4
Cuando el Florilegio se acercó por fin a la bella ciudad de Regensburg ya había empezado la primavera y no hacía frío para que los artistas se pusieran sus trajes de pista. Una vez engalanados, entraron desfilando en la ciudad, precedidos de nuevo por la banda y seguidos por el órgano tocando a todo volumen. Las calles eran tortuosas y tan estrechas que los edificios parecían inclinarse y los tejados casi tocarse a cierta altura sobre los adoquines, pero Florian guió la caravana por las más transitables, aunque a veces no quedaba sitio a ambos lados para los espectadores, excepto en umbrales y ventanas. El desfile cruzó el puente de Piedra —donde los regenburgueses se apiñaron en los parapetos para mirar, agitar las manos y vitorear—, se dirigió a los suburbios más abiertos de la otra margen del Danubio y luego cruzó de nuevo el puente para volver a la ciudad.
—¿Siente esta ciudad un cariño especial por los gallos? —preguntó Edge a Autumn y Magpie Maggie Hag, que iba con ellos—. En medio del puente hay una placa que tiene grabada una especie de gallos.
—En memoria de una antigua leyenda —respondió Autumn—. ¿Ves esas torres de la catedral que asoman entre aquellos tejados? Pues bien, hace siglos los dos arquitectos que construían la catedral y este puente competían entre sí para ver quién acababa primero. El demonio visitó al constructor del puente y le ofreció un trato. Si el arquitecto le prometía las almas de los tres primeros que cruzaran el Danubio por este Steinernebrücke, el demonio se encargaría de que estuviera terminado antes que la catedral. Hicieron el trato y el puente se terminó antes. El arquitecto de la catedral tuvo un disgusto tan grande que se mató saltando desde una de sus torres inacabadas. Si miras bien entre las gárgolas de esas torres, verás la efigie de un hombre que cae de cabeza. En cuanto al otro arquitecto, cuando inauguraron el puente engañó al demonio enviando primero a cruzarlo solamente a tres gallos. Y este hecho está inmortalizado en esta placa.
—¿Los gallos eran tal vez azules y blancos? —preguntó Magpie Maggie Hag.
—Cielos, no tengo idea —contestó Autumn, sorprendida—. ¿Acaso existen gallos semejantes?
—Nunca los he visto —dijo la gitana—, pero ahora se me han aparecido aves blancas y azules. Y no auguran nada bueno.
—Ahora tenemos bastantes aves —dijo Edge—. El Auerhahn, los avestruces y las palomas de Clover Lee. Ninguna de ellas es blanca y azul. Nos mantendremos vigilantes, pero yo diría que las aves no parecen muy amenazadoras.
Cuando el circo llegó a su terreno en el Dörnberg-Garten, la mayoría de artistas se apresuró a cambiarse de ropa para ir al cercano hotel Goldenes Kreuz donde Willi había reservado habitaciones. Uno de los que no se dieron prisa por ir allí fue Jules Rouleau, que prefirió interrumpir a Carl Beck mientras dirigía a los eslovacos que empezaban a descargar los furgones.
—Ya me he elevado, ami, sobre aguas pequeñas y grandes, el puerto de Baltimore, el Arno, el Volturno, el Inn. Espero que ahora me permitas elevarme sobre el poderoso Danubio.
—Ja, ja, ja —contestó Beck—. Ya no retrasar más. En complicidad con su deseo, tener usted incluso a Johann Strauss. Un nuevo vals dedicado al Danubio que él componer recientemente y que ya ser su obra más popular. En cuanto poder adquirir la partitura y mi Kapell poder ensayar, hacer la elevación. Decir usted a Herr Florian que preparar los carteles anunciadores.
Y así, aunque el circo hizo un negocio próspero desde el mismo día del estreno y no tenía necesidad de más propaganda, Regensburg no tardó en estar llena de carteles recién impresos que proclamaban que el Domingo de Pascua, 21 de abril, cuando, naturalmente, no habría función circense, la ciudad gozaría (si lo permitía el tiempo) de un espectáculo nunca visto por sus habitantes. Fitzfarris empezó en seguida a recorrer las Apotheken de la ciudad hasta que encontró una provista de polvo de licopodio, imprescindible si quería aprovechar la ocasión para hacer su número de la chica desaparecida. Y Zanni Bonvecino propuso otra atracción complementaria para aquel día especial.
—Todo lo que necesito es ese barreño —dijo a Florian y Edge, indicando el viejo barreño de madera que había servido al circo durante tanto tiempo y en tantas capacidades y que en este momento sería para su función básica: Clover Lee lavaba en él sus mallas de color carne—. Y compraré unos gansos.
—¿Eh? —dijo Florian, y Clover Lee alzó la vista de su trabajo con idéntica perplejidad.
—Este parque Dörnberg —explicó Zanni— no podrá acomodar a toda la población de la ciudad para contemplar la elevación del globo. El puente de Piedra es, después de éste, el mejor lugar para verla, así que también estará repleto de espectadores. Cuando a la multitud le duela el cuello de tanto mirar arriba hacia el Saratoga, podrán descansar bajando la vista hacia el Danubio y allí verán mi barreño, remolcado por el río por mis gansos.
Clover Lee rió y Florian dijo:
—Una idea cómica, sí, signore. Pero el Danubio es un río rápido y turbulento y aun ahora terriblemente frío.
—No tema, director. No tengo ningún deseo de sumergirme. Permaneceré muy cerca de la orilla.
—Y escucha, Zanni, compra gansos blancos —sugirió Clover Lee y luego se volvió hacia Florian—: Puedo hacer volteos a caballo al mismo tiempo por esa calle ancha que bordea el río, seguida de mis palomas blancas.
—¿Por qué no? —dijo Zanni—. Che sarà, sarà meraviglioso. Todos nosotros juntos (yo, Monsieur Roulette, sir John, Clover Lee y las demoiselles Simms) lo convertiremos en un día glorioso, signor Florian, que será recordado en los anales del circo.
—Ah, y Zanni —dijo Edge, recordando algo—. Asegúrate de que esos gansos no tengan ni una sola pluma azul.
Durante el par de semanas que faltaban para aquel día que haría época, la gente del circo dedicó su tiempo libre a pasear por las angostas calles, atestadas plazas, avenidas a orillas del río y el Steinernebrücke de Regensburg para contemplar los islotes del centro del Danubio. Más de uno abordó a su regreso a Carl Beck —que ensayaba a diario con su banda y el profesor organista el vals El bello Danubio azul— para decirle que el Danubio era en realidad de un color marrón sucio y no muy bello, y que trozos de hielo invernal aún se deslizaban por él. Después de escuchar esto seis o siete veces, Beck empezó a gritar a sus informantes:
—¡Esperar a Viena y decirlo al propio maestro Strauss!
En varias ocasiones llevó Florian consigo a tres o cuatro artistas a la Wurstküche de orillas del río, famosa por sus salchichas y cerveza. Tuvo que hacer varias visitas, llevando sólo a unos pocos invitados cada vez, porque el restaurante era tan minúsculo y estaba siempre lleno de gente de la localidad. Cada vez, antes de entrar, Florian llamaba la atención de sus invitados hacia la fecha esculpida a cincel en la pared de piedra del pequeño edificio: 1320.
—Que me cuelguen —dijo Fitzfarris—. En América veneramos cualquier cosa que se remonte a la época de George Washington, pero este lugar daba de comer a gente cuando Dante, y Robert Bruce y Marco Polo aún estaban vivos.
—Y apuesto algo a que se asfixiaban con este mismo humo —comentó Mullenax cuando entraron. La habitación, cubierta por una costra de hollín, tenía los hogares para guisar en un lado, toscas mesas de tijera en el otro y bajo las vigas flotaba un humo gris, grasiento, denso y aromático que obligaba a los clientes a agacharse para ver debajo de él—. ¡Pero por Dios que la vianda no tiene rival! —añadió Mullenax cuando hubo probado el Weisswurst y la Sauerkohl y sorbido la Bischofsbräu de color ámbar.
Zanni se procuró los gansos blancos, ocho de ellos, y Stitches les confeccionó pequeños arneses. Zanni llevó los gansos y el barreño al pequeño estanque del centro del Dörnberg-Garten y empezó los ensayos. Después de sufrir una dolorosa cantidad de picaduras y pellizcos, los enganchó a todos al barreño con correas de diversa longitud y luego, empuñando el pesado látigo de Mullenax, se dobló y metió con considerable esfuerzo dentro del recipiente de madera. Tuvo que hacer restallar durante un buen rato el largo látigo para que los gansos se acostumbraran a ir todos en la misma dirección. Incluso entonces, algunos nadaban bien mientras otros batían las alas e intentaban remontar el vuelo, pero el resultado general era que el barreño avanzaba lentamente por el agua en la dirección indicada por Zanni, y los observadores aplaudían desde el borde del estanque.
—Lo haremos mejor en el río, con ayuda de la corriente —dijo Zanni—. Y esta confusión, algunas aves nadando mientras otras tratan de volar, bueno, sólo hace que incrementar el efecto cómico deseado.
El Sábado Santo llegó soleado y sin viento, con la promesa de que el Domingo de Pascua sería igual de clemente. Y los ojos de Paprika brillaban tanto como el día cuando dijo en voz baja a Domingo:
—Mañana, después del descenso del Saratoga, todos se irán al hotel para pasar la fiesta, así que tú y yo tendremos el remolque para nosotras solas.
—Sí —murmuró Domingo, devolviendo la sonrisa de Paprika con tanto atrevimiento que ésta exhaló un suspiro de dicha.
Pero entonces Domingo fue en busca de su hermana y le preguntó:
—¿Te gustaría elevarte mañana en mi lugar?
Lunes parpadeó y sonrió, pero en seguida dijo con suspicacia:
—Tú no renuncias a ese viaje por amor fraternal. ¿Qué va a costarme?
—Nada. Ganarás algo —contestó Domingo—. Otra especie de amor fraternal.
Y se lo explicó tan bien como pudo, basándose en lo que había oído decir.
Lunes pareció sorprendida, pero no muy escandalizada. Después de pensar brevemente en la perspectiva, se encogió de hombros con indiferencia.
—No parece tan difícil de aceptar. Y quizá aprenderé algunos trucos para atraer a John Fitz. De todos modos, supongo que merece la pena, aunque sólo sea por el viaje en globo.
—Y recuerda que no debes hablar —instó Domingo—. No digas una sola palabra en todo el rato, ocurra lo que ocurra. No nos distinguiría jamás, salvo por… bueno…
—Ya sé, ya sé. No hablo de forma tan relamida como tú. Muy bien, cerraré el pico. A menos que me hayas mentido y que esta clase de diversión duela.
Carl Beck cargó el generador temprano por la mañana de Pascua y a mediodía el Saratoga se erguía brillante, rojo y blanco, y gigantesco sobre sus amarras. A la misma hora dio la impresión de que todos los regenburgueses de cualquier edad, sexo y condición estaban al aire libre. Los más madrugadores se habían apiñado en el recinto del Florilegio y por todo el parque Dörnberg, donde gozaron de la reiterada versión de la banda de El bello Danubio azul, alternada con otras melodías inspiradas, mientras se ultimaban los preparativos del globo. El resto de la población se congregó en todos los demás espacios abiertos que permitían una vista despejada del cielo: los otros parques municipales, las plazas, el Steinernebrücke en toda su longitud y las islas Superiores e Inferiores a uno y otro lado del puente. Así pues, cuando la banda hizo una pausa, interrumpiendo dramáticamente la música, y el globo se elevó, pareció impelido por el aliento de la ciudad misma, exhalado en el prolongado suspiro unánime de unas cuarenta mil gargantas. Entonces la banda atacó el vals del Danubio azul con más fuerza que nunca y la ciudad prorrumpió en vítores ensordecedores.
Clover Lee, luciendo provocativas mallas de color carne y un leotardo de lentejuelas doradas de un amarillo tan brillante como su cabellera, y Zanni, con su ceñido disfraz de Arlequín, y el órgano de vapor en su carro polícromo, despidiendo vapor pero silencioso, se hallaban en el embarcadero del transbordador, río arriba del centro de la ciudad. La équestrienne, el payaso y el profesor esperaron a que hiciera una media hora que el Saratoga estaba en el aire, a fin de dejarle acaparar la admiración de los regenburgueses mientras bajaba, subía y se movía hacia arriba y abajo del Danubio, entre la ciudad y los arrabales.
Entonces Zanni, con ayuda de los empleados del transbordador, bajó por el terraplén de la orilla el barreño y los gansos, y los hombres le ayudaron a meterse dentro del barreño, mientras los gansos graznaban, batían las alas y movían las patas contra la corriente. Zanni desenrolló el látigo incongruentemente largo, le dio una fuerte sacudida, los empleados soltaron el recipiente y los gansos salieron disparados río abajo contra su voluntad, describiendo un impetuoso arco y remando con fuerza para no ser atropellados por el barreño. Con similar impetuosidad, el órgano de vapor atacó El bello Danubio azul lo bastante fuerte para que los espectadores de todo el parque lo oyeran por encima de la banda del circo.
En el mismo momento Clover Lee puso a Burbujas a un medio galope y luego a paso largo y sentado para ir al mismo ritmo que Zanni. Los serviciales empleados del transbordador abrieron la jaula de palomas que ella les había dejado y las aves salieron volando como una explosión blanca que se disolvió en una nívea nube de aleteos detrás de la muchacha. Desde el embarcadero, el paseo se elevaba sobre el nivel del agua, por lo que Clover Lee perdió rápidamente de vista a Zanni. De todos modos, estaba demasiado ocupada para mirarlo, pues había iniciado sus posturas y pasos de ballet, ejercicios acrobáticos y saltos mortales.
En el recinto del circo, los miembros de la banda dejaron de tocar, agradecidos, cuando el lejano órgano de vapor ahogó su música. Simultáneamente, Florian gritó —ahora tenía un decente megáfono de hojalata para ampliar su voz—: «Achtung, Herren und Damen!», dirigiendo sus miradas hacia el estrado donde esperaba una bonita y sonriente muchacha de color café con leche. Mientras discurseaba sobre magia, misterio y desaparición, Fitz se inclinó hacia el estrado, sosteniendo con negligencia un cigarro encendido. Domingo tuvo que contenerse para que su sonrisa no se convirtiera en una carcajada cuando vio a Paprika mirar, no hacia ella, sino con ojos extasiados hacia la góndola del cielo. Entonces Florian concluyó con un «Schau mal!», Fitz se movió con languidez, se oyó un ¡puf! de luz y humo, y se abrió el panel bajo los pies de Domingo. Aterrizó ésta levemente en el suelo y se agachó para qué el panel pudiera cerrarse de nuevo. Entonces se arrastró hasta la parte trasera de la tarima, que era hueca, y se escabulló bajo la pared lateral de la carpa. Corrió al remolque que compartía con las otras mujeres y se puso una bata de percal que pertenecía a Lunes antes de reaparecer entre los artistas que estaban en el exterior.
Entretanto, la multitud que llenaba el paseo a orillas del río había desviado la vista del globo rojo y blanco para contemplar el espectáculo blanco y oro de Clover Lee, que ejecutaba graciosas cabriolas mientras cabalgaba a la cabeza de su bandada de palomas. Y la gente apiñada en el puente de Piedra dirigió sus miradas hacia el cómico espectáculo de Zanni, empapado ya de las salpicaduras del río, que hacía ondear el desproporcionado látigo desde el interior del barreño, que se tambaleaba y daba cabezadas y guiños detrás de los gansos, todos ellos nadando con frenesí mientras se acercaban a los pilares del puente. Los espectadores del paseo y el puente tenían las bocas muy abiertas, pero sus vítores —o lo que podían estar gritando— eran inaudibles incluso para sus vecinos más inmediatos a causa del estruendo armado por el órgano de vapor.
Zanni y sus gansos se deslizaron entre dos pilares del puente como palitos absorbidos por un desagüe. La gente que bordeaba el parapeto se asomó para verlos pasar por el otro lado. Clover Lee, que ahora también había pasado el puente, sólo seguía la rápida carrera de Zanni por los movimientos de las cabezas de los espectadores, que se levantaban lentamente para verle deslizarse hacia la isla Inferior, donde él había planeado detenerse. Así pues, Clover Lee hizo dar media vuelta a Burbujas, maniobra durante la cual las palomas se agruparon y chocaron entre sí, buscando espacio para posarse sobre su cabeza, hombros y brazos. Entonces Clover Lee regresó a trote lento por donde había venido —ahuyentando de nuevo a las palomas, que volvieron a formar una estela— y repitió los volteos sobre la grupa del caballo, con variaciones. Y así continuó, arriba y abajo del paseo, hasta que la sombra del globo pasó por encima de ella mientras descendía con suavidad y se bamboleaba para aterrizar en el recinto del circo.
La ciudad estalló en vítores cuando el Saratoga descendió y desapareció de la vista de la mayoría de espectadores al sumergirse entre los tejados. La multitud que llenaba el Dörnberg-Garten continuó vitoreándolo mientras aterrizaba en su centro. Los peones lo esperaban para coger la cuerda lanzada por Rouleau y Paprika también estaba allí, alargando una mano cuando Lunes apareció de repente en la barquilla —arrancando a los curiosos exclamaciones de asombro y alegría— y ayudándola a bajar. La gente, entusiasmada, continuó aplaudiendo y pateando el suelo, pero Paprika murmuró:
—No robes aplausos a Jules, kedvesem. Déjale recibir su parte. Toma, te he traído una capa. Debes de estar helada.
Y la envolvió en ella y la condujo hasta su remolque, mientras Jules se pavoneaba, orgulloso, bajo las incesantes aclamaciones del público.
—O jaj, qué fría estás —dijo Paprika cuando Lunes se quitó la capa en el remolque—. Tienes toda la carne de gallina, cuando siempre es satinada. Pero ya te devolveré el calor con un masaje. —Siguió hablando, como si estuviera mucho más nerviosa que la muchacha por lo que estaba a punto de suceder—. De prisa, quítate las mallas y acuéstate. Yo también me desnudaré. Los cuerpos desnudos calientan más que cualquier otra cosa… O jaj de szép!
Exclamó estas palabras con un suspiro de admiración cuando Lunes se despojó de las mallas y después se quitó la única prenda que aún llevaba, el pequeño cache-sexe.
Paprika repitió una y otra vez O jaj de szép! mientras miraba fijamente con ojos muy abiertos y brillantes. Lunes se sentía un poco incómoda y tan pronto se tapaba con las manos como descubría nuevamente su cuerpo. Paprika se dio una palmada y dijo:
—O jaj de szép! significa «¡Oh, qué hermosa!», pero no emplearé contigo palabras húngaras que no entiendes. Como sabes un poco de alemán, lo usaré sólo para los epítetos cariñosos, las intimidades, ja? Pero échate, échate, yo estaré en seguida a tu lado.
Lunes se acostó lentamente sobre la colcha de la litera, desnuda, y clavó su mirada en la mujer, tal como Paprika había hecho con ella. Paprika continuó hablando sin parar mientras se desnudaba con dedos torpes y trémulos.
—Recuerdo que hace mucho tiempo dijiste a mi antigua pareja que estabas avergonzada de tu… tu Flaumhaar, el vello rojizo que tienes entre las piernas. ¿Te acuerdas, Domingo? Le dijiste que parecía un montón de granos de pimienta. Y lo parece, lo parece, pero es encantador. No esconde nada, te deja los Schamlippen bellamente visibles. Vulnerables. Oh, queridísima Süsse, nunca debes avergonzarte de él. —Rió, temblorosa, y añadió—: Mira el mío y verás qué contraste.
Lunes miró porque Paprika ya se había quitado todas las prendas inferiores y sólo llevaba la blusa, cuyos botones intentaba desabrochar. Lunes miró con curiosidad e interés genuinos, porque una de las reglas de Clover Lee en el remolque prohibía a las ocupantes desnudarse por completo delante de las demás.
—¿Ves? Mi Flaumhaar rosado es lo único que se puede ver. Podría ser un cache-sexe por lo poco que revela. Ah, pero dentro… Casi me da vergüenza admitirlo… pero mi pequeño Kitzler de color rubí se ha puesto tan tieso como el Ständer de un hombre y sólo de mirarte. —Volvió a emitir una risa trémula, pero alegre—. Y tú también, Liebchen, ¡ja, ja!, mírate los pechos. Tus delicados y oscuros Brustwarzen también se han puesto tiesos, y esto es de mirarme, nicht wahr?
Lunes titubeó y luego asintió y tragó saliva ruidosamente.
—Somos muy parecidas, ¿lo ves? ¿Por qué has tardado tantísimo en descubrirlo? Ach, ¡esta condenada blusa! —Paprika se la quitó de un tirón, arrancando los botones y, respirando como si hubiese corrido, se echó al lado de Lunes, tan cerca como lo permitía la silueta de sus cuerpos desnudos—. ¡Oh, Domingo Süsse, qué bien nos haremos la una a la otra!
Cogió la cara de Lunes entre sus dos manos temblorosas y abrió los labios de Lunes con la apasionada presión de los suyos.
Clover Lee, llevando a las palomas enjauladas, cabalgó desde el desembarcadero del transbordador al Dörnberg-Garten dando un largo rodeo alrededor de la ciudad, pero aun así tuvo que ir despacio porque incluso las callejuelas estaban atestadas de gente que se dispersaba después del espectáculo para ir a su casa o a la iglesia o simplemente de paseo. Cuando llegó al circo dio las riendas de Burbujas a un peón y Florian le preguntó cómo había sido recibida su parte del espectáculo.
—Mejor, imposible —contestó ella—. Todos los que no miraban a Zanni me miraban a mí. Todos los aplausos que podíamos desear, aunque no los oyéramos por culpa del órgano.
—Supongo que el profesor tardará un rato en llegar hasta aquí con la máquina —observó Florian, mirando a la gente que aún quedaba en el parque—. ¿Y el signor Bonvecino?
—Él tardará todavía más, supongo, porque tendrá que cruzar la ciudad. Dijo que devolvería la libertad a los gansos después de su número, pero espero que recuerde traer nuestro barreño.
—Bueno, no perderemos gran cosa si lo olvida. Ha sido un día magnífico. Ven con nosotros. Todos nos vamos al hotel a ponernos las mejores galas para una suntuosa cena pascual.
—En general —decía Paprika—, uno de los pezones da a la mujer más placer que el otro. —Pellizcó tiernamente con las yemas de los dedos los dos pezones de Lunes y el cuerpo de la muchacha sufrió una sacudida—. Los besaré, lameré y chuparé uno detrás de otro para que sepamos cuál te gusta más. —Al cabo de unos momentos, durante los cuales Lunes se retorció emitiendo gritos ahogados, Paprika levantó la cabeza, sonrió maternalmente y dijo—: El izquierdo. Tiene una sensibilidad deliciosa, ja? —Lunes devolvió tímidamente la sonrisa y asintió—. Muy bien, ahora me haces lo mismo a mí, querida Domingo, y adivina, por mis reacciones, cuál me da más placer.
Cuando Florian, con un frac nuevo, camisa fruncida y pantalones bien cortados, bajó de su habitación a los comedores que había reservado, miró a su alrededor y comentó a Jörg Pfeifer:
—Me pregunto dónde andará tu colega. Con lo atestadas que están todavía las calles, pensaba que vendría directamente al hotel.
—Es probable que haya ido al circo a devolver los trastos. Es un hombre concienzudo.
—Bueno —dijo Florian—, no hay prisa por sentarse a la mesa. Veo que algunos aún no han llegado: mademoiselle Paprika, Barnacle Bill, una de las chicas Simms…
—Basta —jadeó Paprika sin aliento, interrumpiendo el largo beso experimental que se daban mutuamente—, basta de preliminares o me volveré loca. Toca aquí y verás lo tieso que se ha puesto mi Kitzler para saludarte. Pon la mano aquí, así. Ah-h. Ahora ábrete ese lugar con los dedos, suavemente, como las alas de una mariposa. Ja. Y dentro… ¡ah, sí, aquí! —Paprika se retorció de placer, pero consciente de que Lunes también vibraba—. Ah, te excita, ¿verdad?, sólo tocarme aquí. Pero, querida, tú te haces wichsen a ti misma, como ese potrillo de tu hermana. Deja que te lo haga yo mientras tú me lo haces a mí. Separa un poco las piernas. Ja, el tuyo está tan duro, jugoso y ávido como el mío. Hagámoslo juntas… ja, ja, así… Ach, Gott!
Florian golpeó una jarra de vino con una cuchara hasta que atrajo la atención de los reunidos y anunció:
—Todavía faltan algunos, pero no tiene sentido dejar que la comida se enfríe. Sentaos, damas y caballeros. Y, Dai, quizá podrías invocar la gracia pascual para esta mesa.
Mientras el predicador lego Goesle obedecía, Florian fue al comedor contiguo donde cenaban los peones y llamó a Aleksandr Banat.
—Jefe de personal, lamento interrumpir tu cena, pero necesito un mensajero de confianza.
Banat, que masticaba un bocado de algo, asintió en seguida.
—Aún han de llegar varios artistas, pero estoy preocupado sobre todo por Zanni. Al parecer nadie le ha visto desde que se fue al río. ¿Quieres correr al circo, Banat? El director ecuestre y su dama se han quedado en su remolque. Pregunta a Zachary si ha regresado Zanni. Si no ha aparecido, vuelve a decírmelo.
—Du lieber Himrnel —jadeó Paprika—. Hemos alcanzado el Höhepunkt media docena de veces y aún seguimos acostadas y juntas. Hagamos el Mundvögeln. ¿Sabes qué es el Mundvógeln? —Lunes negó con la cabeza, pero lentamente, porque sus cabellos despeinados chorreaban sudor—. Te lo enseñaré. —Paprika cambió de posición en la litera. Lunes se agitó convulsivamente a la primera sensación cálida y húmeda y gritó—. Abrázame las caderas —dijo Paprika con voz ahogada— y apoya la cabeza entre mis muslos. Esto te enloquecerá, así que sujétame fuerte.
Lunes continuó agitándose a sacudidas, y gritando, hasta que, al hundir la cara en el vello rosado de Paprika, descubrió espontáneamente un nuevo empleo para sus labios. A partir de aquel momento se agitaron y rodaron las dos, pero en silencio, porque todos los gritos de una se ahogaban dentro de la otra.
Después de buscar por todo el recinto del circo, en la carpa y en el anexo e incluso en las barracas y tenderetes, Edge y Banat corrieron al patio trasero y abrieron todos los carromatos cerrados, llamando a las puertas de los remolques antes de abrirlas. En uno de ellos, la llamada de Edge obtuvo una respuesta sobresaltada.
—Pokol! Ki a csuda?
—¿Eres tú, Paprika? —gritó Edge en tono urgente—. ¿Está Zanni aquí dentro, por casualidad?
Hubo un instante de silencio aturdido y luego algo parecido a dos risas, pero sólo contestó la voz de Paprika, muy enfadada:
—¡Claro que no! ¿Qué pregunta es ésta…?
—Siento molestarte, pero es que Zanni no aparece. No ha ido a cenar.
Paprika gritó algo más, pero Edge ya se alejaba. Banat dijo:
—No está en los otros remolques, Pana Edge. No está en ninguna parte.
—Corre a decirle a Florian que envíe a todos los hombres. Yo salgo ahora mismo hacia el río. No tardará mucho en oscurecer.
—Supongo —murmuró Paprika, indolente— que deberíamos presentarnos en el comedor. Y supongo que deberíamos entrar por separado, para no provocar comentarios. Pero todavía no. Sigamos acostadas y descansemos un poco más. Hasta ahora sólo he hablado yo y dicho todas las palabras cariñosas, sin dejarte decir nada. Y te explicaré con franqueza la razón. Ha sido el nerviosismo, como si fuera una niña inocente y ésta fuese la primera vez. En cierto modo, lo ha sido. Antes siempre fue para mí como tomar un vaso de agua cuando se tiene sed. Esta es la primera vez que he sentido… ¿Sabes? Hace poco me dijo alguien que si alguna vez sentía amor… y yo me reí y contesté con una broma. No creía poder amar jamás. Pero ahora, contigo… ¡oh, Domingo, Domingo Süsse! Aun así, no debo declarar mis sentimientos tan abiertamente. Quizá tú no has hecho más que acceder y tal vez tardes algún tiempo en decidir si tú también… Bueno, en todo caso, ya hemos derribado la barrera. Puede haber muchas otras ocasiones, Domingo, querida… oportunidades para conocer todas nuestras partes secretas y saber dónde y cómo podemos hacerlo mejor a fin de darnos el máximo de placer. —Rió, feliz, y abrazó más fuerte a Lunes—. Pero ahora… lo que ya hemos hecho… no podría concebir nada más hermoso.
Lunes se sobresaltó, levantó la cabeza y exclamó, aturdida:
—¿Concebir? Miss Paprika, señorita, ¿quiere desir que una de nosotras ha hecho un bebe?
Todo el cuerpo de Paprika se estremeció, como si las sábanas en desorden hubiesen producido una descarga eléctrica. Se apartó con violencia de Lunes y saltó de la litera; entonces se quedó de pie junto a ella, rígida, temblorosa, mirando fijamente a la muchacha.
—No eres… —murmuró con la voz ahogada por el asombro y la furia—. No…
—Usted no debía saberlo —dijo Lunes, contrita.
—Isten Jézus!
La cara de Paprika era del mismo color del pimentón húngaro.
—Me cambié por ella. Para ir en globo.
El rubor de Paprika se extendió hasta sus pechos y dijo con una voz baja y terrible:
—Nunca en toda mi vida he sido tan insultada, tan humillada, tan rebajada.
—Pero usted no lo sabía, miss Paprika; ¿por qué se enfada entonces? Domingo y yo somos mellisas, no hay ninguna diferensia en nuestros cuerpos. ¿No ha sido igual de divertido que si lo hubiera hecho con…?
Paprika gruñó sin palabras y, como si Lunes fuera una intrusa que hubiera entrado de repente, agarró una almohada para cubrir su vientre liso y brillante y su húmedo vello rosado, y con la mano libre indicó violentamente a Lunes que se marchara.
—Pero… miss Paprika —suplicó la muchacha—, ¿voy a tener un bebé por lo que hemos hecho?
—¡Estúpida zorra negra! ¡Vete… quítate… de mi vista!
Lunes se deslizó de la litera, tan lejos de Paprika como le fue posible, agarró el primer vestido que encontró, uno de su hermana, se lo puso por la cabeza a toda prisa, se calzó sin ponerse medias y salió disparada del remolque, abrochándose el vestido mientras corría.