Capítulo 31

 

 

La corriente eléctrica del edificio se cortó hace unos instantes y nadie en la suite se da cuenta de ello. Los equipos de oxigeno siguen en funcionamiento gracias a las baterías que tienen conectadas pero no por mucho mas tiempo.

Siempre le estuvo agradecido a aquella prostituta brasilera que, sin darse cuenta, hizo notar a DuPont que podría morir si alguna vez se produjera alguna falla eléctrica mientras duerme. Inmediatamente hizo comprar un conjunto de baterías las cuales conectaron a sus equipos de respiración asistida. Con esto siempre se aseguró de que no correría riesgos por las noches, aunque siempre quiso tener disponible a Jonás por cualquier eventualidad.

Dos horas transcurren aproximadamente cuando una de las baterías marca un aviso de baja potencia. El sonido es levemente perceptible, y ni el médico ni el mismo Mau Joseph se percatan de lo que sucede. Solo el golpeteo insistente de la puerta de entrada hace reaccionar al doctor, el cual duerme un tanto incómodo sobre un sillón de un cuerpo que hay en el living de la suite.

Se despierta un poco confundido. Los golpes de la puerta cesan de sonar pero advierte lo que parece ser un pitido leve en el ambiente. Se frota la cara y se incorpora con un poco de dificultad debido a que tiene los músculos entumecidos por la posición en la que estaba durmiendo. Abre los ojos y puede observar casi una oscuridad completa dentro del ambiente. Únicamente un reflejo de luz de luna le permite reconocer dónde se encuentra y dónde están posicionados los muebles.

Con la vista aún un tanto borrosa se mueve hacia el sonido que escucha intentando esquivar las cosas que tiene en el camino. A los escasos metros tropieza su pierna derecha con una mesa ratona, lo que provoca que caiga hacia delante empujando con él todos los adornos que se encuentran encima. Uno de ellos impacta contra el suelo partiéndose en varios trozos de vidrio de diferente tamaño que se esparcen por todo el lugar. Para evitar caer por completo, extiende una de sus manos hacia el suelo con el infortunio de apoyarla sobre uno de los tantos fragmentos de vidrio, clavándoselo en medio de la palma de la mano. Como un acto reflejo, retira la mano dolorida y cae al piso chillando de dolor.

El grito despierta a DuPont. Se levanta de la cama desorientado quitando de encima los equipos de respiración que tenía conectados. Cuando da el primer paso percibe que está activada la alarma de una de las baterías. Gira sobre sí mismo y comprueba, encendiendo el velador, que no hay electricidad en la suite.

–Doctor, ¿qué pasó acá? –grita colérico mientras avanza por el cuarto.

A lo lejos puede escuchar algo que parece ser un gemido. Es como si un gato estuviese quejándose de un dolor agudo pero conteniendo el grito.

Abre la puerta de la habitación y pasa a través de la abertura, encontrándose tirado al doctor en el medio del living. Justo en ese momento vuelve la electricidad al edificio y uno de los veladores que estaba activado se enciende llenando de luz artificial el lugar.

–Habrá estudiado en una universidad prestigiosa pero no deja de ser un estúpido, doctor –el tono burlón se corta por una risa despectiva que dura unos cuantos minutos.

Ni se molesta en ayudarlo a levantarse. En cambio lo sortea por encima, encaminándose a la cocina donde se sirve una medida de licor de huevo que saborea gustosamente.

En tanto el doctor se incorpora arrimándose al sillón donde antes dormía. Se vale de su mano sana para envolver la otra en un pañuelo removiendo antes el trozo de vidrio que tiene clavado.

–Le pido disculpas señor, pero escuché unos golpes en la puerta y no había luz, entonces...

Detiene el relato del doctor con un gesto de alto con su mano derecha, mientras observa hacia el lado opuesto de donde él se encuentra.

–No me interesan tus ineptitudes –reclama–. Solo me preocupa que esto vuelva a suceder.

Voltea hacia su habitación y baja la mirada hacia la batería. Ya no está alertada. En cambio muestra una barra de progreso indicando que está siendo cargada.

Esto no puede ser. Pude haber muerto por la incompetencia de esta ciudad” –medita para sí mismo.

–Doctor, llame a mi avión privado. Nos vamos de aquí.

–Pero señor, son las tres de la madrugada –argumenta sin medir las consecuencias.

No es necesario que le responda. Por sí solo se da cuenta de que su comentario está fuera de lugar y además es completamente irrelevante para su jefe.

Toma el celular y marca el número del piloto hospedado en otro hotel. Con el primer llamado no obtiene respuesta y vuelve a intentar otra vez más. Finalmente, en el quinto intento alguien responde del otro lado de la línea.

–¿Qué sucede? –inquiere una voz débil pero determinante.

–Soy el doctor. Tenemos que salir de inmediato.

–¿Ahora? –pregunta desilusionado el piloto.

–Ya sabés cómo es. Hacé todos los preparativos que en treinta minutos nos encontramos en el aeropuerto.

–Está bien, maldita sea. ¿Con qué destino?

–Aún no me lo dijo...así que en el aeropuerto te lo indico.

–Pero es necesario armar el plan de vuelo, notificar a las autoridades, cargar comb…

Corta el llamado. No entiende cómo el piloto que lo conoce hace tantos años sigue sin saber cómo es el temperamento de su jefe.

–Listo señor, ya esta todo encaminado –se dirige a DuPont quien está en el cambiador del dormitorio.

–Le conviene a ese piloto que no se retrase como la última vez.

–Esperemos que no. ¿A dónde vamos?, si me puede indicar el destino le puedo avisar al piloto y así acelerar los trámites del vuelo.

–A Valencia. No puedo confiar en nadie y el único lugar en donde me siento seguro es allí.

–Entiendo, ¿desea que llame a Jonás para avisarle que nos encuentre allá? –entretanto toma el celular para realizar otro llamado.

–No es necesario. Va a estar allá, y con un trofeo preciado.

Dios no juega a los dados
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