TREINTA 1719

 

 

I

 

De manera que cierro Sajonia y escribo Buen trabajo.
Francia: prometedoras perspectivas. En Francia, la fábrica de porcelana de Saint-Cloud sigue haciendo mercancía contrefaçon. No deja de ser bonita, pero mala. El gran delfín, el que tenía todas esas porcelanas chinas tan bellas en sus aposentos de Versalles, ha muerto. La jarra de Fonthill, reproducida en un dibujo por el anticuario aristócrata monsieur de Gaignières, ha desaparecido. Hay un nuevo rey, Luis XV, de nueve años.
Delft es simple. No ha ocurrido gran cosa en los veinte años transcurridos desde la visita de Tschirnhaus. Sigue sin haber porcelana propiamente dicha. Hay que seguir intentándolo.
II

 

Y luego llego a China 1719.
En China, el padre D’Entrecolles se ocupa de sus feligreses. Y también de sus compañeros jesuitas, gente muy dada a la pelea. Roma no le ayuda. Los archivos ponen énfasis en el cariño de que gozaba. Sigue en la provincia de Jiangxi, sigue de viaje hacia Jingdezhen.
Su primera gran carta desde Jingdezhen está incluida en las Lettres édifiantes et curieuses de los jesuitas, editada por el padre Du Halde, y está atrayendo la atención.
Su gran amigo, el mandarín Lang Tingji, el que produce porcelana para el emperador, está ahora muy necesitado. No es solo gobernador, también es el responsable del gran canal de 1.770 kilómetros que une Pekín con Hangzhou.
Los franceses han hecho que el emperador Kangxi esté orgulloso. Le encanta el modo en que los esmaltes operan en la porcelana, le encanta su clavicémbalo, le encantan sus matemáticas. Le envían un experto vidriero jesuita, bávaro, y ahora hay una Fábrica de vidrio imperial. Todo son grandes éxitos. El emperador ha enviado este nuevo cristal a Pedro el Grande, a Moscú, y cuarenta y dos piezas al papa.
Pero son los esmaltes lo que más éxito ha tenido ante el emperador Kangxi.
En este momento, el padre Matteo Ripa escribe:

 

Su Majestad quedó fascinado ante nuestro esmalte europeo y el método nuevo de aplicarlo, y trató por todos los medios posibles de introducirlo en sus Talleres Imperiales, que ha montado a tal propósito en el interior de su palacio, con el resultado de que con los colores allí utilizados para pintar porcelana y con varias piezas grandes de esmalte que había hecho venir de Europa, resultó posible hacer algo. Para poder disponer también de los pintores europeos, nos ordenó a Castiglione y a mí que pintáramos en esmalte.

 

No estaban dispuestos a ser pintores de esmalte, de modo que lo hicieron tan mal que el emperador los dispensó de la tarea.
Otros han aprendido con diligencia. Y estas porcelanas, con sus suaves colores rosa y carmín, famille rose, son notables. Esta nueva paleta trae nuevas historias. Los primeros ejemplares que llegaron a Occidente se recibieron con gran asombro.
Leo una descripción del emperador. Se trata de Kang-hi, es decir, El Pacífico.

 

A la sazón en el cuadragésimo tercer año de su edad: su estatura era bien proporcionada; su semblante agradable; sus ojos centelleantes, y más grandes de lo que suele tenerlos la gente de su país; la nariz algo aguileña y con la punta un poco redonda: tenía algunas marcas de viruela, que no iban en menoscabo de su galanura.

 

 

 

Me concentro en la contemplación de su retrato. Todos los emperadores se parecen a Dorothy L. Sayers, firmemente plantado el compás de las piernas, las manos en el regazo, sólidos, incognoscibles.
III

 

Y luego llego a Inglaterra 1719.
Hace ya cinco años que un príncipe alemán, Jorge de Hannover, es rey de Gran Bretaña. Quizá sea el único príncipe alemán a quien no le interesa la porcelana. Se ha traído a sus criados, ha tenido el acierto de importar a su cocinero y unos pocos trozos de Meissen. No hay fábricas de porcelana en Inglaterra.
Y un muchacho muy joven está emprendiendo el largo camino de Devon a Londres. Son trescientos treinta y tres kilómetros, una semana a buen paso, desde la iglesia de Kingsbridge al número 2 de Plough Court Pharmacy, cerca de Lombard Street. William Cookworthy va a recibir hospedaje a cambio de trabajo. No puede pagarse las cuotas de algo tan oficial como hacerse aprendiz. Es un caso para la caridad, y va a pasarse seis años estudiando química.
El oro blanco
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