5
Edge no se había alejado mucho del parque cuando Mullenax le salió al encuentro, y Edge le preguntó:
—¿Vienes del hotel, Abner? ¿Ha aparecido por allí Zanni?
—Oh… el hotel. La cena. Sabía que me olvidaba de algo —dijo Mullenax, arrastrando las palabras. Las tabernas locales no habían cerrado el día de fiesta—. ¿Buscas a Zanni? Diablos, ya debe de haber llegado a Viena, si es allí adonde va ese río.
—¿Le has visto? ¿Dónde?
—Como ya he dicho, deslizándose río abajo. Le he visto desde el puente, con los patanes. Dondequiera que vaya ese payaso, llegará bastante mojado. Lo último que he visto de él ha sido en el agua dentro del barreño. Quería hacer reír a la gente y lo ha conseguido por cojones. Dime, ¿aún queda algo de esa maldita cena?
Pero Edge ya se alejaba corriendo. Cuando salió de las callejuelas y desembocó en el viejo Wurstküche, en el extremo más cercano del puente de Piedra, torció a la derecha y bajó a toda prisa por el paseo, mirando ansiosamente hacia el agua. Pero agua fue todo lo que vio, con algunos trozos de hielo balanceándose todavía en la turbulencia marrón, y río abajo la densa maleza de la isla Inferior. Intentó detener a algunas de las personas que aún paseaban apaciblemente, pero sus escasas palabras de alemán y sus gesticulaciones sólo lograron que la gente se encogiera de hombros, murmurando disculpas. Siguió, pues, corriendo y observando hasta que hubo pasado de largo la isla y la otra margen del Danubio se oscureció en el crepúsculo. Si Zanni había llegado a aquella orilla estaba demasiado lejos para ser visto, así que Edge volvió sobre sus pasos y cuando ya estaba a medio camino del puente encontró a Florian, que le dijo:
—Casi todos, hombres y mujeres, están buscando. He dejado a sir John apostado en el hotel para que nos mande un aviso en caso de que Zanni aparezca por allí. El Hacedor de Terremotos y el Turco Terrible se han descolgado del puente hasta aquella isla, para rastrillarla de punta a punta.
—He intentado preguntar a los viandantes —dijo Edge—, pero sin suerte.
—Yo también he preguntado. Algunos que habían visto su número dicen que le han gritado, advirtiéndole del peligro, considerándole temerario… o suicida.
—Yo también le considero así, ahora que he visto de cerca ese río. Sólo hizo pruebas en un estanque tranquilo. Si lo hubiera intentado primero aquí, habría cambiado en seguida de opinión.
—En gran parte es culpa mía —dijo Florian con voz grave—. Debí dedicarle más atención. Sentí cierto temor cuando le vi comprimirse tanto para meterse en el barreño…
—Y Maggie presintió algo sobre aves. Pero blancas y azules.
—¿Qué?
—No importa. Volvamos al puente y veamos si Obie y Shadid han encontrado alguna pista.
Mientras caminaban, Florian dijo:
—Fünfünf es el más afectado, así que para darle algo en que ocuparse le he mandado a informar a la Polizei. Tienen una patrulla fluvial… una lancha de vapor y buenas linternas por si es necesario buscar a alguien de noche.
Cuando llegaron al puente se apresuraron a ir hasta la mitad porque vieron a Yount y al turco trepar laboriosamente por uno de los altos pilares centrales, llevando algo de la isla al parapeto, donde se habían congregado varios miembros de la compañía y un grupo de ciudadanos.
—Esto es todo lo que hemos encontrado —dijo Yount, jadeando. Tanto él como Shadid estaban rebozados de lodo hasta la cintura y con rasguños por todas partes. Habían encontrado el barreño de madera, pero todos los listones estaban medio sueltos—. Las perspectivas no son buenas para Zanni, director. Sólo había tres gansos enganchados a este trasto, y muertos. Casi sin plumas, además. Una corriente que puede ahogar a un animal tan fuerte como un ganso no ha de resultar nada fácil para un hombre.
Todos guardaron silencio un minuto. Luego Edge preguntó a Florian:
—¿Debo avisar que permaneceremos cerrados mañana?
—No, no —respondió Florian—. Vivo, herido o muerto, Zanni no querría esto. La noticia se difundirá por la ciudad, pero no podemos permitir que la gente nos compadezca. No, avisa a la compañía que todos deben esforzarse por parecer lo más alegres posible. Que se preparen para trabajar lo mejor que sepan… y quizá también durante más tiempo, para compensar la falta de Zanni si mañana aún no ha aparecido.
—¿Has visto a Zanni, niña? —preguntó Fitzfarris, levantándose de un salto del sillón del vestíbulo del hotel cuando Lunes entró por la puerta principal con el vestido mal abrochado y el cabello hecho una maraña.
—No —contestó ella con voz átona—. Otra persona también le buscaba hace un rato. ¿Se ha perdido? Yo busco a mi hermana.
—Sí, se ha perdido. Y Lunes está con los demás, buscándole…
—¡Yo soy Lunes, maldito seas, John Fitz! —casi gritó la muchacha, y algunas cabezas se volvieron en el vestíbulo.
—Pues disculpadme las dos, coño. Pero llevas el vestido de Domingo, a menos que también me equivoque en esto. Y no te lo has abrochado bien. Niña, parece que te hayan arrastrado hacia atrás por un agujero de nudo. ¿Qué has hecho?
—¡Oh, John Fitz —gimió ella—, tengo mucho miedo de estar esperando un bebé!
Varias personas y los recepcionistas se levantaron y asomaron a las columnas para ver mejor.
—Eh, vamos… —dijo Fitzfarris, avergonzado, echando una ojeada a los espectadores—. Procura no tenerlo aquí. Vamos arriba.
—¡No te importa! —gimió ella con voz todavía más alta y, rompiendo a llorar, se abalanzó sobre él y le agarró por la pechera de la camisa.
—Eh, vamos —repitió Fitz, dándole palmaditas en la espalda y sonriendo, muy azorado, a la gente que los miraba—. Niña, te doy las gracias; has puesto por los suelos mi reputación en Regensburg. Vamos. Te ayudaré a subir a tu habitación.
Ella empezó a lloriquear mientras Fitz la sostenía por las escaleras y preguntaba, solícito:
—¿Quién… quiero decir, qué te hace pensar que estás embarazada?
Lunes hipó y dijo:
—No estoy segura del porqué, pero, ¿no significa lo mismo que «concebir»?
—Sí. Pero ¿no estás segura del porqué? Bueno, he oído decir que esto ya pasó una vez. Sólo espero que el Espíritu Santo no dejó a la Virgen María con un aspecto tan poco pulcro…
—¡Ya no soy virgen! —gimió ella.
Una camarera se arrimó a la barandilla de la escalera para dejarlos pasar, mirando con severidad a Fitzfarris.
—Dios mío —murmuró él. Cuando llegaron al piso superior, preguntó a Lunes por dónde se iba a su habitación, la condujo hasta allí y la llevó hasta la cama—. Descálzate y acuéstate. —Ella se echó, se tapó los ojos con un brazo y continuó sollozando—. ¿No estarías más cómoda si te abrocharas bien el vestido?
Sin mirar, ella usó la mano libre para obedecer y murmuró:
—¿Qué ha ocurrido?
—Dímelo tú.
—Quiero decir a él. ¿Qué le ha ocurrido a Zanni?
—Siento decir que no ha vuelto de su paseo por el río. Tememos que se haya ahogado. Pero no te preocupes por eso ahora; creo que tienes problemas propios. ¿Ha abusado alguien de ti, Lunes?
Ella respiró fuerte por la nariz y contestó:
—Sí.
—¿Un desconocido? ¿Uno de tus peces gordos de las sillas? ¿O alguien del espectáculo?
—Del espectáculo —respondió con voz más baja.
—Maldita sea. En este caso creo que prefiero no saber quién… Ella apartó el brazo para poder mirarle y preguntó, con voz menos baja:
—¿Estás celoso?
—Bueno, más preocupado que cel…
Lunes volvió a taparse los ojos con el brazo y gimió:
—¡No te importa nada! —Y volvió a sollozar.
—Muy bien, muy bien, estoy celoso, estoy celoso. Y creo que será mejor que me digas quién ha sido para que pueda… Supongo que habrá que hacer algo.
Ella volvió a mirarle.
—Está bien. Fue… fue él. Zanni.
Fitzfarris la miró larga y fijamente.
—Vamos, niña. La verdad.
—Ha sido él. Por eso he preguntado qué le ha ocurrido.
—Acabas de llegar al hotel. Zanni se fue antes de mediodía.
—Ocurrió antes de que se fuera. He estado acostada, llorando, todas estas horas. Pero ya lo había hecho muchas veces antes.
—Escucha, Lunes, es muy cómodo acusar a alguien que quizá no pueda negarlo nunca, pero también es una ruindad. Si quieres proteger al verdadero culpable, yo me lavo las manos de…
—Ha sido él. ¿No te ha extrañado nunca que Quincy fuese incluido en el número de payasos con los payasos de verdad? Yo pedí a Zanni que diese una oportunidad a mi hermano y él dijo que muy bien, que lo haría si yo… si yo… y me lo ha estado haciendo desde entonces.
—Hijo de puta —murmuró Fitz, pero todavía dudando—. Zanni ha sido siempre un tipo educado. ¿Estás segura de que no has soñado todo esto, niña?
—Puedo demostrártelo —declaró Lunes.
Llevaba todo el vestido desabrochado y ahora abrió las dos mitades para que él pudiera verla entera: la carne de color café con leche, los pezones marrones, el vello como granos de pimienta negra y las escamas blancas y secas adheridas al vello.
Abajo Florian dijo a los artistas y ayudantes que habían vuelto con él al hotel:
—Bueno, ignoro adónde habrá ido sir John, pero el portero dice que Zanni no ha venido. En cualquier caso, le he dicho que envíe al comedor a todos los que vayan llegando. Como nuestra cena ha sido interrumpida tan trágicamente, será mejor que todos comamos un bocado para alimentarnos.
—Yo no tengo mucho apetito —dijo Edge— y quiero volver al lado de Autumn.
—Yo tampoco tengo hambre —terció Yount—, pero no me vendría mal un trago de algo fuerte y creo que al Terrible tampoco. Los dos estamos helados y doloridos.
Así que Edge se marchó, otros entraron en el comedor y lo mismo hicieron los que fueron llegando al hotel después de sus infructuosas búsquedas.
—Pequeña embustera —dijo Fitzfarris, apartándose de Lunes y enseñándole la mancha roja de la sábana—. Conque abusaron de ti, ¿eh? Tenías miedo de estar embarazada, ¿eh? Bueno, ahora sí que puedes tenerlo.
Ella no parecía preocupada en absoluto, sino que sonreía, satisfecha y triunfante. Sin embargo, intentó adoptar una expresión solemne cuando dijo:
—Nunca lo hicimos de este modo, sino lo que miss… lo que el señor Zanni llamaba lamida. ¿Conoces esta manera?
—Nunca aprendí mucho italiano —contestó él secamente. Ella dijo, titubeando un poco:
—Bueno, supongo que también funcionaría contigo…
—¿Es que Zanni estaba hecho de otro modo? —inquirió Fitz, escéptico.
—Pues, no. No. Es sólo que… bueno, déjame intentarlo… Cambió de posición en la cama y, al cabo de un momento, Fitzfarris murmuró, maravillado: «Que me jodan si…» Un rato después, cuando ya respiraba normalmente, preguntó:
—¿Pensabas de verdad que podías quedarte embarazada haciendo esto? ¿No os explicó nunca vuestra madre cómo se hacen los niños?
—Sí… Supongo que mami nos explicó todo lo que sabía. Pero es seguro que ninguna mujer de Virginia ha oído hablar jamás de una lamida. Yo no, hasta que… ¿así que cómo iba a saber la diferencia? No era mi intención decirte una mentira.
—Bueno, una cosa es segura. Ya no puedo seguir llamándote niña.
—No. Soy una mujer. Tu mujer, ahora.
—¿Estás convencida de querer serlo? Es evidente que no soy mejor que Zanni. Dejarte…
—Pero tú eres mi hombre. Haga lo que haga contigo, es porque lo quiero. ¿Podríamos ser desde ahora una pareja de verdad, tú y yo? ¿Abiertamente, como el coronel Zack y miss Autumn? ¿Aunque sea una negra?
—Si vuelves a llamarte eso, te abofetearé como un marido de verdad. —Suspiró, pero nada descontento—. Nunca pensé en echarme una novia niña. Pero no lo ocultaré, como Zanni. Sí, Lunes, desde ahora… —Ella chilló y le abrazó—. Será mejor que des la noticia a tu hermana; yo lo diré a los otros. Significará algunos cambios de acomodación en los viajes. Ahora me vestiré y bajaré al vestíbulo.
—De modo que ahora está en manos de la Strompolizei —dijo con resignación Florian. Una vez concluido el refrigerio, él y un grupo de hombres de la compañía ahogaban su tristeza en schnapps, cerveza y vino. Algunas mujeres también habían tomado una bebida fuerte, retirándose luego a sus habitaciones de hotel o remolques para pasar su pena a solas—. Ah, aquí llega sir John. Hombre, nos preocupaba un poco haberte perdido también a ti.
—No, estaba… haciendo mi buena acción del día. Lunes Simms ha llegado extenuada y la he llevado a la cama. Pásame esa botella, ¿quieres, Maurice?
—Sí, como tú dices, Florian, el espectáculo debe continuar —dijo Rouleau—, el Saratoga está casi hinchado del todo. Bum-bum sólo tendría que recargarlo un poco. Podríamos elevarlo de nuevo mañana.
—Buena idea. Izar la bandera, por así decirlo. Fünfünf, ¿tienes algún número para remplazar el del espejo Lupino en un plazo tan breve?
—Nada tan bueno, pero el Mayor Mínimo… —Pfeifer se volvió hacia el enano, cuya cabeza apenas llegaba a la mesa—. Podrías ocupar el lugar de Zanni en el falso pugilato con Alí Babá.
—¡No permitiré que se burlen de mí! —replicó Mínimo.
—¡Harás lo que se te ordene! —exclamó Florian en el mismo tono—. En este caso extremo no mimaremos tus preciosas pretensiones artísticas. Todos tenemos que improvisar sobre la marcha y esto te incluye a ti.
Mínimo gruñó con rabia detrás de su copa, pero no protestó más.
—Otra cosa, director —dijo Yount—. El Terrible y yo podemos prolongar nuestra lucha. Dejaremos la botavara formando ángulo con el poste central y su cuerda colgando de modo que podamos alcanzarla y entonces nos columpiaremos uno detrás de otro a través de la pista, como monos de la jungla, pateándonos con toda nuestra fuerza.
—Bien, bien. Todo lo que alargue las actuaciones será una ayuda. Pero esa cuerda seguirá colgada allí cuando empiece tu número del trapecio, Maurice. ¿No te estorbará?
—No lo creo —contestó LeVie—. Bien pensado, puede añadir gracia a mi número de Pete Jenkins. Cuando mi pignouf borracho se pelee con los peones, Paprika mirará desdeñosamente e incluso izará la escalera de cuerda. Entonces mi pignouf tendrá que trepar cómicamente por la otra cuerda para subir a la plataforma.
—Bien, bien.
—Si no tiene más instrucciones para mí, Efendi —dijo el turco—, voy a asearme. Esta noche tengo un rendez-vous con una dama que ha admirado mi modo de trepar hasta el puente. —Sus labios y bigote sonrieron—. Y también debo ir a buscar dinero para invitarla.
—Oye, Shadid —terció Fitzfarris—. Invitar a señoras tan a menudo como tú lo haces cuesta un dineral. Lo sé por experiencia. Si no quieres vaciar cada vez tu faltriquera, quizá te gustaría ganar cierta cantidad de dinero con gran facilidad. ¿Qué te parecería venderme tu remolque y tu caballo? —El turco pareció interesado y los otros hombres miraron con curiosidad a Fitzfarris—. Deduciría el precio de mi parte del remolque donde duermo y tú podrías compartirlo con Obie, Abner y Jules.
—Hazme una oferta —contestó el turco—. Yo no necesito una casa para mí solo. ¿Hacedor de Terremotos? ¿Roulette? ¿No tenéis objeciones?
—Ninguna —respondieron ambos y añadieron que el ausente Mullenax tampoco se opondría ya que en general estaba demasiado borracho cuando se acostaba para fijarse en los demás ocupantes del remolque.
Así, Fitzfarris y Sarkioglu regatearon un poco, Fitz pagó el dinero y el turco se marchó a su cita.
—Os diré por qué me traslado —dijo Fitz.
—No es asunto nuestro —contestó Rouleau—. No es necesario que lo expliques.
—Entonces es asunto suyo, Florian —dijo Fitz—. Como es una especie de tutor de las chicas Simms, quizá tenga que pedirle su bendición. Lunes y yo…
—No digas nada más. La chica sueña contigo desde hace mucho tiempo. Si al final te ha atrapado, sólo me queda felicitaros a ambos y decir que esta noticia contribuye con mucho a alegrar un día muy triste. —Florian levantó la copa y ofreció a Fitz el brindis tradicional alemán—: Hoch soll’n Sie Leben, dreimal hoch!
Y los otros hombres le imitaron, pero con comentarios menos dignos.
—No me extraña que parecieras nostálgico cuando el Terrible se ha ido, Fitz —observó Yount—. Una mujer tuya te impedirá ir de juerga.
—Bueno, brindo porque sea capaz de domarle —dijo Pfeifer—, aunque no apostaría por ello.
—Ah, pero el amor, como la religión, puede acomodar toda clase de excentricidades —replicó LeVie.
—Ach, Mumpitz —terció Beck—. Sir John siempre poder domesticarla con sus historias.
—C’est vrai —dijo Rouleau—. La otra noche oí a Fitz recitar sus oraciones antes de acostarse. ¿Y sabéis qué? ¡Estaba mintiendo!
Lunes aún seguía acostada, luciendo sólo una sonrisa beatífica, cuando Domingo entró en la habitación, se sentó junto a ella y dijo en tono cansado:
—Han sucedido tantas cosas que me he olvidado de pensar en ti y en tu aventura. ¿Te han dicho lo de Zanni?
—Sí… —dijo Lunes, soñadora, sin dejar de sonreír.
—He recorrido las calles, practicando el alemán con todos cuantos me salían al paso, pero nadie sabe nada. —Domingo exhaló un largo suspiro—. Bueno. —Miró de reojo a su hermana desnuda y observó—: Por lo que parece, la aventura no ha sido intolerable.
—¡No, señora! —exclamó Lunes con énfasis. Se incorporó, se abrazó las rodillas y sonrió de modo aún más radiante—. Todos los momentos de este día han sido maravillosos. Y debo agradecértelo a ti. Domingo contestó, un poco incómoda:
—Bueno, sólo he venido a asegurarme de que estabas bien. Y así es, por las trazas. ¿No quieres bajar a comer algo?
Lunes se echó a reír.
—Hermana Domingo, no te creerías lo llena que estoy. Y todo lo que he aprendido durante el día.
—Vaya. ¿De ella? Espero que no te hayas convertido en lo que ella es.
—¡Ni hablar! Me dijiste la verdad y te lo agradezco. Me ha dado John Fitz. ¿Qué te parece?
—¿Que te ha dado a John Fitz? —preguntó Domingo, perpleja.
—Todo lo que he aprendido. Cosas que podría darte al señor Zack. Escucha.
Y Lunes contó con fruición todo lo que había ocurrido desde que bajara de la góndola del globo. Los ojos de Domingo se fueron agrandando de asombro a medida que se desarrollaba el relato. Sólo interrumpió una vez:
—De modo que has descubierto el juego.
—Lo siento, hermana. De verdad que quería guardar silencio.
—No importa. Tarde o temprano lo habría sabido. Supongo que le dio un ataque al saberlo.
—Y vaya ataque. Bueno, pues cuando pude escabullirme… —Y la historia continuó y los ojos de Domingo se agrandaron todavía más.
Al día siguiente aún no había señales de Zanni Bonvecino y ninguna noticia de la policía fluvial. La mayoría de artistas estaban frenéticamente ocupados ensayando nuevos números para prolongar sus actuaciones, y Beck y sus peones bombeaban más gas en el Saratoga y el recinto del circo se llenó, mucho antes de mediodía, de patanes ansiosos por adquirir entradas para la función de las dos. Era evidente que toda la ciudad estaba enterada de la presunta tragedia del circo y por lo visto había acudido en masa para ver cómo la sobrellevaba el circo. La continua actividad de los artistas y sus esfuerzos por mostrar caras sonrientes a la multitud los impidieron fijarse en la única cara seria, tan implacablemente furiosa que nada volvería a hacerla sonreír.
Hubo un lleno impresionante, claro, y la gente que consiguió entrar no pareció encontrar ninguna laguna en la representación.
Quizą sus aplausos fueron más vigorosos después de cada número, por simpatía además de admiración. Todo fue bien en el espectáculo hasta la última actuación de la primera mitad. Paprika no había mirado ni hablado a Domingo en todo el día —ambas habían procurado no coincidir en el furgón vestidor cuando fueron a ponerse las mallas azules— y Domingo prefería el silencio de Paprika que su cólera húngara. Tampoco se hablaron cuando estuvieron en la plataforma y Domingo hizo oscilar o enganchó las barras del trapecio para que Paprika ejecutara su solo al son de Sólo hay una chica, tocada por la banda.
Entonces, cuando Paprika saludaba y la banda tocaba El holandés errante, surgió de entre el público el borracho Pete Jenkins, que entre murmullos expectantes trepó hasta el trapecio y se reveló como Maurice al convertirse en un relámpago azul. Después de su deslumbrante solo, él y Paprika ejecutaron su dúo a los acordes del Bal de Vienne y Domingo continuó manejando las barras de acuerdo con las órdenes de Houp là!
La atención del público se desvió bruscamente de su actuación por culpa de una inoportuna actividad en la puerta principal de la carpa. Habían entrado varios policías uniformados y Banat trataba de cerrarles el paso porque no tenían entradas, cuando Florian se apresuró a acercarse para intervenir. Al cabo de un momento, hizo una seña a Edge para que abandonara su lugar en la pista y se reuniera con ellos. El público siguió tan absorto estos movimientos —sabiendo que estaban relacionados con la tragedia de la víspera— que pocos vieron lo que ocurrió entonces arriba en el trapecio.
Era el momento de la breve participación de Domingo en el número. Paprika se balanceó hacia la plataforma con las manos extendidas, colgada del trapecio por las rodillas. Domingo alargó las manos y saltó, ambas se agarraron por las muñecas, Domingo describió un arco y, justo al final de este arco, Paprika sonrió a Domingo y le soltó las muñecas. La muchacha tuvo la fuerza suficiente para seguir agarrada durante una fracción de segundo, pero no bastó para ganar la altura y el impulso necesarios para llegar hasta Maurice, que se acercaba en el trapecio. Las manos de Domingo se soltaron y ella voló, pasando lo bastante cerca por debajo de Maurice para ver la horrorizada expresión de su rostro.
Florian estaba diciendo a Edge:
—La Polizei ha encontrado un cuerpo deslizándose río abajo y lo ha traído a Regensburg. Dicen que está empapado, hinchado y mordido por los peces. Podría ser otra persona. Quieren que los dos, como máximas autoridades del circo, vayamos inmediatamente para ver si podemos identificarlo.
Sólo la mitad del millar largo de espectadores miraba hacia la cúpula y sólo unos cuantos exhalaron un grito ahogado al comprender que el vuelo libre de Domingo no era intencionado, que había sido lanzada a una caída vertiginosa contra las graderías superiores. Pero el jefe de orquesta Beck sí estaba observando, como siempre, para que la música siguiese el ritmo de la actuación. Casi antes de que terminara el breve vuelo de Domingo ya había ordenado a la banda con la batuta que se interrumpiera y entonara la Marcha nupcial de Mendelssohn a un ritmo de trepidante urgencia.
—¿Por qué tanta maldita prisa? —decía Florian a Edge—. Di a la policía que frene su condenada eficiencia y espere. Diles que falta muy poco para el intermedio… ¡Dios mío!
Al oír la música del desastre, él y Florian se volvieron a mirar. Todo el público gritaba ahora con espanto e incredulidad. Domingo aún estaba en el aire y su cuerpo se retorcía violentamente. A media caída había agarrado la cuerda que habían dejado colgando para el número de los hombres forzudos, asiéndose a ella con tal fuerza que tanto la cuerda como la botavara vibraban y el extremo de la primera restallaba como un látigo sobre las cabezas de los espectadores más cercanos… pero Domingo estaba bien agarrada. Maurice se había posado en la plataforma y descolgado la escalera de cuerda y ahora bajaba por ella a gran velocidad. Paprika continuaba colgada de su trapecio por las rodillas, balanceándose plácidamente, observando, y nadie podía ver la expresión de su rostro.
—Aves… azules… —dijo Edge para sus adentros mientras corría al lado de Florian.
Maurice llegó al peldaño de la escalera que estaba al mismo nivel de Domingo y, aunque ésta seguía oscilando, logró alargar la mano, coger la cuerda y detener su movimiento. Entonces ayudó a Domingo a poner una pierna temblorosa, y luego la otra, en los peldaños de la escalera y por último a asirla con ambas manos. Con Maurice muy cerca de ella, Domingo descendió débilmente y sus piernas casi se doblaron cuando tocó el suelo de la pista. Florian y Edge la esperaban allí… y también la policía. Domingo señaló a Paprika, pero tuvo que jadear y sollozar durante un minuto antes de poder pronunciar las palabras:
—Ha intentado matarme. Me ha soltado deliberadamente.
El público no oyó estas palabras y los policías no las comprendieron, pero todos los rostros de la carpa siguieron el brazo de Domingo y fijaron en Paprika miradas acusatorias. Allí arriba, Paprika arqueó ahora el cuerpo y osciló en arcos cada vez más altos y más rápidos… mientras, de modo incongruente, la banda tocaba la Marcha nupcial al unísono con sus movimientos. Y de pronto, en el punto más alto de un arco, Paprika estiró las piernas dobladas y se lanzó al espacio en un salto de ángel. Su parábola la mantuvo en el aire sólo un momento, entonces fue a dar contra la parte cóncava del techo de la carpa —con un ¡plaf! audible por encima de la música de la banda— y allí cambió brevemente de ángel a estrella azul, suspendida y centelleante, con piernas y brazos extendidos. Pero la lona la hizo rebotar hacia dentro y cayó en otra parábola hasta estrellarse cuan larga era contra el bordillo de la pista con otro ruido audible… éste de estremecedora irrevocabilidad.
Florian se colocó al instante en el centro de la pista con el megáfono y Beck se apresuró a dirigir a la banda para que tocase el himno de la salida. Mientras Yount y el turco corrían a levantar a Paprika y fingían ayudarla a «andar» hacia la puerta trasera, Florian gritaba a la multitud que acababan de presenciar una escena temeraria especialmente preparada, que no había ocurrido ninguna desgracia, que todo formaba parte del espectáculo. Hizo una seña urgente a Domingo, y LeVie y Edge la sostuvieron mientras ella conseguía sonreír e incluso levantar los brazos trémulos en forma de V. Ahora Florian gritó que había llegado el intermedio, el momento de ir todos a divertirse a la avenida y que la compañía entera volvería después, sana y salva, con la segunda y emocionante parte del programa.
A la mañana siguiente Regensburg contempló un espectáculo nunca visto, comparable a las dos ascensiones del globo: un funeral circense, y por partida doble, además. Precedidos por el carruaje negro de Florian y el humeante pero silencioso órgano de vapor, varios carromatos del circo, cubiertos con crespones negros, llevaban a toda la compañía. La carreta del globo, cubierta con un paño mortuorio, portaba los ataúdes de Zanni y Paprika. Los músicos, en su furgón, tocaban el tema de la Sonata fúnebre de Chopin y la comitiva se trasladó, al son lento de esta marcha, del Dörnberg-Garten al Katholik-Friedhof.
Aunque las autoridades municipales aún querían formular muchas preguntas, y rellenar innumerables cuestionarios, relativos a las «irregularidades» de los dos días precedentes, no hubo ningún problema para que los cuerpos tuvieran un entierro público y digno. Florian se limitó a enseñar sus salvoconductos para atestiguar que tanto Giorgio Bonvecino como Cécile Makkai eran católicos romanos, y las autoridades eclesiásticas concedieron graciosamente el permiso.
No obstante, el sacerdote oficiante se mostró inquieto durante la ceremonia, alzando con frecuencia la mirada de su misal para echar ojeadas a la variopinta concurrencia agrupada alrededor de él y de sus acólitos. Además de los músicos uniformados y de los peones con monos de dril y de lona, Pater Frederick contó a tres inconfundibles orientales, dos negros, dos albinos, un enano, una persona de sexo indeterminado, con capa y capucha, un gigante con una piel de leopardo y otro con un exiguo taparrabos, un hombre con la cara blanca como la de cualquier cadáver del cementerio y otro con media cara azul, un hombre vestido de ante, con muchos flecos, y cinco mujeres jóvenes muy poco solemnes en su semidesnudez. Pater Frederick sólo pudo aprobar a dos hombres —Florian y Goesle— respetablemente ataviados y sólo a una mujer —Autumn—, que llevaba un vestido decente y un velo.
Después del servicio, las oraciones, los numerosos signos de la cruz, varias aspersiones de agua bendita y humo de incienso y de echar puñados de tierra sobre las dos tumbas, Florian pronunció las últimas palabras sobre ellas, una vez más en plural y en latín: «Bailaron. Causaron placer. Han muerto». Entonces, a una señal de Florian, el decoro imperante fue roto, destrozado y abolido, y las vestiduras del Pater Frederick casi reducidas a harapos por el estallido ensordecedor del órgano al tocar Auld Lang Syne[17].