Capítulo 73
No sabe ya cómo consolarlo sin dejar de sentirse culpable. Desde que vio a Leo muerto sobre esa camilla que no deja de preguntarle cosas, todas entendibles para un joven que acaba de ver el cadáver de su padre.
No puede reconocer si le creyó la serie de mentiras que le dijo a su ahijado pero no tiene otra alternativa. Decir la verdad no es una opción para él, y menos estando Alex involucrado.
–Ya te expliqué, Alex –responde a la enésima pregunta del chico–. Vine junto a tu padre a buscarte pero, en un momento dado, nos separamos. Cuando finalmente lo encontré ya era demasiado tarde.
Es como si una parte de él quisiera creerle pero a la vez tiene un dejo de sospecha. Ahora no está en condiciones de ahondar más en el asunto aunque siente que algo está fuera de lugar y no sabe qué es.
–Nos tenemos que ir, señor –dice Tom que estuvo callado y observando todo este tiempo–. La policía puede llegar en cualquier momento.
Reconoce que su hombre es inteligente. Con el término de “policía” en realidad se refiere a Jonás y a sus hombres, los cuales pueden llegar de un momento a otro y no es conveniente que estén presentes cuando ello suceda.
–¡¡¡No!!! –reclama Alex aún compungido por la muerte de su papá–. No puedo dejarlo...no podemos dejarlo aquí.
–Lamentablemente tiene que ser así. Si llega la policía y nos encuentran, las sospechas van a recaer en nosotros –le da la espalda mientras hace un gesto a su hombre–. No solo es Leo, también hay varios muertos por allí.
No se había percatado de que en el suelo había varios cadáveres más, lo cual evidenciaba que hubo una gran pelea que ocasionó la muerte de varios de ellos y, seguramente, la de su padre también.
Es inconcebible para él. No puede ni quiere creer que nunca más va a volver a verlo y lo entristece como cuando falleció su madre; y nuevamente él está involucrado. Es como si tuviese un karma mortal a su alrededor que hace que todas las personas que mas quiere en el mundo fallezcan. Se siente culpable como nunca aunque otro sea el causante directo de dichas muertes.
Se niega a irse dejándolo solo, abandonado y sin sepultura. Se acerca hacia la camilla, lo toma del brazo y con la mano libre acaricia la tupida barba. Entre tanto llanto emite una sonrisa; recuerda lo tonto que fue al insistirle innumerables veces que se la afeitara, pero que ahora reconoce que siempre le quedó bien e hizo que sea un rasgo característico de él.
Mientras tanto Tom consulta a su superior qué hacer. Disponen de poco tiempo para irse del lugar sin cruzarse con Jonás; su equipo cuenta con varios hombres y ellos son pocos; están en desventaja numérica en el caso de tener que hacerles frente, y peor aun teniendo que proteger a un chico como Alex.
–Está bien, tenés razón –protesta impaciente–. A mí ni me escucha así que llevalo directamente a la camioneta por la fuerza.
Procede con lo indicado. Tiene que emplear mucha fuerza y destreza para poder asir al chico y neutralizarlo.
Los movimientos que realiza para liberarse de Tom se asemejan a los de un enfermo con espasmos en todo el cuerpo, casi incontrolables. Finalmente, con gran esfuerzo, logra subirlo por la parte posterior de la camioneta no sin sufrir algunos golpes en el proceso.
–Esto me desagrada tanto o más que a vos pero debés entender que es por tu bien, Alex –explica Santiago mirándolo de reojo desde el asiento delantero.
Ya ni responde. La poca fuerza que aún tenía su cuerpo la desgastó con el esfuerzo por tratar de liberarse, aunque haya resultado estéril el intento.
Se sienta en el piso del vehículo, se agacha y posa su cabeza entre las piernas reclinadas con la única intención de descargar todo su pesar.
–¿A dónde vamos, señor? –consulta Tom a los quinientos metros de haber salido del complejo.
–Al aeropuerto. Tenemos que volver a Argentina.