TREINTA Y NUEVE

L

a dirección que buscaban era el número 535 del Boulevard Ocean en Santa Mónica. García decidió tomar la ruta turística de la autopista de la Costa del Pacífico.

La autopista de la costa es donde se ruedan la mayoría de anuncios de coches americanos. La autopista sigue la costa del pacífico por las arenosas playas del sur de California hasta el agreste litoral del noroeste pacífico. A lo largo del camino se recorren pintorescas ciudades costeras, numerosos parques nacionales y reservas.

Con el sol en lo alto del cielo y la temperatura llegando a los 35 grados, la playa de Santa Mónica estaba hasta los topes. Si hubiera sido por ellos, los dos detectives habrían pillado unas latas de cerveza fría en una de las muchas terrazas que dan al océano y habrían pasado el día sin hacer nada, pero eso era algo que no dependía de ellos.

Se llamaba Rachel Blate, pero para sus clientes era Cristal. Hunter sabía que el famoso traficante de drogas perseguiría a quien hubiera matado a Jenny con todo lo que tuviera a su alcance. Conocía las calles mejor que Hunter. Tenía contactos debajo de las piedras y en todos los agujeros. Si Rey-T conseguía algo, Hunter quería saberlo.

Mientras García estacionaba el coche, Hunter comprobó rápidamente toda la información que tenían sobre Rachel Blate.

—¿Esto solo? ¿Esto es todo lo que tenemos? —preguntó conforme estudiaba el documento de una sola página que García le había dado.

—Sí, está limpia, sin arrestos ni condenas. Sus huellas ni siquiera están en la base de datos. Una ciudadana modelo.

Hunter arrugó la cara decepcionado. Eso significaba que no podría hacerle chantaje policial para persuadirla a cooperar.

El número 535 dejó impresionados a los dos detectives. Un apartamento acristalado de doce plantas que se erigía con grandiosidad en el Boulevard Ocean. Cada apartamento tenía su propio balcón, cada balcón medía al menos tres metros y medio por cinco metros y medio. En el vestíbulo de la entrada los recibió un suelo de mármol, sofás de cuero y una lámpara de araña más propia del Buckingham Palace que de Santa Mónica.

El apartamento de Rachel era el 44C, pero según se acercaban al conserje del edificio, García dio suavemente a Hunter en el hombro haciendo un rápido movimiento con la cabeza hacia el ascensor. Una mujer afroamericana despampanante acababa de salir en ese momento. El cabello negro liso le caía por los hombros como de manera casual. Vestía unos pantalones vaqueros ajustados a los que les había cortado las patas y una camiseta amarilla metida por dentro de su estrecha cintura. Su figura era merecedora de la página central de la revista Playboy. Unas gafas de sol Gucci le protegían los ojos de la resplandeciente luz del sol. Al instante, Hunter la reconoció como una de las chicas que el viernes estaba sentada con Rey-T.

Esperaron hasta que, inconscientemente, pasó por delante de ellos para cruzar la calle. Necesitaron unas zancadas para alcanzarla.

—¿Señorita Blate? —la llamó Hunter poniéndose a su lado.

La chica se detuvo, se volvió y vio a los dos detectives.

—Hola, ¿los conozco? —dijo sonriente.

Hunter sacó su placa rápidamente. García hizo lo mismo.

—¿Podemos robarle unos minutos de su tiempo?

—¿Estoy metida en algún lío? —preguntó preocupada.

—En absoluto. En realidad, queremos hablar con usted de una de sus amigas.

—¿De quién?

—Jenny Farnborough.

Rachel clavó su mirada en cada uno de los dos detectives durante varios segundos.

—¿No sé de quién están hablando? —dijo con burla.

—Sí, la conoce. —Hunter no estaba de humor para juegos—. Trabajaba para Rey-T, como usted. —Su mirada era fría y sólida.

—¿Rey-T? —Frunció el ceño y negó con la cabeza muy ligeramente, como si no tuviera ni idea de a quién se referían.

—Mire, la semana ha sido muy larga para todos, igual que para usted, preferiríamos estar disfrutando del sol en lugar de estar haciendo esto. Así que cuanto antes despachemos esta mierda, antes podremos volver a hacer lo que sea que hagamos. Estuvimos en el Vanguard Club el viernes por la noche, usted estaba sentada con él, así que no se haga la tonta, no le pega, y como he dicho, no está metida en ningún problema, solo necesitamos su ayuda.

En ese momento recordó dónde los había visto antes. También se acordó de haber visto al atractivo detective musculoso de ojos azules. Se quitó las gafas de sol y se las puso en la cabeza para sujetarse el flequillo. Se dio cuenta que no tenía sentido negar que conocía a Rey-T y a Jenny. Si quisieran arrestarla, ya lo habrían hecho.

—Está bien, pero no he visto a Jenny desde que decidió dejarlo. No estoy muy segura en qué puedo ayudarlos.

—¿Dejarlo? —La mirada de desconcierto de García dejaba al descubierto su sorpresa.

—Sí, creo que decidió volver a casa.

—¿Cómo lo sabe?

—Es lo que me han dicho.

—¿Rey-T?

Rachel cogió aire y lo aguantó uno o dos segundos. —Sí.

Hunter sabía por qué Rey-T le había mentido a Rachel y a las demás chicas. A todas les entraría el pánico si se enteraran de que a Jenny la habían raptado, torturado y asesinado. Se suponía que él tenía que ser su protector, su guardián, al igual que su jefe. Hunter meditó sobre si debía o no desvelar algo más. Si le decía lo que había ocurrido en realidad, sería él quien extendiera el pánico en el bando de Rey-T. Decidió no empezar nada; por el momento.

—¿Alguna vez ha visto a este hombre? —Hunter le enseñó la fotografía de George Slater.

Rachel la estudió durante unos segundos.

—Umm… no estoy segura.

—Mírela de nuevo. —Hunter no tenía ninguna duda de que lo había reconocido, pero había mentido por instinto.

—Puede… en un club o en una fiesta.

—¿Una fiesta privada?

—Sí, puede que en una fiesta extrema, si no estoy equivocada. —Se mordió el labio como procurando recordar algo—. Sí, estoy segura, le gustaban las fiestas extremas. No sé cómo se llama, si ésa es la siguiente pregunta.

—Ésa no es mi siguiente pregunta —dijo Hunter, negando con un rápido movimiento de cabeza—. ¿Fiesta extrema? ¿Qué es una fiesta extrema?

—Así es como nos gusta llamarlas. A algunos les gustan las fiestas, a otros les gustan las fiestas duras donde hay fantasías, algo que los excite. Las fiestas extremas son básicamente una fantasía, fiestas fetichistas.

—¿Cómo por ejemplo…? —García parecía más interesado ahora.

Rachel lo miró y se acercó más.

—Cualquier cosa que lo excite, cariño. —Le pasó el dedo por la mejilla suavemente—. Ropa de látex, PVC, sumisión, dolor… o a lo mejor a usted le gusta más duro. —Le guiñó el ojo con sensualidad. García retrocedió un paso medio sonrojado, medio avergonzado.

—Siento romper este momento tan hermoso, pero ¿qué es lo que pasa exactamente en esas fiestas?

Rachel se apoyó en el vehículo aparcado.

—Todo y nada. ¿Por qué? ¿Le interesa?

Hunter hizo caso omiso de la pregunta.

—¿Y ha asistido a algunas de esas fiestas?

—Unas cuantas —dijo como de forma causal.

—¿Y Jenny?

—Sí, fue a algunas.

—¿Cuántas chicas hay en las fiestas? —preguntó García.

—Depende de cuántos invitados haya, pero, por lo general, entre diez y quince de nosotras, además de otras.

—¿Otras?

—Si es una fiesta grande, veinte o treinta invitados, necesitan al menos quince o veinte chicas, además de chicos.

—¿Chicos?

La ingenuidad de García hizo sonreír a Rachel.

—Sí, cariño, modelos masculinos. Como he dicho, la gente tiene fantasías de todo tipo, incluyendo la bisexualidad y la homosexualidad. Si eso es lo que les gusta, eso es lo que consiguen. ¿Lo excita, eh?

La cara de conmoción de García sorprendió a Hunter.

—No, naturalmente que no —contestó con voz firme.

—Me alegra. —Otro guiño sensual.

—¿Recuerda haber visto a Jenny y a este hombre juntos en alguna de las fiestas? —interrumpió Hunter.

—Probablemente, resulta difícil decirlo. En esas fiestas todos juegan con todos, si sabe a qué me refiero, pero recuerdo haberlo visto jugar con otros hombres.

Tanto Hunter como García abrieron los ojos ante la sorpresa.

—Supongo que no esperaban que le fueran los hombres, ¿verdad?

—¿Está segura? —preguntó Hunter.

—Oh, sí. Hacía de ello todo un espectáculo.

—¿Cómo podemos entrar en una de esas fiestas?

—No pueden. A no ser que los inviten. No son fiestas en las que se pague para entrar. El anfitrión, generalmente algún capullo rico, contrata a las modelos e invita a quien quiere. Si no son amigos, no están invitados —les explicó.

Hunter se temía eso.

—¿Las fiestas tienen lugar los martes por la noche?

—No hay un día específico para ellas. Cualquier día que el capullo quiera hacerla, supongo.

—¿Hubo alguna el martes pasado?

Rachel lo pensó durante unos segundos.

—Si la hubo, yo no era una de las chicas.

—¿Alguna vez vio a alguien que le pareciera extraño en las fiestas? —preguntó Hunter.

Rachel rió.

—¿Aparte de a los que les gusta que los meen encima, que los pisen y los azoten, que los quemen con cera o que los metan cosas por el culo?

—Sí, aparte —respondió Hunter.

—No, nadie aparte de ésos.

—¿Aparte de modelos, asisten mujeres a esas fiestas?

—A veces. He visto a invitados traer a sus mujeres o novias con ellos. Supongo que muchas parejas son muy liberales —respondió con una risita.

—¿Entonces, no atrajo su atención nadie en particular?

—No presto mucha atención a los que vienen a las fiestas. Solo voy a hacer mi trabajo. La gente no forma parte de mi trabajo. Si lo hicieran, no lo haría.

A Hunter no le costó entender el porqué.

—¿Jenny vivía en tu edificio? —preguntó García.

—No. No sé dónde vivía. No sé dónde vive ninguna dé las demás chicas. Rey-T lo prefiere así. De todas formas, su casa ya estará limpia.

—¿A qué se refiere?

—Todos los apartamentos son suyos. Cuando una chica se va, otra entra. Cuida bien de nosotras.

—Me doy cuenta —dijo García, haciendo un gesto con la cabeza hacia el edificio acristalado—. ¿Qué pasa con sus cosas si se deja algo?

—Casi todo es de Rey-T. Él decora el lugar, nos da ropa, perfume, maquillaje, lo que queramos. Sabe cómo mimarnos.

Los tres se quedaron en silencio durante unos segundos.

—¿Puedo irme ya? —preguntó Rachel con tono impaciente.

—Sí, gracias por su ayuda. Ah, una cosa más —le dijo Hunter cuando ya empezaba a alejarse de ellos.

—¿Recuerda haber visto a alguien con un tatuaje parecido a éste? —Le mostró un pequeño dibujo del crucifijo doble.

Lo miró, frunció el ceño y negó con la cabeza.

—No, no lo había visto nunca.

—¿Está segura?

—Muy segura.

—Está bien, gracias de nuevo. —Hunter dobló el papel y se lo volvió a meter en el bolsillo antes de darle una de sus tarjetas—. Si alguna vez ve a alguien con un tatuaje que se parezca a éste, o si ve el símbolo en cualquier lugar, por favor, póngase en contacto conmigo.

Cogió la tarjeta de Hunter y la miró con una sonrisa.

—Puede que lo llame de todas formas.

—Creo que le gustas —dijo Hunter, dándole a García una palmadita en la espalda tan pronto como Rachel estuvo lejos del alcance del oído.

—¿Yo? Es a ti a quien todas quieren llamar. Podrías quedar, ¿quién sabe?, a lo mejor hasta te lleva a una de esas fiestas extremas —bromeó García.