3

Al parecer, Livorno tardaría en cansarse del Florilegio. Al día siguiente tuvieron otro lleno y también al otro y al otro. Los livorneses eran gente alegre; cuando les decían que no había asientos en la carpa y ni siquiera espacio para estar de pie, se encogían de hombros, hacían una divertida mueca de resignación y volvían al día siguiente. Además, Aleksandr Banat aseguraba haber reconocido entre la multitud a personas que ya habían acudido otras veces. Banat se había erigido en revisor de entradas y portero de la puerta principal en todas las funciones y hacía su trabajo con tanta asiduidad que Florian encargó a la primera modista que le vistiera para el puesto —«de payaso, tal vez»—, pero Banat consideró poco elegante este uniforme.

Señaló el letrero de un carromato y dijo:

—Es el Circo Confederato, ¿no? Pues debe tener un portero confederato.

—En esto no te falta razón —contestó Florian y fueron en busca del Hacedor de Terremotos para preguntarle si aún guardaba su viejo uniforme de sargento rebelde.

—Pues, sí —respondió Yount, examinando a Banat, que era bajo y rechoncho—. Supongo que le irá bien de ruedo, pero le sobrará bastante de ambos extremos.

No obstante, Magpie Maggie Hag hizo las reformas necesarias y cuando Yount enseñó a Banat a llevar el quepis un poco inclinado, esto disimuló incluso la falta de frente del eslovaco. Más tarde, Banat fue al centro de la ciudad y compró en un monte di pietà varias medallas viejas y oxidadas, las pulió y se las sujetó al pecho de su uniforme gris. En lo sucesivo saludó con dignidad castrense a la gente que entraba en la carpa y ningún miembro del público se fijó nunca en la anomalía de un Johnny Rebelde que hablaba una jerga anglo-italiana-eslovaca y llevaba la Orden del León de los Países Bajos, la Médaille Militaire y la Orden de Guissam Alauita.

Como ahora el Florilegio estaba lejos de lo que Florian llamara en una ocasión país de Biblias y palurdos, no existía ningún obstáculo para que hubiera funciones los domingos, de modo que tanto los artistas como el equipo trabajaban en dos espectáculos diarios, siete días a la semana. El tiempo se mantuvo espléndido durante su estancia en Livorno, y la única lluvia que cayó en aquel período, cayó en medio de la noche, despertando al maestro velero Goesle en su habitación del Gran Duca. Se vistió a toda prisa, se ciñó el sonoro cinturón de cuchillos, bureles, punzones y otros instrumentos, corrió escaleras abajo, despertó a un vetturino en la hilera de coches de alquiler del hotel y se hizo llevar hasta el parque al galope. Sin embargo, cuando llegó allí vio que Banat ya había ordenado al equipo de trabajo que aflojara los cables de la tienda y extendiera tela encerada para que la lluvia no humedeciera el serrín.

—Ese Banat ser muy competente —informó Goesle a Florian al día siguiente— y yo alegrarme mucho de ello. Incluso saber mandar a los peones enganchar a medias el extremo de todas las cuerdas para que nadie tropezar con ellas o evitar deshilacharlas con las pisadas. Muy poco pasar por alto a Banat, y los otros eslovacos obedecerle contentos. Sólo uno de los doce, un patán llamado Sandov, ser holgazán, protestón y un completo zopenco. Pero Banat decir que, si usted permitirlo, pronto deshacerse del inútil.

—Espero que el tal Sandov no sea uno de la orquesta. Goesle negó con la cabeza.

—A veces cantar un poco, canciones obscenas, a juzgar por las risas de los demás. Pero no tener voz. Capaz de raspar el oído de un galés.

—Muy bien, entonces. Banat tiene mi autorización para deshacerse de él.

Entretanto, siempre que los peones no estaban remendando la vieja lona de la carpa o haciendo la limpieza rutinaria del terreno o cambiando la utilería o entrando o saliendo de la pista con los diversos accesorios, trabajaban todavía más en su «tiempo libre». Fueron a buscar la madera gratis, tal como habían prometido (gran parte de las tablas estaban marcadas con la palabra CRINOLINA), y Goesle los mandó aserrar primero trozos curvados y juntarlos después con clavos, mientras él cosía, con palma, agujas grandes y bramante encerado, almohadones de grueso cuero y los rellenaba con trapos. La madera se convirtió en veinte resistentes cajas curvadas de treinta centímetros de altura y profundidad y casi dos metros de longitud. Goesle mandó a los hombres que las pintaran a franjas rojas, blancas y verdes, los colores de la bandera italiana, y luego adhirió el acolchado de los almohadones a la parte superior. Las cajas, juntas por los extremos, formaron un bonito bordillo circular que rodeaba la pista de trece metros, dejando abierto un trozo de un metro y medio frente a la puerta trasera de la tienda para la entrada y salida de los caballos, el elefante y el carromato de la jaula. Nunca más la gente del Florilegio tendría que cavar, amontonar y pisar un bordillo de tierra. Y nunca más dejaría tras de sí el Florilegio un bordillo semejante para que los niños de la localidad jugaran a circo dentro de él.

A continuación, Goesle se dedicó a mejorar las destartaladas graderías de la tienda. Empezó mandando a los eslovacos a buscar más madera, mientras él iba al almacén del Gran Duca a buscar listones de metal. Aquella bien surtida tienda no le defraudó, porque tenía estos artículos en existencia para los numerosos barcos viejos que debían usar alguna clase de apuntalamiento para sostener sus gastadas cubiertas. Goesle llevó consigo a Florian para que regatease en el idioma vernáculo y consiguieron un buen precio comprando más cantidad que cualquier capitán de barco.

Mientras Goesle mantenía ocupados a los eslovacos en el trabajo de carpintería, les daba permiso de vez en cuando para ensayar bajo la batuta del director de orquesta Beck, quien les hacía tocar los instrumentos conocidos y les enseñaba a tocar los recién adquiridos en las diversas casas de empeño de la ciudad. Beck no solía necesitar a más de un músico cada vez porque, como no había partituras, tenía que cantar o tararear a cada uno por separado la parte que tocaba el instrumento en la pieza de música que les quería enseñar. «Sonar así: tararábumbum». Después, cuando el corneta, el trompeta, el trombón, el tuba y el acordeón habían aprendido cada uno su parte individual, Beck pedía dos hombres a Goesle y luego tres —y también llamaba a Hannibal con su tambor— y así aprendían poco a poco a tocar al unísono. Era un sistema que podría haber asustado incluso a directores profesionales como los hermanos Strauss, pero de algún modo el aspirante aficionado Beck lo utilizó con acierto.

Además, siempre que algún eslovaco no trabajaba para Goesle ni ensayaba música, Beck le hacía cortar láminas de metal, doblar tubos o remachar y soldar los intrincados trozos de su generador de hidrógeno. Esta tarea era tal vez aún más difícil que su fragmentada instrucción musical. El propio Beck trabajaba casi siempre por intuición y tenía que comunicar sus ideas a mecánicos improvisados que eran tan incapaces de interpretar sus exquisitos dibujos como de leer partituras y con quienes no tenía una lengua en común. Pero también en esto —«Este tubo deber ir así: un golpe de martillo, bum, doblar, otro golpe de martillo, bum»— funcionó su sistema particular y el generador empezó a adquirir una forma coherente.

En el proceso de fabricar un Gasentwickler y crear una banda circense pasable, Beck se ganó un apodo. Un día, uno de los eslovacos llamó a otro: «¡Eh, Broskev! ¡Pana Bum-bum te necesita!», y al poco tiempo todos los miembros del espectáculo conocían a su Kapellmeister e ingeniero jefe como Bum-bum Beck.

Mientras se desarrollaba toda esta industriosa construcción y creación, los artistas disfrutaban de lo que para ellos era una relativa indolencia. Aunque debían trabajar ante el público dos veces al día y ensayar los números viejos en su tiempo libre y experimentar con números nuevos e instruir a los jóvenes aprendices y cuidar de su utilería y sus animales, ya no tenían la carga de las labores «domésticas» que antes eran responsabilidad suya. Les gustaba comer bien en el comedor del Gran Duca, a intervalos regulares, y poder gozar con la frecuencia deseada de los baños calientes del hotel, y que lavanderas invisibles lavaran su ropa en el sótano y que las camareras del hotel remendaran, plancharan y cosieran botones de sus vestidos cuando Magpie Maggie Hag estaba ocupada, como lo estaba casi siempre aquellos días, diseñando y haciendo trajes nuevos.

Y lo mejor de todo: vieron que podían contar con un día de pago fijo a la semana. Y como ya no tenían que gastar su sueldo para la simple subsistencia de sus números y de todo el Florilegio, podían invertir el dinero en compras personales. Sin embargo, pocos de ellos derrocharon sus primeros sueldos en cosas no esenciales. Los templados días de otoño se acortaban, las noches empezaban a ser frías y húmedas y el invierno no estaba lejos, así que las compras consistían principalmente en ropa de abrigo. No obstante, Florian advirtió a las mujeres que las tiendas y los gustos de Livorno eran tan provincianos como los de Virginia y les recomendó que reservaran todos sus caprichos caros para la elegante y culta Florencia.

Abner Mullenax se permitió el capricho de un parche nuevo para el ojo. Tiró el viejo, suministrado por el ejército, y encargó uno a un sastre local, de fina seda negra, recamada con una estrellita de diamantes falsos. Seguía pareciendo un pirata, pero ahora próspero o excéntrico. Los tres chinos se las arreglaron para comprar enormes paquetes de espaguetis y a las horas de las comidas encendían su propio fuego en el campamento, primero para cocer la pasta y luego para freírla hasta que crujía y brillaba por la grasa. La comían con ruidosos suspiros de satisfacción, como si hubieran vuelto a descubrir algo que habían anhelado durante mucho tiempo. Varias personas comentaron que los chinos habrían hecho mejor comprándose zapatos, pero los tres hombres parecían detestar el calzado e incluso rechazaron cortésmente ofertas de zapatos usados por los otros artistas y continuaron yendo descalzos, cualquiera que fuese el tiempo o el estado del terreno.

En cuanto a Florian, estaba tan animado por la favorable acogida de Livorno a su espectáculo y los cuantiosos ingresos del carromato rojo, que no esperó al final de su estancia y decidió invertir en más vehículos de transporte. De hecho, puso en práctica su decisión con cierta extravagancia. Compró cuatro furgones nuevos —en realidad, no nuevos, pero sí en buen estado—, uno para llevar la lona adicional de la carpa, graderías, vigas y el bordillo desmontado; otro para que los eslovacos viajaran y durmieran en él; otro para acomodar a la familia Smodlaka y sus perros, y a Hannibal, Quincy y los chinos, y otro para llevar el vestuario, los instrumentos musicales y los accesorios, y para que, en el campamento, sirviera de vestidor para los artistas, el primero que habían tenido. Incluso equipó ese furgón con una pequeña estufa de carbón para calentarlos aquel invierno mientras se vestían y en la cual Magpie Maggie Hag podría cocinar cuando no estuvieran cerca de una ciudad o de una posada a las horas de la comida.

Los peones, ya sobrecargados de trabajo, tuvieron que dedicar ahora sus únicos momentos libres, generalmente por la noche, a pintar los furgones nuevos para que hicieran juego con el resto de la caravana y a dar una brillante capa de pintura negra al carruaje de Florian. Sin embargo, hicieron el trabajo con caras impasibles y sin quejarse, todos excepto el ya notorio holgazán Sandov. Uno de los antipodistas chinos resultó ser un calígrafo consumado y, aunque no comprendía en absoluto las palabras o letras, las copió con elegancia de uno de los furgones viejos y las escribió en los nuevos e incluso en los paneles de madera que cubrían la jaula de Maximus mientras viajaban: «EL FLORECIENTE FLORILEGIO DE FLORIAN», etc.

Como los furgones recién comprados pesarían mucho con sus respectivas cargas, Florian compró dos caballos para cada uno y tampoco aquí escatimó dinero. Encontró una cuadra que tenía a la venta ocho caballos Tigerschecken de Pinzgau, criados en Austria: caballos blancos salpicados de negro, no con manchas como los pintos americanos, sino con lunares, exactamente igual que los perros dálmatas. Eran caballos lo bastante fuertes para el tiro, pero también lo bastante decorativos para que Edge los pudiera utilizar en su número de trote libre.

Ahora los artistas actuaban por un nuevo orden de aparición ideado por Florian para alternar mejor los números divertidos y los emocionantes. Como el nuevo programa reservaba a Autumn Auburn la actuación final y Pimienta Mayo hacía su número de colgarse de la cabellera varios números antes, la disparidad en el aplauso recibido por las dos mujeres no resultaba tan aparente. Sin embargo, era lo bastante significativa para Pimienta, que fruncía el entrecejo y ardía de indignación, en especial cuando Florian se fijó por fin en su actuación, vio la desnudez de su atuendo y le mandó que volviera a ponerse el cache-sexe bajo las medias.

—No es que a mí me importe ver la sonrisa vertical —dijo—, y está bien claro que a los mundanos italianos tampoco, pero si te permito trabajar así, Pim, no podré negárselo a nadie y, antes de que nos demos cuenta, Clover Lee o las chicas Simms querrán guiñar el ojo al público del mismo modo, o el Hacedor de Terremotos exhibir su badajo, y no podemos dejar que todo el mundo desvele cuanto Dios dio a Adán y Eva.

Así pues, Pimienta, despechada y furiosa, se fue a continuar entrenando en secreto a Quincy Simms. Se adentraban sencillamente un poco en el parque, ella ataba una cuerda en torno a la cintura del muchacho, colgaba la cuerda de la rama de un árbol y le elevaba un poco sobre el suelo. Así el chico podía retorcerse y doblarse en el aire.

También sus hermanas recibían entrenamiento extra: Autumn les enseñaba los rudimentos de andar sobre la cuerda floja. Como Domingo y Lunes tendrían que haberlo hecho descalzas o con su único par de zapatos —amarillos, de tacón alto, que no habrían servido—, Autumn les compró con su propio dinero unas zapatillas de ballet sin relleno y encargó a Goesle una pértiga larga y flexible, con plomo en ambos extremos. Al principio el entrenamiento consistió en andar por el estrecho borde de cinco centímetros de una madera prestada por los eslovacos carpinteros. A los pocos días Autumn cambió la madera por otra de dos centímetros y medio. Cuando consiguieron andar por una cuerda de apenas dos centímetros, tendida a sólo treinta del suelo, tanto Domingo como Lunes habían adquirido bastante seguridad en los pies.

En otros momentos, Lunes Simms continuaba recibiendo lecciones de equitación de Sarah, quien le dijo:

—He tomado una decisión. Como Clover Lee y yo ya hacemos volteos rutinarios sobre Bola de Nieve y Burbujas, quiero que vosotras empecéis a montar a Trueno, el caballo de Zachary, y aprendáis el elegante y muy femenino arte de la haute école.

—¿Cómo? —preguntó Lunes, sin comprender.

—Significa «alta escuela». En otras palabras, un caballo y un jinete muy bien educados. No es un número emocionante, como nuestras acrobacias de la basse école, o el volteo al galope de Buckskin Billy, sino una clase sutil de pasos artísticos, que vosotras podéis encontrar aburridos en comparación. Pero será muy apreciado por todos los espectadores entendidos en el arte de la equitación. Se hace con esta silla inglesa que acabo de comprar para este fin.

—¿Esto es una silla? Parece más bien una torta.

—Supongo que sí, comparada con una de esas sillas de la caballería, pero pronto os daréis cuenta de la libertad que supone su ligereza para el caballo y el excelente control que su reducido tamaño permite a vuestras piernas. Montad y os mostraré algunos de los pasos que Zachary enseñó a este caballo mucho antes de que viera nuestro circo.

Lunes saltó a la grupa y Sarah le alargó su ligera fusta.

—Empieza con un medio galope, no tendido, sino un galope de Canterbury, y luego tócale en el hombro con el látigo. Esto se llama «frenarle». —Lunes dio la vuelta a media pista, tocó a Trueno y éste cambió al instante el paso, invirtiendo el orden porque pisaba con la pata izquierda y derecha—. Tócale otra vez —gritó Sarah. Lunes obedeció y Trueno volvió al paso del principio. Cuando la chica pasó por delante de ella, Sarah le dijo—: Ahora frénale cada cuatro pasos y después cada dos.

El caballo dio otra vuelta a la pista, cambiando de paso con tanta frecuencia y suavidad que Lunes exclamó, encantada:

—¡Está bailando!

Y añadió, cuando detuvo al caballo delante de Sarah:

—Como es natural, casi me caigo de esta torta cada vez que se detiene.

—Pronto aprenderás a montar con los cambios. Y verás, si la banda toca una polca y tú haces trotar a Trueno y le frenas por este orden (cuarto paso, segundo paso, cuarto, segundo), los espectadores tendrán la impresión de que Trueno baila una polca perfecta. En cuanto hayas aprendido ésta, te enseñaré las otras secuencias de freno que le harán bailar el vals, el chotis, etcétera.

—¡Esos cerdos! —vociferó un día Pavlo Smodlaka, presentándose furioso ante Florian para informarle de que los cochinillos de Mullenax habían atacado con violencia a sus terriers.

Los niños Sava y Velja habían tratado de intervenir, explicó, pero eran demasiado débiles para separar a los animales en combate. Pavio había tenido que molestarse en ir a detener la pelea, «antes de que esos sucios cerdos mutilaran, mataran o se comieran a uno de mis amados perros, o a los niños, ¡pero el pelaje de los perros está muy arañado y sus nervios en un estado lastimoso! ¡Exijo que esos repugnantes cerdos sean sacrificados!»

Como Florian era consciente de que los cerdos ya habían adquirido tal corpulencia que apenas podían trepar por la escalera y hacer otros números, pasó el resto de aquel día preparando un argumento convincente para retirar del espectáculo a Hamlet & Co., y al final fue a enfrentarse con Mullenax, sólo para descubrir que el problema ya estaba resuelto.

—¿Esos cerdos? Es gracioso que los menciones, jefe. Esta misma tarde me he deshecho de ellos. Se estaban volviendo pendencieros y eran demasiado grandes para hacer gracia. De todos modos, hacía tiempo que los engordaba para la mesa.

—¿Te los has comido?

—No, no podría comer a un viejo amigo. Sabiendo quién era, por lo menos. Los he dado a la cocina del hotel.

—¿Los has dado así, por las buenas?

—En realidad, he hecho un trato. —Mullenax guiñó su único ojo, espectacularmente inyectado en sangre—. La dirección me concede un crédito ilimitado en el bar del hotel mientras estemos en la ciudad.

Florian carraspeó.

—Ejem, Barnacle Bill, a veces me preocupa…

—Vamos, vamos. No hay por qué preocuparse, jefe. Ese número ha desaparecido, sí, pero estoy preparando uno muy especial con Maximus. Estoy seguro de que superará aquel truco del brazo ensangrentado del viejo Ignatz. Haré que el león salte a través de un aro de fuego. Sostenido por mí dentro de la jaula.

—Bueno, sí, sería estupendo. Ya he oído hablar de ese número, aunque no muchos domadores pueden lograrlo. Ni siquiera los más educados y sobrios. —Florian puso un poco de énfasis en la palabra «sobrios».

—Yo lo haré. Yo y el viejo Maximus. Ahora que come con regularidad, está mucho más animado. ¡Ya sabe saltar por encima de mi látigo cuando grito «springe!» Así que, ¿sabe qué hice? Encargué a Stitches un trozo de madera curvada, lo coloqué en la jaula y se lo hice saltar. A Maximus, no a Stitches, claro. Y cuando estuvo acostumbrado, añadí dos trozos curvados a ambos extremos del primero. Saltó entre ellos, sobre el primer trozo, limpiamente. Así que cada tres o cuatro días he colocado una curva de madera más ancha y más alta. Todo esto requiere tiempo, pero una cosa que Ignatz me enseñó fue a ser paciente. Uno de estos días la madera curvada será un círculo completo y Maximus no retrocederá.

—Podría hacerlo cuando le prendas fuego.

—No. Lo haré despacio y con cuidado. Humedeceré la parte superior del aro con un poco de queroseno, lo encenderé y haré saltar a Maximus por debajo. Cuando vea que no duele, le iré bajando poco a poco el fuego alrededor del círculo, por todas partes menos en la inferior, porque si se chamusca una sola vez, me comerá a bocados o tendremos que empezar desde el mismo principio. En cualquier caso, si sale bien, la gente tendrá la impresión de que Maximus salta a través de un aro de fuego con llamas todo alrededor, y nadie se fijará en que la parte inferior no arde.

—Ya. Muy bien. Lo esperaré con interés. Serás aclamado y famoso. Como has dicho, el secreto es ser paciente, cauteloso y sobrio. Ante todo, sobrio.

Jefe, puedo asegurarle que siempre he visto a Maximus completamente sobrio.

Al programa del Florilegio seguía faltándole lo que Florian consideraba indispensable para un circo: un payaso. Sin embargo, Florian tenía por lo menos el consuelo de que Pavlo Smodlaka, sin ser ni un payaso ni un enano, era una verdadera réplica de Tiny Tim Trimm por su carácter detestable y el sustituto ideal de Tim para hacer que todos los miembros de la compañía estuvieran unidos en su antipatía hacia él. Pavlo Smodlaka no cambiaría nunca. En tres de cada cuatro funciones, el número de los perros amaestrados acababa así:

Cuando el público aplaudía, Pavlo y Gavrila abandonaban la pista cogidos de la mano, sonriendo de oreja a oreja, con sus tres terriers retozando a su alrededor mientras ellos saludaban y salían de la tienda andando hacia atrás. Una vez franqueada la puerta trasera, Pavlo abofeteaba con fuerza a Gavrila, hacía una mueca desdeñosa y le gritaba: «Prljav krava!» o a veces en inglés: «¡Vaca asquerosa!» Entonces se volvían a coger de la mano y entraban otra vez sonrientes, mientras la multitud continuaba aplaudiendo, contenta de ver trabajar tan armoniosamente al matrimonio de artistas. Los dos volvían a saludar, andando hacia atrás y, ya fuera, él la abofeteaba de nuevo o le estiraba una trenza con tanta crueldad que ella se tambaleaba, y le gritaba algo parecido a: «¡Has plantado tu gordo culo entre Terry y las personas mejor vestidas de las primeras filas!» o «¿Por qué adoptas siempre una postura de idiota?» Si los aplausos duraban el rato suficiente para hacerlos salir más veces a saludar, las sonrisas y los insultos se sucedían hasta el final.

La compañía sólo tuvo una vez el placer de ver a Gavrila desafiar abiertamente a Pavlo. Después de una función nocturna, mientras el público salía, Florian llevó al patio trasero a un caballero que llevaba sombrero de copa y vestía con elegancia. Se acercaron al nuevo furgón vestidor, del que se apeaban en aquel momento los cuatro Smodlakas con traje de calle, y Florian dijo:

—Amigos míos, tengo el honor de presentaros al conde Ventimiglia, que quiere pediros un favor. Me dice que su gran afición es la fotografía. Tiene en su villa un estudio de daguerrotipia completamente equipado y está compilando una colección de fotografías de… hum, curiosidades. Le gustaría tener una noche a vuestros perritos, para añadir sus fotografías a la colección.

—¿Fotografías? —preguntó Pavlo, encantado—. Pero ¿es posible? ¿Se puede captar a los perros en sus rapidísimos brincos?

—No, no —contestó Florian—. No se trata de los perros, sino de los Hijos de la Noche, Sava y Velja.

—¡Sí! —exclamó ansiosamente el conde—. I Figli della Notte. Svestiti. Tutti nudi. Afine di fare posture, ah, speziale.

—¿Cómo… desnudos? —interrogó Florian, desconcertado—. ¿Posturas especiales? Conde, antes no ha mencionado…

—Bah… sólo los críos —dijo Pavlo con desencanto. Pero en seguida dirigió al caballero una mirada astuta y preguntó—: ¿El conde pagará, si se los dejamos?

De repente, con ferocidad, Gavrila le gritó:

—¡No lo consentiré! ¿Desnudar a nuestros hijos? ¿Hacerles adoptar poses especiales! Oscenità! ¡No mientras yo viva! —Rodeó con sus brazos al niño y a la niña y se los llevó a su carromato.

Pavlo los vio irse con expresión ceñuda, pero entonces miró al conde y se encogió de hombros, resignado.

Che peccato —murmuró el conde Ventimiglia. Meditó unos instantes, mientras Pavlo se alejaba, y luego preguntó a Florian—: Ebbene, per casoi Pigmei Bianchi?

—¿Domingo y Lunes? —dijo Florian, mirando ahora al coleccionista con franca repugnancia—. No sospechaba la naturaleza de su colección. Sin embargo, aquí llega sir John, el tutor de las muchachas. Por lo menos le transmitiré la petición.

Así lo hizo y Fitzfarris contestó fríamente:

—Como ya sabe, director, estoy intentando aprender la lengua. Dígame. ¿Cómo se dice en italiano «vete a la mierda»?

Ventimiglia meditó un poco más, con expresión frustrada, y luego señaló el furgón vestidor, por cuya puerta abierta podía verse a Magpie Maggie Hag, que planchaba un traje recién terminado con una plancha que calentaba sobre la estufa.

Ebbene —dijo el conde, con un asomo de esperanza—. Per caso la strega?

Fitz miró fijamente al hombre, entre horrorizado y fascinado, y dijo a Florian:

—¿La vieja Mag? Esta sabandija debe de querer perversión a toda costa.

—Bueno —rió Florian—, podemos intentarlo…

Llamó a la gitana desde la puerta del furgón y, tratando de no reírse, le transmitió con solemnidad la proposición.

Magpie Maggie Hag aún tenía la plancha en la mano: humeaba ligeramente. Bajó los peldaños del furgón con rapidez sorprendente en una vieja. Era demasiado baja para llegar al rostro del conde con la plancha, pero quemó con ella una de sus manos desenguantadas antes de que él tuviera el buen sentido de echar a correr. Perdieron de vista a Ventimiglia mientras huía del circo y del parque, perseguido con un calor literal por Magpie Maggie Hag.

—Bien por Mag —dijo Florian, riendo—, que nos ha librado de él. De todos modos, sólo era un conde papal, no de la verdadera nobleza.

—Me alegra saberlo —comentó Fitz—. Estaba ansioso por conocer a un noble de verdad.

Jules Rouleau ya hacía visitas diarias al circo en una silla de ruedas de mimbre prestada por el hotel Gran Duca. Las primeras fueron breves, pero a medida que se fortalecían los músculos pectorales y el brazo largamente inactivo, las visitas se prolongaban, y pronto se extendieron durante todo el día, que pasaba empujando su silla por el campamento y dentro y fuera de la carpa, más de prisa que si hubiera podido andar.

—Pero andaré, par dieu —dijo—. Sarah me ha comprado un bonito roten y cada noche doy más pasos por mi habitación. Cojeo, como es natural, mais merde alors, me basta con estar otra vez de pie. Incluso soy capaz de darme un verdadero baño, en lugar de pedir a las mujeres que me pasen la esponja sólo por mis partes accesibles. Y nunca volveré a ser un acróbata, pero un aéronaute, oui. Observo, maître Beck, que ya has hecho un progreso considerable con la maquinaria.

Ja. El Gasentwickler no tardar en estar completo. Pero creo que no poder comprar los productos para hacer el gas hasta que llegar a Florencia. Así que en Florencia usted convertirse en el Ballonflieger.

Merci, maître. Grand merci.

—Llamarme Bum-bum —dijo Beck con timidez—. Todos hacerlo. Sonar más familiar y simpático.

—Bien, Bum-bum.

—Ahora, amigo mío, permita que yo instruirle sobre aeronáutica. Sé que ya haberse elevado con el globo sujeto por una cuerda, pero si desear volar libre, necesitar ciertos accesorios. Alrededor de la barquilla colgar muchos sacos de arena como lastre. Para elevarse más, tener que ir tirando sacos. Nein, nein, no tirar, verstehen, o poder matar a alguien que haber debajo. Vaciar los sacos de arena. Ya aprender a juzgar la cantidad y la frecuencia.

—Bien. Y ya sé que es preciso tirar del cordón de la válvula de charnela para soltar despacio el gas, cuando se quiere descender.

Richtig. Después, si desear ascender de nuevo, tirar más arena. Al bajar y subir, encontrar diversas brisas que soplar en distintas direcciones. De este modo, eligiendo la brisa, poder dirigir el Luftballon hacia donde querer ir y luego al punto de partida, la Zirkusplatz o donde sea. Soltar despacio todo el gas y bajar como una pluma. —Beck sonrió al añadir—: Yo decir todas estas cosas no por experiencia o genio, sino porque haber leído muchos Bücher.

C’est bandant, Bum-bum. Te agradezco sinceramente todo lo que has hecho… y también la magistral instrucción.

Pero después fue Bum-bum quien necesitó ser instruido en una de sus otras vocaciones, la de director de orquesta.

—Para la entrada del elefante yo seleccionar una música solemne —dijo a Florian y Edge—: La batalla de los hunos de Liszt. Para sus caballos, Herr Edge, ¿cómo no?, Trueno y rayo de Strauss.

Quizá tengas que tocar otra cosa dentro de poco —observó Florian—. Johann hijo viaja sin cesar por Europa y podemos encontrarlo en cualquier parte. Dicen que es muy avaro y tal vez exija que le paguemos por usar su musica. Pero mientras tanto, ensayémosla.

Así pues, un día, en el tiempo libre entre las funciones de tarde y noche, Edge llevó a la pista los caballos que ya había entrenado para trabajar sin jinete ni arneses: Bola de Nieve, Burbujas, su propio Trueno y los tres caballos sin nombre adquiridos en Virginia. Todos llevaban mantas de color azul vivo, recamadas con lentejuelas y provistas de flecos, y cabestros, también salpicados de lentejuelas, que sostenían altas plumas azules sobre sus cabezas: adornos diseñados por Magpie Maggie Hag y hechos con ayuda de Stitches Goesle.

En aquellos momentos Goesle, ayudado por los eslovacos, redondeaba, adelgazaba y pulía las tres partes de un poste central nuevo para la carpa en vías de ampliación, y hacía un chanclo con escarpia muy alta para sostenerlo y forjaba un aro de soporte para él, pero Florian y Beck le persuadieron de que les prestara a sus peones músicos. Estos cogieron sus instrumentos y el director de orquesta Bum-bum los dirigió en una versión bastante ronca de la polca Trueno y rayo. Edge, en el centro de la pista y haciendo restallar el látigo, conducía a los caballos en su trote o medio galope en torno a la arena, saltando, bailando, haciendo piruetas, poniéndose en fila, encabritándose todos a la vez o realizando intrincadas figuras cruzadas o en forma de ocho.

Sin embargo, al cabo de poco rato, Bum-bum agitó la mano en petición de silencio y gritó, indignado, a Edge:

—¡Herr Direktor, sus caballos no moverse al ritmo de mi música! ¿No poder entrenarlos para que escuchen mejor? Hay una gran confusión de ritmos entre nosotros y ellos. Ein Mischmasch.

Florian sonrió con tolerancia y dijo:

—Perdón, Herr Kapellmeister, pero incluso la música más dulce suena para cualquier animal como un concierto de cornejas. Eres quien debe vigilar la actuación y dirigir al ritmo de ellos. De los caballos, del elefante Brutus, incluso de los acróbatas humanos y los equilibristas y malabaristas. También debes estar preparado para frustraciones y emergencias. Si, por ejemplo, has asignado treinta segundos de un cancán a un número de uno de los terriers y el perro se equivoca o detiene, tendrás que prolongar o repetir la música. Siempre ha de parecer a los espectadores que todos los artistas trabajan con inteligencia y pericia al ritmo de tu música, pero en realidad eres tú quien debe poseer esta pericia. Tal como tocas esos pequeños arpegios con tu hilera de campanillas de hojalata al ritmo del baile en la cuerda floja de la señorita Auburn.

Herr gouverneur, ésas ser notas casuales. Y esto ser una polca de Strauss. Y, mein Gott, una polca guardar un compás estricto de dos por cuatro, con el ritmo especificado por su compositor. ¿Espera de mí que lo retrase o acelere de un momento a otro?

—Sí. Rubato no es ningún pecado. Compositores muy superiores a los hermanos Strauss han marcado a menudo sus partituras con el rubato para permitir al director esa libertad de variar los ritmos. Tú aplicas simplemente el rubato a la polca de Johann. Y a toda la otra música que toques para artistas en movimiento: Liszt para el elefante, marchas de Wagner, chotis, lo que sea. Ya te he dicho que requiere habilidad. Confío en que la tendrás.

Beck pareció debidamente halagado, pero gruñó, de todos modos:

—Wagner, Liszt y los Strauss, si los encontramos, no hacernos pagar por usar su música. Saltar a la pista y estrangular a usted con sus propias manos.

—Lo dudo —respondió Florian con calma—. He oído óperas de Wagner y Rossini y una opereta de Strauss, cantadas por divas que hicieron sudar al director y a toda la orquesta para seguir su ritmo. Otra cosa, Carl. También he mencionado las emergencias. Fíjate asimismo en mí, o en Zachary, cuando estemos en la pista. Si hacemos esta señal —levantó los brazos y los cruzó formando una X sobre su cabeza—, significa que la lona está ardiendo o ha ocurrido una desgracia similar. Cambia inmediatamente lo que estés tocando por la Marcha nupcial de Mendelssohn.

Beck se horrorizó.

—¡Esto no ser música de circo! ¡Esto ser somnífero! Escuchar a Mendelssohn ser como mojarse con agua caliente.

—Tal vez, pero alertará instantáneamente a todos los artistas y a todo el equipo. Podremos arreglar lo que se haya estropeado, o esconderlo, o evacuar la carpa, si fuese necesario. Mis socios más antiguos conocen el significado de la Marcha nupcial y lo haré saber a todos los demás miembros del espectáculo.

Florian había dicho a la compañía que esperase una estancia de unas dos semanas en Livorno, pero pasaron más de cuatro semanas de llenos diarios hasta la noche en que no llenaron las graderías. Cuando comenzó el espectáculo, Florian miró hacia el público, vio los dos o tres bancos superiores completamente vacíos y tomó la decisión en un instante. En cuanto hubo presentado el primer número, Abdullah y Brutus, fue al patio trasero, encontró a Dai Goesle y le dijo:

—Stitches, esta noche nos despedimos. Desmantela la tienda en seguida después de la función. Pisa está sólo a unos veinticuatro kilómetros al nordeste de aquí, un viaje cómodo de una noche, pero no te pediré que lo hagas hoy. Normalmente, ya habría enviado allí a un mensajero y dispuesto todos los pormenores.

—Me gustaría salir esta misma noche, director.

—Gracias, Dai, pero no. No sabrías qué dirección tomar en el cruce de la carretera principal para dirigirte al terreno que Pisa nos destine. Carecería de sentido que tú y todo el equipo fuerais de un lado a otro, sin poder descargar. No, dormiremos bien toda la noche y saldremos a primera hora de la mañana. Mi carruaje puede ir más de prisa que el resto de la caravana, así que cuando lleguéis, yo ya habré hablado con el municipio de Pisa y os esperaré en el cruce para guiaros. Quizá incluso tengamos tiempo de montar la tienda antes de que oscurezca.

—O de empezar a montarla —dijo Goesle—. Usted recordar que ser la primera vez que yo montar la franja de lona entre los dos semicírculos de la carpa. Seguramente necesitar varias veces de montar y desmontar para hacerlo de prisa.

—Es cierto. Será mejor que no programe ninguna función para el día siguiente. Así tendremos tiempo de fijar carteles por la ciudad y despertar el entusiasmo de la gente.

Durante el intermedio, toda la compañía fue informada de la inminente partida de Livorno. Cuando se reanudó el espectáculo, Sarah Coverley se puso a contemplar a su protegida Lunes Simms dirigir a Trueno en unos aceptables pasos cruzados, paso español, piaffe y medios pasos de alta escuela, cuando Paprika se le acercó y le dijo en tono confidencial y seductor:

—Sarah, ángel, ésta será nuestra última noche en el Gran Duca y quizá tardemos algún tiempo en tener un alojamiento tan lujoso y… privado. Pasemos esta última noche aquí tú y yo, juntas.

Sarah se ruborizó visiblemente, pero mantuvo los ojos en la pista y contestó con indiferencia:

—¿Por qué tendríamos que hacer eso?

—Pues para hablar de nuestras cosas, de nuestro trabajo. Y quizá también para divertirnos.

—¿Divertirnos? —repitió Sarah, distraída, mirando todavía la exhibición de alta escuela.

Paprika respondió, fingiendo impaciencia y enfado:

Kedvesem! Nemi érintkezés.

—Sabes que no hablo húngaro.

Kedvesem significa cariño y nemi érintkezés la clase de entretenimiento mutuo a que me refiero. También sé que no eres tonta ni ignorante y que comprendes muy bien lo que quiero decir.

Ahora Sarah contestó, con los ojos cerrados y un hilo de voz:

—Sí.

—Entonces, dejemos de jugar al escondite. ¿Te han besado alguna vez, Sarah, o lamido o acariciado tu filtro o tu hueco?

—En realidad, no me acuerdo —dijo Sarah con voz más firme, volviéndose al fin a mirar a Paprika—. Pero no soy mojigata y nunca he sido la esposa americana típica: «una sola posición, bajo las sábanas y con las luces apagadas». He disfrutado de esas caricias en todo mi cuerpo. Y siempre me he sentido satisfecha de que me las hiciera un hombre.

—Pero ahora no tienes ninguno. Eres de verdad Madame Solitaire. Zachary te ha plantado. Florian está ocupado con sus negocios. ¿Quién, entonces? ¿Pavlo el Grosero?

Al oír esto, Sarah tuvo que sonreír y hacer una mueca.

—Admito que eres una coqueta que tentaría a cualquier miembro de cualquier sexo… —Dejó extinguir la voz.

—Puedes fingir que soy un hombre, si quieres —sugirió Paprika con picardía—. No me importa lo que pase por tu mente, sólo tu…

—No. —Sarah meneó la cabeza—. Has dicho que tenemos alojamientos privados, pero no es así. Comparto la habitación con Clover Lee y tú la tuya con Pimienta.

—¿Estas son tus únicas razones para decir que no? —preguntó Paprika, animándose ostensiblemente—. ¿No es por mojigatería o gazmoñería? ¿Sólo falta de intimidad? —Sarah se ruborizó aún más—. Es fácil. Podemos pedir al portero de noche que nos dé otra habitación.

—Sigo diciendo que no, Paprika. Clover Lee podría buscarme, probablemente en la habitación de Florian, y Dios sabe el alboroto que causaría. Pimienta sabría muy bien por qué la habías dejado dormir sola. Quizá nos mataría a las dos por la mañana.

De hecho, Pimienta las estaba vigilando desde el otro extremo de la pista, vigilando con los ojos de una víbora. Cuando vio salir a Sarah de la tienda, fue a colocarse junto al Hacedor de Terremotos, que esperaba para actuar, y entabló una conversación con él, segura de que Paprika los veía. Dijeron sólo cosas triviales, pero a Yount le halagó esta familiaridad inesperada y ella se le acercó más para juntar su cara con la suya y ambos sonrieron mucho. Paprika los observaba y entonces era ella la que tenía mirada de víbora.

Tarde, aquella noche, cualquier persona que pasara por el pasillo, ante la habitación de Pimienta Mayo y Paprika Makkai, habría podido oír sus voces a través de la pesada puerta de caoba, aunque estuviera cerrada.

—¡Sinvergüenza, descarada! ¡El pequeño cardo de Clover Lee te rechazó y ahora, sólo para fastidiarla, flirteas con su madre!

—¡No es para fastidiarla, sárkány! ¡Sarah también es una belleza!

—¡Bobadas! ¡Podrá ser muy coqueta, pero te dobla la edad! Un carnero disfrazado de cordero.

Menj a fenébel! En cualquier caso, es una mujer. Por lo menos soy fiel a mi naturaleza. ¡En cambio tú miras con ojos dulces a un hombre!

—Si sigues cortejando a esa puta de Sarah, ojalá os ataque el demonio con botas y espuelas. Mientras tanto, estoy ideando un número nuevo y te garantizo que me llevaré todos los aplausos y haré que el público se olvide de ti y de ella. ¡Y no miraré al tal Obie con ojos dulces precisamente!

Los ojos de las dos, a la mañana siguiente, estaban rojos de ira, llanto y falta de sueño, pero los otros artistas no tenían mejor aspecto, porque Florian había llamado a sus puertas al amanecer para que tuvieran tiempo de desayunar bien y ponerse temprano en marcha. Sin embargo, a pesar de la hora encontraron a Stitches Goesle levantado y emprendedor.

—He estado en la tienda de efectos navales de aquí al lado —explicó—, comprando el aparejo para el nuevo poste central. Estas cosas pueden escasear, tierra adentro.

La mayor parte de la compañía comió con lentitud y mirada soñolienta, pero Florian desayunó a toda prisa y fue al mostrador del hotel para pagar la cuenta. Cuando la hubo saldado —sin repasar cada detalle de la larga lista, como habría hecho cualquier huésped italiano—, el director del Gran Duca tomó con agrado los treinta y ocho salvoconductos de la compañía, se los llevó a su despacho y, cuando salió, cada salvoconducto contenía su declaración, escrita con exquisita caligrafía, de que su titular se había portado de forma irreprochable durante su estancia en Livorno. Los fue llamando por su nombre y entregó a cada uno el documento con una profunda reverencia.

—Signor Rouleau… signorina Makkai… signor Goozle…

—Se pronuncia Gwell —gruñó Stitches.

—Signorina Mayo… Signor… ejem, Chino…

Florian dijo con impaciencia en italiano que él repartiría el resto de los salvoconductos, pues sus titulares se encontraban en el terreno del circo.

Cuando la compañía salió por la puerta principal —mientras los botones empujaban la silla de ruedas de Rouleau y llevaban mucho más equipaje del que habían traído consigo aquellos huéspedes—, un soñoliento pero alerta Aleksandr Banat los esperaba en el furgón vestidor. Todos, excepto Edge y Autumn, consiguieron apiñarse con sus maletas y las grandes espirales de cuerda y cable grueso, tornillos y poleas de Goesle en dicho furgón. Cuando los dos grandes caballos de lunares lo pusieron en movimiento en dirección al parque Fabbricotti, Autumn y Edge fueron a la cuadra del Gran Duca, donde el mozo enganchó el delgado y viejo rocín de Autumn a su pequeño furgón. Metieron dentro su equipaje y las armas de Edge, subieron al pescante y Edge cogió las riendas, comentando:

—Por lo que he podido ver, se trata de una bonita casa sobre ruedas.

—Se la compré a una familia de hojalateros que había decidido, no sé por qué razón, establecerse en un lugar fijo. Albergaba a toda la familia, así que es más que suficiente para mí… sola… —Sonrió a Edge.

—Oh, no necesito insinuaciones, milady. Apenas puedo esperar a instalarme contigo en una casa.

Edge cruzó la ciudad para salir directamente a la Strada Pisa, llegando a ella al mismo tiempo que la caravana del circo, procedente del campamento. Al pasar de derecha a izquierda por delante de Edge y Autumn, el Florilegio les pareció una cabalgata impresionante: once vehículos, todos pintados con colores chillones —excepto el carruaje, de un negro brillante—, cuatro de ellos tirados por troncos de espectacular belleza. Detrás de los carromatos, el único caballo desparejado del circo tiraba del Gasentwickler de Beck, aún sin terminar pero por lo menos provisto de ruedas, y a la cola iba Peggy, cubierta por un manto nuevo, de un vivo color escarlata, con borlas y letras doradas. Edge vio con cierta sorpresa que Pimienta viajaba al lado de Obie Yount en el carromato conducido por éste, y que Yount parecía satisfecho en extremo. Jules Rouleau yacía cómodamente sobre la lona encerada que cubría la carreta del globo, pues allí era donde estaba mejor protegido de tumbos y sacudidas.

Edge enfiló la Strada Pisa detrás del elefante y luego sacudió las riendas para animar al viejo rocín de Autumn a adelantar a la caravana y colocarse detrás de Florian. En cuanto la caravana hubo dejado atrás Livorno y la parte adoquinada de la strada y llegado a una suave carretera de tierra batida, Florian puso a su caballo a un trote rápido y su carruaje empezó a alejarse del resto de la procesión. Al cabo de unos tres kilómetros, el carruaje se perdió de vista entre la niebla baja de la mañana y la casita sobre ruedas quedó a la vanguardia de la caravana.

Cabalgando al frente, con toda Italia por delante, sintiéndose de verdad el director ecuestre profesional de un circo que ya no era un espectáculo mísero, sino un circo auténtico, con su amada junto a él y con la perspectiva de ver lugares nuevos y exóticos, Zachary Edge estaba más satisfecho de la vida y del mundo que antes de la guerra, o quizá mucho tiempo antes de eso.

Se sacó del bolsillo de la levita una caja de Sigarrette Belvedere —Autumn le había dado muchas como regalo de cumpleaños, hacía una semana—, encendió una cerilla y un cigarrillo y dio una chupada profunda y placentera. Antes consideraba afeminados a los italianos porque fumaban aquellos pequeños tubos de tabaco, pero cuando probó uno, lo encontró sumamente agradable. Además, era menos peligroso que fumar en pipa, teniendo tan cerca el heno, la paja y el serrín del circo. Cuando era preciso interrumpir el placer de fumar por un trabajo urgente, el cigarrillo sólo tenía que pisarse, mientras que vaciar la pipa requería tiempo y despedía chispas todo alrededor. Ahora Edge sólo fumaba cigarrillos, como casi todos los otros fumadores de la compañía, incluyendo a Pimienta y Paprika. Abner Mullenax y Magpie Maggie Hag fumaban los rancios cigarros italianos, negros y retorcidos. Sólo Obie Yount, pensando tal vez que ayudaba a mantener su estado de fusto, seguía tercamente fiel a su pipa.

La vista de Italia que Edge y Autumn observaban ahora desde la Strada Pisa no era nada extraordinaria. La carretera, recta como la cuerda de Autumn, cruzaba la extensa llanura ribereña de la región de Toscana, que era llana como Kansas. La carretera en sí resultaba agradable, flanqueada y casi cubierta por pinos siempre verdes de copa ancha. Sin embargo, cuando la neblina se desvaneció a media mañana, detrás de los árboles sólo se veían campos de cultivo, con granjas tan apartadas que apenas podían vislumbrarse de vez en cuando. La caravana del circo se cruzaba ocasionalmente con algún carro que iba a Livorno, o era adelantada por otros que se dirigían a Pisa, y sus ocupantes saludaban a la gente del circo agitando alegremente las manos. Pero ellos eran las únicas personas visibles, porque ya se habían segado las cosechas de trigo y cebada. Resultaba extraño, pues, ver con frecuencia entre los extensos rastrojos marrones un campo de brillantes flores amarillas, tan tupidas que formaban una alfombra amarilla sobre la tierra. Edge preguntó a Autumn si sabía qué clase de cosecha era aquélla.

—Aquí la llaman colza; en Inglaterra la llamamos nabina. La verás por toda Europa occidental, invierno o verano. Siempre que un campo se empobrece y da poco fruto, el granjero lo deja descansar un año y sólo planta colza. Por lo visto, no me preguntes por qué, esto vuelve a hacer la tierra rica y fértil.

—Desde luego esos campos de colza son ahora lo único bonito de este paisaje.

—Ningún granjero plantaría colza sólo porque es bonita. No piensa en la belleza; sólo conoce fertilidad y barbecho. Está atado a la tierra; encadenado a ella. —Apoyó la cabeza en el hombro de Edge—. Nosotros no, por suerte. Nosotros podemos admirar la belleza y dirigirnos hacia otro lugar aún más bello. ¿Verdad que somos afortunados?

—Empiezo a pensar que soy el hombre más afortunado del mundo.

—Pero no debes sonreír por ello. Eres mucho más guapo cuando no sonríes.

—¡Maldita sea, mujer! La gente siempre me dice lo mismo. ¿Es que tengo que ir por el mundo serio como Job sólo para no provocar comentarios?

—Oh, sé muy bien cuándo eres feliz, Zachary, sea cual sea tu expresión. El día que nos conocimos me dijiste que podía sonreír por los dos durante el resto de nuestras vidas. Y te aseguro que puedo hacerlo, porque soy la mujer más feliz del mundo.