Capítulo 28

 

 

–¿Argentina?, ¿por qué venís para acá? –pregunta intrigado.

–El director me dijo que la persona que buscamos vive allá, en su ciudad señor.

Tiene la mirada perdida, extrañado por lo que escucha.

Que coincidencia. El que buscamos vive en mi mismo país” –piensa.

–¿Cómo se llama?

–Solo sé que se llama Leo pero tengo los datos de donde vive.

Entonces el policía le indica la dirección del departamento. En ese momento se hace un silencio prolongado, al punto que piensa que se cortó el llamado. El asesino mira su celular y puede ver que la llamada sigue activa y que no se interrumpió.

– ¿Está ahí señor?, no lo escucho.

Se queda durante unos momentos sin poder reaccionar. No puede o quizás no quiere creer lo que escuchó.

–Josef, ¿estás seguro de lo que me dijiste?

–Absolutamente. El director no estaba en condiciones de mentirme. ¿Puedo preguntar qué sucede?

No responde. Su mente está dando vueltas como una montaña rusa fuera de control. Solo luego de unos momentos se acostumbra a la novedad, lo cual lo hace reaccionar para continuar con la conversación telefónica.

Vení para acá y haz lo que sabes hacer. Informame cada detalle de lo que sucede.

–Sí señor, así lo haré.

Apaga su teléfono y se queda pensativo tratando de asimilar lo que sucedió.

¿Él?, ¿cómo puede ser posible?”

Conoce de cerca a la persona que están buscando imperiosamente. Y justo él es el encargado de realizar el trabajo sucio.

Decide tomarse un tiempo para acomodar los pensamientos. Toma una cerveza de la heladera y se apresta a sentarse en el sillón del patio. Quizás mirando un poco el verde del jardín lo ayude a saber qué decisión debe tomar. Da un sorbo largo a la cerveza y piensa sobre el asunto que tiene entre manos.

Reflexiona sobre su vida en la Cofradía Salomónica y todo lo que eso conlleva. Ha progresado mucho al punto de ser el número dos de la Corporación. Eso sucedió por fines del año dos mil siete cuando un tsunami destruyó a la elite de aquel entonces; recuerda lo sucedido como si fuese hace una semana.

 

Estaba piloteando un avión que llevaba junto con él a otros miembros de la Cofradía. Haciendo el acercamiento para el aterrizaje en la ciudad de Gizo en las Islas Salomón, centro de operaciones de la corporación, observa por la ventanilla izquierda una ola de por lo menos cinco metros de altura que se adentra hacia la ciudad destruyendo todo a su paso. Ante semejante espectáculo destructivo, instintivamente levanta la nariz del avión evitando el descenso que ya había comenzado. Una vez controlado el aparato, y con la frialdad que lo caracteriza, decide dar vueltas sobre la isla para poder ver lo que sucede. Sobrevuela las instalaciones y llega a observar cómo la ola destruye por completo el edificio como si fuese una casa de naipes, dejando una estela de devastación a su paso.

Queda poco combustible así que cambia el rumbo hacia el aeropuerto de la isla Guadalcanal, la cual espera que no se vea afectada por la ola destructiva. Descienden seguros y justo a tiempo ya que la alarma por falta de combustible estaba alertándolo desde hacía unos quince minutos. Una vez en tierra firme se entera de que hubo un terremoto a escasos kilómetros de la isla de Gizo que causó el tsunami.

Horas más tarde, las autoridades encargadas del auxilio de las víctimas le comentan que nadie sobrevivió en el edificio y que debía ir a la morgue a reconocer los cadáveres. Al llegar al lugar un escalofrío oscuro le recorre el cuerpo, el cual es agravado al ver los cuerpos inertes de sus difuntos jefes.

Ese día lo marcó para siempre en su vida. No solo pasó a ser el segundo en la Cofradía sino que también juró para sí mismo que iba a hacer hasta lo imposible para evitar que algo así le suceda a él.

 

El loro de su hija lo distrae. Sin darse cuenta dejó la botella de cerveza inclinada y parte de su contenido se volcó sobre su pantalón el cual es degustado por Paco, el loro azulino que su hija compró hace unos meses. Echa al loro con un movimiento súbito de su mano derecha haciéndolo rebotar contra un árbol que hay al fondo del jardín. El golpe que le propinó parece haberlo matado pero, por suerte para él, se incorpora con cierta dificultad y sale volando hacia dentro de la casa.

Un tanto molesto por haberse mojado el pantalón ingresa a la casa por la puerta de la cocina donde se topa con Roxana, la criada que tiene.

–¿Qué le pasó en el pantalón, señor? –pregunta mientras mira sus piernas manchadas.

–Me he volcado cerveza sin darme cuenta, ¿dónde dejaron mis bermudas azules que me saqué el otro día?

–La dejé en su dormitorio.

–¡¡¡Me tendría que haber avisado, Roxana!!! –grita como es su costumbre tratarla.

Sube las escaleras hacia su habitación donde ve las bermudas colgadas de una percha dentro del placar. Se las pone, notando con un poco de culpa que fue su amigo el que se las regaló.

El pensamiento sobre Leo lo regresa a la decisión que debe tomar.

Por un lado está su amigo y por el otro su ambición casi desmedida de obtener mayor poder y dinero.

Siendo el segundo en la Cofradía sabe que está a solo un paso de tener el control total. Además cuenta con la ventaja de que conoce a Leo, el espécimen que van a utilizar para continuar con sus planes. Estas dos ideas lo ayudan a decidirse.

Lo siento mucho viejo amigo, pero has salido desfavorecido”.

Dios no juega a los dados
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