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Los grandes logros son sueños que jamás diste por vencidos
Siempre he pensado que debía plantearme tres tipos de objetivos.
La primera fase, lo que podríamos clasificar en la base de la pirámide, serían aquellos objetivos que nos planteamos constantemente en un día. Aquellos objetivos que tienen, como mucho, una validez de 24 horas. Qué cliente queremos conseguir hoy, qué estrategia voy a definir en mi trabajo, qué voy a hacer en el rato libre con mi hija… Objetivos cortoplacistas que vencen al llegar el final del día, ya que ese día, ese instante, no se va a volver a repetir jamás en nuestras vidas.
El segundo grupo de objetivos son aquellos que pueden tener validez en el espacio de un año. Objetivos como «me gustaría acabar un maratón», «quiero aprobar este curso de la universidad» o «quiero cerrar el año con un beneficio de cien». Son objetivos para los que hemos de luchar durante un tiempo y para los que, necesariamente, debemos pasar por la fase anterior. Fraccionarme objetivos en la base de la pirámide me ayudará a conseguir esos objetivos anuales. «Entreno tras entreno, acabaré el maratón» podría ser un ejemplo.
Y en la punta de la pirámide están los objetivos «aspiracionales», aquellas metas que nos planteamos y que soñaríamos con lograr. Cuando era pequeño soñaba con dedicarme profesionalmente a la bolsa o soñaba con tener un Lamborghini. Son sueños, desafíos personales, que te ayudan a dar el 110 por ciento de ti mismo si realmente te ilusiona esa aspiración. Son logros que te producen una satisfacción sobrenatural, fuera de lo normal y que, si alguna vez los consigues, te parecen mentira durante unos minutos.
La felicidad es orgásmica y adictiva, por lo que has de ser consciente de la dificultad que entraña lograr un sueño y has de saber valorarlo como merece.
Lucha por tus sueños y agota las posibilidades antes de decir que no es posible.