CUARENTA Un fragmento que, con permiso, a
veces rompía
No es mal sitio este para ganarse la vida. A
William le va lo suficientemente bien como para pagarle a Silvanus,
y al final puede poner Cookworth y Cía. en el dintel de la puerta
lateral.
Esta es una familia cuidadosa y prudente,
pero de vez en cuando se cae un plato, alguien se corta una mano
con una copa rota en el fregadero de la cocina y un día un plato
chino —del precioso juego que su hermano el guardiamarina trajo de
su tiempo en el mar— resulta gravemente mellado. Y William, para
quien el mundo de las cosas es una Aventura, sigue adelante y lo
rompe en pedazos.
El esmalte retiene fuertemente la porcelana,
una línea blanca como de orilla del mar en Cornualles. No es el
mismo matiz que el de su vajilla. «Tengo ahora, delante de mí, el
fondo de una ponchera china, que fue esmaltada sencillamente antes
de cocer, o en forma de bizcocho blando; porque este material tiene
que ser horneado mucho tiempo; es del color de un papel marrón
blanqueado groseramente», escribe. Y también se ha roto de otra
manera, ha sonado de modo distinto al romperse.
Toda porcelana suena de modo distinto al
chocar con el suelo.
Un poco antes, se ha instado a los cuáqueros
a que «se abstengan de poseer vajillas finas de porcelana, más para
ser vistas que para uso práctico... Se aconseja que los Amigos no
deben poseer mucha porcelana ni loza en las repisas de sus
chimeneas ni en sus aparadores, antes deben guardarla en sus
armarios hasta el momento en que vaya a utilizarse». William va
ahora a darles utilidad.
Empieza a romper porcelana.
Se da a conocer por eso. En una memoria
escrita veinte años después de su muerte, un devoto cuáquero dice
que William siempre pedía permiso antes de romper una pieza, «un
fragmento que, con permiso, a veces rompía», pero esto se dice con
tanta rotundidad que sabes que no puede ser cierto, que ahí tiene
que haber alguna historia secreta de platos de postre rotos por
casualidad, dedos cortados al recorrer el filo de la rotura, en
silencio, bajo una mesa, antes de «enseñar al propietario la
excelencia de la textura».
Hay ahora una estantería de fragmentos en
Notte Street. Fósiles, minerales, libros. Y fragmentos. También hay
una estantería de fragmentos en mi estudio. Tazas de té rotas,
procedentes de una ladera china y una media luna que me llevé a
hurtadillas del suelo del castillo de Albrechtsburg.
«Para adquirir competencia en minas y
etcétera, es indudablemente necesaria una larga residencia en su
vecindad», escribe el doctor Pryce, el experto en la geología de
Cornualles. «El mucho estudio es fatiga de la carne», dice el
Eclesiastés. Has de quedarte quieto. Has de saber qué significa el
estudio. Estas frases van juntas.
William tiene ahora cuarenta años, está
lleno de energía, lleva mucho tiempo residiendo en el West Country,
ha estudiado mucho y es listo y la curiosidad lo impulsa a llevarse
trozos de rocas de Cornualles a su casa. Ha visto cómo se fundía
una roca hasta convertirse en un charco blanco y viscoso, para
luego endurecer hasta hacerse tan fuerte como el metal.