CUARENTA Y CUATRO Ideas de blancura

 

 

Por fin me he trasladado a mi fábrica. Hay una exhalación mientras se trasladan las cajas y se conectan otra vez los kilns. Las pesadas cajas de las baldosas de Jingdezhen vuelven a moverse, con palabrotas. Señalamos en el nuevo suelo de cemento la disposición de las baldosas y de las piezas chinas para la exposición de Cambridge.
Arriba, donde antes estaban las oficinas, están mi despacho y mis libros.
Contra mi pared blanca tengo mis textos blancos.
Hay un montón de poesía, buenos fragmentos de Wedgwood, algún problemático y rotundo Goethe sobre el color y la luz que no alcanzo a desentrañar, aunque sé que debo ponerme a ello, si puedo reservar unos cuantos días. ¿Una semana? ¿Dispongo de una semana para Goethe?
Y luego tengo el Moby Dick de Herman Melville, capítulo 42. «La blancura de la ballena.» «En muchos objetos naturales la blancura realza la belleza con refinamiento, como infundiéndole alguna virtud especial propia, según ocurre en mármoles, camelias y perlas.»
Y luego tengo esta frase extraordinaria: «Es esta elusiva cualidad lo que causa que la idea de blancura, si se separa de asociaciones más benignas y se une con cualquier objeto que en sí mismo sea terrible, eleve ese terror hasta los últimos límites». Esta frase se extiende de lado a lado de la pared, atravesándolo todo.
La idea de blancura está subrayada varias veces.
Mi mesa de trabajo está en medio de la habitación, en ángulo recto con esa pared. Estoy situado frente a una ventana de cristal opaco. Hay rejas de seguridad al otro lado, de modo que cuando la luz crece y decrece las líneas van y vienen. Cuando estoy a disgusto parece una prisión.
Cuando todo va bien estas sombras de rejas son como un hermoso y fugitivo dibujo de Agnes Martin.
Cuando todo va bien la pared de palabras es exhortatoria. Las palabras parecen poner en cadencia mis viajes y mi conjunción personal. Tengo mis pedazos rotos a la izquierda mientras escribo, para no salirme del camino.
¿Qué es lo blanco? Es el color del luto, porque contiene todos los colores en su interior. El luto es también refracción infinita, el luto te rompe en fragmentos, en pedazos.
El oro blanco
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