VEINTIOCHO Invención de la porcelana de Sajonia

 

 

I

 

Dresde me está afectando.
Mis cuadernos tienen indizadores. Escribo mi informe en Porcelana 1719 / Sajonia / Francia / Holanda / China / Inglaterra, sin darme cuenta de su eficacia.
Sajonia sigue siendo lo más destacado. El Arcano ya no es un secreto. No deja de ser tema reservado, pero ha habido defecciones y ha habido quienes han aceptado ofertas de otros sitios, con mejores condiciones laborales. Ya hay una fábrica de porcelana en Viena. Cada jerarca quiere su propia fabriquita.
Böttger acaba de fallecer. Le concedieron la libertad cinco años antes, en 1714, cuando se cumplían seis años de la extracción de la primera taza blanca del kiln. Se dice que al enterarse de las noticias «se reía siempre, ridiculizándolo todo». Su biógrafo, Johann Melchior Steinbrück, señala que para Böttger la libertad solo «consiste en ir siguiendo los propios cambios de humor», algo que no puede sino parecernos bien, tras tantos años de cárcel y peligros. Steinbrück añade que Böttger era negligente, olvidadizo, manirroto, que padecía de mala salud, que se comportaba como un niño pequeño, que era vanidoso, asustadizo, irracional, caprichoso, celoso, que carecía de seriedad. Y que vivía públicamente con su querida en la casa que se había edificado en Dresde, como hombre importante que era. Está anotado en mi informe.
También sus ataques de epilepsia, los vómitos y mareos por ingestión de mercurio, el prolongado envenenamiento por el monóxido de carbono de los hornos y la silicosis por el polvo.
Las necrológicas son duras. «Los perjuicios, molestias y amenazas no los padeció solo en vida, sino que se prolongaron tras su muerte.» Böttger dejó tras de sí el caos. La conclusión de Steinbrück es que al Arcanista:

 

No le gustaba que nadie lo convenciera. Era celoso [...] gastaba a mansalva en sus experimentos; era un indeciso y le gustaba posponer las cosas importantes y cambiaba fácilmente de una cosa a otra, empezando una nueva sin haber terminado la anterior [...]. Era inventivo [...]. Era vanaglorioso [...]. Le encantaba llamar la atención [...]. Era desconfiado, pero ingenuo [...]. Así era, pues, el inventor de la porcelana de Sajonia.

 

II

 

La porcelana de Sajonia sigue innovando sin Böttger, sin Tschirnhaus.
La innovación ha sido extraordinariamente rápida. La porcelana blanca se exhibió por primera vez en 1713, en la gran feria de Leipzig. Había pocos alfareros capaces de manejar esta pegajosa arcilla compuesta. Tenían que ser adiestrados. Los joyeros y los torneros, los doradores y los moldeadores y también los decoradores, tuvieron que esforzarse para utilizar la porcelana. Su característica más significativa era lo precioso del material, más que su plasticidad. La porcelana es una nueva tecnología, alumbrada por un nuevo deseo.
De ese año tengo un juego de taza y plato, pequeños, similares a mi Segundo Cacharro Blanco. Me emocionan estas porcelanas blancas de los primerísimos tiempos. La rama de pruno que cruza la taza no es gran cosa, las hojas, muy pequeñas, son algo inseguras. Todo podría ser más ligero.
Es el tipo de taza de porcelana que yo reconozco, con aspiraciones.
El deseo lo cambia todo. Augusto presiona sin cesar. Transcurridos uno o dos años del momento en que se vendió esta taza, a Augusto ya le habría parecido demasiado simple. Habría sido decorada y dorada. En 1720 se le añadirían los dos sables azules ligeramente curvos que se cruzan en su base, como un emblema, una marca. Ya sería Meissen.
III

 

Paso una mañana en el castillo de Albrechtsburg, muy por encima de Meissen. Aquí es donde estuvo preso Böttger y donde la manufactura de Augusto desbordó el laboratorio, ocupando una cámara tras otra, y luego recintos de los edificios adyacentes, trepando cada vez más por el castillo, hasta las grandes salas medievales. En la sala principal, con sus bóvedas góticas, se hacen particiones para los decoradores, otro espacio bien aireado se convierte en tres pisos para el almacenamiento de las gacetas refractarias. Un plano de hace unos siglos evidencia la ocupación de 304 recintos para la fabricación.
Era una locura, por supuesto. Los cuartos de los kilns eran un infierno. Los gruesos muros del castillo crujían de calor. Los recintos cercanos a los kilns seguían calientes cuando todo lo demás estaba espantosamente frío. Esto es un castillo, un edificio acantilado, de siete plantas, en lo alto de un risco que se eleva cien metros sobre el Elba. Es perfecto para guardar secretos, pero resulta increíble en cuanto estudio de cómo funcionan el tiempo y el movimiento, de cómo hacer, decorar y cocer la delicada porcelana.
La arcilla blanca llega río abajo, de Colditz, extraída de los montes Erzberg, y la suben por la ladera hasta la cámara más baja, donde le lavan las impurezas. La leña para los kilns llega del mismo modo y se seca en cobertizos en la orilla del río. Allí mismo, dos parejas de caballos hacen girar un molino grande para los demás minerales. La arcilla húmeda se guarda en otra cámara y luego se la suben a los torneros y modelistas del piso alto, por una teatral escalera gótica de caracol. Es una escalera ancha, casi un metro veinte, y poco inclinada. Pero trate usted de subir sus doscientos peldaños con un cesto de caolín al hombro. Y luego bájela dando vueltas con una bandeja de cacharros.
¿Quién tiene preferencia cuando los operarios suben y bajan? El ruido de la porcelana al romperse es muy frecuente aquí.
Albrechtsburg es ahora la fantasía decimonónica de un castillo del siglo XIV. En los años sesenta del siglo XIX, muy en el espíritu de la nueva Sajonia, orgullosa de sí misma, sacaron la fábrica de porcelana del castillo de Meissen en que estuvo prisionero Böttger y la instalaron en una planta diáfana y sin desniveles, en la ciudad. Ahí sigue. Y este castillo recupera su valor tras los estragos de ciento cincuenta años de fabricar porcelana. Pintan murales de grandes momentos de la historia sajona: el duque de Albrecht emprendiendo su peregrinación a Jerusalén, triunfos en batalla... Las partes salientes del techo se decoran con escudos de armas, se vuelven a tallar las chimeneas, traen tablas medievales y lámparas colgantes hechas con astas de venado.
Böttger es aquí una estrella. En una pared lo vemos de alquimista, de Goldmacher, despechugado, repantigado en un sillón con un vaso de cerveza en la mano y una pipa de cánula larga y una mirada salvaje, mientras los arcanistas avivan un fuego. Es un caos coreografiado. En otra pared se inclina ante el rey, con un cortesano vestido de verde a su espalda y un operario en primer plano, y está mostrando porcelana. Una luz emana de la blanca vasija. Destella como un niño Jesús ante los Reyes Magos.
A Tschirnhaus le dedican una tablilla, allá en lo alto. No se le ve entre tanto glamur. Y él no sabría de qué va todo esto.
IV

 

La fórmula de la porcelana es secreta.
No se debe arrojar fragmentos en ningún sitio donde alguien pueda recogerlos y estudiarlos. La cantidad de desechos da idea de una enorme cámara que se usaba de vertedero. El suelo de la cámara iba subiendo cada vez más. Hace años, unos arqueólogos localizaron en el castillo una cámara en que los fragmentos alcanzaban los dos metros de altura.
Una vez perdido el Arcano, a finales del siglo XVIII, cuando Europa se cubrió de fábricas, los cestos de porcelana rota se tiraban ladera abajo. Un derrumbe de porcelana blanca.
Meissen se convierte en la colina blanca. Es mi segunda Colina Blanca. Me agacho para entrar en una cámara y veo medias lunas blancas incrustadas en el suelo.
El oro blanco
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