TRES

Cinco semanas antes.

J

enny se frotó los ojos antes de levantarse de la ajetreada mesa del Vanguard Club, en Hollywood, con la esperanza de no parecer tan cansada como estaba.

—¿Dónde vas? —le preguntó Rey-T mientras daba un trago al champagne.

Bobby Preston era el camello más conocido del noroeste de Los Ángeles, pero nadie lo llamaba nunca por su verdadero nombre, todo el mundo lo conocía como Rey-T. La «T» venía de «Traficante», puesto que traficaba con casi todo (drogas, chicas, coches y armas) por un precio adecuado. Te agenciaba cualquier cosa que quisieses.

Jenny era de lejos su chica más despampanante. El color y bronceado de su piel eran impecables, y su cara y sonrisa, perfectas, podían cautivar a cualquier hombre en la tierra; Rey-T no tenía ninguna duda acerca de ello.

—Necesito retocarme el maquillaje. Volveré enseguida, cariño. —Le sopló un beso y salió de la exclusiva sala VIP aún con la copa de champagne en la mano.

Jenny no podía beber más alcohol, no porque estuviera borracha, sino porque era su quinta noche consecutiva de fiesta y no podía más. Nunca pensó que su vida terminaría así, que se convertiría en una prostituta. Rey-T siempre le había asegurado que no era una prostituta. Entretenía a hombres de clase alta con un excesivo buen gusto y, obviamente, con mucho dinero, pero al final del día mantenía sexo a cambio de dinero. Para ella, eso la convertía en una puta.

La mayoría de los clientes de Jenny eran viejos millonarios pervertidos que buscaban algo que no podían conseguir en casa. El sexo no se limitaba a la postura normal y corriente del misionero. Todos querían que su dinero mereciera la pena. Sumisión, BDSM, azotes, deportes acuáticos, sexo atada a la cama, cualquier cosa. Lo que fuera que quisieran, Jenny tenía que facilitarlo, pero esa noche no era noche de trabajo. No le pagaban por hora. No había salido con uno de sus agotados clientes. Había salido con su jefe y tenía que divertirse hasta que él lo dijera.

Jenny había ido al Vanguard Club muchas veces. Era uno de los lugares favoritos de Rey-T. No se podía negar que el club era una fantasía de un lujo magnificente. Desde su enorme pista de baile hasta su gran escenario de espectáculos lumínicos. El Vanguard podía dar cabida a dos mil personas y esa noche el club estaba lleno hasta los topes.

Jenny se dirigió a la barra que había más cerca del aseo de señoras y en la que dos camareros parecían ir de culo. El club entero era un atolladero de gente guapa, la gran mayoría de ellos tenían entre veinte y treinta y pocos años de edad. Jenny era totalmente ajena a los dos ojos que la habían seguido desde la sala VIP hasta la barra. Unos ojos que habían estado encima de ella toda la noche. De hecho, la habían estado siguiendo durante las últimas dos semanas, de club nocturno en club nocturno y de hotel en hotel; observándola mientras fingía pasarlo bien, como si disfrutara de todos y cada uno de sus clientes.

—Eh, Jenny, ¿estás bien? Pareces un poco cansada —le preguntó Pietro, el camarero de pelo largo, conforme Jenny se acercaba a la barra. Aún hablaba con un leve acento hispano.

—Estoy bien, cielo, supongo que demasiada fiesta —le respondió con poco entusiasmo después de echarse un vistazo en uno de los espejos de la barra. Sus ojos azules hipnóticos parecían haber perdido un poco de chispa esa noche.

—¿Los malos no descansan, eh? —El comentario de Pietro fue acompañado con una tímida sonrisa.

—Esta noche, no. —Jenny le devolvió la sonrisa.

—¿Puedo ofrecerte algo?

—No, estoy bien. Aún estoy con ésta. —Levantó la copa de champagne parpadeando sensualmente—. Solo necesito escaparme de la fiesta un rato.

Pietro y Jenny habían flirteado un par de veces, pero él nunca había dado el paso. Sabía que era de Rey-T.

—Bueno, si necesitas cualquier cosa dame un grito. —Pietro volvió a sus cócteles y botellas voladoras. Una mujer de cabello oscuro que estaba en la otra punta de la barra muriéndose de ganas por llamar su atención miró a Jenny con unos ojos asesinos que decían: «Apártate puta, yo lo vi primero».

Jenny se pasó la mano por el pelo, largo y rubio como el trigo, dejó la copa de champagne en la barra del bar y se dio la vuelta para mirar a la pista de baile. Le encantaba la atmósfera del bar. Toda esa gente pasándolo bien, bailando, bebiendo y encontrando el amor. Bueno, puede que no el amor, pensó, pero al menos tienen sexo por placer, no por dinero. Quería ser como ellos. No cabía duda alguna de que ésa no era la vida hollywoodense con la que soñaba cuando dejó Idaho seis años atrás.

* * *

La fascinación de Jenny Farnborough por Hollywood empezó cuando tenía doce años. El cine se convirtió en el refugio de las interminables disputas entre su sumisa madre y el más que agresivo de su padrastro. Las películas se convirtieron en su vía de escape, el vehículo que podía llevarla a lugares donde nunca antes había estado y de los que quería formar parte.

Jenny sabía que el sueño hollywoodense no era más que una fantasía. Algo que únicamente existía en novelas románticas y películas llenas de clichés, y había leído y visto muchas de ellas. Tenía que admitir que era una soñadora, pero quizá no era algo tan malo. Quizá, ella sería la afortunada. No tenía nada que perder.

A los catorce años empezó su primer trabajo como chica de las palomitas. Jenny guardó cada céntimo que ganó y cuando cumplió los dieciséis había ahorrado lo bastante para marcharse de aquella ciudad dejada por la mano de Dios. Se juró que nunca volvería a Idaho. Jenny nunca supo lo de la sobredosis de somníferos de su madre tan solo una semana después de que ella se marchara.

Hollywood era todo lo que se esperaba. Un lugar mágico lleno de gente guapa, luces y fantasías, pero la dura realidad de la vida en la ciudad de Los Ángeles distaba mucho de las ilusiones que se había creado. Los ahorros no le duraron mucho y, sin una educación profesional, los rechazos empezaron a apilarse como ropa suda. Su hermoso sueño lentamente empezó a convertirse en una pesadilla.

Wendy Loutrop, otra aspirante a actriz en apuros, le presentó a T-Rey. Al principio, rechazó todas las proposiciones que le hizo. Había oído multitud de historias sobre mujeres hermosas que habían llegado a Hollywood soñando con convertirse en estrellas para terminar trabajando en la calle o en la industria del cine porno. Jenny estaba decidida a no rendirse. No quería convertirse en otra historia de un fracaso, pero su orgullo tenía que desempeñar un papel secundario para su instinto de supervivencia, de modo que, tras varios meses de llamadas telefónicas y regalos caros, Rey-T se hizo con una nueva chica.

Jenny no llegó a darse cuenta de la mano que vertía un líquido incoloro en su copa de champagne. Tenía la mirada aún puesta en la multitud que bailaba.

—Hola, preciosa, ¿puedo invitarte a un trago? —le preguntó con una sonrisa brillante un hombre alto y rubio, de pie a su derecha.

—Ya tengo una copa, pero gracias por el ofrecimiento de todas formas —le respondió educadamente sin cruzar la mirada con el extraño.

—¿Estás segura? Podría pedir una botella de Cristal. ¿Qué me dices, preciosa?

Jenny se volvió y miró a aquel hombre alto y rubio. Iba vestido de forma elegante con un traje de Versace gris oscuro, una camisa blanca de cuello rígido y una corbata azul de seda. Sus ojos verdes eran su rasgo más llamativo. Jenny tuvo que admitir que era un hombre atractivo.

—¿Cómo te llamas? —le preguntó, forzando una sonrisa.

—Me llamo Cari, y es un placer conocerte —le dijo ofreciéndole la mano.

En vez de estrechársela, Jenny bebió un sorbo de su champagne.

—Mira, Cari, eres un tipo bastante guapo, no te lo voy a negar. —Su voz tenía un tono más dulce—. Pero intentar ligar con una chica exhibiendo tu dinero no es una gran idea, especialmente en un lugar como éste. Nos hace sentirnos baratas, a no ser que estés buscando una chica guapa y tonta, ¿es eso lo que estás buscando?

—Oh… ¡No! —Cari se toqueteaba la corbata con nerviosismo—. Lo siento, no era esa mi intención, preciosa.

—¿Entonces no buscas una chica que te anime la fiesta y que te haga pasar un buen rato de verdad? —le preguntó bebiendo más champagne, esta vez clavándole la mirada.

—No, naturalmente que no, cariño. Solo intentaba que bebiéramos cordialmente. Y si surgía química entre nosotros… —dejó que la frase flotara en el aire, encogiéndose de hombros.

De forma muy gentil, Jenny pasó los dedos por su corbata, acercándolo hacia a ella.

—Es una lástima que no busques una chica —le susurró al oído.

La sonrisa de Cari se evaporó en una mirada confusa.

—Te podría haber dado el número de mi teléfono, está ahí mismo. —Señaló con el dedo hacia la sala VIP con una sonrisa sarcástica en los labios.

Cari entreabrió la boca como si fuera a decir algo, pero no emitió palabra alguna.

Jenny se bebió el resto del champagne, parpadeando con sensualidad, antes de alejarse de la barra para ir al baño de señoras.

Los ojos aún la seguían.

No tardará mucho. La droga hará efecto pronto.

Jenny se estaba repasando la barra de labios cuando empezó a sentirse mareada. Sabía que algo no iba bien. De repente, se sintió muy acalorada y febril. Parecía que las paredes se le caían encima. Le costaba trabajo respirar y no creía poder llegar hasta la puerta rápidamente. Tenía que salir de allí.

Al salir del baño de señoras, tambaleándose, todo aquel lugar daba vueltas a su alrededor. Quería volver a la mesa de Rey-T, pero las piernas no le respondían. Jenny estaba a punto de derrumbarse en el suelo cuando un par de manos la sujetaron.

—¿Te pasa algo preciosa? No pareces estar muy bien.

—No me encuentro bien. Creo que necesito…

—Necesitas tomar el aire. Aquí dentro está muy cargado. Ven conmigo, te ayudaré. Salgamos de aquí un rato.

—Pero… —Jenny empezaba a no articular las palabras—. Tengo que decirle a Rey… tengo que volver…

—Más tarde, preciosa, ahora tienes que venir conmigo.

Nadie vio a Jenny y al extraño caminar hacia la salida.