CINCO
H
unter se quedó parado junto a la puerta de una gran habitación doble únicamente iluminada por dos linternas en movimiento; la del capitán Bolter y la del doctor Winston. De forma sorprendente, la habitación estaba en mejores condiciones que el resto de la casa. Se le hizo un agujero gigante en el estómago al contemplar la imagen que había ante sus ojos.
Justo enfrente de la puerta de la habitación y a unos noventa centímetros de la pared trasera, el cuerpo desnudo de una mujer colgaba de dos postes de madera situados en paralelo. Los brazos estaban abiertos totalmente y las rodillas dobladas sobre el suelo, de tal manera que aparecía colocada en una posición arrodillada en forma de «Y». La cuerda que le tensaba las muñecas contra la parte superior de los postes le había producido cortes profundos en la piel y surcos oscuros de sangre seca decoraban sus brazos. Hunter miró fijamente el rostro de la mujer muerta. Su mente se esforzaba por entender lo que sus ojos veían.
—¡Santo Dios!
Una nube incesante de moscas se arremolinaba alrededor del cuerpo con un zumbido despiadado, pero dejando en paz su rostro. Su rostro despellejado. Una masa deforme de tejido muscular.
—¡Hunter! Por fin has decidido aparecer. —El capitán Bolter estaba de pie al otro lado de la habitación junto al doctor Winston, el director forense.
Hunter miró fijamente a la mujer durante unos segundos antes de desviar su atención hacia el capitán.
—¿La han despellejado? —preguntó desde la puerta con un tono de voz de incredulidad.
—Viva… alguien la despellejó viva. —La voz calmada del doctor Winston corrigió a Hunter—. Murió horas después de que le hubieran arrancado la piel de la cara.
—¡Se está quedando conmigo! —Hunter examinó a la mujer sin rostro. La falta de piel había hecho que se le ahuecaran las cuencas de los ojos, y parecía que lo estuviera mirando directamente a los ojos. La boca le colgaba abierta. Sin dientes.
Hunter supuso que no tendría más de veinticinco años de edad. Las piernas, el estómago y los brazos tenían el tono muscular definido y estaba claro que se preocupaba por su apariencia. El cabello, de un rubio oro, largo y suave, le caía por la mitad de la espalda. Hunter no tenía ninguna duda de que había sido una mujer atractiva.
—Hay más. Echa un vistazo detrás de la puerta —le dijo el doctor Winston.
Hunter entró en la habitación, cerró la puerta y se quedó mirándola confuso un par de segundos.
—¿Un espejo de cuerpo entero? —dijo con mirada enigmática mirando su reflejo. De repente, se quitó de en medio y el cuerpo de la mujer apareció a la vista en el espejo.
—¡Dios! El asesino hizo que se viera. —Su cuerpo había sido colocado directamente frente al espejo.
—Eso es lo que parece —dijo el doctor Winston en consonancia—. Probablemente, pasó sus últimas horas de vida mirando su reflejo desfigurado en el espejo. Tortura mental y física.
—El espejo no es de esta puerta… —dijo Hunter echando un vistazo—, ni de esta habitación. Parece nuevo.
—Exactamente, el espejo y los postes de madera están aquí por un motivo; para aumentar el sufrimiento —confirmó el doctor Winston.
La puerta de la habitación se abrió enfrente de Hunter, rompiendo su mirada en el espejo. García entró con una taza de café.
—Aquí tienes —dijo, dándosela a Hunter.
—Creo que voy a pasar, novato, mi estómago ha vivido días mejores y ahora ya estoy mucho más despierto —le respondió Hunter con gesto desdeñoso.
Tanto el capitán Bolter como el doctor Winston hicieron un gesto de negación con la cabeza indicando que ellos tampoco querían. García volvió a abrir la puerta.
—Aquí tienes —le dijo al joven oficial que había fuera—. Me parece que te vendrá bien.
—¡Oh! Gracias señor. —El oficial parecía sorprendido.
—No hay de qué. —García cerró la puerta y se acercó a la victima junto con Hunter. Un penetrante olor les cubrió las fosas nasales, obligando a Hunter a taparse la nariz con la mano. La mujer estaba de rodillas en un charco de orina y heces.
—Estuvo varias horas atada a los postes, puede que un día entero. Ése era su retrete —les explicó el doctor Winston señalando al suelo.
García hizo una mueca de asco.
—¿Cuánto tiempo lleva muerta, doctor? —le preguntó Hunter.
—Resulta difícil ser precisos en este momento. La temperatura del cuerpo humano desciende aproximadamente 1.5 grados cada hora tras la muerte. La temperatura de su cuerpo ha bajado doce grados, lo que podría significar que lleva ocho horas muerta, pero eso depende de las circunstancias. El calor del verano podría sin duda haber ralentizado el proceso, y estoy seguro de que por el día esta habitación parece una sauna. Tendré una idea mejor de la hora de la muerte en cuanto esté en la sala de autopsias.
—No hay cortes, ni heridas de bala, ni marcas de estrangulación. ¿Murió por las heridas de la cara? —preguntó Hunter, mirando el torso de la mujer y moviendo la mano para espantar las moscas.
—De nuevo, sin una autopsia no puedo estar seguro, pero supongo que fue por un fallo cardiaco inducido por el dolor y el agotamiento. Quienquiera que le haya hecho esto la mantuvo en esta posición infringiéndole cada vez más y más dolor hasta que murió. El asesino quería que sufriera lo máximo posible, y vaya si sufrió.
Hunter miró alrededor de la habitación como si estuviera buscando algo.
—¿Qué es ese otro olor? Huelo algo más, como a vinagre.
—Tienes un buen olfato, Hunter —le dijo el doctor Winston señalando hacia uno de los rincones de la habitación—. Ese tarro de allí estaba lleno de vinagre. También puede olerse en el cuerpo, predominantemente en la mitad superior. Parece que el asesino lo vertía sobre su rostro sin piel a intervalos señalados.
—El vinagre también funciona como repelente para moscas —dijo Hunter.
—Eso es verdad —confirmó el doctor Winston—. Imagina la clase de dolor que tuvo que soportar. Todos los nervios de la cara estaban totalmente al descubierto. Incluso una ráfaga de viento le habría causado un dolor insoportable. Con toda probabilidad se desmayaría varias veces, o al menos lo intentaría. Recuerda que no tenía párpados, no tenía forma de evitar la luz, de que sus ojos descansaran. Cada vez que recobrara el conocimiento, su cuerpo desnudo desfigurado sería la primera imagen que vería. No voy a entrar en la clase de dolor que la acidez del vinagre vertido sobre la carne viva le causó.
—¡Jesús! —dijo García retrocediendo unos cuantos pasos—. ¡Pobre mujer!
—¿Estaba consciente cuando le arrancaron la piel? —preguntó Hunter.
—No sin ser anestesiada, pero no creo que lo estuviera. Yo diría que el psicópata la drogó y la dejó inconsciente durante varias horas mientras se ponía a trabajar con su cara. Cuando hubo terminado, la trajo a esta casa, la ató a los postes y la torturó un poco más hasta que murió.
—¿Qué? ¿No cree que le arrancara la piel en esta casa? —preguntó García con aspecto confuso.
—No —contestó Hunter antes de que el doctor Winston tuviera oportunidad de hacerlo—. Echa un vistazo. Revisa la habitación. Ni una mancha de sangre excepto las que hay justo debajo del cuerpo. Estoy seguro de que el asesino limpió cuando terminó, pero no en este lugar. Corríjame si me equivoco, doctor, pero quitar la piel a un ser humano es un proceso complicado.
El doctor Winston asintió en silencio.
—El asesino necesitaría equipo quirúrgico y la iluminación de una sala de operaciones, por no mencionar mucho tiempo y conocimientos —continuó diciendo Hunter—. Hablamos de un psicópata con mucha técnica. Alguien con un gran conocimiento y formación médica. No le quitaron la piel en esta casa. La torturaron y la asesinaron aquí.
—Puede que el asesino sea cazador. Ya sabe, nociones acerca de cómo desollar a un animal —sugirió García.
—Podría ser, pero eso no lo habría ayudado —respondió Hunter—. La piel humana no responde del mismo modo que la piel de un animal. Diferente elasticidad.
—¿Cómo lo sabes? ¿Cazas? —le preguntó García intrigado.
—No, pero leo mucho —respondió Hunter con aire despreocupado.
—Además, a los animales se les arranca la piel cuando están muertos —prosiguió el doctor Winston—. Uno puede arrancarle la piel a tiras sin preocupación alguna por la vida del animal. Nuestro asesino mantuvo viva a la víctima, y eso en sí mismo es un proceso delicado. Quienquiera que sea esa persona, sabe de medicina. De hecho, hizo una buena cirugía plástica, excepto por los dientes. Sencillamente, se los arrancó, poco sutil, pero el máximo de dolor.
—El asesino no quería que la identificáramos —concluyó García.
—Le dejó intactas las huellas dactilares —se apresuró a responder Hunter tras examinarle rápidamente las manos—. ¿Por qué arrancarle los dientes y dejarle las huellas dactilares?
García asintió conforme.
Hunter rodeó los postes de madera para examinar la espalda de la mujer.
—Un escenario en el que actuar —susurró—. Un lugar donde la maldad del asesino pueda cobrar vida. Por eso la trajo aquí. Fíjense en ella: está en una posición de ritual. —Se volvió para mirar al capitán Bolter—. El asesino ya lo había hecho antes.
El capitán Bolter no parecía sorprendido.
—Nadie podría resistir un dolor así en silencio —comentó García—. Éste es el lugar perfecto, totalmente aislado, sin vecinos, sin nadie que pudiera sorprender al asesino. Ella podría haberse reventado los pulmones gritando y nadie habría venido.
—La víctima, ¿sabemos algo de ella? ¿Sabemos quién es? —preguntó Hunter, aún examinando su espalda.
—Nada hasta el momento, pero aún no hemos enviado sus huellas dactilares —respondió García—. El primer vistazo a la casa no nos ha proporcionado nada, ni siquiera un trozo de ropa. Es obvio que ella no vivía aquí, y buscar en la casa cualquier pista sobre su identidad es, con toda seguridad, una pérdida de tiempo.
—Hazlo de todas formas —le dijo Hunter con firmeza—. ¿Y en personas desaparecidas?
—Introduje la descripción inicial en la base de datos de la Unidad de Personas Desaparecidas —respondió García—. Aún no hay coincidencias, pero sin una cara… —García hizo un gesto de negación con la cabeza, como considerando lo imposible de la tarea.
Hunter miró unos segundos por la habitación antes de clavar la mirada en la ventana de la pared sur.
—¿Y huellas de neumáticos en el exterior? Parece que no hay otra forma de llegar hasta este lugar, salvo ese estrecho camino.
El capitán Bolter asintió levemente.
—Tienes razón. Ese camino es el único acceso a la casa y las unidades forenses y policiales han pasado por allí. Si había algo, lo han cubierto. Haré que alguien pierda el culo por eso.
—¡Genial!
La habitación se quedó en silencio. Todos lo habían visto ya. Una víctima sin ninguna oportunidad contra un oponente mentalmente alterado; un lienzo pintado con los dramáticos colores de la muerte. Pero aquello parecía diferente, daba la sensación de ser diferente.
—No me gusta. —Hunter rompió el silencio—. No me gusta nada. No es un homicidio común que se comete sin pensarlo dos veces. Fue planeado, y durante mucho tiempo, ¡mierda! Imaginen solo la paciencia y determinación que se requiere para conseguir llevar a cabo algo como esto. —Hunter se frotó la nariz. El hedor a muerte le llegaba.
—¿Un crimen pasional, quizá? Puede que alguien quisiera vengarse de una aventura amorosa fallida. —García ofreció una nueva opinión.
—Esto no es un crimen pasional —dijo Hunter, negando con la cabeza—. Nadie que hubiera estado enamorado de ella sería capaz de hacerle algo así por mucho daño que le hubiese hecho, a no ser que estuviera saliendo con el mismísimo Satanás. Tan solo mírala, es sencillamente grotesco y eso me preocupa. No va a terminar aquí. —Las palabras de Hunter produjeron un nuevo escalofrío en la habitación. Lo último que la ciudad de Los Ángeles necesitaba era otro asesino psicópata suelto, alguien queriendo ser el próximo «Jack el Destripador».
—Hunter tiene razón, no es un crimen pasional. El asesino ya ha hecho antes esto —dijo finalmente el capitán Bolter apartándose de la ventana. Su afirmación detuvo a todos los que lo seguían.
—¿Sabe algo que nosotros no sabemos? —García hizo la pregunta que todos tenían en la boca.
—No por mucho tiempo. Hay algo más que quiero que vean antes de que deje entrar a los forenses.
Eso había intrigado a Hunter desde su llegada. Por lo general, el equipo forense comprueba la escena del crimen antes de que a los detectives se les permita pisotear las pruebas, pero aquel día, el capitán quiso que Hunter entrara primero. El capitán Bolter raramente se saltaba el protocolo.
—En el cuello, echa un vistazo —le dijo inclinando la cabeza hacia el cuerpo.
Hunter y García se intercambiaron una mirada de preocupación antes de aproximarse de nuevo hacia la mujer muerta.
—Denme algo con lo que pueda levantarle el pelo —le pidió Hunter a cualquier de la habitación. El doctor Winston le dio un puntero retráctil de metal.
Conforme iluminaba su cuello desnudo con la linterna, la cabeza de Hunter se adentró en un torbellino de pensamientos confusos. Se quedó mirándolo con incredulidad; se quedó pálido.
Desde donde estaba, García no veía con claridad, pero lo que lo perturbó fue la mirada en los ojos de Hunter. Fuera lo que fuera lo que Hunter estaba viendo, lo había dejado mudo del susto.