CUARENTA Y SIETE
P
asaron varios días y su búsqueda en bares y clubes seguía sin producir resultado alguno. Recorrieron Santa Mónica en su totalidad y pasaron a los bares y clubs de Long Beach, pero la respuesta fue la misma en todas partes. El resto de la investigación también avanzaba sin ritmo. Al igual que con los anteriores casos del Asesino del Crucifijo, aún tenían que establecer algún nexo de unión definitivo entre las víctimas. Existía la posibilidad de que Jenny y George se hubieran conocido en alguna de las fiestas sexuales a las que asistían, pero aún no habían conseguido identificar de manera concluyente a la primera víctima. Nadie podía confirmar que el cuerpo de la mujer era en realidad Jenny Farnborough. Carlos aún tenía que encontrar a su familia en Idaho o Utah. Lo único que tenían para continuar eran suposiciones, y el capitán Bolter odiaba las suposiciones. Quería hechos.
Cada día que pasaba sin resultado, sabían que estaban un día más cerca de recibir otra llamada telefónica; otra víctima. La paciencia de todos se acababa, incluida la del Jefe de Policía. Exigía resultados al capitán Bolter, quien a su vez exigía resultados a sus dos detectives.
Poco a poco, la investigación los iba consumiendo a todos. García apenas había visto a Anna en los últimos días. Hunter había hablado con Isabella por teléfono un par de veces, pero no tenía tiempo para encuentros románticos. El tiempo se acababa y lo sabían.
Hunter llegó temprano al Departamento de Robos y Homicidios para, una vez más, encontrarse con García en su despacho.
—Tenemos noticias nuevas —dijo García en mismo instante en el que Hunter cruzó la puerta.
—Alégrame el día, dime que alguien ha reconocido el retrato de nuestro sospechoso.
—Bueno, son buenas noticias, pero no tan buenas —dijo García con menos entusiasmo.
—Ok, cuéntame.
—El doctor Winston acaba de enviar los resultados de la prueba del ADN del pelo encontrado en el coche de George Slater.
—Por fin, ¿y?
—No se ha podido obtener ADN del pelo al no tener folículos pilosos.
—Entonces, el pelo no cayó de forma natural. Fue cortado en vez de arrancado.
—Cierto.
—¿Entonces, no tenemos nada? —preguntó Hunter nada convencido.
—No, no, había sustancias químicas en el pelo y eso ha permitido al laboratorio averiguar de dónde venía.
—¿Y?
—Es pelo europeo.
—¿De una peluca? —Hunter abrió los ojos de par en par, sorprendido.
—¿Cómo sabes que el pelo europeo es de una peluca?
—Leo mucho.
—Ah, es verdad. Lo había olvidado —dijo García, asintiendo con cinismo—. Descartando el pelo de peluca sintético, los tres tipos de pelucas que puedes comprar son: auténtico, humano y europeo. En la industria de las pelucas, el pelo auténtico y el humano hacen referencia al pelo asiático que se ha procesado, desteñido de su color original y teñido para asemejarse a los colores de pelo europeo. El proceso daña el cabello, pero está muy disponible y no es caro. Pero el pelo europeo… —García negó con la cabeza—… es cabello casi sin procesar. Viene principalmente de Europa del Este. El cabello sin teñir se cubre con un acondicionador de gran calidad para que sea de larga duración. Es lo más parecido al cabello natural que se puede conseguir.
—Pero tiene su precio —concluyó Hunter.
—¡Fíjate en esto! Los precios van desde los cuatro mil dólares.
—¡Uf! —soltó Hunter al sentarse.
—Exacto. Las pelucas se hacen bajo petición. Puede llevar entre uno y dos meses prepararlas, y eso significa que quienquiera que la pidió tuvo que dejar una dirección o un número de contacto. —García sonrió con entusiasmo—. No puede haber muchos lugares en Los Ángeles que vendan pelucas europeas.
—¿Catherine?
—¿Qué?
—¿Lo has comprobado con Catherine Slater? A lo mejor ella lleva peluca. Muchas mujeres las llevan hoy en día. Sin duda, ella podría permitírselo.
—No, aún no. —El entusiasmo de García se apagó—. Me pondré en ello ahora mismo, pero, si no utiliza peluca, ¿crees que merece la pena ponerse en contacto con las tiendas de pelucas de Los Ángeles que vendan pelucas europeas?
Hunter se rascó la barbilla.
—Sí, podemos intentarlo. Solo creo que nuestro asesino es demasiado inteligente para eso.
—¿Demasiado inteligente para qué?
—¿Has dicho que esas pelucas se hacen bajo petición?
—Correcto.
—Pero apuesto a que si vas a una tienda de pelucas tendrán una o dos de muestra, en una vitrina. Nuestro asesino no sería tan estúpido como para pedir una peluca y dejar rastro en un papel. Simplemente, compraría la que tuvieran de muestra, pagaría en metálico y eso sería todo. Recuerda que el asesino no compra la peluca por apariencia, sino por practicidad. —Hunter se levantó y se dirigió a la cafetera—. Hay algo más.
—¿Qué?
—Internet —dijo Hunter.
García frunció el ceño.
—Internet puede ayudarnos y entorpecernos al mismo tiempo —explicó Hunter—. Hace unos años, para este caso hubiéramos tenido que inspeccionar las tiendas de pelucas y con un poco de suerte habríamos dado con algo que pudiera llevarnos a nuestro asesino, pero hoy… —Hizo una pausa, otro pensamiento acudió a su mente—. Y también tenemos EBay, donde nuestro asesino se la podría haber comprado a un particular y nadie lo sabría. Ese tipo es demasiado inteligente para dejar rastro.
García tuvo que admitir que Hunter tenía razón. Cualquier persona medio inteligente podría comprar casi cualquier cosa por Internet y dejar un rastro tan minúsculo que sería casi imposible rastrearlo. Es solo cuestión de saber dónde comprar.
—Puede que tengamos suerte, podría haberlo dado por sentado y haber pedido una peluca en una tienda —dijo García con optimismo.
—Quizá. No descarto ninguna posibilidad. Comprobaremos todas las tiendas de pelucas por si las moscas.
—Solo quiero que al menos nos acerquemos a él antes de que añada otra fotografía a ese maldito tablero —dijo García, señalando el tablero de corcho y atrayendo la atención de Hunter hacia a él.
Hunter se quedó inmóvil unos segundos con la mirada fija en las fotografías.
—¿Estás bien? —le preguntó García tras un minuto de silencio—. No parpadeas.
Hunter levantó la mano indicándole a García que esperara un segundo.
—Estamos pasando algo por alto —dijo finalmente.
—¿Qué pasamos por alto?
—Otra víctima.