VEINTICUATRO
L
ucas miró el resultado en la pantalla del ordenador. García hacía todo lo que podía para poder entrever algo mirando por encima de los hombros de la gente. Hunter tenía los ojos cerrados, demasiado nervioso para mirar.
—Hemos perdido —dijo Lucas con voz ronca—. Ha ganado el perro dos, el cinco ha sido segundo. —Hizo un esfuerzo para poder mirar a Hunter.
—No —dijo García con voz apenas audible. Casi vomita. Sintió cómo la comida se le subía por la garganta.
El capitán Bolter empujó a Lucas a un lado para ver mejor la pantalla.
—¡Mierda! Tenía que haber elegido el cajón dos, estaba entre el dos y el cinco. Tenía que haber ido por el dos —dijo Lucas, derrumbándose en la silla.
Los ojos de capitán Bolter seguían puestos en la pantalla. El resultado decía: 1º cajón 2. 2º cajón cinco. 3º cajón ocho.
—No es culpa tuya —dijo, poniéndole la mano en el hombro para consolarlo.
Hunter seguía en silencio. Los ojos cerrados, la mano metida en los bolsillos. Unos segundos más tarde miró a García y movió los labios diciendo.
—No puedo creerlo.
Todo el mundo se quedó quieto. Nadie sabía qué decir. Hunter quería gritar y pegarle un puñetazo a la pantalla del ordenador de Lucas, pero se contuvo la rabia.
El teléfono de Hunter sonó de nuevo, alarmando a todo el mundo. Lo sacó del bolsillo rápidamente y miró la pantalla. Un leve asentimiento con la cabeza hacia el capitán Bolter indicó que quien llamaba era quien esperaban.
—Sí —dijo Hunter con un tono de voz de derrota.
—Mala suerte.
—Espera… —le suplicó Hunter, pero era demasiado tarde. La línea se cortó.
—Apágalo —dijo el capitán Bolter señalando al ordenador de Lucas—. Hoy no son necesarias más carreras de perros.
Lucas cerró el explorador y miró a Hunter.
—Lo siento, hombre. Si hubiera tenido más tiempo…
Hunter sabía que Lucas había hecho todo lo posible. Como había dicho, si fuera tan sencillo, todo el mundo sacaría dinero con el juego.
—Hunter, García, tenemos que hablar. —La voz del capitán Bolter era firme. Aquello no iba según lo planeado, al menos no como lo tenía planeado en la cabeza. Fue a su oficina, el sonido de sus fuertes pasos resonaba en el silencio. Hunter y García lo siguieron sin hablar.
—¿Qué diablos está pasando? —dijo el capitán Bolter, incluso antes de que García cerrara la puerta al entrar.
—¿Usted qué cree, capitán? El asesino está actuando de nuevo, solo que esta vez me ha hecho elegir. Si hubiera elegido el perro ganador, la víctima estaría viva.
—La última llamada de teléfono, ¿te ha dicho quién era la nueva víctima?
—No, aún no.
—¿Ahora se pone a jugar?
—Parece que le gusta.
El capitán Bolter se volvió para mirar a la ventana. Quince largos segundos de silencio pasaron antes de que volviera a hablar.
—¿Por qué? Nunca antes lo había hecho. Nunca te dio la oportunidad de elegir. ¿Por qué ahora? ¿Por qué carreras de perros?
—No sabría decirle por qué ahora o por qué ha elegido carreras de perros, pero la conclusión lógica del porqué de los juegos es porque quiere compartir la culpa.
—¿Qué? ¿Lo dices en serio? —preguntó el capitán Bolter con incredulidad.
—Es un juego psicológico, capitán. Quiere compartir la culpa con alguien, en este caso, conmigo. Quiere hacerme sentir que he jugado una mano con la muerte de la víctima al no elegir al ganador; yo soy tan culpable como él.
El capitán Bolter se volvió a girar para mirar a los dos detectives.
—¿Me estás diciendo que, de repente, ese tipo siente culpabilidad? ¿Qué siente remordimientos? —La irritación seguía en su voz.
—No estoy seguro.
—Bueno, tú eres quien tiene un gran cerebro.
—Es una posibilidad, ¿quién sabe? —dijo Hunter tras una pequeña pausa—. En todos los asesinatos anteriores solo estaban los dos, el asesino contra su víctima. No había nada que nadie más pudiera hacer. La decisión de asesinar era del asesino. Al hacerme escoger al perro, el asesino me ha añadido a la ecuación. En la mente del asesino, la decisión de matar ya no es suya. Es mía.
—¿Cómo si tú le hubieses dicho que lo hiciera? —preguntó García.
—Sí —dijo Hunter con la cabeza—. Y dado que piensa que la decisión de asesinar ha dejado de ser suya…
—Piensa que no tiene culpa —concluyó el capitán Bolter.
—Quizá también espere que la frustración aumente y, en consecuencia, retrasar la investigación —confirmó Hunter.
—Bueno, desde luego está añadiendo más frustración —respondió rápidamente el capitán.
—O a lo mejor está jugando por amor al arte.
El capitán Bolter negó con la cabeza.
—Nos está puteando, eso es lo que está haciendo.
—Parece que lo lleva haciendo desde hace tiempo, capitán —dijo García, arrepintiéndose de inmediato de sus palabras.
El capitán lo miró como si fuera un Rottweiler a punto de atacar.
—¿Han identificado ya a la primera víctima?
—Aún no, capitán, el viernes nos vemos con alguien que quizá nos dé una pista.
—No estamos yendo muy rápido, ¿verdad?
—Vamos tan rápido como podemos. —Hunter parecía irritado.
—Esperemos que vuestra pista resulte buena. Esto empieza a convertirse en un maldito circo, y odio los circos.
Hunter comprendía la rabia en la voz del capitán, era la misma rabia que él contenía en su interior. Sabían que el asesino estaba a punto de cobrarse otra víctima, pero no sabían cuándo, no sabían dónde y no sabían quién. Se encontraban en un juego que estaban perdiendo. No había nada que pudieran hacer, salvo esperar la próxima llamada de teléfono.