CUATRO
-S
í, habla el detective Hunter —respondió Hunter finalmente al teléfono tras el sexto tono. Tenía la voz grave y las palabras le salían lentamente, revelando las pocas horas que había dormido.
—Robert, ¿dónde diablos te has metido? El capitán lleva dos horas detrás de ti.
—¿Novato, eres tú? ¿Qué hora es? —Hacía solo una semana que a Hunter le habían asignado un nuevo compañero, Carlos García, tras la muerte de su otro compañero.
—Las tres de la mañana.
—¿De qué día?
—Mierda hombre… lunes. Mira, más vale que vengas aquí y eches un vistazo a esto, tenemos un homicidio bastante complicado a nuestro cargo.
—Somos de la Sección Especial de Homicidios 1, Carlos. Lo único a lo que nos dedicamos es a homicidios complicados.
—Bueno, éste es todo un follón y más vale que vengas rápido. El capitán quiere que nosotros dirijamos el recinto.
—De acuerdo —respondió Hunter indiferente—. Dame la dirección.
Cerró el teléfono y examinó la pequeña, oscura y poco familiar habitación.
—¿Dónde diablos estoy? —musitó.
El tremendo dolor de cabeza y el terrible sabor en la boca le hizo recordar lo mucho que bebió la noche anterior. Hundió la cabeza en la almohada con la esperanza de que le aliviara el dolor. De repente sintió un movimiento junto a él en la cama.
—Eh, ¿esa llamada telefónica significa que tienes que marcharte? —La voz de la mujer era suave y sensual, con un leve acento italiano. Los sorprendidos ojos de Hunter cayeron sobre el cuerpo medio destapado que había tendido junto a él. A través de la poca luz que entraba en la habitación por las dos farolas que había al otro lado de la ventana tan solo podía distinguir su silueta. Por la cabeza le pasaban con un destello imágenes de la noche anterior. El bar, las bebidas, el viaje en taxi hasta el apartamento de una extraña y la mujer de cabello largo y oscuro cuyo nombre no podía recordar. Era la tercera mujer junto a la que se despertaba en las últimas cinco semanas.
—Sí, me tengo que ir. Lo siento. —El tono de su voz parecía despreocupado. Hunter se levantó y empezó a buscar sus pantalones; el dolor de cabeza era ahora más fuerte. Los ojos se le acostumbraron rápidamente a la tenue iluminación de la habitación, permitiéndole ver mejor el rostro de la mujer. Parecía tener treinta o treinta y un años. El cabello, sedoso y oscuro, le caía varios centímetros por debajo de los hombros, enmarcando un rostro con forma de corazón y con una nariz y unos labios delicadamente esculpidos. Era atractiva pero no al estilo de una estrella de cine de Hollywood. El flequillo irregular le quedaba a la perfección y en sus ojos de color verde oscuro había un destello atípico y cautivador.
Hunter encontró sus pantalones y sus calzoncillos junto a la puerta; los de dibujitos con ositos azules.
Demasiado tarde ya para avergonzarse, pensó.
—¿Puedo utilizar el cuarto de baño? —le preguntó, subiéndose la cremallera de los pantalones.
—Claro, es la primera puerta a la derecha según sales de la habitación —le dijo ella, sentándose en la cama y apoyando la espalda en el cabecero.
Hunter entró en el cuarto de baño y cerró la puerta. Tras echarse agua fría en la cara, miró su reflejo en el espejo. Tenía los ojos inyectados en sangre. La piel más pálida que de costumbre. La cara sin afeitar.
—Genial, Robert —se dijo para sí mismo mientras echaba más agua en su rostro cansado—. Otra mujer a la que apenas recuerdas haber conocido, por no hablar de haber venido a su apartamento. El sexo casual es genial. Es incluso mejor cuando no te puedes acordar de haberlo tenido. Tengo que dejar la bebida. —Después de ponerse pasta de dientes en el dedo intentó limpiárselos. De repente, una nueva imagen apareció en su la cabeza. ¿Y si es prostituta? ¿Y si tengo que pagarle por algo que ni siquiera recuerdo? No tardó en mirar en la cartera. El poco dinero que tenía aún seguía ahí.
Se peinó su rubio y corto pelo con la mano y volvió a la habitación, donde ella aún seguía sentada contra el cabecero.
—¿Estabas hablando solo? —le preguntó con una tímida sonrisa.
—¿Qué? Ah, sí, lo hago a veces, me mantiene cuerdo. Mira… —Por fin pudo encontrar su camisa tirada en el suelo junto a la cama—. ¿Tengo que pagarte? —le preguntó con tono despreocupado.
—¿Qué? ¿Crees que soy prostituta? —le respondió claramente ofendida.
—¡Oh, mierda! —Sabía que la había cagado—. No, mira… no es eso, es solo que… Ya me ha pasado antes. A veces bebo demasiado y… no era mi intención ofenderte.
—¿Te parezco una prostituta? —le preguntó con voz de enfado.
—No, ni mucho menos —le respondió firmemente—. Ha sido una estupidez pensarlo. Lo lamento. Probablemente, aún estoy medio borracho —rectificó tan rápido como pudo.
Ella se lo quedó mirando un momento.
—Mira, no soy el tipo de mujer que sin duda crees que soy. Mi trabajo es bastante estresante y estos últimos meses han sido duros. Solo quería desahogarme y tomar un par de copas. Empezamos a hablar. Eras divertido, guapo, incluso encantador. Hasta podías mantener una conversación decente. A diferencia de la gran mayoría de capullos con lo que me encuentro cuando salgo. Una copa llevó a otra y terminamos en la cama. Obviamente, un error de mi parte.
—No… Mira… —Hunter intentaba buscar las palabras adecuadas—. A veces digo cosas sin pensarlas. Y la verdad es que… no me acuerdo mucho de anoche. Lo siento mucho. Y me siento como un imbécil.
—Deberías.
—Créeme, lo hago.
Tenía los ojos clavados en Hunter. Parecía sincero.
—En cualquier caso, si fuera prostituta, a juzgar por tus calzoncillos y por tu ropa, no creo que pudieras permitirte alguien como yo.
—Vaya. Eso ha sido un golpe bajo. Ya estaba lo bastante avergonzando sin que tuvieras que mencionarlo.
Ella sonrió.
Hunter se sintió feliz de que su rectificación hubiera funcionado.
—¿Te importa si me hago un café rápido antes de irme?
—No tengo café, sólo té, pero tienes total libertad si te apetece.
—¿Té? Creo que paso. Necesito algo fuerte para despertarme. —Terminó de abotonarse la camisa.
—¿Estás seguro de que no te puedes quedar? —Apartó las sabanas, dejando al descubierto su cuerpo desnudo. Curvas maravillosas, pechos con formas perfectas, y no había ni un vello en toda su figura—. A lo mejor podrías demostrarme cuánto lamentas de verdad haberme llamado prostituta.
Hunter se quedó ahí de pie durante un instante, pensando qué hacer. Se mordió el labio inferior y negó moviendo la cabeza. El dolor de cabeza le recordó que no tenía que volver a hacerlo.
—Te lo prometo, si pudiera quedarme, me quedaría. —Ya estaba del todo vestido y preparado para irse.
—Lo entiendo. ¿Era tu mujer la del teléfono?
—¿Qué? No, no estoy casado. Era del trabajo, créeme. —Lo último que Hunter quería era que creyera que era un hombre que engañaba a su mujer.
—Está bien —dijo siendo realista.
Hunter recorrió todo su cuerpo con la mirada una vez más, sintiendo un leve hormigueo de excitación.
—Si me das tu número de teléfono, quizá podríamos volver a quedar alguna vez.
Se quedó examinándola durante un buen rato.
—Estás pensando que no voy a molestarme en llamarte de nuevo —le dijo Hunter sintiendo su reticencia.
—¡Vaya! También lees la mente. Es un truco muy guay para las fiestas.
—Tendrías que ver lo que puedo hacer con una baraja de cartas.
Ambos rieron.
—Además, no hay nada que me guste más que demostrar que tengo razón.
Cogió un bloc de notas de la mesita de noche con una sonrisa burlona en la cara.
Hunter cogió la hoja de papel de la mano y la besó en la mejilla derecha.
—Me tengo que ir.
—Eso te va a costar mil dólares, guapo —le dijo pasándole dulcemente los dedos por los labios.
—¿Qué? —le preguntó con mirada de sorprendido—. Pero…
Ella le sonrió.
—Lo siento, no he podido resistirme después de que me llamaras prostituta.
Una vez en el exterior del apartamento, Hunter abrió la hoja de papel que tenía entre las manos. Isabella, un nombre muy sensual, pensó.
Buscó en la calle su viejo Buick Lesabre. El coche no estaba a la vista.
—Mierda, estaba muy borracho para conducir —se maldijo antes de hacer una señal con la mano al primer taxi que vio.
* * *
La dirección que García le había dado lo llevó a mitad de la nada. Little Tujunga Canyon Road, en Santa Clarita, tiene unos veinte kilómetros que van desde Bear Divide hasta Foothill Boulevard en Lakeview Terrace. Casi toda la carretera está dentro del Parque Nacional de Los Ángeles. A veces, las vistas desde el bosque y la montaña son simplemente impresionantes. La dirección de García era precisa y el taxi no tardó en llevarlo por una diminuta, bacheada y polvorienta carretera rodeada de colinas, matorrales y terrenos quebrados. La oscuridad y la nada eran sobrecogedoras. Veinte minutos más tarde llegaron finalmente a un camino accidentando que los condujo hasta una casa de madera.
—Supongo que es aquí —dijo Hunter al mismo tiempo que le daba al taxista todo el dinero que tenía en los bolsillos.
El camino, largo y estrecho, era lo suficientemente ancho para un coche de tamaño estándar. Lo bordeaban arbustos densos e intransitables. Vehículos oficiales y de policía se apiñaban por todas partes como si se tratase de un atasco de tráfico en el desierto.
García estaba de pie delante de una cabaña de madera hablando con un agente del laboratorio criminalístico, ambos con una linterna. Hunter tuvo que franquear el carnaval de coches antes de unirse a ellos.
—Jesús, dicen que hay lugares remotos, un poco más lejos y estaría en México… ¡Ey! hola, Peter —dijo Hunter, saludando con la cabeza al agente de criminalística.
—¿Una noche dura, Robert? Tienes pinta de estar justo como yo me siento —dijo Peter con una sonrisa sarcástica.
—Sí, gracias, parece que tú también estás genial. ¿Cuándo sales de cuentas? —le preguntó Hunter, poniendo la mano sobre la barriga cervecera de Peter—. ¿Y qué es lo que tenemos aquí? —Se dio la vuelta para mirar a García.
—Creo que será mejor que lo veas tú mismo. Resulta difícil describir lo que hay ahí dentro. El capitán está dentro, dijo que quería hablar contigo antes de dejar que etiqueten el cuerpo y lo metan todo en bolsas —le dijo García con apariencia nerviosa.
—¿Qué demonios está haciendo el capitán aquí? Nunca viene a la escena del crimen. ¿Conoce a la victima?
—Yo sé tanto como tú, pero no lo creo. No es que ella esté exactamente reconocible. —La afirmación de García hizo que Hunter entrecerrara los ojos con una nueva preocupación.
—¿Entonces es el cuerpo de una mujer?
—Oh, sí, es una mujer.
—¿Estás bien, novato? Pareces un poco agitado.
—Estoy bien —le dijo García tranquilizándolo.
—Ha vomitado un par de veces. —Peter hizo un comentario con una nueva sonrisa de burla.
Hunter se quedó mirando a García durante un instante. Sabía que no era su primera escena de un crimen.
—¿Quién ha encontrado el cuerpo?
—Al parecer fue una llamada anónima al 911 —respondió García.
—Vaya, genial, una de ésas.
—Toma, coge esto —le dijo García dándole una linterna.
—¿Quieres también una bolsa para los vómitos? —bromeó Peter.
Hunter no prestó ninguna atención al comentario y dedicó unos minutos a examinar la casa por fuera. No tenía puerta principal, faltaban la mayoría de los tablones de la pared delantera y la hierba crecía por el entarimado que quedaba, lo que daba al salón el aspecto de un bosque privado. Pudo ver por las manchas de pintura en los restos del alféizar que la casa había sido una vez blanca. Era obvio que nadie había vivido en ella desde hacía mucho tiempo, y eso preocupaba a Hunter. Los asesinos que matan por primera vez no se toman la molestia de buscar un lugar tan aislado para cometer un asesinato.
Había tres oficiales de policía de pie a la izquierda de la casa hablando del partido de fútbol americano de la noche anterior, todos con una taza de café en la mano.
—¿Dónde puedo conseguir una de ésas? —preguntó Hunter señalando las tazas de café.
—Te traeré una —le respondió García—. El capitán está en la última habitación a la izquierda, por el pasillo. Te veré dentro.
—¿Trabajando duro, chicos? —le gritó Hunter a los tres policías. Ellos lo miraron con indiferencia antes de seguir hablando del partido.
En el interior de la habitación flotaba un olor en el aire, una mezcla de madera podrida y aguas residuales. En la primera habitación no había nada que ver. Hunter encendió la linterna y cruzó la puerta más alejada hacia un pasillo largo y estrecho que daba a otras cuatro habitaciones, dos a cada lado. Un joven oficial de policía estaba de pie en la última puerta de la izquierda. Hunter echó un vistazo rápido a cada habitación mientras recorría el pasillo. Nada, salvo telarañas y escombros. El crujir del entarimado daba a la casa un ambiente aún más siniestro. Conforme Hunter se aproximaba a la última puerta y al oficial que hacía guardia, sintió un escalofrío incómodo. El escalofrío propio de cada escena de un crimen. El escalofrío de la muerte.
Hunter sacó su placa y el oficial se hizo a un lado.
—¡Adelante, detective!
En la mesa que había justo en el exterior de la puerta, Hunter encontró la bata reglamentaria al lado de los zapatos de plástico azul y de los protectores para la cabeza. Junto a ellos, una caja de guantes de látex. Hunter se los puso y abrió la puerta para enfrentarse a su nueva pesadilla.
La impactante imagen con la que sus ojos se encontraron al entrar en la habitación le vació todo el aire de los pulmones.
—¡Jesucristo! —Su voz fue apenas un débil susurro.