TREINTA Y CINCO Cubriendo el
terreno
I
Al principio, los viajes de William son
para irse acostumbrado, para conectar con la dispersión de clientes
necesitados de ungüentos y pociones y tinturas. Y para ver a su
familia. Su madre y sus hermanas siguen viviendo en Kingsbridge, a
unos treinta kilómetros. Pero luego también lo invitan a Reuniones
en los pueblos, en el campo profundo, a veces con solo unos pocos
Amigos en la sala, y empieza a predicar.
En los carriles profundos hay trébol y
consuelda, elementos simples que puede llevarse a su nuevo
laboratorio. Poco a poco empieza a utilizar estos viajes de un modo
más sistemático.
Yendo a caballo se abarca el panorama y ves
por encima de los setos, ves la configuración del terreno, y estás
a la altura de una rama de manzano silvestre, Malus sylvestris, o de ciruelo damasceno,
Prunus domestica. Pero los caminos de
esta parte del país tienen mala fama. Los hay que no llegan ni a
camino, son más bien una confluencia de surcos y baches. Una
generación antes, Celia Fiennes casi se rompió el cuello, y el de
su caballo, yendo de Fowey a Loe, y Thomas Tonkin perdió la visión
de un ojo por culpa de una zarza que colgaba sobre un camino
hundido, durante uno de los viajes que hacía por Cornualles
investigando la historia del país. Y si cae la niebla en Dartmoor,
quién sabe lo que puede ocurrirte. Hay trabajos de minería sin
vallar por todo el territorio, auténticos derrumbes que se llevan
por delante tu caballo, tu equipaje y tu persona. Cuidado con las
avenidas de agua y las mareas y las arenas movedizas, y cuidado con
Cornualles.
Pero cuando vas andando haces una lectura
diferente del paisaje. Y él anda.
Así, por ejemplo, la piedra de las casas va
cambiando según subes hacia Dartmoor. Aquí, entre Bascombe y
Edgefield, el camino pasa de un barro marrón y como de cloaca, a
una combinación más pálida. Estás al borde de una inclinación de la
roca. Caminar permite que el revoltijo de angustias se asiente,
claro está; permite el ensayo general de las ideas. También da
placer.
Desde lo alto de un puente, en primavera,
percibes el impacto caligráfico de un martín pescador contra el
agua. Un súbito chaparrón y una vena de plata emerge en la ladera.
Haces una pausa y, apoyado en tu bastón, hablas con el que repara
los caminos de la parroquia, mientras remueves distraídamente los
fragmentos de grava con el pie, y vuelves a removerlos. Aquí, en
otoño, el arroyo que lava el sendero trae grava plateada desde las
colinas de la derecha.
Tienes unos bolsillos muy profundos. Un
esqueleto de comadreja, unas avellanas, y ahora un puñado de esta
grava. Parece contener hierro. En qué cantidad es algo que no
podrás averiguar hasta esta noche, cuando estés de regreso en Notte
Street.
Cuando andas percibes movimiento que se
trueca en hombres. Y luego ves minas. A veces pasas junto a una
pareja de figuras y una piqueta, una ladera arañada, cestas, una
corriente de agua para lavar el mineral, un caballo atado; mineros
libres buscando estaño en un arroyo. Tienen derecho a desviar la
corriente y a cortar el combustible, derecho reconocido a «buscar y
trabajar estaño en terrenos de la comunidad».
II
Otras actividades hablan de dinero.
Necesitan escaleras, y poleas, ruedas hidráulicas, casetas para el
capitán de mina, acopio de madera muy cara, bombas manuales. Los
grandes montones de sobrecarga —tierra suelta y escoria y piedra—
te indican la existencia de pozos que profundizan veinticinco
metros, en busca de cobre, estaño, plata y plomo. Hay mercurio
aquí, en un barril, y otro barril de arsénico para pruebas.
William creció en el pueblo de Devon y
reconoce la pobreza en el triste penacho de humo de una chimenea,
en un huerto en el que ya no quedan repollos, en un corro de niños
a la puerta. Pero este apiñamiento de chabolas cerca de la bocamina
es diferente. Aquí hay hasta niños de seis años separando el
mineral en el lodo. Esto no es limpio ni aseado; es una falta de
previsión, un desperdicio, una depravación.
William se queda sobrecogido. Querría saber
si el cólico endémico se debe al tremendo consumo de sidra de los
trabajadores. ¿Es envenenamiento por plomo? Observa que las placas
del lagar van cubiertas de plomo.
Esta «áspera y rocosa franja de país» está
infestada de enfrentamientos provocados entre hombres de diferentes
minas, peleas de gallos, tahurerías, piratería fortuita, pugilatos
que terminan en desfiguración, festejos desenfrenados, borracheras.
Lo frecuentan las enfermedades, la tos dolorosa, los pulmones
ansiosos de aire, las repetidas fracturas de extremidades, las
heridas en la cabeza por la caída de una roca, los ojos inyectados
en sangre, la flojera y el torpor, una mano que tiembla sin cesar.
¿Qué relación hay entre este clima y este paisaje y esta
pobreza?
El joven boticario ha dejado muy atrás
Lombard Street. Este es un nuevo umbral.
¿Cómo se sopesan los peligros? Las minas
están llenas de «humedades venenosas», de extraños vapores por los
que un hombre puede sentarse a descansar y ser hallado al día
siguiente «con los codos apoyados en las rodillas, en una especie
de actitud durmiente [...] frío y rígido»; y puede ocurrir esto:
«Un padre y un hijo iban cruzando el Adiot cuando el hijo pisó un
antiguo sedimento blando y cayó muerto al instante. El padre, al
verlo, acudió a prestarle ayuda y compartió el mismo destino». Las
minas son el inframundo.
Este es un país de alquimistas y el sueño de
un mineralogista, pero está conmocionado y alterado. La ciencia
material implica la experimentación y prueba del terreno, la
averiguación de qué significa esta roca, dónde yace la riqueza. En
Sajonia, esto lleva haciéndose ciento cincuenta años, en la
Goldhaus de Augusto, donde tienen gráficas y especímenes tabulados
de minerales y gemas de todo el país.
Pero William camina por un paisaje donde el
conocimiento es tan local que las lenguas vernáculas apenas cruzan
de un valle a otro. Los filones no siguen lógica alguna; este carga
hacia la derecha, este otro hacia la izquierda, o hacia arriba, o
hacia abajo, cruzándose con otro, y los llaman contra, o gossan, o
desprendimiento, o flookan, y cosas por
el estilo, «consecuentes con el lenguaje de nuestros
mineros».
No es un país pasivo, no es una finca del
Wiltshire con olmos a medio camino del río, con vacas contribuyendo
a la placidez. Es un país activo e irritado, desprevenido y
congestionado.
Para entenderlo tienes que entender el
acento de este trapacero sitio.