CUARENTA Y UNO Silencios

 

 

I

 

Muere Sally.
Solo tenía treinta y cinco años, las niñas tienen nueve y siete y cinco, y las gemelas dos y medio, por el amor de Dios, pero ¿a dónde vas con un Dios que te quita de debajo de los pies la tierra que estás pisando, como cuando se hunde un pozo? Tú te salvas. Y luego otra vez. Elizabeth, la mayor de las gemelas, muere dieciocho meses más tarde. A los cuatro años.
El dolor te cambia. Eres el mismo hombre, pero ahora sabes lo que significa el cambio, que una sustancia no puede recuperar su estado anterior, y que ya está.
Durante dos años permaneces «apartado» del mundo. El mundo sube hasta Notte Street y llama a la puerta del dispensario, corre por un rincón de la cocina persiguiendo un tapón y tropieza contigo, vuelve a preguntarte cómo se secan los elementos simples en el crisol, pero tú no lo oyes ni respondes.
Es una variante óptica, esta forma de vivir, hay cosas muy cercanas y pésimamente enfocadas, y cosas opacas y muy lejos, lejísimos.
«Llevo mucho tiempo conviviendo con el luto», le escribe a su amigo Richard, que también ha perdido a su mujer.
II

 

De estos dos años se dice que William los pasó tan profundamente desconcentrado que no trabajó. Su madre se vino a vivir a Notte Street para ocuparse de las niñas, y su hermano Philip, encorvado, perjudicado en cierto modo por los años que ha pasado lejos, entra en la casa como aprendiz. La hermana más joven también se viene a vivir con ellos.
En los años siguientes adopta la observancia más rigurosa de las normas de vestimenta y de las peculiaridades del habla «que distinguen al cuáquero estricto». Ahora viste de negro y para dirigirse a los demás utiliza el «vos». Vive con una nueva intensidad. Está obsesionado con una idea, una imagen. Según la doctrina cuáquera de la Luz Interior, Dios está en comunicación directa contigo. No hay necesidad de liturgias ni sacerdotes.
Acudes a Reunión. Es un edificio simple. Hay bancos, los cristales de las ventanas son de color claro. Te inmovilizas, empiezas aquietando el primer nivel de distracción —el sonido de la lluvia en el exterior de la Reunión, el repiqueteo en la ventana, los persistentes resoplidos de Lydia— y luego los segundos niveles —tus angustias por tu madre, si has encargado suficiente moscatel y polvo de ostras—, hasta que tu mente en fuga alcanza un equilibrio, «un silencio y una atención interiores». Es entonces cuando resulta posible la claridad, la Luz Interior.
III

 

William se está derrumbando. Quiere «prescindir de los médicos con su metódica verbosidad y sus razonadas pedanterías», pero los médicos son amigos suyos y él es un hombre de método y razón.
Echa de menos a Sally.
La echa tanto de menos que necesita saber cómo y cuándo estará de nuevo con ella. No soporto la idea, le escribe a Richard, de permanecer separado para siempre de quienes amo, «pues estoy bien convencido de que la amistad sobrevive a la sepultura».
El oro blanco
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