SESENTA Y CINCO
-¡Q
ue esté en lo cierto! ¡Que esté en lo cierto! —se decía Hunter para sí mientras accedía a la base de datos del Departamento de Justicia de California. Sin tiempo que perder, Hunter introdujo el nombre que quería buscar, seleccionó el criterio y pulsó la techa de «búsqueda». Mientras el servidor del Departamento de Justicia se ponía a trabajar, se sentó mirando con ansiedad cómo los pequeños puntos de la pantalla se movían de un lado a otro. Los segundos parecían minutos.
—Vamos… —Apremiaba al ordenador para que fuera más rápido cuando daba vueltas alrededor de la mesa del despacho. Dos minutos más tarde, los puntos dejaron de moverse y un mensaje de «No se encontró ningún resultado» apareció en la pantalla.
—¡Mierda!
Volvió a intentarlo. Remontándose unos años más atrás esta vez. Sabía que estaba en lo cierto, sabía que tenía que estarlo.
Los puntos ya familiares empezaron a moverse en la pantalla de nuevo y Hunter volvió a dar vueltas alrededor de la mesa. La ansiedad a flor de piel. Se detuvo enfrente del tablero de corcho lleno de fotografías. Sabía que estaba ahí, la respuesta estaba ahí.
Los puntos dejaron de moverse y en esa ocasión la pantalla se llenó de datos.
—Sí… —dijo triunfante. Regresó a la mesa y empezó rápidamente a examinar la información.
—¡Tiene que ser una puta broma!
Hunter se sentó en silencio pensando qué hacer.
—El árbol familiar —dijo—. El árbol familiar de la víctima.
En la investigación inicial, Hunter y Scott hicieron todo lo posible por establecer un nexo de unión entre las víctimas. Trazaron el árbol familiar de alguna de ellas. Hunter sabía que lo tenía en algún lugar. Empezó a rebuscar entre la montaña de papeles apilados encima de la mesa que constituía los archivos del caso antiguo.
—Aquí está —dijo al encontrar por fin la lista. La analizó durante un momento—. Esto es. —Hunter volvió al ordenador e introdujo un nombre. El resultado apareció casi de inmediato, ya que los criterios se habían estrechado exactamente a lo que quería.
Otra coincidencia… y luego otra.
Hunter se masajeó los ojos cansados. Le dolía el cuerpo entero, pero el nuevo descubrimiento le había inyectado nueva vida en las venas. No podía establecer ningún nexo entre las víctimas, pero ya sabía por qué.
—¿Cómo he podido pasarlo por alto? —se preguntó, dándose en la frente con el puño cerrado. Pero sabía cómo. Era un viejo caso que se remontaba a varios años. Un caso en el que él había sido el oficial que había llevado a cabo el arresto. El oscuro nexo entre las víctimas abarcaba tres generaciones según el árbol familiar. En algunas de ellas no había nada. Sin el indicio jamás lo habría encontrado. Sin Rey-T jamás habría pensado en ello.
Robert empezó a dar vueltas por la habitación otra vez y se detuvo frente al despacho de García. Una repentina sensación de tristeza lo sobrecogió y se le hizo un nudo en el estómago. Su compañero estaba en el hospital casi en coma y no había nada que pudiera hacer. No hay amor más fuerte que el de la familia, pensó Hunter deteniéndose en seco. Se le había puesto el vello de punta.
—¡Hostia puta!
Volvió corriendo al ordenador y la siguiente hora se la pasó devorando los resultados de cada página con la que se encontraba con un afán y sorpresa asombrosos. Lentamente, todo empezaba a encajar.
Los archivos de las detenciones… los tatuajes, recordó. Unos minutos más tarde, tras buscar en la base de datos del Departamento de Robos y Homicidios, estaba viendo los archivos de detenciones del caso antiguo.
—No puede ser… —dijo tartamudeando como con catatonia. Una mezcla de excitación y miedo lo dejó helado. De repente, se le hizo un nudo en el estómago al recordar lo que había visto justo hacía unas semanas—. ¿Cómo he podido estar tan ciego? —murmuró antes de girar hacia el ordenador para una última búsqueda. Un nombre que lo uniría todo.
—Lo tenía delante de mí —susurró, mirando con los ojos en blanco al ordenador—. Tenía la respuesta justo delante de mí.
Necesitaba una última confirmación y tenía que ser por parte del Departamento de Policía de San Francisco. Tras hablar con el teniente Morris por teléfono, esperó con impaciencia que le enviara un fax con el archivo de detenciones. Cuando entró media hora más tarde, Hunter se quedó mirándolo sin decir una palabra. Su mente luchaba con la realidad. Era una fotografía vieja, pero no tenía ninguna duda; sabía quién era.
Pruebas. Era a ellas donde toda investigación llevaba, y Hunter no tenía ninguna. No había forma de establecer una conexión entre la persona de la fotografía y los Asesinatos del Crucifijo, y lo sabía. Daba igual todo lo seguro que estuviera, sin pruebas no tenía nada. Miró el reloj una vez más antes de coger el teléfono y hacer una última llamada.