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La gente quiere cambiar su vida pero no quiere cambiar de vida
Hemos vivido una crisis durísima. Una crisis que ha durado siete años, y aún hay familias que no acaban de notar la recuperación.
Esto se debe básicamente a dos factores.
El primer factor es la tremenda devaluación salarial que se ha producido en algunos sectores: se han llegado a bajar un 50 por ciento los sueldos en algunos sectores donde ha empezado a haber más oferta profesional, donde la demanda de servicios ha bajado y donde la gente ha aceptado la devaluación salarial.
El segundo factor es que esta crisis ha supuesto un cambio del modelo laboral, un cambio que implica aceptar y entender que el modelo heredado de catorce pagas al año y un mes de vacaciones pagado se ha acabado. Un cambio que implica entender que las grandes empresas han aprendido a ser eficientes, eficientes para ganar lo mismo o más pero con menos gente.
Tal y como me dijo un alto directivo de una operadora de telecomunicaciones, «nosotros hemos despedido a miles y contrataremos a cientos», es decir, la recuperación del mercado laboral no va a venir por la contratación de las grandes empresas. Esto implica la opción de reinventarse, de cambiar de vida, de arriesgar y tomar decisiones. De entender que si tenemos una idea hay que intentar desarrollarla y de entender perfectamente que, quizás, esa desgracia será una oportunidad que me permitirá salir de mi zona de confort y mirar a metas que puede que den un vuelco en positivo a mi vida.
La vida profesional como la entendieron nuestros padres —yo tengo treinta y siete años— se ha acabado.
Hemos de entender que, ya sea para nosotros ya para transmitírselo a nuestros hijos, hay que ser más valientes que nunca y decidir que quizás sea el momento de cambiar de vida.