VEINTIOCHO

E

l resto del día pasó en un estado de limbo. Había muy poco que Hunter o García pudieran hacer, salvo esperar. Esperar a que el equipo forense terminara de procesar la escena del crimen, esperar a que llegara el resultado de la biopsia, esperar a que le enviaran el cuerpo al doctor Winston y esperar el informe de la autopsia.

Ambos detectives volvieron a Griffith Park antes de que oscureciera. Si el laboratorio de criminología sacaba algo, por muy pequeño que fuera, querían saberlo, pero la búsqueda era laboriosa y lenta. La hierba alta, el calor y la humedad lo hacía todo más difícil, y a la una de la madrugada el equipo no había encontrado nada.

* * *

La soledad del apartamento de Hunter era sobrecogedora. Cuando abrió la puerta y encendió la luz, se preguntó cómo sería volver a casa con alguien que le importara, alguien que le hiciera tener la esperanza de que el mundo no era una carretera que llevaba al infierno.

Se sirvió un vaso doble de una botella de Laphroaig de doce años, le echó un cubito como siempre, atenuó las luces y se tiró en su sofá viejo y duro. Se sentía física y mentalmente cansado, pero sabía que no iba a poder dormir. Seguía reproduciendo en su cabeza todo lo que había pasado en los últimos días, intensificando el dolor de cabeza.

¿Por qué no habré podido elegir una profesión más fácil? ¿Por qué no podría ser chef o carpintero?, pensó en voz alta. La razón era simple. Cliché o no, quería marcar la diferencia, y cada vez que cogía a un asesino con sus investigaciones y su trabajo duro sabía que la marcaba. Era reconfortante como ninguna otra cosa, la satisfacción, la euforia, saber las vidas que había salvado al seguir las pistas, tranquilizarse y unir las piezas de una escena que parecía perdida y diluida en el tiempo. Hunter era bueno en lo que hacía y lo sabía.

Le dio otro trago al whisky y lo movió en la boca antes de tragárselo dándole la bienvenida a la ardiente sensación. Cerró los ojos y apoyó la cabeza, haciendo todo lo posible por despejar de la cabeza los acontecimientos del día, pero le golpeaban la cabeza con una fuerza atronadora.

Un mensaje en el teléfono le hizo dar un salto. Lo buscó en los bolsillos pero estaban vacíos.

—¡Mierda!

El teléfono estaba en el pequeño bar de cristal. Lo había dejado allí con la cartera y las llaves.

Dejando el vaso en el suelo, Hunter se levantó lentamente y miró el reloj.

—¿Quién diablos manda un mensaje a estas horas? —miró el teléfono.

«Espero que estés bien. Me ha encantado verte de nuevo esta tarde, aunque haya sido unos minutos, Isabella».

Hunter se había olvidado de la rápida comida de la tarde. Sonrió y a la vez se sintió culpable por haber tenido que salir corriendo por segunda vez. Rápidamente, escribió un mensaje para responderle.

«¿Puedo llamarte?».

Pulsó la tecla enviar y volvió al sofá.

Un minuto después, el teléfono vibró y sonó la alerta de mensaje, rompiendo el silencio de la habitación.

«Sí».

Hunter volvió a beber whisky y pulsó la tecla de llamar.

—Hola… creía que ya estabas durmiendo —dijo suavemente.

—Yo pensaba lo mismo de ti. ¿No es un poco tarde para una investigadora? ¿No tienes que estar temprano en el laboratorio? —preguntó Hunter con una pequeña sonrisa.

—Nunca duermo mucho. Normalmente, de cinco a seis horas como máximo. Tengo el cerebro siempre ocupado. Eso es lo que te hace el trabajo de investigación.

—De cinco a seis horas. No es mucho.

—Mira quién habla. ¿Por qué no estás durmiendo?

—El insomnio es parte del paquete. Viene con el trabajo.

—Tienes que aprender a relajarte.

—Lo sé. Estoy en ello —mintió.

—Hablando de trabajo, ¿va todo bien? Parecías angustiado tras la llamada telefónica de esta tarde.

Hunter hizo una pausa durante un momento y se frotó los ojos. Pensó en lo inocente que la mayoría de la gente era, sin saber que el diablo los esperaba a tiro de piedra. Parte de su trabajo era asegurarse de que esa gente siguiera siendo inocente.

—Todo va bien. Es el trabajo. Siempre conlleva este tipo de presión.

—Seguro… más presión de la que puedo imaginar. De todas formas, estoy contenta de que llamaras.

—Siento haber tenido que irme a toda prisa de nuevo. Quizá pueda compensártelo. —Juraría que la había oído sonreír.

—Eso me gustaría… y es en lo que estaba pensando. ¿Te gustaría cenar conmigo en mi casa el sábado?

—¿Una cita para cenar? —bromeó Hunter.

—Bueno, ya que la comida de evaluación ha sido poco común, he pensado que una cena estaría bien. ¿Estás ocupado este sábado?

—No, no, estoy libre. El sábado está bien. ¿A qué hora me paso?

—¿Qué te parece a las seis?

—Me parece genial. Llevaré una botella.

—Fantástico. ¿Recuerdas la dirección?

—Será mejor que me la des de nuevo, por si acaso. Iba muy borracho aquella noche.

—¿No me digas?

Ambos rieron.