DIECINUEVE

H

unter pisó el pedal del acelerador cuatro veces, metió la llave en el contacto y la giró. El motor hizo un amago de querer arrancar seguido de una vibración, las luces del salpicadero parpadearon pero el coche no arrancó. Hunter quitó el contacto, pisó el pedal un par de veces más y volvió a intentarlo. Esta vez, mantuvo la llave girada unos doce segundos mientras pisaba el acelerador. El motor volvió a hacer un amago y sonó con el pavor de una locomotora.

—No puede ser verdad —dijo García mirando el tenue parpadeo de las luces del salpicadero.

—Relájate, no pasa nada. El motor es un poco temperamental —respondió Hunter, evitando la mirada de García.

—Por temperamental te refieres a viejo, ¿no? De todas formas, el motor no es el problema. Me parece que se le ha acabado la batería.

—Confía en mí, conozco el coche, no le pasa nada. —Hunter lo intentó una vez más y esta vez el motor no hizo ningún ruido. Las luces del salpicadero parpadearon una vez y luego…

—¡Vaya! Supongo que será mejor que llames al servicio en carretera.

—No tengo.

—¿Qué? Por favor, dime que estás bromeando —dijo García, apoyándose en la puerta del acompañante.

—No lo estoy.

—¿Estás mal de la cabeza? Tienes un coche con… ¿Cuántos años tiene?

Hunter arrugó la cara intentando recordar el año exacto de fabricación.

—Unos catorce años.

—¿Tienes un coche con catorce años y no tienes servicio de carretera? O eres muy optimista o eres mecánico, y no veo que tengas grasa en las manos.

—Te digo que conozco el coche. Solo hay que darle algo de tiempo y arrancará, siempre arranca. ¿Café o cerveza?

—¿Cómo?

—Bueno, tendremos que matar el tiempo… veinte minutos o así. Podríamos quedarnos aquí y hablar un rato, pero dado que estamos en Sunset Strip, también podríamos pillar un trago mientras esperamos. ¿Qué prefieres, café o cerveza?

García miró a Hunter con cara de incredulidad.

—No veo cómo se va a cargar la batería esperando, pero un café no me vendrá mal.

—Que sea cerveza entonces —dijo Hunter abriendo la puerta y saliendo del coche.

—¿Volvemos al Rainbow? A lo mejor puedes continuar tu conversación con la rubita de la camiseta «Rock Bitch» —García le lanzó la pulla.

—Da igual, tengo su teléfono —contraatacó Hunter.

Encontraron un pequeño bar en Hammond Street. Eran más de la una de la madrugada y la mayoría de gente volvía a casa. Hunter pidió dos cervezas y una bolsa con hielo para el tobillo antes de sentarse en una mesa al fondo del bar.

—¿Cómo tienes el pie? —le preguntó García al sentarse.

—Jamás he visto a nadie correr como tú, ¿has ido a las olimpiadas o qué?

García sonrió, enseñando sus dientes blancos y perfectamente alineados.

—Solía estar en el equipo de atletismo de la universidad.

—Y por lo visto eras bueno.

—Gané unas cuantas medallas —respondió García con un tono más de vergüenza que de orgullo—. ¿Y tú? Si no te hubieras torcido el tobillo lo habrías pillado. Pesaba la mitad que tú.

—No soy tan rápido como tú, eso te lo puedo asegurar —respondió Hunter.

—Puede que lo averigüemos algún día —dijo García con una sonrisa desafiante.

En la barra se oyó un fuerte sonido que atrajo su atención. Alguien se había caído del taburete, rompiendo la botella de cerveza y desplomándose en el suelo.

—Es hora de irse a casa, Joe —dijo una camarera baja y morena mientras ayudaba al tipo a ponerse de pie.

—Hay algo en este caso que me preocupa —dijo García mientras con la mirada seguía a Joe salir del bar.

—Todo lo de este caso es preocupante, pero quiero oírte —respondió Hunter, dándole otro trago a la cerveza.

—En estos tiempos que corren, ¿cómo puede el asesino no olvidarse de nada? Entiendo que el asesino tenga mucho tiempo para limpiar el lugar antes de irse, pero tenemos luces y productos químicos y diferentes artilugios que pueden revelar una mota de polvo en el suelo. Hacemos análisis de ADN; podemos condenar alguien por su saliva. ¡Demonios! Si el asesino se hubiese tirado un pedo en la casa, probablemente, el equipo forense tiene algún artilugio con el que poder recogerlo. ¿Cómo puede estar limpia la escena del crimen?

—Simple, el asesino nunca trabaja con la víctima en el lugar donde encontramos el cuerpo.

García asintió, aceptando la teoría de Hunter.

—Nuestra víctima, por ejemplo. No la despellejaron en esa vieja casa de madera. Seguramente, el asesino tendrá un lugar seguro, un lugar para asesinar, un lugar donde se encuentre a salvo, donde pueda estar tranquilamente con las víctimas, donde sepa que nadie lo interrumpirá. Así que todo este embrollo, la sangre, el ruido, las fibras, están en algún otro lugar. El asesino lleva a las víctimas al lugar donde quiere que las encontremos, por norma general, en un lugar aislado donde el riesgo de que algún ciudadano lo vea es muy escaso. Todo lo que el asesino tiene que hacer es llevar un mono que no deje fibras.

—¿Cómo un traje de plástico?

—O de goma, un traje de buzo, algo por el estilo. Algo que el asesino pueda fabricarse en casa, imposible de seguirle el rastro.

—¿Y lo de transportar a la víctima?

—Seguramente una furgoneta, algo común, algo que no levante sospechas, pero lo bastante grande para transportar uno o dos cuerpos en la parte trasera.

—Y apuesto a que el interior de la furgoneta está completamente forrada con plástico o algo que el asesino pueda quitar con facilidad, evitando dejar pistas si se diera el caso de que la encontraran.

Hunter asintió y dio otro trago a la cerveza. Ambos se quedaron en silencio y Hunter empezó a juguetear con las llaves del coche.

—¿Has pensado alguna vez en comprarte un coche nuevo? —le preguntó García con cautela.

—¿Sabes?, hablas igual que Scott. Me gusta mi coche, es un clásico.

—Un pedazo de chatarra clásico tal vez.

—Es todo un coche americano antiguo. No uno de eso trastos endebles japoneses o europeos.

—Los coches japoneses funcionan siempre, tienen unos motores impresionantes.

—Ya, ahora sí que hablas como Scott, solía conducir un Toyota.

—Un hombre inteligente.

García se cogió el labio inferior con el superior. No estaba seguro de cómo iba a reaccionar Hunter ante su siguiente pregunta, pero de todas formas había decidido arriesgarse:

—¿Qué le pasó a Scott? Nunca me lo han contado —Intentó que sonara casual.

Hunter dejó la cerveza en la mesa y miró a su compañero. Sabía que tarde o temprano saldría la pregunta.

—Quieres otra cerveza —le preguntó.

García miró la botella medio vacía. Era obvio que Hunter intentaba eludir la pregunta. Decidió no forzarlo.

—No, no soy un hombre de cerveza, prefiero el whisky.

Hunter levantó las cejas sorprendido.

—¿En serio?

—Sí, el de malta es mi debilidad.

—Está bien, ahora nos entendemos. —Hunter hizo un gesto rápido con la cabeza hacia García—. ¿Crees que tendrán alguna botella decente de whisky en este garito?

García se dio cuenta de que Hunter estaba a punto de volver a la barra.

—Seguramente, no, pero, eh, no me apetece empezar con el whisky, no ahora —dijo mirando al vaso rápidamente. Con la cerveza me vale. Quería un café, ¿te acuerdas?

Hunter lanzó una rápida sonrisa a García y terminó el resto de la cerveza de un trago.

—Un accidente de barco.

—¿Qué?

—Scott y su mujer murieron en un accidente de barco, justo después de que sentenciaran a Mike Farloe. —La declaración de Hunter sorprendió a García por sorpresa. No estaba seguro de si debía decir algo o no, así que le dio un trago a la cerveza.

—Los dos estábamos de vacaciones —continuó Hunter—. Habíamos trabajado mucho tiempo en el caso. Se había apoderado de nosotros y estábamos volviéndonos locos, literalmente. La presión pudo con los dos. Afectaba nuestro proceso lógico de racionamiento. Dudábamos de nuestras habilidades, y la presión se afianzaba rápidamente. Cuando Mike confesó los asesinatos del crucifijo nos ordenaron que nos tomáramos algo de tiempo libre. Por nuestra salud. —Hunter jugueteaba con la botella de cerveza vacía, arrancándole el papel.

—Creo que ahora sí voy a tomar un whisky de malta, ¿quieres? —preguntó García, haciendo un gesto con la cabeza hacia la barra.

—Claro, por qué no, si es que tienen.

Un par de minutos más tarde, García volvió con dos vasos.

—Lo mejor que tienen es un Arran de ocho años, y aquí los precios son de broma. —García puso un vaso frente a Hunter y se sentó.

—Gracias… por la salud —dijo Hunter levantando el vaso. Echó un trago del líquido parduzco y dejó que su fuerte sabor le envolviera la garganta—. Diría que mucho mejor que la cerveza.

—García dejó ver su conformidad con una sonrisa.

—Vivo solo, siempre lo he hecho, pero Scott tenía mujer… Amanda. Solo llevaban tres años y medio casados. —Hunter tenía la mirada clavada en el vaso.

García podía sentir que aquello no era fácil para Hunter.

—El caso afectó mucho a ese matrimonio. A veces se tiraba días sin ir a casa. Fue duro para Amanda. Empezaron a discutir mucho. Scott se obsesionó con el caso y yo también —dijo Hunter mientras bebía whisky—. Estábamos seguros de que tenía que haber algún tipo de nexo de unión, algo que uniera a las víctimas. Esperábamos que el asesino cometiera algún error. Tarde o temprano, todos lo hacen, nadie podía ser tan cuidadoso.

—¿Lo comprobaste con el FBI?

—Sí, nos dieron acceso a su base de datos y a su biblioteca. Nos pasamos días… semanas buscando algo que pudiera ayudarnos. —Hunter hizo una pausa durante unos segundos—. Siempre hay algo. No importa lo loco que uno esté, siempre hay un motivo para el asesinato. La mayoría de veces no tiene lógica, pero, no obstante, es un motivo. Nos estábamos volviendo locos; comprobábamos las más absurdas de las posibilidades.

—¿Cómo cuáles? —preguntó García con curiosidad.

—Oh, cosas tales como si todos tuvieron las mismas enfermedades infantiles, destinos de vacaciones, alergias, en realidad todo, y luego…

—Y luego tuviste tu descanso.

—Sí, tuvimos nuestro descanso; arrestamos a Mike Farloe. Para Scott, aquello fue una bendición.

—Veo el porqué.

—Tengo claro que si el caso hubiera seguido unos meses más, Amanda lo habría dejado y Scott habría terminado en un manicomio.

—¿Y qué pasó después de arrestarlo?

—Nos ordenaron que nos tomáramos vacaciones, y no es que necesitáramos que nos persuadieran —dijo Hunter con una tímida sonrisa.

—Apuesto que no.

—Los barcos eran la gran pasión de Scott. Ahorró durante años para poder permitirse uno. —Otro trago—. Necesitaba pasar tiempo con Amanda, ya sabes, los dos solos intentando arreglar las cosas. Unas vacaciones navegando parecía una gran idea.

—¿Era un barco de vela? —El interés de García aumentaba.

—Sí, un Catarina 30, o algo así.

García rió.

—Te refieres a un Catalina 30.

Hunter miró a García.

—Sí, eso, ¿cómo lo sabes?

—Crecí con barcos de vela. A mi padre le obsesionaban.

—¡Ah! ¿Y eso? Da igual, hubo una especie de filtración de combustible en el barco. Algo hizo que se prendiera fuego provocando una explosión. Los dos murieron mientras dormían.

—¿Una filtración de combustible? —García parecía sorprendido.

—Sí —respondió Hunter, percatándose de la mirada escéptica de García—. Sé lo que estás pensando.

García levantó las cejas.

—Los barcos de vela no llevan mucho combustible. ¿Para qué, verdad? Son barcos de vela. Y tendría que haber sido una filtración enorme para provocar una explosión en el barco.

García asintió.

—Sí, yo tampoco me lo podía creer, así que intenté llevar a cabo una investigación privada propia. No creo que alguien tan cuidadoso como Scott hubiera pasado por alto algún problema con su posesión más preciada, por muy pequeño que fuera. Scott era un hombre muy orgulloso. —Hunter echó otro trago—. La filtración no fue en el motor, sino en las carretillas con las que transportaba el combustible.

—¿En las carretillas para transportar el combustible?

—Por algún motivo que no he averiguado, Scott subió a bordo más combustible del habitual. Unas cuantas carretillas.

—¿Planeaba un viaje largo?

—No sé, y como he dicho, nunca lo averigüé.

Durante unos minutos, García permaneció pensativo, observando cómo Hunter se bebía el resto del whisky.

—¿Scott fumaba?

—Los dos, pero no me lo trago. El informe oficial intentó echarle la culpa a eso. —Hunter negó con la cabeza—. Ni loco me trago que un incidente con un cigarrillo hiciera saltar el barco por los aires. No con Scott a bordo. Él no cometería un error así.

Se quedaron mirándose el uno al otro sin decir ni una palabra.

—Me lo contaron dos semanas después de que ocurriera, cuando volví al Departamento de Robos y Homicidios.

García podía sentir auténtico dolor en su compañero.

—Doy por hecho que el caso está cerrado.

Hunter asintió.

—No vieron ningún motivo para seguir investigándolo.

—Lo siento.

—Si hubiera perdido un compañero, quizá… —Hunter hizo una pausa, pasando el dedo alrededor del borde del vaso vacío—. Pero aquello, simplemente no parecía normal; un extraño accidente y, de repente, había perdido a dos de las personas más importantes de mi vida.

—¿Dos?

Hunter se frotó los ojos, tomándose su tiempo para responder.

—Amanda también era mi prima. Yo los presenté. —Su voz era de tristeza. Era obvio que Hunter luchaba contra sus emociones. Era la primera vez hablaba con alguien de lo que había ocurrido y, en cierto modo, se sentía mejor. Hunter se dio cuenta de que García quería decir algo. Puede que intentara reconfortarlo, pero sabía que en situaciones así, las palabras no tienen importancia.

García se mordió los labios y no dijo nada.

Hunter necesitó unos segundos más para recobrar fuerzas.

—Será mejor que nos vayamos —dijo finalmente. A continuación se levantó.

—Sí, claro. —García se terminó el whisky de un trago.

Fuera, el aire caliente era un tanto incómodo.

—Quizá deberíamos llamar al servicio de rescate de la policía —dijo García mientras llegaban al coche de Hunter.

—No hace falta. —Hunter giró la llave en el contacto y el motor arrancó a la primera.

—¡Que me cuelguen!

—Te lo dije, un coche genial, solo un poco temperamental. —Hunter sonreía orgulloso mientras sacaba el coche.