CINCUENTA Y TRES Reflexiones sobre la emigración

 

 

I

 

Champion está en apuros.
Dispone de un almacén en el número 17 de Salisbury Court, Fleet Street, para la venta de su porcelana, pero vende poco. El 2 de marzo de 1776 vuelve a poner un anuncio en el Bristol Journal, apelando al sentimiento nacionalista: «Establecida por Disposición Parlamentaria. La Fábrica de Porcelana China de Bristol está en Castle Green. Esta porcelana china es muy superior a la de cualquier otra fábrica inglesa. Su textura es fina, su fortaleza es tan grande que se puede hervir agua en ella. Es porcelana auténtica compuesta con arcilla local».
Y la Fábrica de Porcelana China se acaba derrumbando. Como Plymouth.
Hay toda clase de finales, ninguno pulcro, y este trae consigo una sensación de energía dispersándose como vilanos al viento, deudas, grandes posibilidades reduciéndose según pasan los meses. Esto iba a ser el nuevo Dresde, pero los platos siguen alabeándose. Tu Arcano inglés, el delicado equilibrio de piedra growan y arcilla growan, está anotado en el registro. A la disposición de todo el mundo. Wedgwood ha regresado a Etruria con Dios sabe qué contratos firmados, acuerdos cerrados. Pero la bancarrota se cierne sobre Bristol.
Champion debe una enorme cantidad de dinero, a hombres de negocios de mucho peso. Descubro el inventario de la venta de otro alfar de Bristol arruinado, más o menos en esa época, y comprendo el problema. Todo el material —324 tableros de vasijas, tres bancos, un tanque de agitado y otro de mezcla, un arca de arcilla, tres tornos completos y tres marcos de torno, bancos de trabajo, moldes y tambores, una escalera de kiln, cajas de sal, bloques de palo santo y un molino manual— se tasa en 10 libras. El «viejo pote de hierro del patio» contribuye con cuatro chelines y seis peniques.
Sus posesiones son insignificantes, una palabra que se derrumba, menos valiosa que la herrumbre.
La instalación se vende a un fabricante de tubos. Los inversores no recuperan plenamente su dinero y Champion ha de comparecer en una Reunión de Bristol para explicarse ante sus Amigos. No lo consigue. Lo que queda se subasta, los operarios se dispersan.
II

 

Lo único que vale algo es la patente. Champion acude a Etruria con la esperanza de venderla.
El taller de Josiah Wedgwood ocupa dos hectáreas y media y corre a lo largo del nuevo canal, para acarrear la arcilla y el carbón y embarcar hacia su destino el jasperware, las figuras, la Porcelana de la Reina. Da empleo a cuatrocientas personas. Es un lugar de cuidadosa distribución del tiempo, y Wedgwood lleva la cuenta.

 

Entre otras cosas, el señor Champion de Bristol me ha tenido casi dos días ocupado. Ha acudido a nosotros para deshacerse de su secreto, su patente, etc. ¡Quién lo habría creído! ¡Me ha elegido como amigo y confidente! No pienso engañarle, porque lamento de veras su situación: mujer y ocho niños que alimentar, por no mencionarlo a él, y ello con algo que, me temo, no vamos a considerar muy valioso aquí, es decir, el secreto de su fabricación de porcelana. Me dice que ha sepultado 15.000 libras en semejante agujero, y ahora quiere vender el arte entero, el misterio y la patente por 6.000.

 

Y, añade, es «uno de los peores procesos que hay para fabricar porcelana».
Wedgwood lo sabe porque ha estado experimentando. «No es fácil hacerse idea de las dificultades que me han hecho padecer estas composiciones blancas... Soy muy sensible a sus variaciones, pero me resulta casi imposible evitarlas.» Le proporciona a Champion una lista de otros alfareros, para que lo siga intentando.
El 24 de agosto de 1778 Wedgwood le escribe a Bentley: «El pobre Champion, como quizá sepa usted ya, está completamente hundido. Nunca tuvo ninguna probabilidad de evitarlo, porque no tenía ni conocimientos profesionales ni suficiente capital. Ni estaba verdaderamente familiarizado con el material que trabajaba».
Añade, al desgaire: «Supongo que ahora podríamos comprar piedra y arcilla growan a buen precio, porque el año pasado las prepararon en gran cantidad».
III

 

Champion está de hinojos. Publica An Address by Richard Champion to the Pottery, discurso de Richard Champion a los alfareros, en busca de apoyo. Hay, sorprendentemente, suficientes emprendedores dispuestos a hacerse cargo de una nueva fábrica, la Nueva Fábrica Hall de Porcelana China, y ponerla en funcionamiento bajo la guía de hombres con la adecuada formación profesional. Champion puede hacer mutis.
Y en un momento de breve y trémulo equilibrio del poder político, de la amistad y del patrocinio, accede al cargo de subdirector general de Pagos bajo Burke, con un estipendio de 500 libras al año y una suite de habitaciones en Chelsea, suficiente para los niños. Calcula mal un dinero con un funcionario, y queda constancia de ello, lo cual pone en apuros a su patrón y da una mala imagen de su capacidad, por no decir de su probidad. Meses después cambia el Gobierno. Champion tiene menos aún a qué agarrarse.
En 1783, Wedgwood publica y distribuye gratis An Address to the Workmen in the Pottery, on the subject of entering into the Service of Foreign Manufacturers (discurso al gremio de los alfareros sobre el tema de entrar al servicio de fabricantes extranjeros). Trata del «peligroso espíritu de emigración».
En 1784 Champion emigra con su mujer, Judith, y sus siete hijos. Van a bordo del Britannia, el 20 de octubre, cuando perlongan la península de Lizard, el final de Inglaterra, rica en piedra de jabón, acribillada y agujereada de minas para el comercio de la porcelana.

 

La visión última de la costa inglesa se me clavó en el corazón, dejándome una huella que difícilmente se borrará. En la tarde en que nos alejamos de ella estaba muy serena y el sol hundía sus rayos por el oeste, en un océano tranquilo y sin olas. La Punta de Lizard estaba a la vista [...] la acumulación de nubes en la distancia parecía decirnos que había llegado el momento de abandonar la veleidosa Gran Bretaña.

 

Escribe y vuelve a escribir en su diario, y cuando llegan a tierra americana ya ha cubierto cien páginas de un opúsculo titulado Thoughts Concerning Emigration, reflexiones sobre la emigración.
IV

 

Se dirigen a Carolina del Sur, a vivir en Rocky Branch, afluente del Granny’s Quarter Creek. Está a 16 kilómetros de Camden, a 210 de Charleston, «donde el calor es menos intenso», donde las provisiones son baratas y donde no hay tantos mosctoes, mosquitos. «Vine a América buscando las virtudes de la Simplicidad, que tan bien sientan a una nueva República», le escribe a un amigo.
No hay más cartas de Burke, que ha estado pasándose de un partido a otro; queda dispensado del «dolor de la correspondencia».
La familia se trae algunas cosas. La más preciosa es un recordatorio, una figura de porcelana sin esmaltar, de más de treinta centímetros, que representa a una mujer llorando sobre una urna con pedestal. Sostiene una corona funeraria y está con los ojos cerrados y todo en ella pesa.
Es muy blanca.
La urna solo dice Eliza Champion, con las fechas. Tenía catorce años. Champion ha invertido tiempo en este monumento, escribiendo una larga cita latina de Virgilio en el pedestal.
Y luego no puede parar y cubre la columna entera con su escritura, pequeña, cuidadosa y apresurada, necesaria:

 

Te amamos, querida ELIZA, mientras estuviste con nosotros. Te lamentamos ahora que no estás. Dios Omnipotente es Justo y Piadoso, y hemos de someternos a su voluntad, con la Resignación y la Reverencia que corresponden a la flaqueza humana. A ti te ha apartado, Eliza, de las dificultades que nos corresponden, y te dispensa de contemplar las escenas de horror y aflicción en que se ven envueltos estos devotos Reinos. Es muy difícil despedirse de una hija amada, aunque solo sea por una temporada... Felices ambos entre nosotros, felices somos en ti, Eliza, y con ánimo firme abrigaremos tu recuerdo hasta que llegue el periodo en que volvamos a encontrarnos, y dejen de importar el dolor y la pena. R. C. J. C.

 

Y en el pedestal: «Este tributo a la memoria de una muchacha afable fue inscrito en su féretro el 16 de octubre de 1779, por un padre que la amaba».
Por fin había hecho algo real y verdadero con la porcelana.
V

 

Wedgwood tiene un retrato suyo hecho por Stubbs, pertenece a la Royal Society, es miembro de la Lunar Society. Además de juegos de té, hace tazas fósiles de especímenes mineralógicos, tubos de medición para químicos, farmacéuticos y boticarios, morteros que serán «de gran utilidad para Químicos, Filósofos Experimentales y Boticarios». En una carta a James Watt, el ingeniero que inventó y desarrolló la máquina de vapor, le dice: «Yo nunca le cobro a nadie por estos experimentos, y no sería razonable en este caso que usted esperara verse más favorecido que el resto de la humanidad».

 

 

Grabado de la figura conmemorativa de su hija hecho por Champion, 1779; Two Centuries of Ceramic Art in Bristol, being a history of the manufacture of ‘The true porcelain’ by R. Champion, Hugh Owen, Londres, 1873.

 

Wedgwood está utilizando una buena arcilla blanca francesa, más fina que la americana. Ha probado la arcilla de Sydney Cove que se trajo el capitán Cook de sus viajes, y le ha parecido deficiente. El servicio de mesa llamado Green Frog, rana verde, con sus 957 piezas en que se reproducen todas las principales vistas del Reino Unido, ha sido entregado a la emperatriz Catalina de Rusia, que lo tiene en uso en su palacio de San Petersburgo. Varias de las vistas representan parajes pintorescos de Cornualles, sus páramos y su rocosa costa.
Le escribe a su amigo el doctor Erasmus Darwin, que está componiendo un largo poema, «The Botanic Garden», el jardín botánico, en el cual se explora la totalidad de la creación en ritmos swedenborgianos. Darwin ha llegado a la Arcilla, y Wedgwood quiere que los chinos se lleven la parte del mérito que les corresponde: «Espero con algo de ansiedad que a mis hermanos en la distancia se les haga justicia por su ejercicio del arte plástico». Le pide a Darwin que lea las cartas del padre D’Entrecolles sobre los «Ka-o-lines y los Pe-tun-tses».
Wedgwood es un gran hombre. «Espero que las manos blancas sigan de moda», le escribe a Bentley, pensando en la imagen que ofrecen sus nuevas piezas cuando alguien las sostiene en la mano.
Y en Etruria, en su nueva y hermosa casa de ladrillo rojo, asomada al nuevo canal, Wedgwood reflexiona para su socio Bentley sobre el valor de la tierra blanca:

 

A menudo he pensado mencionarle a usted que quizá no fuera mala idea aclarar que nuestros jasperwares están hechos con la arcilla cheroqui en cuya busca envié a un agente que me la consiguiera, y que cuando la reserva actual se termine no hay esperanza de obtener más, porque resultó enormemente difícil convencer a los indígenas de que nos cedieran la parte que ahora tenemos [...]. Su Majestad debe ver alguna de estas grandes y hermosas tabletas, y debe referírsele su historia (que es verdadera, porque no estoy bromeando) [...] dado que en repetidas ocasiones ha preguntado qué he hecho con la arcilla cheroqui. Para que paguen lo que les pidamos, basta con ofrecerles de lo antiguo y escaso.

 

Es el relato de la escasez lo que interesa. «Una porción de arcilla cheroqui se usa verdaderamente en todos los jasperwares, de manera que utilice usted este hecho como le plazca».
Todas las famosas piezas de jasperware, los duros y azules camafeos neoclásicos y las jarras y adornos con su horaciana confianza en sí mismos, todas las vasijas enunciadas, gramáticamente correctas, una detrás de la otra, llevan una parte de unaker, de una promesa hecha, de un apretón de manos.
El mundo y su geología se someten a obediencia.
El oro blanco
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