VEINTE

H

unter tenía la camisa empapada en sudor cuando se despertó, a las cinco de la mañana, de otro sueño vivido e inquietante.

Se sentó en la cama, respirando con fuerza, la frente mojada de sudor y el cuerpo entero temblando. ¿Cuándo dejaría de tener esos sueños? Desde la muerte de Scott se habían convertido en una parte constante de las noches. Sabía que no podría volver a dormir. Caminó hasta el baño y se echó agua fría en la cara. Respiraba con calma, pero las manos aún le temblaban. El reflejo en el espejo lo inquietaba. Las bolsas de los ojos parecían más pesadas; su tez, demasiado pálida.

Fue a la cocina y se sentó en la oscuridad durante unos minutos, arrullando la ansiedad. Sus ojos pasaron ligeramente el tablón de la cocina y vio la nota que había clavado unos días atrás: Isabella.

Hunter se había olvidado de ella. Cogió la nota del tablero y la leyó. Una sonrisa de satisfacción se abrió camino en sus labios sin siquiera darse cuenta. Durante una milésima de segundo se olvidó del caso del Asesino del Crucifijo y recordó cómo ella lo había hecho sonreír. Se acordó de cuánto tuvo que resistirse al impulso de saltar a su cama tras su invitación.

Hunter cogió el móvil del bolsillo de la chaqueta, marcó su número y puso la alarma para que se lo recordara a las 12:30.

* * *

Llegó al Departamento de Robos y Homicidios a las ocho en punto y se encontró con que García ya estaba sentado en su despacho. Se pasaron la mañana enviando por fax fotografías a las agencias de modelos y actrices e intentando reunir toda información que pudieran sobre Rey-T. Hunter sabía por experiencia que no tenía que interrogar a nadie sin estar preparado, en especial si ese alguien era un autoproclamado señor del crimen.

—Sí, parece que vamos a tratar con un hijo de puta duro —dijo García, sujetando el fax que acababa de recibir.

—Eso ya lo sabía, pero ¿qué tienes ahí?

—Como dijiste, parece que nuestro hombre trafica con casi todo lo que quieras, drogas, armas, prostitución, objetos robados… —García hizo un gesto con la mano indicando que la lista seguía y seguía—. Y estabas en lo cierto cuando dijiste que era muy escurridizo. Ha ido a los juzgados cinco veces…

—Deja que lo adivine, y en todas ha salido.

—Libre como un pájaro.

—¡Ya me parecía a mí! ¿De dónde viene esa información?

—De la Oficina del Fiscal del Distrito.

—¿Y es todo lo que han mandado?

—Ajá.

—Vuelve a ponerte en contacto con ellos a ver si pueden enviarnos el expediente completo. Normalmente, hacen un buen trabajo reuniendo información de la gente a la que persiguen.

—Estoy en ello —dijo García, que ya buscaba en la mesa el número de la oficina del Fiscal del Distrito. Sabía que lo tenía hacía un minuto.

—Hunter sintió vibrar el móvil en el bolsillo antes de oír la alarma. —12:30, llamar a Isabella.

—Vuelvo enseguida, tengo que hacer una llamada rápida. —Fue al pasillo y cerró la puerta al salir, dejando a García aún buscando el número del fiscal.

—¡Hola!

—¿Hola… Isabella?

—Sí, soy yo.

—Hola, soy Robert. —No se acordaba de si le había dicho cómo se llamaba o no—. Nos conocimos la semana pasada en el Hideout.

—¿La semana pasada? —Parecía no estar segura.

—Sí, acabé en tu apartamento. Tuve que salir pitando a las tres de la mañana, ¿te acuerdas?

Rió.

—Sí, me acuerdo. El hombre con calzoncillos con ositos que creía que era una prostituta, ¿verdad?

Hunter torció la cara como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago.

—Sí, ése era yo.

—¿Llamas para volver a disculparte? —le preguntó entre risas.

—En realidad, te llamaba para preguntarte si te gustaría quedar otra vez, para comer… o para cenar. —A Hunter le resultaba más sencillo ir directo al grano.

—Bueno, es un gran paso. De pensar que soy una prostituta y salir a toda prisa en mitad de la noche a pedirme una cita… ¡Qué sorpresa!

—Supongo que estoy lleno de sorpresas —bromeó Hunter.

—Seguro.

—Mira, actué como un capullo y lo siento. Estaba medio borracho, apenas había dormido y tú parecías demasiado buena para ser verdad. —Hunter se mordió el labio y esperó que la adulación funcionara.

—¿Eso ha sido un cumplido o me estás diciendo que con las únicas mujeres atractivas con las que te acuestas son prostitutas?

—¡Nooooo! Vaya, esta conversación se está torciendo. —Hunter oyó cómo ella se reía—. ¿Qué te parece si borramos la primera noche?

Pasaron varios segundos de silencio.

—Está bien —respondió finalmente—. Dame un segundo. —Hunter oyó el débil sonido de paginas pasando—. Estoy un poco ocupada, pero mañana podría sacar un poco de tiempo para comer, si te viene bien.

—Comer me parece bien —respondió Hunter con aire despreocupado—. ¿A la una en punto?

—Sí, perfecto.

—Puesto que parece que tú estás más atada a tu horario podríamos quedar cerca de tu trabajo.

—Claro. Trabajo en la universidad. ¿Te gusta la comida italiana?

—Sí, la comida italiana es sabrosa.

—Supongo que es una forma de decirlo —dijo con una risita—. Hay un buen restaurante italiano que se llama Pancetta, en Weyburn Avenue, a solo unas calles de la universidad. ¿Qué te parece si nos vemos allí a la una en punto?

—Estoy deseándolo. —Hunter puso el teléfono en el bolsillo—. ¿La comida italiana es sabrosa? —dijo en voz alta negando con la cabeza—. ¿En qué diablos estaba pensando?