos, los podían haber elegido completamente al azar. Puede que el asesino haya hojeado una guía de teléfonos. De hecho, si el asesino no hubiera grabado el símbolo en la nuca de sus víctimas, podrían haber sido siete víctimas diferentes de siete asesinos distintos. El asesino pertenece a una nueva generación de asesinos en serie. Es único.

—¿De qué tipo de nexo de unión hablas cuando dices que conseguiste establecer una conexión entre dos de las víctimas pero no con el resto?

—Dos de las víctimas vivían en South Central, solo a unas calles de distancia, pero las demás estaban repartidas por toda la ciudad. Otras dos víctimas, la número cuatro y la número seis —Hunter señaló las fotografías en el tablero—, fueron al mismo instituto, pero no a la vez. Los nexos parecen más coincidencias que un avance. Nada concreto.

—¿Siguió un intervalo de tiempo fijo entre los asesinatos?

—Nuevamente, al azar —dijo Hunter—. Desde días, como con las víctimas tres y cuatro, a meses, y en este último caso, un año.

—¿Qué hay de la localización de los cuerpos? —preguntó García.

—Hay un mapa ahí; te lo mostraré. —Hunter desplegó un gran mapa de Los Ángeles con siete puntos rojos del tamaño de una pequeña moneda repartidos por todas partes y con un número junto a cada uno.

—Ésta es la localización y secuencia en la que se encontró cada cuerpo.

García inspeccionó las marcas con tiempo. El primer cuerpo se había encontrado en Santa Clarita, el segundo en el centro de Los Ángeles con las cinco restantes víctimas desplegadas por todo el mapa. García admitió que a primera vista parecían estar muy al azar.

—Una vez más, lo intentamos todo, patrones y secuencias diferentes. Hasta trajimos a un matemático y a un cartógrafo. El problema es que cuando miras puntos aleatorios en una hoja de papel durante mucho tiempo, es como mirar las nubes en el cielo, tarde o temprano empiezas a ver formas e imágenes, nada real, nada que te pueda llevar a alguna parte, es solo tu imaginación que te está jugando una mala pasada. La única conclusión sólida es que los cuerpos se encontraron en la zona de Los Ángeles, convirtiéndose en su emplazamiento funerario. —Hunter se sentó en la mesa de su despacho mientras García continuaba estudiando el mapa.

—Tiene que haber un patrón, todos lo tienen.

Hunter se reclinó en la silla.

—Estás en lo cierto, por norma general lo hay, pero como he dicho, este hombre es diferente. Nunca ha asesinado dos víctimas de la misma manera, prueba cosas nuevas, diferentes; es como si estuviera experimentando. —Hunter se detuvo unos segundos para frotarse los ojos—. Matar a otro ser humano no es una tarea sencilla, da igual lo experimentado que sea uno, el noventa y cinco por ciento del tiempo, el asesino está más nervioso que la víctima. Por regla general, a algunos asesinos les gusta ceñirse al mismo modus operandi simplemente porque ya les había funcionado antes y se sienten cómodos con él. Algunos se mueven en progresión y el modus operandi cambia de un crimen a otro. En ciertas ocasiones, al infractor puede parecerle que su forma de proceder no ha sido muy efectiva, que no era lo que buscaba. Puede que demasiado ruidosa, demasiado complicada, difícil de controlar, lo que sea. Es entonces, cuando el asesino aprende a adaptarse y encuentra nuevos métodos para ver si le funcionan mejor. Finalmente, encuentra un modus operandi con el que se siente cómodo.

—¿Y se ciñe a él? —comentó García.

—La mayoría de veces, sí, pero no necesariamente —dijo Hunter, negando con la cabeza.

García parecía confuso.

—Por lo general, los asesinos en serie buscan placer… un placer de tipo enfermizo, pero placer en todo caso. Puede ser una realización sexual, una sensación de poder, una sensación divina, pero es solo una parte del placer.

—¿Matar por matar? —La voz de García adquirió un tono grave.

—Correcto. Es como consumir drogas. Cuando empiezas, solo necesitas una pequeña dosis para colocarte, pero muy pronto, si sigues, esa pequeña dosis no es suficiente y buscas más, empiezas a perseguir el colocón. En el caso del asesino, los asesinatos se vuelven más violentos, las víctimas tienen que sufrir para que el asesino reciba el placer que necesita, pero, de nuevo y al igual que con las drogas, generalmente, hay una progresión constante.

García volvió a dirigir su mirada hacia las fotografías.

—¿Cuál es la progresión aquí? Todos parecen tan violentos como monstruosos.

Hunter hizo ver que estaba de acuerdo con un movimiento de cabeza.

—Es como si se hubiese metido de lleno en lo más difícil. Lo que nos lleva a creer que la progresión en su violencia comenzó de joven —concluyó García.

—Correcto, de nuevo. Lo pillas rápido, pero lo puedes leer en cualquiera de esos archivos. —Hunter hizo un movimiento con la cabeza hacia las dos grandes pilas de papeles que había encima del despacho.

—Ninguno de ellos fue tampoco un asesinato rápido. —La atención de García estaba de nuevo puesta en el tablero.

—Cierto. Al tipo le gusta tomárselo con calma. Le gusta verlos sufrir, quiere saborear el dolor. Obtiene el placer que busca. Este asesino no se precipita, no le entra el pánico, y ésa es la gran ventaja que tiene sobre nosotros.

—Cuando a la gente le entra el pánico, comete errores, se olvida de cosas —comentó García.

—Exactamente.

—¿Pero nuestro tipo no?

—No hasta el momento.

—¿Y el símbolo? ¿Qué sabemos de él? —preguntó García señalando la fotografía de la marca en la nuca de una de las víctimas.

—He ahí la confusión. —Hunter apretó los labios—. Trajimos a un simbolista cuando encontramos la primera víctima.

—¿Y qué dijo?

—El símbolo parecía ser una vuelta al diseño original del crucifijo doble, también conocido como la cruz doble o la cruz de Lorena.

—¿Original? —García movió la cabeza.

—En su versión original, la cruz doble consistía en un soporte vertical que cruzaban dos travesaños horizontales más pequeños con el mismo tamaño y situados de manera uniforme. El travesaño de la parte inferior solía estar tan cerca del final del soporte vertical como lo estaba el travesaño más alto de la parte superior.

—¿Por qué dices «solía»?

—Con los años, el diseño cambió. El travesaño inferior se volvió más largo que el superior, y ahora los dos travesaños están más cerca de la parte más alta.

García se volvió para analizar las fotografías durante unos segundos.

—¿Entonces, ésta es la versión antigua?

Hunter asintió.

—Se cree que sus orígenes se remontan a tiempos paganos. Al menos, es ahí donde los historiadores creen que se utilizó por primera vez. En aquella época también se la conocía como la espada de doble filo.

—Ok, historia aparte, ¿qué significa? —García le hizo un gesto con la mano a Hunter para que continuara.

—Hablando en términos psicológicos, se cree que representa alguien con una doble vida. La espada de doble filo corta por ambos lados, ¿verdad? Eso es exactamente, la dualidad, el bien y el mal, lo blanco y lo negro, todo en uno. Alguien que tiene dos lados totalmente opuestos.

—¿Te refieres a alguien que por el día podría ser un ciudadano que cumple con las leyes y que por la noche es un psicópata?

—Exactamente. Esta persona podría ser el líder de una comunidad, un político, hasta un sacerdote que hoy hace su buena acción del día y mañana podría estar rajándole el cuello a alguien.

—Pero ésa es una definición de manual de esquizofrenia.

—No, no lo es —Hunter corrigió a García—. Es un error que la mayoría de la gente comete. De forma contraria al parecer popular, las personas esquizofrénicas no tienen desdoblamiento de personalidad. Los esquizofrénicos tienen problemas con los procesos mentales. Éstos los conducen a alucinaciones, delirios, desorden mental y a comportarse y hablar de manera irregular. Por lo general, tampoco son personas peligrosas. Tú hablas de Trastorno de Identidad Disociativo. Las personas con este trastorno muestran personalidades o identidades múltiples y diferentes.

—Gracias, catedrático Hunter —dijo Hunter poniendo voz de bobo.

—Pero no creo que nuestro asesino sufra Trastorno de Identidad Disociativo.

—¿Y por qué no? —preguntó García intrigado.

—Las personas que lo sufren no pueden controlar cuándo una de sus personalidades se apodera de la otra. Nuestro asesino es totalmente consciente de lo que hace. Le gusta. No lucha consigo mismo.

Pensar en ello silenció a García durante unos segundos.

—¿Qué hay del significado religioso? A mí me parece un símbolo religioso.

—Bueno, es ahí donde se complica aún más —respondió Hunter, frotándose durante un instante los ojos cerrados—. Según los estudiosos, hay dos teorías principales. Según una, el crucifijo doble fue el primer símbolo del anticristo.

—¿Qué? Creía que era la cruz invertida.

—Ése es el símbolo que conocemos hoy en día. Se cree que el crucifijo doble lo utilizaron por primera vez los primeros profetas al predecir el fin del mundo, cuando un ser maligno vendría para acabar con el mundo.

García le lanzó a Hunter una mirada de incredulidad.

—Espera un momento, no te vas a poner a hablar de alguien con el 666 marcado en la cabeza y con cuernos, ¿verdad?

—No me sorprendería —dijo Hunter, moviendo los ojos hacia las fotografías—. En cualquier caso —prosiguió—, cuando profetizaron a este ser maligno, dijeron que traería consigo el símbolo de la maldad pura. Un símbolo que representaría a Dios invertido.

Los ojos de García volvieron a las fotografías antes de abrirlos sorprendido.

—¡Que me maten! Dos cruces que se tocan la una a la otra —dijo, entendiéndolo por fin—. ¿Una boca arriba y otra bocabajo?

—Bingo. El símbolo de Jesucristo en oposición al símbolo de Jesucristo. El anticristo.

—¿Entonces, es probable que estemos tratando con un fanático religioso?

—Un fanático antirreligioso —corrigió Hunter.

Unos segundos de silencio prosiguieron.

—¿Y cuál es la segunda? —preguntó García.

—¿Perdón?

—Has dicho que había dos teorías respecto al significado religioso. ¿Cuál es la segunda?

—Prepárate. El asesino podría creer que él es el Segundo Advenimiento.

—¿Qué? ¿Bromeas?

—¡Ojalá! Algunos estudiosos creen que el crucifijo más antiguo no es un travesaño bocarriba y otra bocabajo, sino una cruz sobre otra, representando al segundo hijo de Dios. El Segundo Advenimiento.

—Pero son dos teorías totalmente opuestas. Una dice que es el anticristo y la otra dice que es el segundo Jesucristo.

—Cierto, pero recuerda que son solo teorías que se basan en el posible significado del crucifijo doble según historiadores y académicos. No significa que necesariamente se tenga que aplicar a nuestro hombre. Por lo que sabemos, podría haber elegido el símbolo porque le gustaba como era.

—¿Hay algún grupo o culto religioso que utilice el símbolo?

—Varios grupos, religiosos y no religiosos, han usado con los años el diseño cambiado, con las dos cruces cerca de la parte superior de la línea vertical. Incluso forma parte del logo de la Asociación Americana contra Enfermedades Pulmonares —¿Y el diseño antiguo? ¿El que utiliza nuestro asesino?

—Tienes que remontarte cien años para encontrar algo. Y nada que pueda ser relevante para el caso.

—¿Cuál es tu presentimiento?

—En este caso los presentimientos no importan, como he comprobado.

—Venga, dame el gusto. Por lo que he oído, tienes una intuición cojonuda —dijo García.

—La verdad es que no estoy seguro. Este asesino muestra un trastorno de comportamiento clásico, como la mayoría de los asesinos en serie. Algunas de las cosas que hace son perfectas para un manual, demasiado perfectas, como si quisiese hacernos creer que es el típico asesino en serie. —Hunter se cogió la nariz y cerró los ojos durante unos segundos—. A veces, creo que tratamos con un friki religioso y otras pienso que es una especie de genio criminal puteándonos, tirando de las cuerdas adecuadas para mandarnos en la dirección equivocada, en un juego cuyas reglas solo él conoce y solo él puede cambiar cada vez que le apetezca. —Hunter cogió aire y aguantó la respiración unos segundos—. Quienquiera que sea, es muy inteligente, muy listo, muy metódico y frío como el hielo. Nunca le entra el pánico. Pero lo que ahora tenemos que hacer es concentrarnos en la nueva víctima, puede que ella sea quien nos lleve hasta él.

García asintió.

—Primero, tenemos que enviar la fotografía a todas las agencias de modelos y de actrices que podamos. Conseguir la identidad de la víctima sería un gran comienzo…

—Sin duda, eso haremos, pero primero hay algo que quiero que comprobemos.

—¿Qué?

—¿Te acuerdas de lo que dijo el doctor Winston acerca de la víctima?

—¿Qué parte?

—La de rata de gimnasio.

García levantó las cejas.

—Bien pensado.

—El problema es que hay unos mil gimnasios repartidos por toda la ciudad.

—¿De veras? —preguntó García sorprendido.

—Sí, estamos en Los Ángeles, la ciudad en la que, incluso para conseguir un trabajo de camarero, necesitas la mejor apariencia. La condición física es un gran negocio aquí.

—¿En un país en el que el índice de obesidad se sale del gráfico?

—Como he dicho, estamos en Los Ángeles, la ciudad de la forma física y la belleza. —Hunter sonrió mientras flexionaba el bíceps con cara burlona.

—Sí, en tus sueños.

—Deberíamos comprobar algunos de los gimnasios más grandes y famosos. —Hunter se detuvo durante un momento—. El doctor dijo que le gustaba usar cosas caras, ¿no? Por lo que obviamente, se gastaba dinero en sí misma.

—Y apuesto a que con un cuerpo como ése le gustaría que la gente se fijara —le cortó García.

—Estoy de acuerdo.

—Entonces, si quisieras presumir de tu cuerpo, ¿a qué gimnasio irías? Ya que eres el experto —le preguntó García con mofa.

—Bueno, los gimnasios «Gold» son nuestra mejor apuesta, hay dos centros en Hollywood donde encontraremos bastante gente famosa y gente «in», y también está el famoso gimnasio de Arnold Schwarzenegger en Venice Beach.

—Creo que deberíamos echarles un vistazo.

—Pilla la fotografía del ordenador, vamos a visitar a los chicos grandes.

Cuando Hunter estaba a la puerta de la oficina, su teléfono sonó.

—Sí, detective Hunter al teléfono.

—Hola Robert, ¿me echabas de menos? —le preguntó la voz robótica.