QUINCE Las últimas noticias de China

 

 

I

 

Estoy de regreso en Londres. Desempaqueto, intactos, los seis cuencos que compré en el mercado, los pedazos rotos que recogí en la ladera, la bola de caolín de mi primera colina blanca y los coloco encima de mi escritorio. Los mezclo: historia vital de un objeto.
Tengo un montón de planes para mi segunda colina, mi segundo cacharro blanco, la próxima parte de mi viaje por la senda de la porcelana. Tengo que ir a Dresde, la ciudad en que se desveló el misterio de la porcelana a principios del siglo XVIII, tan pronto como pueda. Llegar allí, empiezo a darme cuenta, implica el paso en zigzag por Versalles y la corte de Luis XIV. Estoy siguiendo la pista de los jesuitas, y es allí donde se encuentran, allí es donde las ideas e imágenes de China adquirieron su relevancia. Y, puesto que es allí donde se habla de porcelana, allí tendré que escuchar.
He adquirido la costumbre de escribir en la pared blanca de mi estudio. Hay flechas descendentes que indican el viaje que llevo hecho hasta ahora, y líneas de punto para lo que todavía falta, tachados los meses de mis viajes, listas de libros que leer y de libros que comprar. Mi mapa de la porcelana blanca está haciéndose menos legible. A veces pienso que es como la pizarra de un laboratorio del Massachusetts Institute of Technology, instruida y sugerente. Hoy estoy de buen humor y me parece un anticiclón aproximándose, con todos sus cambios por delante.
Miro en torno, en el estudio, y no sé si alguien se habrá dado cuenta de que me he ido y he vuelto. El estudio tararea. Acaban de traerme una maqueta de la galería de Nueva York en la que expongo dentro de dieciocho meses. La galería es enorme, y la maqueta también. Pone de manifiesto, con temible detalle, lo muchísimo que queda por hacer. Tengo colocadas en una mesa larga las pruebas del nuevo esmalte recién salidas del horno. Tengo la esperanza de ampliar mi gama de blancos, pero estos son tonos pálidos, no del todo blancos, y no son ni de lejos lo que necesito.
Tengo las últimas noticias de China. Tengo porcelanas y tengo fotos y entrevistas.
Gran cosa. La librería del aeropuerto de Shanghái tenía doce estanterías de novedades sobre China, cinco de ellas sobre cómo introducirse comercialmente allí, y otro par sobre los caracteres chinos y cómo comprenderlos. Esta noche ponen en la tele un documental sobre las condiciones laborales en las fábricas de Shenzhen. Las casas de subastas dicen que lo próximo va a ser el arte chino, que los millonarios van a comprar el patrimonio del país para sus museos particulares. Ai Weiwei expone en la Bienal de Venecia y está en arresto domiciliario en Beijing.
Todo el que regresa tiene noticias de China.
II

 

China Illustrata. Sapientia Sinica. Nouvelle relation de la Chine. Carte nouvelle de la Grande Tartarie. Un jésuite à Pékin: Nouvelles mémoires sur l’état présent de la Chine. État présent de la Chine. China ilustrada. El significado de la sabiduría china. Nueva relación de la China. Mapa nuevo de la Gran Tartaria. Un jesuita en Pekín: nuevas memorias sobre la situación actual de China. La situación actual de China.
Y del filósofo y matemático Gottfried Wilhelm Leibniz, Novissima Sinica. Las ultimísimas noticias de China.
En 1690, en París, veinte kilómetros al oeste de Versalles, todo el mundo tiene noticias de China. Algunas son parciales. Otras son conjeturas. Las hay hasta ciertas. No es solo que todo el mundo quiera un trocito de China, es que todo el mundo quiere obtener el control de un trocito de China. Y para comprender la porcelana tienes que juntar los fragmentos de relatos y noticias que mencionan dónde y cómo y por qué se hacía la porcelana.
Escribes a casa, desde las misiones. Pero ¿quién lo lee? ¿Para quién exactamente son las noticias? ¿Quién abre las cartas de los jesuitas? ¿Cómo se reciben en París?
Se reciben con avaricia. Se agotan, se exprimen. Se reescriben. En cada punto del viaje los documentos se examinan para adquirir conocimientos que la propia Compañía pueda utilizar —la función principal de las cartas era proporcionar a los jesuitas, dispersos por el mundo entero, de México a Macao, un modo de hacer oír sus preocupaciones—. Reciben «especial atención» las cartas de tiempos de la fundación de la orden en los años cuarenta del siglo XVI: «En todas partes han de conocer las cosas que se hacen en otras partes, conocimiento que es fuente de mutua consolación y de edificación en el Señor».
Esto, sin embargo, no es más que el comienzo. Más adelante, las cartas se retocan y se pulen para publicación, atribuyéndose unas veces a un sacerdote determinado y otras a varias manos. Tal es la potencia intelectual de los jesuitas: su capacidad para introducirse más adentro que nadie en China, su decisión de utilizar a los misioneros, su talento para calibrar lo que estos hombres estudian, cómo escriben a casa.
En París, un joven rey le sigue la pista a un joven emperador chino. La nueva Académie Royale des Sciences, fundada a principios de su reinado, en 1666, preparó una lista de preguntas para la expedición jesuita a China:

 

Si los reverendos padres jesuitas han hecho alguna observación sobre longitudes y latitudes en China [...]. Sobre las ciencias de los chinos y sobre la perfección y defectos de sus matemáticas, astrología, filosofía, música, medicina y cómo tomar el pulso [...]. Sobre el té, el ruibarbo y otras drogas y plantas curiosas, y si China produce alguna variedad de especias. Si los chinos utilizan tabaco.

 

Alguien está haciendo preguntas y en las cartas a casa vienen las respuestas.
Desde los primeros años del reinado de Luis XIV ha habido un tráfico constante de noticias y conjeturas, una creciente reacción de comparaciones halagüeñas. Leibniz, que andaba de corte en corte por Europa, siempre muy atareado, establece paralelismos directos entre el Roi Soleil y el Emperador, el Rey Sol y el Hijo de los Cielos. En torno al rey y sus consejeros hay un murmullo de voces que se solapan, rumores de descubrimientos, teorías sobre el significado de los ritos chinos, la arquitectura, las normas morales. Cataratas de libros. Qué le puedes contar al rey sobre China y cómo lo presentas te otorga influencia.
El padre Joachim Bouvet, tras un viaje de regreso a Francia desde las misiones chinas que le llevó dos años, se lanza alegremente por la borda y alcanza la costa a nado con su paquete de cartas de Pekín, dejando en el barco las sedas, las porcelanas, el té. Sabe bien qué es lo importante. «Si estos dos grandes monarcas se conocieran», escribe Bouvet en octubre de 1691:

 

El aprecio en que cada uno tendría las virtudes reales del otro no podría sino dar lugar al nacimiento de una estrecha amistad entre ellos, y a demostrársela mutuamente, aunque solo fuera mediante el contacto en materia de ciencia y literatura, por una especie de intercambio entre las dos coronas en todo lo que se ha inventado hasta ahora en el campo de la ciencia en los dos imperios más florecientes del Universo.

 

Elabora su Portrait historique de l’empereur de la Chine, retrato histórico del emperador de la China, con una dedicatoria y se lo presenta al rey.
Ahí está la cosa. Si Luis XIV entiende el carácter del emperador Kangxi, Francia se verá bendecida con el acceso directo a los secretos de China, el Arcano del Este. Estos secretos son intelectuales y comerciales y prácticos y en ellos se incluye el glorioso secreto de cómo hacer la porcelana.
Y si el emperador comprende y respeta al rey de Francia, China verá la luz de Cristo.
Y toda esta actividad en torno a China, dice Leibniz con bella concisión, en carta a otro jesuita francés, es «un commerce de Lumière», un comercio de Luz; luces que se proyectan en ambas direcciones. Esta es una idea tremenda, una imagen muy bella: igualdad de intereses, correspondencia de civilizaciones, de luz.
Como le escribe Leibniz a su amiga Sophie, esposa del elector de Hanover:

 

Así que me pondré un cartel en la puerta con estas palabras: oficina de información sobre China, porque todo el mundo sabe que solo tiene que dirigirse a mí para aprender algo nuevo. Y si quiere usted saber algo de Confucio, el gran filósofo [...] o de la pócima de la inmortalidad, que es la piedra filosofal de ese país, o alguna otra cosa que sea un poco más cierta, solo tiene que pedírmelo.

 

Él es uno de los que guardan la puerta. Si quieres saber algo de las matemáticas chinas, del I Ching como codificación de los hechos que trae la fortuna, de los caracteres chinos y su relación con los jeroglíficos, a él has de acudir. Leibniz ha visitado en Roma al padre Francesco Grimaldi, recién regresado de la corte del emperador, y ha escrito copiosas notas sobre los fuegos artificiales, el cristal, el metal. Me doy cuenta, no sin sorpresa, de que mi héroe, el padre del racionalismo, está deseando llevar la delantera en este nuevo y congestionado campo de los Estudios Chinos.
III

 

¿Cómo convertir al emperador de China? Sometiéndolo a cerco por la evidencia de la razón. O haciéndote indispensable.
Durante el siglo transcurrido entre el primer desembarco jesuita en China y la coronación de Luis XIV, los padres jesuitas estuvieron llevando tributos de las cortes europeas a las cortes chinas: relojes que cantan la hora con melodías chinas, imágenes en que se muestran jardines perdiéndose en la distancia en gloriosas perspectivas ignotas, prismas que proyectan arcoíris en la pared de enfrente. Estas se tuvieron en gran aprecio: «Un Tubo construido como un prisma de ocho Lados, que, puesto en paralelo con el horizonte, ofrece ocho Escenas distintas, tan vivas que podrían confundirse con los propios Objetos: esto, unido a la variedad de Pintura, entretuvo al Emperador durante un largo espacio de tiempo».
También caleidoscopios, pues. Pero por muy deliciosos que sean estos objetos, puedes dar por seguro que el Hijo del Cielo tiene los almacenes llenos de otras diversiones.
Así pues, los visitantes traen a la corte el teatro del conocimiento. Sextantes, astrolabios y esferas armilares, telescopios; instrumentos que requieren demostración. Presentan el espectáculo de la geometría y la astronomía a gente muy ducha en tales artes y que quiere saber más, que hace preguntas penetrantes. Cuando los jesuitas llegaron a China, la junta de astrónomos llevaba mil seiscientos años en funcionamiento, y había un observatorio astronómico de más de trescientos años. Estaba establecida la noción de espacio en que flotan los cuerpos celestiales, y se habían creado mapas estelares y globos terráqueos mucho antes que en Europa. La obra de los grandes astrónomos árabes había sido estudiada y asimilada. A lo largo de las últimas generaciones se había producido un declive en estos conocimientos.
Es precisión lo que se ofrece. Los instrumentos de los jesuitas permitían calcular sin error tanto los eclipses solares como los lunares. No podía darse mejor prueba de sus habilidades que la de hacer una predicción y ver luego cómo una sombra recorría el sol o la luna.
«De este modo, la Santa Religión —escribe el padre Ferdinand Verbiest, astrónomo jesuita que se ha granjeado la escucha del emperador Kangxi— hace su entrada oficial como una hermosa reina, del brazo de la Astronomía, atrayendo con facilidad la mirada de los paganos. Lo que es más: luciendo en ocasiones un manto estrellado, obtiene con facilidad el acceso a los gobernantes y prefectos de las provincias, y es recibida con excepcional afecto.»
Al emperador Kangxi, joven y culto, le apasiona saber cómo funcionan las cosas. Le pide a este padre, cuando aún tiene tiempo, que diseñe un cañón, y el sacerdote acepta. Y este nuevo instrumento no tarda en utilizarse, y funciona bien.
Hay interés propio en casi todas las cosas, pero esta me inquieta.
Y pienso en el padre D’Entrecolles, que le envía vino con más placer todavía.
IV

 

Las noticias, pues.
Kangxi estudia con dedicación.

 

El príncipe, viendo su imperio en profunda paz, tomó la resolución, ya para entretenerse, ya para estar ocupado, de aprender las ciencias de Europa. Para sí escogió la Aritmética, los Elementos Euclidianos, la Geometría Práctica y la Filosofía. Se pidió a los padres Antoine Thomas, Gerbillon y Bouvet que compusieran tratados sobre tales materias. [...] Compusieron sus pruebas en tártaro. [...] Los padres presentaron estas pruebas y se las explicaron al emperador, que, habiendo comprendido con toda facilidad todo lo que se le enseñaba, quedó cada vez más admirado de la solidez de nuestras ciencias, y se dedicó a su estudio con creciente empeño.

 

Las lecciones de matemáticas son diarias.
Las clases se dan en el Gran Interior, la Sala de Alimentación de la Mente, localizada en la zona oeste de la Ciudad Prohibida y cerca de los Talleres Imperiales, «donde está localizada la Academia de las Artes de Su Majestad». Bouvet afirma que el emperador quería que hubiese más jesuitas a su servicio «para formar en su palacio, con los que ya estaban allí, una especie de academia subordinada a la de Su Majestad».
El padre Jean-François Gerbillon: «Nos condujeron a uno de los salones imperiales, llamado Yang sin tien, donde trabajan algunos de los más hábiles artesanos, pintores, torneros, herreros, artesanos del cobre, etc.». Estos talleres producen mapas, bronces, jades, oro y objetos de madera, esmaltes tabicados y armas.
El emperador desea mejorar la manufactura de cristal en China. ¿Hay algún padre jesuita que entienda de cristal? ¿Hay posibilidad de encontrar alguno rápidamente?
El emperador toma lecciones de clavicordio. Un visitante lo oye tocar una «cítara occidental de pedales, con ciento veinte cuerdas, hecha en los talleres de palacio».
El Hijo del Cielo, «habiendo sufrido grandemente por culpa de sus problemas familiares y palaciegos, cae enfermo, y dado que la medicina china no logra sanarlo, recurre al hermano Rodes, que primero consiguió eliminarle las palpitaciones y luego lo sanó, gracias el vino de las Canarias».
Tras esta recuperación de la salud, el 20 de marzo de 1692 se publicó un Edicto de Tolerancia que otorgaba libertad de culto a los cristianos.
El rey de Francia está dispuesto a enviarle al emperador de China todo lo que le pida.
El oro blanco
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