1
El Florilegio se detuvo varios días y ofreció representaciones en la pequeña ciudad de Amstetten, abandonó luego los meandros del Danubio para dirigirse directamente a Viena por el este y volvió a detenerse en la ciudad de St. Pölten. Ya en Amstetten, Miss Eel fue trasladada del espectáculo de Fitzfarris a la carpa para que hiciera toda su actuación levantada por el fuerte brazo del Hacedor de Terremotos. Resultaba evidente que incluso para un hombre forzudo y experimentado era un esfuerzo sostener a la esbelta Agnete en el aire durante los veinte minutos exactos que tardaba en ejecutar sus asombrosas contorsiones. Aunque Yount sudaba copiosamente y a veces temblaba un poco, mantenía un apoyo estable para ella y era obvio que disfrutaba haciéndolo. Los patanes que alguna vez desviaban la vista fascinada de la bonita mujer, infinitamente flexible, podían ver la sonrisa orgullosa del Hacedor de Terremotos y las miradas de amor que le dirigía de vez en cuando.
Debido a ello, el circo volvió a tener problemas con la ciudadanía. Después de la segunda función nocturna en St. Pölten, cuando el público salía de la carpa a la avenida iluminada por antorchas —y muchos hombres entraban en la tienda de la Amazona y Fafnir—, un repentino bullicio surgió entre la multitud. Se oyeron gritos y maldiciones, varias mujeres chillaron y la gente se apartó del centro del disturbio, dejando un espacio vacío donde dos hombres se peleaban y no precisamente en broma. Clover Lee estaba casualmente lo bastante cerca para verlos y al momento empezó a gritar con todas sus fuerzas, con voz lo bastante alta para ser oída sobre el bullicio:
—¡Eh, campesino! ¡Eh, campesino!
Edge acudió corriendo.
—¿Qué diablos pasa aquí, muchacha?
—¡Una pelea! ¡Mira! Un tipo está pegándose con Obie. No sé qué gritáis en Europa, pero cuando hay riñas en mi país gritamos «¡Eh, campesino!» para pedir ayuda.
—Pues continúa gritando —dijo Edge, empezando a abrirse paso entre la multitud porque había visto a Yount pelear ahora con varios hombres a la vez.
—¡Eh, campesino! ¡Eh, campesino! —siguió gritando Clover Lee; alguien en alguna parte tocó un silbato y Florian, Banat y numerosos peones salieron en tropel de la carpa, cada uno con una estaca.
Pero antes de que Edge pudiera intervenir en la barahúnda, la pelea acabó rápidamente. El Turco Terrible ya había llegado allí y, aunque él y el Hacedor de Terremotos tenían que habérselas con una docena de fornidos sujetos de la localidad, estos últimos perdían a ojos vistas. De hecho, los que no eran lanzados al aire se retiraban cojeando o a rastras del campo de batalla, con la ropa hecha jirones y algunos ensangrentados. En un par de minutos se acabó todo; los vencidos habían huido y el resto de la gente se calmó y dispersó. Yount sólo tenía un ojo a la funerala y un desgarrón en sus leotardos con manchas de leopardo. Estrechaba agradecido la mano de Shadid, a quien, como a él, ni siquiera le faltaba el aliento, cuando Edge se acercó a preguntar:
—¿Quién ha iniciado esta reyerta, Obie?
—Primero un patán solo y yo he pensado que debía de estar loco para ponerse a pelear con el hombre forzudo de un circo, pero luego ha resultado que le respaldaba toda una pandilla de matones.
—Menos mal que ha sido breve y ha terminado bien —opinó Florian, uniéndose a ellos—. Antes de que alguien llamara a la policía.
—Diablos, el Terrible y yo habríamos podido con ellos y con la policía. Entre los dos la emprenderíamos contra el mismo demonio y le daríamos una buena paliza.
—¿Quieres decir que un matón se te acercó y empezó la pelea sin más ni más? —insistió Edge.
—Bueno, no. Yo la empecé, porque vino a mi encuentro y me insultó.
—¿Cómo te insultó?
—No importa. Déjame llevar esta ropa a Mag para que la remiende. Entonces creo que me iré a la ciudad a tomar un trago.
Cuando Yount fue a St. Pölten en busca de un Biergarten, Fitzfarris le acompañó. Después de beber varios seidls cada uno, Fitz se decidió a preguntar:
—Sobre la pelea y el patán que te insultó… bueno, no es asunto mío, pero hace tiempo que te conozco y sé que necesitas muchas jodidas razones para perder los estribos. No te insultó a ti, ¿verdad?
—No —admitió Yount, y eructó—. El hijo de perra se me acerca… hablando en inglés, ¿sabes? Me dirige una mirada maliciosa y pregunta algo parecido a: «Tú y esa dama que se retuerce formáis pareja, ¿verdad? En la tienda y en la cama, ¿no es eso? ¿Qué se siente al joder a una mujer tan flexible como ésa?» —Yount volvió a eructar—. Así que procuré demostrarle el significado de flexible.
—No te culpo. —Al cabo de un rato de compenetrado silencio, dijo Fitz—: Tampoco es asunto mío y no me atrae ser doblado, pero Obie, ¿cómo es?
Yount rió entre dientes, meneó la cabeza y contestó:
—Pues, algo grande.
Hubo otro silencio durante el cual ambos bebieron cerveza y, como parecía que Yount no iba a entrar en detalles, Fitzfarris añadió:
—Tú y yo, Obie… tenemos a dos mujeres… excepcionales.
—Bueno, tu chica Simms, aunque siendo muy joven, tiene más estructura superior que Agnete. No es que quiera que Agnete sea diferente, pero un hombre se fija en estas cosas.
—Me gustaría poder decirte lo que tiene Lunes en su interior. Después de dejarme hecho una piltrafa, todavía no está satisfecha. Cuando mira el número del león, o ve trabajar a los elefantes o cualquier cosa que la excite, se abandona a ese espasmo placentero ella sola. Te lo juro, ya empiezo a estar agotado.
—Supongo que es arduo para nosotros los hombres —dijo Yount con una sonrisa de beodo—. Pero, diablos, ¿qué hay aparte de las mujeres?
—Es una lástima —dijo Autumn, que estaba friendo las salchichas de la cena sobre la estufa del remolque—. Obie y Agnete parecen tan enamorados el uno del otro.
—Incluso van a comprarse un remolque para vivir juntos —observó Edge—. ¿Por qué dices que es una lástima?
—Porque no envejecerán juntos.
—¿Cómo se te ocurre decir una cosa así?
—Los artistas de goma no viven nunca mucho tiempo y ellos lo saben. Es uno de los risques du métier. Tantas flexiones y contorsiones someten a la caja torácica a una presión tal, que sus pulmones no tienen ocasión de desarrollarse; nunca son más grandes que los de un niño y por ello son una presa fácil para la tuberculosis. Quizá no has visto cómo jadea y tose Agnete después de cada actuación. Se va corriendo a un lugar privado, para que Obie no se dé cuenta, y no se lo dirá, naturalmente, pero ya está tuberculosa. Y tú tampoco digas nada, Zachary.
—No lo haré. —Y añadió con voz triste—: Pero sí diré que ya me estoy hartando de oír hablar de personas que mueren jóvenes. En tiempo de guerra es una cosa, pero…
—Cállate —interrumpió ella—. Me dijeron que yo era una de esas personas, pero ya hace meses y aún no me he muerto. Probablemente Agnete es como yo… disfruta de cada día sólo porque es un día extra. Y me encuentro muy bien. Ojalá mi aspecto fuera tan bueno.
—Centremos nuestras esperanzas en ese médico de Viena. Y Viena es nuestra próxima plaza.
—Entonces será mejor que lo pronuncies como allí. Wien. Estas salchichas para nuestra cena son salchichas Wiener.
—Wien. Está bien. —Edge levantó la tapa de la caja de música de Autumn, que emitió unas notas de Greensleeves en un tono lastimero y lento—. Ya no la abres muy a menudo.
—Lo siento. Tengo abandonado tu dulce regalo. Vamos, démosle cuerda. Es… una especie de recordatorio doloroso: cuando suena esta música pienso en que no estoy allí fuera bailando y saludando en el espectáculo.
—¿Te gustaría salir un rato, por lo menos? Tira las salchichas. Podemos cenar con los demás en el hotel.
—No, querido. Es muy pesado para mí comer en público con el velo puesto. Además, ¿no has oído bastante música de hotel? Por toda Austria, en cada comedor, esos pobres y patéticos Strauss de imitación, con acordeones, armónicas y cítaras, tocando sus pobres y patéticas versiones de Strauss.
—Es cierto —dijo Edge—. Si hay dos cosas que no faltan en Austria son los relojes y la música. Y los relojes musicales. Incluso arpas eolias que tocan solas en las terrazas de las casas. Sin embargo, hace un rato, en el centro, he visto algo insólito y… bueno, te lo he comprado. Según me han dicho, hoy es la fiesta de Santa Ana, y aquí en Austria equivale al día de San Valentín en otros lugares, cuando los hombres compran un regalo a sus novias. Si no te importa otro regalo.
—¡Oh, Zachary! ¿Si no me importa?
—Debo confesar que también es musical, en un aspecto muy curioso. Siempre puedo devolverlo.
—Oh, Zachary.
Él abrió la puerta del remolque, alargó la mano y lo entró. Era una jaula hecha de alambres de latón, con un canario vivo columpiándose en su interior en un pequeño trapecio. No parecía nada más extraordinario que un canario en una jaula, pero Edge dijo:
—Espera a que deje de aletear y se quede quieto.
El diminuto pájaro amarillo, con la cabeza ladeada y dando vueltas sobre su barra, se tomó cierto tiempo para inspeccionar a los dos seres humanos y el entorno visible. Luego, aprobando a todas luces su nuevo hogar, se limpió y peinó serenamente una o dos plumas encrespadas, bebió un sorbo de agua del platito y saltó al reborde de latón que circundaba y aguantaba la jaula. Entonces empezó a afilarse el pico con uno tras otro de los alambres verticales de la jaula, haciéndolos tañer y vibrar.
—¡Pero si los alambres están afinados! —exclamó, maravillada, Autumn.
—Y él saltará y los irá picando todos. No sabe hacer música, claro, pero es bonito y armonioso. Lo he encontrado hermoso.
—¡Oh, Zachary, parece algo de las Mil y una noches! —Le abrazó con fuerza.
—En cualquier caso, no es un Strauss de imitación.
—Ah, querido —le abrazó aún más fuerte—, cuando lleguemos a Viena, escucharemos a los verdaderos Strauss. A un hermano después de otro, dirigiendo orquestas de cien músicos en salones de baile palaciegos. Y jamás ha habido ni habrá un baile tan hermoso de oír y contemplar como el vals. Quizá, si el médico da su consentimiento, tú y yo podremos ir a bailarlo.
—Alto, mujer. Yo no sé bailar. Pude enseñar pasos de baile a Trueno, eso sí, pero ni siquiera sabría bailar como una india.
—Pero el vals es muy fácil. —Apartó las salchichas del fuego, le cogió la mano y la cintura y empezó a tararear Corazón ligero. Edge, mirando con fijeza los pies de ambos, intentó imitar sus movimientos. Autumn explicó—: Como si estuvieras sobre una caja cuadrada. Un paso, pausa, hacia adelante. Un paso, pausa, hacia atrás. Luego damos una vuelta y lo repetimos. —Continuó tarareando mientras ensayaban y el canario picaba los alambres, como si tratara de seguir el ritmo—. Y aún más elegante es el Linkswalz, la valse renversée. Se hace el mismo paso, sólo que dirigiendo con el pie derecho en lugar del izquierdo. El movimiento es más fluido y se mueven menos las manos.
Así Edge avanzó torpemente por el reducido espacio del remolque con una mueca de estudiosa concentración y Autumn, cuya cara torcida y repelente era incapaz de cualquier expresión, hizo oscilar y girar su cuerpo joven y bien formado tan rítmicamente como una flor acariciada por la brisa mientras tarareaba Corazón ligero.
Entonces llamaron a la puerta del remolque y los dos se separaron con brusquedad y ella se ocultó en las sombras. Banat apareció en el umbral, llevando cogido por la nuca a una persona de tamaño muy pequeño. El portero, generalmente hosco, anunció con semblante casi divertido:
—Por fin he atrapado a nuestro ladronzuelo, Pana Edge. ¡Y resulta que todo este tiempo ha sido una broma!
Edge tuvo que mirar dos veces a la diminuta persona —tocada con una gorra de colegial, vestida con lederhosen y medias y cargada con varios libros sujetos por una goma— para darse cuenta de que era el Mayor Mínimo. Iba sin el bigote postizo, había peinado sus escasos cabellos en un flequillo de colegial sobre la frente y empolvado su rostro para darle la suavidad de la adolescencia.
—Una broma, ja —dijo el enano con una risita tonta—. Quería saber cuánto tiempo podría entrar y salir del circo sin que este eslovaco necio se diera cuenta.
Edge, divertido también por el grotesco aspecto del enano, casi dijo algo como «vete y no peques más», pero entonces recordó lo que él mismo había llamado una serie de coincidencias. Dijo:
—Tú y yo vamos al furgón rojo a discutir esta broma en privado. Banat, busca a Florian y llévale allí.
En la oficina, Edge sentó al Mayor Mínimo en una silla y él ocupó la de enfrente sin decir nada, sólo mirando fijamente al enano, que se removió inquieto unos minutos hasta que no pudo soportar más el silencioso escrutinio y farfulló por fin:
—Déjeme explicarlo, Edge…
—Herr Direktor para ti, Reindorf.
—Jawohl, Herr Direktor. Casi todos los hombres de este espectáculo tienen una mujer, aunque sólo sea una ramera de la avenida o una desconocida de las sillas. Usted tiene una mujer fija, el Hacedor de Terremotos la Anguila, el Hombre Tatuado la negra. Incluso esa chica nueva y regordeta, Nella, ¿lo sabía usted?, flirtea con el flaco LeVie, que abulta la mitad que ella. Scheisse! Y míreme a mí. ¿Qué posibilidades tengo? Ach, ja, a veces una mujer ha solicitado mis atenciones, pero sólo por una curiosidad perversa. Y luego, cuando me desnudo y ve mi pequeño y pálido hujek, parecido a un gusano, se retuerce de risa y el episodio termina aquí. Es cierto que he pagado a una prostituta de vez en cuando y lo bastante para que no se ría, pero dentro de una mujer de tamaño normal me sobra mucho sitio. ¿Y qué saco de todo ello? Una de esas prostitutas me contagió la sífilis. Así que he tenido que inventar mi propia manera de… de encontrar satisfacción. ¿Acaso esto me hace despreciable?
Edge no contestó nada.
—He pensado que tal vez —continuó el enano con desesperación—, si le cuento toda la verdad, si me pongo a su merced y prometo enmendarme, usted intercedería por mí ante el Herr gouverneur…
Edge no dijo nada.
—Se lo suplico, Herr Direktor. Él me echaría del circo, desacreditaría mi nombre ante todos los circos, quizá incluso me entregaría a la Polizei. Y, como le dije, estoy preparando un magnífico número nuevo para la pista. No deseará perderlo…
Florian entró en aquel momento en la oficina, echó una ojeada al rostro impasible de Edge, miró con fijeza a la otra figura ridícula y preguntó:
—En nombre de todo lo que es sagrado, ¿qué está ocurriendo aquí?
—Nada muy sagrado —contestó Edge. El enano le dirigió otra mirada frenética e implorante, pero Edge continuó—: Dé una mirada a esos libros que lleva, director.
Mínimo dejó, resignado, que Florian le quitase los libros y los liberase de la goma. Con cierta estupefacción, dijo Florian:
—Un silabario, una cartilla, una pizarra. Y… y un trapo húmedo y jabonoso. Zachary, ¿quieres decirme qué es todo esto?
—Explica nuestra expulsión de Linz.
—¿Qué?
—Es un milagro que no nos hayan echado de otros lugares. O rebozado de alquitrán y plumas y tal vez incluso linchado. Sigue con la historia de tu vida, Reindorf. —El enano estaba serio, compungido y poco dispuesto a hablar más—. Sigue o te llevaré a la pista y te lincharé yo mismo.
Mínimo, presa de la más total desesperación, inició una confesión completa.
—Ya lo he dicho al Herr Direktor: en una ocasión sufrí una infección venérea. Entonces leí en alguna parte que un hombre se puede curar fácilmente teniendo… teniendo relaciones sexuales con una niña virgen. Encontré a una pequeña mendiga, eso fue en Krakow, que habría hecho cualquier cosa por dos monedas e hizo eso conmigo. A propósito, puedo decirles en confianza, meine Herren, que dicha cura es un mito. No la prueben. Todavía tengo la gonorrea. Pero el intento me hizo algún bien; me di cuenta de lo deliciosas que son las niñas. La piel sedosa… la de las mujeres adultas es cuero en comparación. Los pequeños labios desnudos y muy cerrados…
—Ahórranos las babas. Continúa —ordenó Florian.
Mínimo inclinó la cabeza y bajó la voz hasta que sólo fue un murmullo que los obligó a aguzar los oídos.
—Después de la cabalgata de la función de la tarde, me doy mucha prisa. Tengo el tiempo justo de irme a vestir así y llegar a la ciudad cuando terminan las clases en las escuelas. Me mezclo con los niños; parezco uno de los Schüler. Escojo una niña bonita, le pregunto si puedo llevarle los libros…
—Pero no tienes aspecto de colegial —dijo Florian con repugnancia—, sobre todo visto de cerca. Pareces el muñeco pintado de un ventrílocuo.
—Ach, ja, a veces una niña me dice: «Tienes las cejas demasiado tupidas para un niño de tu edad». Pero en general se van conmigo sin suspicacias. Y entonces… bueno… la llevo a un pasaje o a unos arbustos del parque y… —Encogió sus pequeños hombros.
Florian dijo, todavía incrédulo:
—Pero una niña de esa edad debe de poner objeciones… luchar…
—No sabe lo que ocurre, es demasiado joven, hasta que ya ha empezado todo. Después siempre llora y tiembla, así que le cuesta un buen rato volverse a poner el vestido. Esto me da tiempo de desaparecer y volver al circo.
Florian y Edge le miraban con algo peor que la aversión, así que Mínimo levantó la voz, como si quisiera prestar énfasis al más razonable de los argumentos.
—Herr gouverneur, Herr Direktor, para un hujek en miniatura como el mío, una niña de cinco o seis años tiene exactamente la estrechez más apropiada y deliciosa y mi hujek es del tamaño ideal para ella. Quizá alguna vez llega incluso a gozar. De todos modos, creo que las niñas raramente se quejan cuando llegan a sus casas. No saben de qué quejarse, sólo de que un condiscípulo las ha desnudado y entrado en su agujero del pipí.
—Mi experiencia de la vida es larga y variada, pero esto no tiene precedentes —murmuró Florian—. Reindorf, ¿cuánto tiempo hace… y cuántas ha habido?
—¿Desde Polonia? —preguntó el enano con indiferencia—. Perdí la cuenta hace muchos años. Siempre que lo necesitaba.
—De modo que ha violado a innumerables niñas y probablemente las ha infectado de gonorrea o algo peor. Y yo fui lo bastante necio para emparejarle con la pequeña Sava Smodlaka en su número de baile.
—Ach, nein, Herr gouverneur! —exclamó Mínimo con un terror tan genuino en la voz que debía de ser verdadero—. No me atrevería nunca. Es bonita, ja, deseable, incluso única. Pero su padre Pavlo es un loco. Con la pequeña Sava he sido siempre un perfecto caballero.
—Perfecto caballero —repitió Florian.
—Y seguiré siéndolo, si no me despiden. Se lo digo sinceramente. Me portaré bien, fuera y dentro del recinto del circo. No más niñas, no más problemas. Deme sólo esta oportunidad, Herr gouverneur, se lo suplico. Además, como ya he dicho al Herr Direktor, estoy Preparando un número nuevo para la pista. Lo encontrarán irresistible. Me vestiré como un domador de leones enano, ya verán. Entraré con el caballo enano que tirará de un furgón de jaula en miniatura, lleno de animales salvajes también en miniatura. Sólo gatos comunes, ya verán, pero entraré en la jaula y haré restallar el látigo y adoptaré posturas como un Barnacle Bill enano. El público se meará de risa. En Viena ya lo tendré a punto. Déjeme quedar en el espectáculo sólo hasta Viena y entonces, si no me he redimido —hizo una mueca de dolor—, despídame, manche mi nombre, envíeme a la cárcel, haga lo que quiera. Sólo pido hasta Viena.
—Hay algo que todavía me tiene perplejo, Reindorf —dijo Florian—. Los libros formaban parte de su odioso disfraz, pero ¿y el trapo jabonoso?
Mínimo sonrió con tolerancia.
—Ach, soy un artista, tanto fuera del circo como dentro. Y el arte significa atención a los detalles. Siempre, después, hay un poco de sangre. Así que siempre me lavo. Y también a ella, para que no vaya a su casa con una mancha en la pequeña…
—Florian —interrumpió Edge—. En toda mi vida sólo he conocido a dos enanos, pero si todos los jodidos enanos son como Russum o Reindorf, digo que nuestro espectáculo puede prescindir de ellos. Sugiero que enterremos a este hijo de puta vivo bajo la pista.
—Ostroznie! —le gritó Mínimo—. Recuerde que Fräulein Eel ha dejado el espectáculo complementario. Si prescinde de mí y de mi número, ¿qué le quedará a sir John? Además, considere todas las aptitudes de los enanos, Herr Edge. Puedo entrar a hurtadillas en otros lugares que no sean patios de escuela. He mirado por la ventana de un remolque y visto a su Fräulein Autumn sin velo y a plena luz. ¿Quiere exhibir esa monstruosidad en el espectáculo de Sir John en lugar de…?
Edge cruzó la habitación como un proyectil, pero Florian, con casi la misma celeridad, se interpuso entre ellos.
—¡Zachary, Zachary, ya han habido bastantes muertes! —Se volvió hacia el enano—. Reindorf, quítate de mi vista y que no te vea más. Y pórtate bien. Como me has pedido, te doy tiempo hasta Viena. ¡Y ahora sal de aquí!
Mínimo obedeció y Edge se quedó de pie, mirando lleno de ira a Florian.
—No hemos tenido muchas discrepancias, director, desde que viajamos juntos, pero ahora estamos enfrentados. Ese cerdo asqueroso podría dar al traste con este circo y usted debe de estar completamente loco para dejar que…
—Zachary, Zachary —volvió a repetir Florian—. Sólo tenemos que esperar un poco y él se destruirá a sí mismo de un modo que no manchará nuestro espectáculo ni nuestra reputación.
—¿Cómo, maldita sea? ¿Hemos de esperar a que muera de si filis?
—No. Hace un momento yo mismo lo habría matado de buena gana, pero entonces ha mencionado el número que está preparando. Has estudiado historia, Zachary. Reflexiona sobre lo que recuerdes de la historia medieval de Europa, en especial las diversiones más populares de aquellos tiempos. Mientras tanto, cálmate, dedícate a tu trabajo, atiende con cariño a tu querida dama y ten la seguridad de que el Mayor Gusano recibirá lo que merece. —Y añadió, como una idea práctica—: Además, aún no hemos vendido varias docenas de sus cartes-de-visite que compré en Munich.