CINCUENTA Y NUEVE

L

a ambulancia se detuvo chillando ruedas frente a la entrada de emergencias. Tres enfermeras que aguardaban para atender a los pacientes observaron horrorizadas salir la primera camilla. Un hombre medio desnudo con una corona de espinas en la cabeza estaba clavado en una cruz del tamaño de una persona. La sangre le salía a borbotones de las heridas abiertas.

—¡Dios santo…! —dijo la primera de las enfermeras ahogando un grito y acercándose al paciente.

El segundo hombre estaba cubierto por un polvo grisáceo, como si le hubiesen sacado de un edificio derrumbado.

—A mí déjeme, yo estoy bien. Encárguese de él. —Eran gritos del segundo paciente. Hunter intentaba reincorporarse, pero los paramédicos de la ambulancia lo contenían—. ¡Quítenme las manos de encima! —les exigía.

—Señor, ya nos estamos ocupando de su amigo. Por favor, cálmese y deje que los doctores lo examinen. Todo irá bien.

Hunter observó en silencio cómo las tres enfermeras cruzaban la puerta y llevaban a García hacia el final del concurrido pasillo.

* * *

Al abrir los ojos hizo un esfuerzo por recordar lo que había pasado. Durante unos segundos todo estaba borroso, luego, se fijó en las paredes blancas. Estaba mareado y tenía una sed insaciable.

—Bueno, se ha despertado. —La voz de la mujer era dulce y tierna.

No sin trabajo, giró la cabeza en su dirección. Una enfermera de pelo corto y oscuro lo miraba.

—¿Cómo se siente?

—Sediento.

—Tome… —Le sirvió un poco de agua en un vaso de plástico de una jarra de aluminio que había al lado de la cama. Hunter bebió con avaricia, pero el agua le quemaba la garganta. Una expresión de dolor le inundó la cara.

—¿Se encuentra bien? —le preguntó la enfermera preocupada.

—La garganta me arde —susurró con voz débil.

—Es normal. Tenga, déjeme que le tome la temperatura —le dijo dándole un fino termómetro de cristal.

—No tengo fiebre —dijo Hunter, quejándose y sacándose el termómetro de la boca. Finalmente, recordó dónde estaba y lo ocurrido. Intentó reincorporase en la cama, pero la habitación empezó a darle vueltas por encima de la cabeza.

—¡Guau!

—Cálmese, señor —le dijo poniéndole la mano en el pecho—. Necesita descansar.

—Lo que necesito es largarme de aquí.

—Quizá más tarde. Primero, déjeme que me ocupe de usted.

—No, escúcheme. Mi amigo… ¿dónde está?

—¿Qué amigo?

—El que vino clavado a una puta cruz. No creo que no lo haya visto. Se parecía a Jesucristo. ¿Sabe quién es? Se supone que murió por nuestros pecados. —Hunter intentó reincorporarse una vez más. La cabeza le iba a estallar.

La puerta se abrió y el capitán Bolter asomó la cabeza.

—¿Se está poniendo pesado?

La enfermera le ofreció al capitán una sonrisa blanca como el marfil.

—¿Capitán, dónde está Carlos? ¿Cómo está?

—¿Puede dejarnos un momento? —le preguntó el capitán a la enfermera según entraba en la habitación.

Hunter esperó hasta que se hubo marchado.

—¿Ha sobrevivido? Tengo que verlo —dijo, pero se derrumbó en la cama al intentar levantarse.

—No vas a ir a ninguna parte —le dijo el capitán con firmeza.

—Dígamelo, capitán, ¿está vivo?

—Sí.

—¿Cómo está? —le preguntó Hunter.

—Carlos ha perdido mucha sangre, lo que los médicos llaman una hemorragia de nivel cuatro. Como consecuencia, el corazón, el hígado y los riñones están considerablemente debilitados. Le han hecho una transfusión de sangre, pero, aparte de eso, no se puede hacer mucho más. Solo cabe esperar que sea fuerte.

—¿Que sea fuerte? —En la voz de Hunter se oyó un ligero temblor.

—Está estable, pero sigue inconsciente. Aún no lo consideran un estado de coma. Sus constantes vitales están débiles… muy débiles. Está en la UCI.

Hunter enterró la cabeza entre las manos.

—Carlos es un hombre fuerte, saldrá de ésta —le dijo el capitán para tranquilizarlo.

—Tengo que verle.

—Por el momento no irás a ningún sitio. ¿Qué carajo ha pasado, Robert? Casi pierdo dos detectives a la vez y ni siquiera sé qué mierda está pasando.

—¿Qué mierda cree, capitán? El asesino fue por Carlos —se apresuró a responder Hunter con rabia.

—¿Pero por qué? ¿Me estás diciendo que el asesino ha decidido así como así subir el nivel del juego y convertirse en un asesino de policías? Él no es así.

—¿Cómo es, entonces? Dígamelo, por favor, capitán, ¿cómo es?

El capitán Bolter eludió la mirada de Hunter.

—Llevo detrás de él casi tres años y lo único que sé es que tortura y asesina. ¿A quiénes asesina?, eso parece no importarle una mierda. Para él es un juego y Carlos era otra pieza más —dijo Hunter, intentando elevar la voz.

—Ponme al corriente de lo que ha pasado —le ordenó el capitán con voz sosegada.

Hunter le contó los detalles, desde que recibió la llamada hasta que cerró los ojos esperando la explosión.

—¿Por qué no me llamaste? ¿Por qué no llamaste pidiendo refuerzos?

—Porque el asesino me dijo que no los pidiera. No iba a jugar con la vida de Carlos.

—No tiene sentido. Si lo derrotaste en su propio juego, ¿por qué volver a activar el detonador?

Hunter negó con la cabeza mirando al suelo.

—Los quería muertos a los dos. Sin importar cómo —concluyó el capitán Bolter.

—No lo creo.

—Si no quería matarte, ¿por qué reinició la bomba?

—Pruebas.

—¿Qué?

—La habitación estaba llena de pruebas, capitán. La grabadora, la caja, los explosivos, el mecanismo de seguridad, la silla de ruedas. Si hubiéramos llegado a poner las manos encima de todo aquello, hubiésemos encontrado alguna pista. Lo hace volar todo por los aires y así no tenemos nada.

El capitán puso cara de no estar muy convencido.

—La cruz se separó de la base como si hubiese estado engrasada —prosiguió Hunter—. Fue muy fácil. La cantidad de explosivos que el asesino utilizó fue exactamente la necesaria para destruir la lavandería. El asesino podría haber preparado explosivos más potentes que hubieran arrasado el sótano entero sin darnos opción alguna a escapar. El primer objetivo de la explosión no era matarnos.

—¿Entonces, el asesino sabe de explosivos?

—Al menos un poco —dijo Hunter asintiendo.

—¿A qué te refieres con «al menos un poco»?

—No creo que la bomba fuera nada del otro mundo. Seguramente, no era tecnología punta o del estilo utilizado por los terroristas. Es cierto que el asesino necesitaría algunos conocimientos sobre explosivos para unirlos y construir el mecanismo de detonación, pero no necesita ser un experto.

—¿Y dónde carajo consiguió los explosivos?

—Estamos en los Estados Unidos, capitán —respondió Hunter con una sonrisa sarcástica—. La tierra en la que cualquier cosa se puede comprar con dinero. Con los contactos adecuados y dinero en metálico, puedes conseguir un arma antiaérea, por no hablar de una pequeña cantidad de explosivos para hacer volar la habitación de un sótano. Si el asesino tiene suficientes conocimientos, él mismo lo podría haber fabricado utilizando un juego de química.

El capitán negó con la cabeza en silencio durante unos segundos.

—Vamos a tener que ser claros con este caso, lo sabes, ¿no? Tenemos a la prensa encima. Explosivos, un detective crucificado vivo. Ahí fuera hay un puto circo y nosotros somos los payasos.

Hunter no tenía nada que decir. La habitación ya casi había dejado de darle vueltas e intentó ponerse de pie nuevamente. En cuanto sus pies tocaron el suelo, Hunter soltó un gruñido de angustia. Sus zapatos nuevos habían hecho un buen trabajo destrozándole los pies.

—¿Dónde diablos crees que vas? —le preguntó el capitán.

—Tengo que ver a Carlos. ¿Dónde está?

El capitán se toqueteó el bigote y observó a Hunter con mirada aguda.

—Ya te lo he dicho, está en la UCI. Ven, te llevaré.

Al pasar delante de un pequeño espejo que había a la izquierda de la habitación, Hunter se detuvo y miró su perfil con ojo crítico. Parecía un muerto. Miles de pequeños cortes cubrían su pálido y cansado rostro. Tenía los ojos inyectados en sangre y el labio inferior hinchado y desfigurado. Una gota de sangre seca le decoraba la comisura derecha de la boca. Había envejecido diez años en una tarde.

—Usted debe ser Anna —dijo Hunter al entrar en la habitación con forma de L de la UCI.

Junto a la cama de García estaba sentada una mujer de pelo corto y oscuro. Era de complexión fuerte y ojos color avellana hinchados de haber estado llorando.

—¿Y usted debe ser Robert? —Tenía la voz débil y destrozada.

Hunter intentó sonreírle, pero las mejillas lo desenmascararon.

—Lamento que nos conozcamos de esta forma. —Tembloroso, le ofreció la mano.

Anna se la estrechó con la más sutil de las delicadezas. Sus ojos estaban llenos de lágrimas. En silencio, los tres se quedaron mirando a García. Yacía tendido bajo una fina colcha. De boca, brazos y nariz, le salían tubos que pasaban por la cama y se conectaban a dos máquinas distintas. Tenía las manos y la cabeza vendadas, y la cara llena de moretones y cortes. Un monitor cardiovascular emitía un pitido estable en el rincón de la habitación. Al verlo, a Hunter le dieron escalofríos.

García parecía reposado pero débil. Hunter se acercó y le puso la mano en el hombro con suavidad.

—Vamos, novato, puedes con esto, es fácil —le susurró con ternura—. Lo difícil ya ha pasado. Salimos de allí, novato. Le ganamos. Le ganamos en su propio juego… tú y yo.

Hunter mantuvo la mano sobre el brazo de García un buen rato antes de girar y mirar a Anna.

—Es muy fuerte, saldrá de ésta. Seguramente, solo está descansando.

Anna no respondió. Las lágrimas le caían por la cara. Hunter volvió a mirar a García y se agachó poniéndose a su altura. Parecía buscar algo.

—¿Va todo bien? —preguntó el capitán.

Hunter hizo un movimiento de negación con la cabeza y presionó la almohada a la altura del cuello de García con cuidado de no molestarlo. Muy delicadamente, pasó la mano por el cuello de su compañero.

—Venga, tiene que descansar, igual que tú —dijo el capitán, yendo hacia la puerta. Hunter quería decirle algo a Anna, pero las palabras simplemente no salían. Se limitó a seguir al capitán y ninguno dijo una palabra hasta que volvieron a la habitación de Hunter.

—No tenía marca —habló primero Hunter.

—¿Qué?

—En la nuca de García… no había marca. El asesino no lo marcó.

—¿Y qué significa eso?

—Significa que no tenía que morir.

—¿No tenía que morir? Pero podías haber elegido el botón equivocado.

Hunter no tenía una respuesta. Intentó pensar, pero el dolor de cabeza se lo impedía. Se sentó en la cama cuando la habitación empezó a darle vueltas de nuevo.

—Vas a tener que hacerle un resumen del caso a Matt y a Doyle —dijo el capitán, rompiendo el silencio.

—¿Qué? ¿De qué está hablando?

—Tengo que apartarte de la investigación, Robert, conoces el protocolo. Matt y Doyle se encargarán. Quiero que les cuentes todo lo que sepas, todo lo que tengas.

—¡Qué le den por el culo al protocolo, capitán! Eso es una estupidez…

—No puedo dejarte seguir con el caso. Por alguna extraña razón, el asesino tiene algo contigo. Llamadas de teléfono. Llamarte por tu nombre de pila. Juegos asesinos. ¿Qué va a ser lo próximo? ¿Se tomarán una copa juntos? Es como si te conociera bien.

—Exactamente, y si me aparta del caso puede hacer que se enfurezca más. Solo Dios sabe que hará después.

—Solo Dios sabe lo que está haciendo ahora, Robert. No tenemos nada y lo sabes. Tres años de investigación y no tenemos ni una puta mierda. Puede que dos mentes frescas sean lo que la investigación necesita.

—Lo que la investigación necesita es que yo siga donde la dejé. Nos estamos acercando, capitán. Carlos y yo estamos detrás de una pista que seguro nos llevará hasta él.

—Bien, así podrás poner a Matt y a Doyle al tanto de esa pista vuestra.

—Es nuestra investigación, de Carlos y mía.

—¿Has sufrido una conmoción cerebral? ¿La explosión te ha afectado al cerebro? Deja que te ponga rápidamente al tanto de la realidad —se apresuró a contestar con agresividad—. Carlos está en cuidados intensivos medio en coma. Lo crucificaron vivo, Robert. Tenía una corona de espinas tan clavada en la cabeza que las espinas le tocaban el cráneo, y dos clavos de 18 centímetros atravesándole las palmas de las manos. Tendrá que pasar tiempo antes de que pueda coger un bolígrafo, por no hablar de un arma. Eres psicólogo, así que podrás imaginarte el tipo de traumas por los que tendrá que pasar para poder volver al trabajo, si es que vuelve al trabajo. Era su primer caso.

—¿Cree que no lo sé, capitán?

—Por el momento no tienes compañero. No tengo a nadie más a quien asignarte, y aunque lo tuviera… no lo haría, no ahora.

Hunter señaló con el dedo al capitán.

—Hace unos días, dijo que no cometería el mismo error que cometió con el caso de John Spencer. Dijo que debió haberme escuchado cuando le dije a todo el mundo que él no había matado a su mujer. Dijo que debería haberme dejado seguir con la investigación…

—Éste no es el caso de John Spencer, Robert —lo interrumpió el capitán—. No tenemos a un hombre inocente bajo custodia. Y el problema es que no tenemos a nadie bajo custodia. Todo lo que tenemos son cuerpos. Y siguen amontonándose de la mierda.

—Está cometiendo otro error, capitán. No me aparte del caso.

El capitán Bolter cogió aire. Su mirada buscaba refugio en el suelo.

—¿Qué diablos está pasando, capitán?

—Mira Robert. Sabes que confío en tu instinto. Y ojalá hubiera confiado en él en el pasado. De hecho, tienes una especie de sexto sentido, pero no está en mis manos.

—¿Qué quiere decir?

—Tengo a todo el mundo machacándome el culo, desde el Alcalde al Jefe de Policía. Quieren respuestas y no tengo ninguna. Son ellos quienes controlan el juego, yo ya no pinto mucho. Se me ha ido de las manos. Están hablando de meter en esto al FBI. Tendré suerte si consigo mantener el trabajo.

Hunter se pasó las dos manos por la cara.

—Sacarme del caso es un error.

—Bueno, no será el primer error que cometemos en esta investigación, ¿no?

La puerta se abrió y una enfermera de pelo corto y negro entró en la habitación.

—Caballero, esto es un hospital, no un partido de los Lakers. Quizá tendría que volver a sedarlo. —Se volvió hacia Hunter.

—No lo creo —dijo Hunter, levantándose de un salto—. ¿Dónde diablos está mi ropa?

—Debe quedarse en observación al menos veinticuatro horas —dijo la enfermera, acercándose.

—Bueno, eso no va a ocurrir, cariño, así que échese atrás y enséñeme dónde está mi ropa.

La enfermera miró al capitán Bolter esperando una ayuda que no llegó. Dubitativa, señaló el pequeño armario que había a la derecha de la puerta.

—Está ahí dentro.

—La tendremos vigilada —dijo el capitán haciendo un gesto hacia la puerta. Esperó a que la irritada enfermera se hubiera marchado.

—Tómate unos días libres, Robert.

—¿Qué?

—Necesitas un descanso. Quiero que te tomes unos días libres antes de informar a Matt y a Doyle.

—¿Me está suspendiendo?

—No, solo te estoy diciendo que te tomes unos días libres.

—Me necesita en la investigación, capitán.

—Necesito que pongas al corriente del caso a los dos nuevos detectives y que te tomes vacaciones. No es una petición, Robert. Descansa, recupérate y olvídate del caso. Has hecho todo lo que has podido. Cuando regreses, podremos hablar de lo que harás. —El capitán Bolter se detuvo junto a la puerta—. Si fuera tú, haría caso a la enfermera. Puede que sea buena idea que pases aquí la noche.

—¿Es otra orden? —dijo Hunter, saludando con sarcasmo al capitán a lo militar.

—No, es solo una sugerencia, pero estoy preocupado.

—¿Por qué?

—Por ti. El asesino fue por Carlos, tú podrías ser el próximo.

—Si el asesino me quisiese muerto, ya lo estaría.

—Puede que no te quiera muerto ahora, lo que podría ser la razón de los explosivos. Puede que el asesino se haya cansado de los juegos y ahora te quiera a ti.

—Entonces, que venga por mí —dijo Hunter desafiante.

—Oh, sí. Eres el hombre que no le teme a la muerte, un tipo muy duro.

Los ojos de Hunter evitaron los del capitán.

—No eres un superhéroe, Robert. ¿Qué harías si el asesino decidiera venir por ti esta noche? Sacar algo de tu supercinturón.

—¿Por qué iba a hacerlo?

—Para terminar el trabajo que empezó.

Hunter no respondió. Se miró sus pies descalzos y llenos de ampollas.

—Mira, Robert, sé que vales. Dios sabe que apostaría dinero por ti en un combate cuerpo a cuerpo contra cualquiera, pero ahora mismo no estás al cien por cien… ni física ni mentalmente. Si el asesino viene por ti en los próximos días, te llevará mucha ventaja.

Hunter tuvo que admitir que el capitán tenía razón. Un escalofrío lo invadió.

—Piensa, Robert, no seas tonto, no eres un superhombre. Pasa aquí la noche, donde alguien te pueda vigilar.

—No necesito una niñera, capitán —dijo caminando hacia la ventana.

El capitán vio lo inútil que era intentar razonar con Robert Hunter. Ya lo había intentado muchas veces antes.

Hunter se quedó mirando el abarrotado aparcamiento del hospital.

—El coche, ¿qué le ha pasado a mi coche?

—Lo han remolcado hasta el Departamento de Robos y Homicidios. Si quieres, puedo llevarte mañana —intentó por última vez.

Hunter se volvió y miró al capitán.

—No me voy a quedar esta noche aquí, capitán. Lo recogeré de camino casa —dijo con voz firme.

—Como quieras. Estoy harto de discutir contigo. Tómate mañana y pasado libres, luego necesito que pongas al día a Matt y a Doyle. —Cerró la puerta de un portazo al salir de la habitación.