CUARENTA Y UNO
L
legar al Departamento de Robos y Homicidios antes de las ocho de la mañana era algo que Hunter ya había hecho, pero los acontecimientos de los dos últimos días le habían inyectado nueva vida al caso y a él. Hoy se sentía con tantas ganas como en su primer día de detective.
—¿Alguna vez vas a casa o es que te has mudado a la oficina? —preguntó sorprendido al ver a García sentado en su despacho.
—El capitán quiere verte ahora mismo en su oficina —le contestó García, sin prestar atención al comentario de su compañero.
Hunter miró la hora en su reloj.
—Son las siete y media de la mañana, ¿lo dices en serio?
—Lo sé. Llamó a las siete. Yo acababa de llegar.
—¿Has llegado a las siete? ¿Alguna vez duermes? —preguntó Hunter quitándose la chaqueta—. ¿Dijo de qué quería hablar?
—A mí no.
—¿No le hemos entregado el informe de ayer?
—Lo hice yo. Algo más tarde de las diez de la mañana como pidió, pero se lo entregué.
Hunter olió el café brasileño recién hecho; era exactamente lo que necesitaba antes de vérselas con el capitán.
A excepción del detective Maurice, que estaba de pie junto a la ventana, la planta de detectives estaba casi desierta. Tenía el despacho y el suelo llenos de hojas tiradas por todas partes. Parecía como si no hubiese ido a casa en días. Hunter lo saludó con un simple movimiento de cabeza, pero Maurice ni siquiera pareció notar su presencia. Hunter llegó a la puerta del despacho del capitán y llamó dos veces.
—¡Adelante! —gritó el capitán desde el interior.
A pesar de ser temprano, en la habitación ya se notaba el calor. No había aire acondicionado, ninguna de las ventanas estaba abierta y los dos ventiladores de pie que había estaban apagados. El capitán estaba sentado en su despacho leyendo el periódico.
—Ha venido temprano —comentó Hunter.
—Siempre vengo temprano —dijo el capitán levantando la mirada para saludar a Robert.
—¿Quería verme?
—Sí. —El capitán Bolter abrió el primer cajón y sacó una copia del retrato que Patricia había dibujado—. Ven y échale un vistazo a esto. —Señaló la pantalla de su ordenador.
Hunter esquivó dos grandes sillones y se situó a la derecha del capitán. En la pantalla pudo ver varias combinaciones del retrato; con pelo largo, corto, con barba, bigote, gafas. En total veinte dibujos.
—Hemos probado todas las combinaciones que se nos han ocurrido y éstas han sido enviadas a todas las comisarías de Los Ángeles. Si este tipo está en la ciudad, lo apresaremos tarde o temprano.
—Sí, está en la ciudad, de eso estoy seguro —dijo Hunter con una convicción innegable—. Inspeccionaremos los bares y los clubes también, empezando esta noche por los que hay en Santa Mónica. Si tenemos suerte, puede que alguien lo haya visto últimamente.
—Eso está bien…
Hunter se percató de la intranquilidad del capitán.
—Está bien, pero hay algo que le preocupa.
El capitán fue hasta la cafetera.
—¿Café?
Hunter negó con la cabeza. Solo una vez fue lo bastante ingenuo para probar el café del capitán y se juró que nunca volvería a hacerlo. Observó cómo el capitán se servía una taza y le ponía cuatro azucarillos.
—La mujer que te dio esta… ¿tienes algo con ella? ¿Tienes algo con una testigo potencial?
—Espere un segundo, capitán. No vaya por ahí —contestó Hunter de inmediato, poniéndose a la defensiva—. Hemos estado juntos un par de veces, pero la conocí antes de saber que se había encontrado con un posible sospechoso. Es solo alguien que conocí en un bar y… no es una testigo potencial. No ha sido testigo de nada.
—Sabes a lo que me refiero. Estar liado con alguien que, de un modo u otro, es parte de una investigación en curso es, en el mejor de los casos, peligroso, por no mencionar que va contra el protocolo y que es una idiotez.
—Nos acostamos juntos, capitán. Eso no se puede calificar realmente como estar liados. Especialmente en Los Ángeles. Y ella no es parte de la investigación. No es una testigo y no es sospechosa, es un golpe de suerte y, a decir verdad, hacía la hostia de tiempo que no teníamos uno.
—¿Te has vuelto estúpido de repente? —La voz del capitán sonaba seca y firme—. Sabes cómo trabajan los asesinos en serie. Y, más concretamente, sabes cómo trabaja éste. Busca un perfil de las víctimas tanto como nosotros lo buscamos de él. Estudia a las víctimas que selecciona, a veces tarda meses porque sabe que si elige a la persona equivocada el juego se acaba. Si éste es nuestro hombre, sé que sabes que no se tropezó con tu amiga en el bar por casualidad.
A Hunter se le había pasado lo mismo por la cabeza desde que Isabella le contó lo del hombre que había conocido en el Venice Whaler. Hunter sabía que el asesino era muy metódico, que no cometía errores ni descuidos. Acechaba a sus víctimas, estudiaba sus hábitos, sus horarios, esperaba el momento oportuno para hacer sus movimientos.
—Sí, capitán. Sé que existe la posibilidad de que nuestro asesino elija así a sus víctimas. Primero se acerca a ellas con algún tipo de conversación frívola en un bar o en un club para evaluarlas.
—¿Y eso no te preocupa?
—Todo lo relacionado con este caso me preocupa, capitán, pero este incidente en particular me da esperanzas.
—¿Esperanzas? ¿Te has vuelto retrasado mental? —le preguntó con los ojos abiertos de par en par.
—Se encontraron hace dos meses, capitán, antes de que empezara a asesinar. Como debe recordar, el primer asesinato tuvo lugar hace una semana. Puede que evaluara a Isabella y no le gustara, que no encajara con el perfil de las víctimas, así que la pasó por alto y buscó a alguien más.
—¿La mujer sin rostro?
Hunter asintió.
El capitán Bolter le dio un sorbo al café y de inmediato puso cara de encontrarlo amargo.
—¿Pero por qué? ¿Por qué no le gustó? Vive sola, ¿no?
—Sí, vive sola.
—Eso la convierte en un objetivo fácil. ¿Por qué la descartó? —Volvió a la cafetera y puso dos azucarillos más en la taza.
—Aún no estoy seguro, pero ésa es una de las razones por las que tengo que estar cerca de ella. Tengo que averiguar por qué no encaja. Quizá es demasiado tenaz. Isabella no es el tipo de mujer que se traga cualquier chorrada de nadie. Puede que al fijarse en los tatuajes se asustara. Puede que se diera cuenta de que no era un objetivo tan fácil después de todo. —Hunter hizo una pausa y durante un momento pareció inquieto—. O a lo mejor, sigue siendo un posible objetivo y el asesino simplemente la ha pasado en su lista.
El capitán Bolter no había pensado en esa posibilidad.
—¿Eso crees?
—Con este asesino todo es posible, capitán. Usted lo sabe y yo lo sé. Cualquiera podría ser su siguiente víctima —respondió Hunter escéptico. El calor que había en la habitación empezaba a hacerlo sentir incómodo—. ¿Puedo abrir una de las ventanas?
—¿Y dejar que entre toda la contaminación de la ciudad? Ni hablar.
—¿No tiene calor?
—Para nada, estoy bien.
—¿Y los ventiladores, puedo encender uno?
El capitán se echó sobre la silla con las dos manos detrás de la cabeza y con los dedos entrelazados.
—Si quieres…
—Gracias. —Hunter puso uno de los ventiladores a máxima velocidad.
—¿Tú qué piensas? ¿Podría ser nuestro hombre? —preguntó el capitán.
—Es difícil decirlo, pero sin duda es alguien interesante.
—Pero, si es nuestro hombre, eso quiere decir que ha cometido el primer error en tres años.
—En lo que a mí concierne, no ha cometido ningún error.
El capitán Bolter miró a Hunter con cara de estar confuso.
—Mire, capitán, simplemente se acercó a alguien en un bar y, como hemos dicho, podría tratarse del primer contacto con una de sus víctimas.
—Pero no contaba con que la mujer a la que se acercó se convertiría en tu novia. —En los labios del capitán se formó una sonrisa burlona.
—No es mi novia —respondió Hunter con firmeza—. Pero sí, no contaba con que nos conociéramos. Y nunca habríamos sabido que se habían encontrado si no fuera por el hecho de que, de forma inconsciente, dibujé el crucifijo doble mientras esperaba en el salón. Por eso he dicho que ha sido un golpe de suerte.
—Sabes que no vamos a poder ocultárselo a los periódicos durante mucho tiempo. Si vuelve a asesinar, la prensa lo retomará y entonces será cuestión de tiempo antes de que algún periodista listillo relacione estos asesinatos con los antiguos asesinatos del crucifijo. Cuando eso ocurra, será nuestro fin.
—Le puedo asegurar que estamos cerca, capitán. Esta vez tiene que confiar en mí.
El capitán Bolter se pasó los dedos por el bigote y miró fijamente a Hunter como penetrándolo con un láser.
—Ya hice oídos sordos a tus opiniones en un caso antes y me costó caro. Lo pagó toda la división y sé que nunca te lo has perdonado. Aquel pez gordo de una productora, ¿se llamaba John Spencer, no?
Hunter asintió en silencio.
—Nos dijiste a Wilson y a mí que habíamos atrapado al tipo equivocado. Que no había podido matar a su mujer. Que no tenía madera de asesino. No quisimos oírte. Quisiste seguir con la investigación incluso después de que el caso estuviera oficialmente cerrado y yo te dije que no, lo recuerdo. ¡Hostias, casi te suspendo! —El capitán Bolter echó el cuerpo hacia adelante con los dos codos en la mesa y apoyando la barbilla sobre los puños cerrados—. No voy a cometer el mismo error esta vez. Haz lo que tengas que hacer, Robert. Solo atrapa a este Asesino del Crucifijo de las narices.